Hace
unos días un amigo me ha regalado dos libros suyos, es decir, dos libros que él
tenía. Ya los leyó hace tiempo y pensando que me podrían gustar ha querido que
los tenga yo en vez de dejarlos olvidados en un estante.
Están
un poco ajados y uno de ellos tiene su nombre escrito y algunas frases
subrayadas. Mi amigo se disculpó por esto, pero yo le dije lo que ya hemos comentado
aquí en otras ocasiones:
que los libros usados tienen un encanto especial, porque llevan la huella de
alguien, porque tienen vida dentro.
El
caso es que este asunto de los libros de segunda mano me recordó un pasaje de
un libro que tengo entre mis favoritos y que dice así:
“Parece
tan nuevo y flamante como si nadie lo hubiera hojeado nunca, pero alguien lo ha
leído: se abre espontáneamente por sus pasajes más bellos y el fantasma de su
anterior propietario me señala párrafos que jamás he leído antes.”
(Helen Hanff. 84 Charing Cross Road )
Como
este parrafito me daba la razón, me reafirmé en mi teoría y me reafirmé también
en que mi fea costumbre de subrayar los libros y poner marcas (a lápiz,
eso sí) en las partes que más me gustan, no es tan mala después de todo.
Sé
que hay personas a las que les gusta mantener sus libros impolutos; que se
lavan las manos antes de ponerse a leer; que apenas los abren para que no les
queden estrías en el lomo, y que por supuesto jamás les pondrían una marca ni
siquiera a lápiz.
Pero
a mí me parece que los libros no son solo para leer su contenido, sino para
disfrutarlos del todo, para tratarlos con familiaridad, para sentirse cómodos
con ellos. