domingo, 17 de noviembre de 2024

La inteligencIA

Pienso mucho últimamente en la inteligencia artificial y todo lo que conlleva y va a conllevar, y la primera conclusión a la que llego siempre es que no sé qué me parece más temible, si la inteligencia artificial o la estupidez natural. Y también me pregunto si la inteligencia artificial no tendrá como contrapartida una estupidez artificial también, al igual que sucede en el caso humano.

Lo que me parece indudable es que si, hasta ahora, todo lo que sucede en el mundo ha dependido de la inteligencia y de la estupidez humana, a partir de ahora todo dependerá también de ese tercer factor, una inteligencia de otra clase que podrá superar a la inteligencia humana pero cuya posible estupidez difícilmente será superior a la estupidez humana.

Que conste que la IA me parece maravillosa en muchos sentidos, por ejemplo en todo lo relacionado con la ciencia médica y en todo lo que requiera una precisión y exactitud que el ser humano no puede alcanzar dada su propia condición humana, que está sujeta a emociones, dudas, deseos, miedos, intereses, olvidos, distracciones y temblor de manos.

Pero la IA también me parece temible por otros aspectos, que tienen que ver precisamente con lo mismo pero al revés: que no tiene emociones, ni recuerdos, ni sentido del humor...


Y sin embargo, lo más inquietante es que la IA pueda llegar a alcanzar tal grado de desarrollo y perfección que acabe siendo capaz de sentir, de pensar, de desear... es decir, de adquirir sentimientos y conciencia propia, como los humanos.

Pero entonces esto me lleva a otra cuestión: si la inteligencia artificial se volviera tan completa, tan compleja y tan humana como para llegar a tener sentimientos, conciencia, deseos, etc., ¿adquiriría con ello también la capacidad de meter la pata como un humano cualquiera? Y en ese caso, ¿no sería mejor quedarnos como estamos?

En fin, ya ven ustedes que  pensar en esto me genera un revoltillo de paradojas que me abruma y me confunde de tal manera que acabo por no saber realmente qué pienso de todo esto.

Entonces, por acotar el pensamiento y limitarlo a algo un poco más manejable, me centro en un uso concreto de la IA, como son los traductores automáticos. Si duda, es maravilloso poder disponer de una herramienta que nos permita comunicarnos con hablantes de cualquier idioma, aunque no sepamos ni una palabra de ese idioma. Esto probablemente implicará, entre otras cuestiones, que desaparezca el aprendizaje de idiomas, asunto que daría para mucha reflexión también.

Pero lo más inmediato es el uso que ya tienen los traductores automáticos. Hace poco leí un artículo sobre este asunto en el que se decía que los traductores automáticos no son fiables en determinadas situaciones delicadas, porque tienen aún ciertas limitaciones. Por ejemplo, pueden confundir palabras de ortografía o sonido similar, y no detectan las erratas, por lo que las palabras mal escritas las toman por otras, y las traducen por ésas sin percibir que no encajan en el contexto. Por lo tanto el uso de traducciones automáticas en sectores como la medicina o el derecho, o en situaciones bélicas, supone un riesgo gravísimo, ya que un error en esas traducciones puede dar lugar a una catástrofe, personal o colectiva.

Y es cierto. Imaginemos que un traductor automático confunde, por ejemplo, las palabras inglesas "probe" y "prove", es decir, que confunde "sondear/investigar" con "demostrar", y desde luego no es lo mismo investigar si alguien ha traficado con drogas que demostrar que ha traficado.

Pero lo triste del asunto es que este tipo de errores también los cometemos los humanos. ¿Acaso no vemos y oímos equivocaciones de este tipo por doquier, en cualquier tipo de texto escrito o discurso hablado?  De hecho, el error que he utilizado como ejemplo es real y lo cometió hace un tiempo un ser humano en televisión. 

Es decir, si nuestro consuelo o defensa ante la apabullante arremetida de la IA es que a veces se equivoca, ya podemos darnos por derrotados, porque nosotros seguiremos cometiendo errores pero la IA sin duda dejará algún día de cometerlos.

 

pixabay.com

 

viernes, 1 de noviembre de 2024

Traducciones simpáticas

Esta entrada fue publicada originalmente en Juguetes del viento el 22 de octubre de 2012. 


Terminaba la entrada anterior con una referencia a ciertas expresiones que se utilizan en español directamente, es decir, no en textos traducidos, sino elaborados originalmente en español. Son frases que en algún momento fueron traducidas de forma inexacta y que así se siguen reproduciendo.


Una de ellas es “más grande que la vida”,  traducción literal de “bigger than life”, expresión que equivale a extraordinario.
Se utiliza con frecuencia en críticas y comentarios sobre obras artísticas, por ejemplo películas y videojuegos, en frases como “Un cine más grande que la vida”. 

Y siempre con ese sentido de extraordinario, magnífico, sensacional, superior, excelente, sobresaliente, maravilloso, fuera de lo común, grandioso...

¡Anda!, cuántas formas tenemos en español para decir bigger than life sin tener que calcar la expresión inglesa…

Bueno, yo estoy segura de que las personas que han utilizado la expresión en estos textos saben perfectamente que es un ‘transplante’ lingüístico innecesario y tontorrón, pero a lo mejor les parece que queda muy chuli y moderno.

Nuestra segunda expresión del día es “truco o trato”, que, como todo el mundo sabe, es la versión española de “trick or treat”, la famosa fórmula que caracteriza la fiesta americana de Halloween.
Yo tengo dos teorías con las que me intento explicar por qué en un momento dado “trick or treat” se convirtió  en “truco o trato”.
dreamstime.com

Primera teoría: lo tradujo alguien que sabía que trick significa truco y que treat significa tratar (verbo), pero no sabía que trick también significa travesura o broma, ni que treat (sustantivo) significa golosina, chuchería, regalo, detalle.

Porque al fin y al cabo de eso se trata: de dar golosinas o regalitos a los niños para que no te hagan una trastada.

Segunda teoría: se eligió esta forma a sabiendas de que “truco o trato” es una traducción muy poco atinada, para mejor imitar el ritmo y la sonoridad de la expresión original.

A colación de esto –y permítanme la tontería- intento yo imaginarme qué pasaría si los americanos nos copiaran a nosotros alguna de nuestras celebraciones tradicionales, propias y arraigadas en la tierra de los siglos. Por ejemplo, los desfiles procesionales de la Semana Santa, o la Feria de Sevilla, los Carnavales de Cádiz, las Fallas de Valencia…

Tendrían que transplantar al inglés expresiones propias de dichas fiestas, con el ridículo resultado de “To the heaven with her!” (¡Al cielo con ella!), cuando levantaran el trono o paso de la Virgen; o “Long live the Captive!” (¡Viva el Cautivo!), cuando pasa por las calles la figura del Cristo hecho preso; o “Excellent there, my soul! (¡Ole ahí, mi arma!); “What a salt-shaker you have!” (¡Qué salero tienes!).
Y cosas así.

La última expresión de hoy es “simpatía por el diablo” ("sympathy for the devil"), locución muy famosa y popular porque es el título de una canción de The Rolling Stones.
Pero, como muchos saben y algunos desconocen, sympathy no significa simpatía, sino compasión.
De hecho, en los diccionarios aparecen sympathy y compassion como sinónimos.
Una vez más, estamos ante una “fotocopia”,  una traducción palabra por palabra, de esas que tanto nos dejan en evidencia.

La expresión “sympathy for the devil” se usa en inglés cuando alguien manifiesta compasión o pena por alguien que no merece esa condolencia.
Si nos compadecemos de un canalla por el castigo que le impone la ley, alguien nos podrá decir que eso es “sympathy for the devil”.

Por otro lado, también se usa esta expresión para referirse a una narración que está planteada desde el punto de vista del malo.

The Rolling Stones, en su canción Sympathy for the Devil, juegan precisamente con los dos usos de la expresión: por un lado, la canción está escrita en primera persona y es el diablo el que se expresa (“Permitan que me presente/ soy un hombre que…”), y por otro, nos pide, él mismo, que tengamos compasión de él, pues quiere que le pongamos freno después de todas las maldades que ha cometido a través de los siglos: “Necesito un poco de control/ así que si se encuentran conmigo/ tengan la amabilidad/ muestren un poco de compasión…”

Como se ve, ni la expresión en sí  ni la canción tienen que ver con que el diablo nos resulte simpático ni nos caiga bien.

Es que el fenómeno de los “falsos amigos” es ciertamente muy curioso e interesante, sobre todo porque  parece un capricho lingüístico, una cuchufleta ideada por un duendecillo  que se divirtiera trasteando con las palabras. Pero es en realidad una mera y lógica consecuencia de la evolución del lenguaje y de los vaivenes que experimentan los significados de las palabras, según el uso que los hablantes hacen de las distintas acepciones de las mismas.
Una cuestión apasionante, ¿a que sí?



viernes, 4 de octubre de 2024

Seguro que no es para tanto


Dani pidió permiso para irse a su habitación y se levantó de la mesa casi sin haber comido.

Andrés, el niño no está bien —dijo la madre—. Ya lleva así una semana, sin ganas de comer, ni de jugar... Y además está estudiando demasiado, esforzándose demasiado. Eso no es normal en un niño de diez años.  

—Bueno, es que Dani es muy sensible, y lo del maestro le ha afectado mucho.

—Sí, pero... no sé... Tampoco es normal que no quiera hablar con nosotros.

—Mira, vamos a esperar unos días más, y si sigue así lo llevamos al psicólogo, ¿te parece?

Entonces sonó el portero electrónico.

—¡Dani, cielo! —llamó la madre después de responder—. Es Salva, que si quieres bajar.

 

Dani bajó a la plaza y los dos amigos se sentaron en el respaldo de un banco.

—¿Te gusta el maestro nuevo? —dijo Salva.

—Sí, está bien.

—Explica mejor que don Eugenio, por lo menos.

—Yo es que soy muy torpe para las matemáticas —dijo Dani con la mirada fija en el suelo.

—Qué va, no digas eso. Lo que pasa es que si no te explican bien... Y además regañaba mucho. A ti te tenía manía, se le notaba un montón.

Dani permaneció en silencio mientras Salva hablaba de cualquier cosa sin que él le prestara atención. Al cabo de un rato dijo:

—Salva... yo...

—Qué.

—No, nada.

—Dani, tío, estás muy raro.

—No, no me pasa nada.


Al día siguiente la madre se asustó al entrar en la habitación. Dani estaba acurrucado en la cama, tembloroso, y tenía las ojeras propias de un enfermo.

—Dani, cielo, ¿qué te pasa? Cuéntamelo, por favor, que estoy muy preocupada.

Después de titubear un poco, Dani se sentó en la cama, miró a su madre a los ojos y rompió a llorar. La madre lo abrazó y le dijo:

—No pasa nada, cielo. Cuéntame lo que sea, que seguro que no es para tanto.

El niño se abrazó a ella también, y entre hipidos, lágrimas y mocos dijo por fin:

—¡Ay, mamá, que yo he tenido la culpa!

—¿La culpa de qué, cielo?

—De lo de don Eugenio.

—¿Lo de don Eugenio? Pero cómo vas a tener tú la culpa de que al pobre hombre le diera un infarto, cielo mío.

—¡Porque yo lo pedí! —dijo Dani, llorando cada vez más.

—Ay, ay, chiquillo, qué dices —exclamó la madre, al tiempo que intentaba limpiarle la cara con su pañuelo.

—Que yo lo pedí, mamá, que yo pedí que se muriera... porque... porque me regañaba mucho y...

—Pero ¿cómo que lo pediste?

—Que sí, mamá. Que si pones unas tijeras dentro de un libro y pides que alguien se muera, se muere... pero yo lo hice porque me creía que era una tontería, y si hubiera sabido que era verdad no lo habría hecho... porque... aunque me tuviera manía... yo no quería que don Eugenio se muriera de verdad.

Dani hablaba y lloraba en el regazo de su madre, y ella, con una sonrisa de ternura, lo consolaba.


imagen generada con IA


  

jueves, 12 de septiembre de 2024

Aviso: contiene spoilers

Quizá hayan observado ustedes que en los últimos tiempos se imponen en el lenguaje cotidiano, con asombrosa celeridad, palabras y expresiones extranjeras que hasta no hace tanto no se usaban. Y que esas palabras y expresiones provienen casi exclusivamente del inglés. 

Que una lengua adopte y adapte palabras de otras lenguas es algo natural y propio del funcionamiento del lenguaje, y es una fuente de enriquecimiento del léxico propio y una forma de ensanchar nuestra capacidad de expresión. Es un intercambio que se produce entre idiomas desde que el mundo es mundo, como se suele decir.

Pero a mí me molesta un poquito el hecho de que esas nuevas adquisiciones léxicas sean en ocasiones una invasión más que un préstamo o una adopción,  en el sentido de que no solo se instalan en el habla común sino que desalojan a otras palabras propias, hasta el punto de que éstas acaban desapareciendo del uso y cayendo en el olvido.

Esto, me parece a mí, sucede cuando el idioma propio se ve atrapado entre el esnobismo y la ignorancia. Es decir, hay muchas ocasiones en que esos préstamos léxicos son innecesarios porque en nuestro idioma tenemos palabras que significan lo mismo, y sin embargo muchos dejan de utilizar las palabras  propias para lanzarse en brazos del extranjerismo, bien porque les parece más moderno y de más categoría (o sea, por esnobismo) o porque desconocen el vocabulario que les ofrece su propio idioma (o sea, por ignorancia).

Ejemplos de esto los encontramos en la calle y en los medios de comunicación a todas horas. ¿Recuerdan ustedes cuando se decían palabras como «boletín» o «boletín informativo», en vez de newsletter? ¿O cuando decíamos «tendencia», «tema candente», o «tema de actualidad», en vez de trending topic? Ya también se está desplazando «vegetariano» a favor de veggie, del mismo modo que muchos ya no dicen «moderador» ni «bulo» ni «artículo», sino comunity managerfake news y paper.

En fin, los ejemplos son innumerables, pero hoy quiero dedicarle unas líneas a una de esas palabras intrusas en particular. Se trata de spoiler.

Esta palabra me causaba, hasta no hace mucho, cierto recelo, porque no acertaba yo a encontrar la forma española que la tradujera directamente en algunos contextos, de modo que me preguntaba si no sería éste un caso de préstamo auténtico, es decir, de préstamo necesario porque en nuestra lengua no teníamos un término equivalente. Lo cual, la verdad sea dicha, me costaba darlo por sentado.

Como saben ustedes, spoiler (de spoil, estropear), significa «el que estropea» o echa a perder, y también «aguafiestas», y se  usa modernamente para referirse al hecho de desvelar una parte importante o crucial de un asunto, una película, obra literaria, etc. Así decimos, por ejemplo: «Dime de qué va la novela pero sin hacer spoilers»; «No te cuento más para no hacerte un spoiler», etc.

Pero es obvio que, antes de que se implantara el uso de spoiler en la lengua española, tendríamos alguna forma de referirnos a ese hecho de desvelar más de la cuenta. Y, en efecto, decíamos: «No me destripes la película que aún no la he visto»; o  «El bocazas de Pepito me ha reventado el final de la serie».

Como digo, hasta hace poco yo me preguntaba, intrigada, si no existiría en español la manera de decir eso mismo pero con un sustantivo en vez de con un verbo. Porque no se decía «No me hagas un destripe», ni «La reseña contiene destripes», ni nada semejante.

Y tampoco servía «aguafiestas», porque sólo se aplica a personas: «Pepito es un aguafiestas, me ha contado el final de la película».

Pues bien, no hace mucho, en un momento cualquiera, tuve una especie de revelación y me pregunté, de repente,  si la palabra inglesa spoiler y la española «expolio» tendrían un origen común o si estaría yo haciendo otra de mis habituales conexiones inconexas. Desde luego la semejanza entre ambas me pareció evidente, pero ya sabemos que la similitud entre dos palabras no siempre implica parentesco.

El caso es que después de que esa idea se presentara en mi cabeza como una visita que aparece sin avisar, no me quedó otro remedio que indagar un poco. Y así supe que «expoliar» (despojar, saquear) proviene del latín despoliare, que a su vez procede de spoliare (robar, saquear, y también descubrir o revelar),  de donde derivó «espolio», que después se transformó en «expolio».

Y a continuación comprobé fácilmente que spoil y por lo tanto spoiler proceden también, en efecto, de spoliare, por lo que no necesité más para saber que mi conexión  no había sido inconexa sino certera. 

Así pues, ya puedo decir con todas las de la ley frases como: «El prólogo del libro es un expolio total», o «Aviso, este artículo contiene expolios».

De todas maneras, el término spoiler está ya tan asentado en el habla española que no creo que nunca llegara a ser desplazado por «expolio», pero me da tranquilidad saber que en español tenemos este equivalente a nuestra disposición. Quién sabe si en algún momento nos puede venir bien.


dreamstime.com/roman soldier
Soldado romano dispuesto a spoliare

 

martes, 13 de agosto de 2024

El rudo erudito

Qué cosa más curiosa son las palabras.

A veces da la impresión —ya lo hemos dicho en ocasiones anteriores— de que tuvieran vida propia y tomaran decisiones conscientes, para sorprendernos, para reírse un poco de nosotros y para  hacernos saber que ellas son las que mandan.

Volví a pensar en todo esto hace poco, después de haber hecho una de esas conexiones inconexas que —como ya les he contado también otras veces— hago de vez en cuando, y que me hacen  tirar de un hilo suelto que acaba llevándome a una madeja compleja.

Y en este caso, ese hilo suelto fue la palabra «erudito», que por alguna razón estaba dando vueltas en mi cabeza. Me dije tontamente que «erudito» parecía un diminutivo, y que en caso de que lo fuera, la palabra original debería ser «erudo».  Ya ven ustedes las cosas a las que se dedica mi cerebro sin pedirme permiso ni nada.

El caso es que eso de «erudo» me dio risa, y pensé entonces que esta palabreja tontaina que acababa de inventarme estaba curiosamente cerca de «rudo», aunque sus respectivos significados no tuviesen mucho que ver. ¿O tal vez sí?

Entonces, claro, no tuve más remedio que indagar un poco en la cuestión, para ver si «rudo» y «erudito» estuvieran, por un curioso casual, emparentadas la una con la otra.

https://www.cervantesvirtual.com/portales/jose_cadalso/autor_biografia/
José Cadalso
(P. Castas Romero, 1855)

Y lo primero que aprendí es que «rudo», es decir, tosco, basto, o «que tiene gran dificultad para aprender lo que estudia», procede del latín rudis, «que está en bruto, sin pulir». Y que de rudis derivan, con toda lógica, «rudimento», que tiene el sentido de «primeros estudios de cualquier ciencia o profesión»,  y «rudimentario», que es aquello que está en sus inicios.  Por ejemplo: «Pepito se las da de experto en motores, pero sólo conoce los rudimentos de la mecánica». 
O «Me gusta la jardinería, pero sólo tengo conocimientos rudimentarios».

Pero lo que yo nunca hubiese esperado, a pesar de mis elucubraciones léxicas, es que de rudis derivase también, mire usted,  erudito. 

En efecto, «erudito», que es aquel que está «instruido en varias ciencias, artes y otras materias», es decir, el que es sabio, ilustrado, culto, proviene del latín eruditus, que es el participio del verbo erudire,  que significa "quitar la rudeza" o "desbastar".


Es decir, que el erudito es aquel al que se le ha quitado la rudeza; el que ha pasado de los rudimentos de una ciencia a conocerla con profundidad, y todo ello con un prefijo de nada. Convendrán ustedes conmigo en que mi invención de "erudo" tiene por lo tanto su lógica etimológica.

Pues bien, por muy interesante que me pareciera todo esto, resulta que lo mejor de mi rudimentaria investigación es que gracias a ella descubrí la maravillosa expresión «erudito a la violeta», que designa a aquel que solo tiene «una tintura superficial de ciencias y artes».

Quizá se pregunten ustedes, como me lo pregunté yo, de dónde procede esta exquisita locución, y puedo decírselo: procede de la obra Los eruditos a la violetaescrita en 1781 por el insigne don José Cadalso, quizá más conocido por sus Cartas marruecas.

Los eruditos a la violeta  es una obra satírica dedicada a los pedantes que sin saber de nada pretenden dárselas de conocedores de todo y se permiten opinar de todo, y tiene la graciosa forma de un curso en siete lecciones para convertirse en eso, en un erudito a la violeta, un sabelotodo de tres al cuarto.

Ya sólo me faltaba saber a qué se debe la denominación «a la violeta», y el propio Cadalso me lo explicó: es una alusión al perfume de violetas, que en la época era uno de los favoritos de aquellos frívolos sabiondos, petimetres con ínfulas de expertos.

Después de todo esto creo que podemos concluir que, en efecto, a veces el rudo y el erudito están muy cerca el uno del otro, y no sólo en lo etimológico.


httpsthesalonhost.combrief-history-of-salons
Ein Schubertabend in einem Wiener Bürgerhause (Julius Schmid, 1897) 

viernes, 12 de julio de 2024

¿Quién soy?



Para estos días estivales de bochorno y sopor, vengo a proponerles un juego que pretendo resulte sencillo, entretenido y ligero.

Como ya hicimos en alguna ocasión anterior y lejana, se trata simplemente de identificar a unos personajes literarios, clásicos y muy reconocibles, mediante una breve y fiable descripción escrita en primera persona.
Mark Twain House.org

Si les apetece jugar, como deseo, espero sus respuestas aquí detrás, en el saloncito de los comentarios. Y para que todos los participantes tengan las mismas opciones, la moderación de comentarios estará activada hasta el próximo día 27 de julio, en que volverán a ser visibles y conoceremos las soluciones.

Sin más, aquí están las pistas que nos dan sobre sí mismos nuestros personajes:


Personaje 1: 

Llevo poco tiempo casada, pero ya me he dado cuenta de que mi marido es un hombre muy aburrido. No tiene ambiciones, es pasivo, conformista. En cambio yo soy muy soñadora y aspiro a otra cosa, a otras experiencias, a otras emociones; quiero que mi vida sea como la de las novelas, y no soporto la idea de perder mi juventud en esta casita de pueblo, dedicada a limpiar y a cocinar para este marido insulso.

Hay un vecino del pueblo que me gusta, y yo le gusto a él. De hecho, hemos empezado una relación. Es todo lo contrario de mi marido: atractivo, elegante, apasionado y además rico. Él sí que podría darme la vida con la que sueño, una vida de bailes, cenas,  viajes, vestidos de lujo...

Estoy dispuesta a todo por él y se lo voy a demostrar.


Personaje 2:

Soy lo que se llama un veterano, y no solo porque ya tenga cierta edad, sino por la experiencia que he acumulado durante muchos, muchos años de profesión.

Tengo un enemigo que una vez intentó destruirme y que sigue dispuesto a acabar conmigo, pero yo voy a demostrarle que soy más fuerte, más inteligente y más tenaz, y que en mi trabajo no hay nadie mejor que yo.

Algunos dicen que no tengo piedad, que soy cruel, e incluso que me he vuelto loco, y que debería abandonar mi empeño porque no puedo ganar. Parece que no conocen la historia de David y Goliat.  

La cuestión es que mi voluntad es indomable, y cuando me propongo algo no me detengo hasta conseguirlo, me cueste lo que me cueste y caiga quien caiga.

 

Personaje 3:

Una vez hice un viaje maravilloso, lleno de aventuras, de circunstancias que eran nuevas para mí y que a veces incluso me asustaron un poco.

También me encontré con personajes muy curiosos, que de una manera u otra me ayudaron y me llevaron a conocer lugares y situaciones que de otra manera no habrían estado a mi alcance.

Lo cierto es que aprendí mucho sobre mí misma. Ese viaje me sirvió para descubrir mi propia identidad y para aprender a valerme por mis propios medios. En resumidas cuentas, el viaje me sirvió no sólo para descubrir nuevos mundos y realidades sino para madurar, para ganar confianza en mis capacidades y para darme cuenta de que no todo tiene que ser como dicen los demás. 



Personaje 4:

De mí se han dicho muchas cosas, todas feas. Precisamente cuando yo soy un esteta, un amante de la belleza y el arte.

Dicen que soy narcisista, hedonista, irresponsable; que busco el placer y la felicidad por encima de todas las cosas, sin plantearme las consecuencias ya sean buenas o malas, de mis actos. Dicen que soy inmoral, y que no tengo verdaderos sentimientos por nadie, ni siquiera por la joven a la que considero mi amada. 

Pero yo no distingo entre lo moral y lo inmoral. Lo único que distingo es lo que me proporciona felicidad y lo que no. Esto lo he aprendido de mi mentor, que me ha hecho ver que la sociedad pretende privarnos del placer y que estemos siempre angustiados, haciéndonos creer que nuestros deseos e impulsos naturales son algo indecente y punible.

Por eso yo hago lo que quiero, y si eso supone un perjuicio para alguien, no me importa, porque mi satisfacción está por encima de todo. 

¿Esto me convierte en un degenerado? Muchos dirán que sí, y que tarde o temprano tendré que enfrentarme a la corrupción de mi alma, pero lo que piensen los demás, ya saben, me es indiferente.


Biblioteca Real de Turín. Foto de Ángeles de los Santos



domingo, 23 de junio de 2024

Aniblogsario

En estos días se ha cumplido un nuevo aniversario de Juguetes del viento, y ya he perdido la cuenta de cuántos van. Bueno, es broma, sí sé cuántos van, y ahí está el archivo para confirmármelo: nada menos que dieciséis años.

A mí me da vértigo pensarlo, pero por otro lado me parece algo natural. Esto puede parecer una incoherencia, y quizá lo sea, pero así lo siento yo.

Digo que me produce vértigo porque dieciséis años son muchos para según qué cosas, y yo creo que para un blog son muchos.

Y por otro lado, digo que me parece algo natural porque, como ya he comentado en aniblogsarios anteriores, desde el momento en que nació Juguetes del viento, lo sentí como algo permanente, como algo que formaba parte de mi vida, de mis actividades habituales. Porque no surgió de una necesidad momentánea, ni de un capricho pasajero, ni de un interés temporal ni asociado a otras circunstancias. Este blog surgió como una expresión natural de mis intereses, y como un deseo intrínseco de comunicarme con otras personas a través de asuntos que forman parte inherente de mi persona. Y creo que ésa es la clave de la permanencia de los blogs, lo que hace que los mantengamos activos durante años.

No quiero decir con esto que otros blogs por ser menos duraderos sean menos valiosos. Esto de los blogs es, ante todo, una cuestión muy personal, y cada uno les da el uso que le resulta conveniente o necesario. Y obviamente la duración no lo es todo. La función que cumplan, para sus autores y para sus lectores, es lo que  más importa, y esa función puede verse cumplida en poco tiempo, sin que eso afecte a la calidad del blog.

En el caso de Juguetes del viento sin duda lo más importante no es que lleve activo más años o menos, sino sus lectores. Pero sí es muy importante el hecho de que muchos de esos lectores lleven muchos años acompañándome, algunos prácticamente desde el principio. Y eso no tengo forma de agradecerlo como merece.

Y también es muy importante que a lo largo de todo este tiempo no hayan dejado de llegar, para mi felicidad, lectores nuevos, lo cual influye muchísimo en que el blog siga activo. Por eso, aunque en los últimos tiempos mi ritmo de publicación se haya ralentizado, la ilusión permanece y se renueva con cada visita, con cada comentario.

Así pues, muchas gracias a todos ustedes, amables lectores, por su compañía, por sus aportaciones, por su presencia siempre enriquecedora y estimulante.


ancient writing


jueves, 6 de junio de 2024

Todo queda

 

Miguel y Antonio llevaban varios días observando las obras del pequeño edificio.

—Hay que ver, Miguel, la de años que vivimos tú y yo ahí, como buenos vecinos, y ahora nos encontramos los dos aquí, otra vez.

—Si es que todo queda, Antonio; aunque sea de una manera distinta, todo queda, nada se va para siempre.

—Y tanto que sí... —dijo Antonio, pensativo. Y añadió—: Yo creía que cuando ya no quedásemos ninguno de nosotros, la casa la echarían abajo enterita. Con lo antigua que es... Pero mira, respetan lo que es la fachada y la van haciendo nueva por dentro. Eso está muy bien, ¿eh?

—Sí, me alegra mucho ver mi balcón ahí, como siempre, y tu ventana debajo, con esas rejas tan bonitas.

—Cuántos recuerdos...

—Buenos y malos, ¿eh? No vayamos a ponernos sentimentales y a creer que todo era bueno entonces.

—No, claro, pero es mejor recordar las cosas buenas. Para qué volver a sufrir con las malas.

—Tienes toda la razón, Antonio.

—Y, por cierto, ¿te acuerdas de Encarnita, la del estanco?

—¡Hombre, no me voy a acordar!

Los dos se echaron a reír y un leve suspiro se les escapó del corazón.

—Es que me ha dado alegría ver que el estanco sigue abierto.

—Sí, pero la gracia sería que estuviera Encarnita.

—Pues quién sabe, igual aparece por aquí cualquier día, como nosotros.

—Ojalá —dijo Miguel,

Los dos amigos quedaron unos momentos en silencio, pensando y contemplando cómo la vieja casa en la que vivieron tanto tiempo atrás, Miguel solo y Antonio con su familia, iba rehaciéndose, reanimándose como un fantasma que va cobrando corporeidad.

—Oye —dijo Antonio entonces—, ¿a ti qué te parece todo esto?

—¿Lo de la casa?

—No, hombre, esto nuestro. Que estemos por aquí como si nada.

—Bueno, como si nada tampoco. Pero vamos, que me parece estupendo.

—¿Pero no te intriga? ¿No te parece raro?

—Sí, desde luego... pero me lo tomo tal cual, como uno de tantos misterios que tiene la vida.

—Pues tienes toda la razón, Miguel. Las cosas son como son, y si no está en nuestra mano el comprenderlas, por algo será.

—Equilicuá. Eso de darles vueltas a las cosas se queda para los filósofos, que ellos sabrán si les trae cuenta pensar tanto.

—Bueno, Miguel, entonces, hasta mañana, ¿no?

—Se supone que sí. Hasta mañana.

Y en un instante los dos amigos dejaron de estar donde habían estado hasta ese momento, aunque nadie hubiese reparado en su presencia.

 

pixabay.com


sábado, 4 de mayo de 2024

El oniro

Hace unos años, en el Museo de Documentos Únicos, de Tibania, tuve ocasión de leer la transcripción de un breve manuscrito del siglo XVI sobre el oniro. 

El texto dice así: 

El oniro (del griego oneiros, “ensueño”) es un animal nocturno, silencioso y muy tímido, muy difícil de ver. Por esta razón muchos dudan de su existencia, pero  el oniro se menciona en leyendas y narraciones tradicionales desde el siglo XI.

El oniro es tal vez mamífero, y se dice de nariz chata, orejas pequeñas, ojos grandes y pelaje suave de color azulado; del tamaño de una ardilla y de peso de alrededor de un tríbolo. Se cree que puede vivir hasta siete años  y habita en los bosques de Tíbanis.

Quienes han visto algún oniro lo han juzgado inofensivo, pues no tiene garras y sus dientes son pequeños y planos. Los utiliza únicamente para sujetar a sus crías y transportarlas en situaciones de peligro, tales como acecho de depredadores o inundación de la madriguera.

No se conoce cómo se reproduce, pero hay indicios de que la gestación de los oniros se produce durante el sueño. Un día al año los oniros sueñan con sus crías y cuando despiertan las tienen a su lado. 

Se cree que el oniro se alimenta de las canciones que las madres cantan a los niños en la cuna, y algunas personas aseguran haberlos visto  arrimados a las cabañas de los bosques, en la oscuridad, mientras en el silencio de la noche se oía una nana.


night forest pixabay.com



domingo, 24 de marzo de 2024

La señora Malaprop

Hace unos meses hablamos aquí de la onomaturgia, que, como quizá recuerden ustedes, es el término con el que se alude a la creación de palabras nuevas, con la particularidad de que los creadores de esos neologismos son personas concretas, que están identificadas y reconocidas.

Poníamos varios ejemplos, como el de Bruno Migliorini, que acuñó precisamente la palabra onomaturgia; el de Johannes Hofer, creador de nostalgia, o el de Unamuno, que creó el término cocotología para designar el arte de hacer pajaritas de papel.

Son, como decíamos entonces, palabras con partida de nacimiento, porque sabemos quiénes son sus progenitores y también en que momento y circunstancia tienen su origen.

La cuestión es que hace unos días estuve pensando en una palabra curiosa que puede considerarse también un ejemplo de onomaturgia, pero en este caso, la palabra, además de por su origen onomatúrgico, me interesa como concepto lingüístico y por sus connotaciones humorísticas.

Universidad de Illinois louisa-drew-nee-lane-as-mrs-malaprop-dpla-ac421858f198c20bbb8241bd44819104-d7874c-640

Me refiero al término malapropismo. Un malapropismo (del inglés malapropism)   se produce cuando utilizamos una palabra en lugar de otra con la que tiene semejanza fonética, es decir, que suena casi igual pero cuyo significado es muy distinto, por lo que la mayoría de las veces ese baile de palabras produce un cómico resultado.

Esas palabras que suenan muy parecidas entre sí se denominan técnicamente parónimos, aunque en este blog en particular las llamamos parejas complejasya saben, esos casos de contaminación fonética que hemos ido consignando aquí a lo largo del tiempo y que tan buenos ratos nos han deparado.

El nombre de malapropismo proviene de un personaje literario, la señora Malaprop, de la comedia The Rivals, escrita en 1775 por el dramaturgo irlandés Richard Brinsley Sheridan. El autor construyó el apellido de su personaje a partir de la expresión francesa mal á propos (inoportuno, inadecuado, fuera de lugar).

Y es que la pomposa señora Malaprop se caracteriza por equivocarse mucho con las palabras, confundiendo unas con otras de sonido similar.  Por ejemplo, dice pineapple (piña) en vez de pinnacle (cumbre); allegory (alegoría) en vez de alligator (caimán); epitaph (epitafio) en vez de epithet (epíteto), etc.

Por lo tanto, cuando oigamos a alguien decir  que tiene modorra del pueblo del que es orondo  podremos acordarnos con una sonrisa de la señora Malaprop. Igual que si alguien dice que le saturaron una herida,  o que Fulanita está hecha una sífilis, o que va a comprarse un traje de ibuprofeno para bucear.

En efecto, estos errores, estos malapropismos, resultan muy divertidos, aunque no tienen tanta gracia cuando quienes los comenten no son personajes literarios ni personas de la calle, sino quienes tienen el lenguaje como herramienta profesional. Es el caso de esos reporteros, comentaristas o presentadores de televisión que nos informan, por ejemplo, de que la policía había detenido a una señora que no dejaba de proliferar gritos en la calle; o de que las pruebas de un delito se habían examinado hasta la extremaunción. Y es que algunos dicen cosas con las que yo me quedo putrefacta...


Pixabay.com Abstract background

 

miércoles, 6 de marzo de 2024

La ciudad mirífica

No es ignota ni remota, no es oculta ni lejana,

ni apartada ni secreta, pero se guarda discreta

de la vorágine humana.

Es librera y literaria, es latina y palatina,   

es sobria y es soberbia, majestuosa y sensata,

recatada, imponente, decimonónica y resurgente.

Es egipcia y medieval, animálica y florística,

es sabrosa y olorosa, taurina y motorística.

Es histórica y simbólica,

es mítica y alegórica,

es mística y mitológica.

Es artística, es barroca, es romántica y sencilla,

monuméntica y cinemática, victoriosa y rebeldista.

Es verde y roja y blanca, es azul y coronada,

por arriba se asoma al cielo,

por abajo se aleja cercana,

y un río majestuoso le da reflejos de plata.


Turín


jueves, 15 de febrero de 2024

Una historia sin escribir


Daniel siempre pensaba en leer durante el trayecto a la universidad, aunque casi nunca llegaba a sacar ningún libro, porque observar a los pasajeros del metro le gustaba incluso más que leer. «Es como contemplar a los personajes de una historia que todavía no está escrita», habría  dicho si alguien le hubiera preguntado por qué.

Los observaba con atención pero con prudencia, e imaginaba detalles sobre sus personalidades, sus ocupaciones, sus sueños y sus desengaños. «Sí, a veces, pero otras veces dicen la verdad», habría respondido si alguien le hubiera dicho que las apariencias engañan.

Aquella mañana, cuando estaba en plena observación de pasajeros, las circunstancias cambiaron de repente. Un apagón desconectó la mirada de Daniel, como si ante sus ojos hubiera caído un telón negro. El tren se detuvo con descortesía, y al momento empezaron los gritos y las exclamaciones de preocupación y de enfado.

—¡Ay, por Dios, qué miedo! —dijo una voz aguda.

«Debe de ser la chica de la bufanda rosa», pensó Daniel.

—¡Un atentado, seguro que es un atentado!

«La mujer de las gafas de sol gigantes».

—¡Señora, haga el favor, no empeore las cosas diciendo tonterías!

«Seguramente, el muchacho de los pantalones rotos y el monopatín».

—Bueno, bueno, tranquilidad. No es más que un apagón, en seguida lo arreglarán, y si no, nos pasarán a otro tren y ya está.

«Ése es el del traje azul y la cartera».

Otras voces informaron de que las puertas estaban bloqueadas, de que estaban atrapados en el vagón. Se oyeron más gritos y golpes en las puertas. La voz del traje azul volvió a pedir tranquilidad y paciencia, asegurando que sería cuestión de esperar unos minutos.

—Cállate, tío listo, tú qué sabes.

«El del monopatín tiene ganas de bronca...»

Unos minutos después volvió la luz y las puertas de salida se abrieron con sosiego. Los altavoces pidieron disculpas, rogaron a los pasajeros que salieran al andén con calma e informaron de que continuarían viaje lo antes posible.

Mientras Daniel se ponía de pie y cogía su mochila, vio a la joven de la bufanda rosa, que se apresuraba a salir mientras decía:

—¡Ay, por Dios, qué miedo! Menos mal que ha sido poco rato.

Y entonces vio a la mujer de las gafas gigantes que hablaba con otro pasajero:

—Es que, con las cosas que pasan —decía—, enseguida piensa una en un atentado.

Daniel sonrió. A su lado, ya en el andén, el hombre del traje azul y la cartera refunfuñaba:

—Un atentado, decía la tía lista...

—Bueno, bueno, tranquilidad, por suerte no ha pasado nada —le dijo el chico del monopatín.

Daniel volvió a sonreír al tiempo que se colocaba la mochila al hombro. «Los personajes y sus apariencias», habría dicho si alguien le hubiera preguntado en qué pensaba.


pixabay.com  baker street underground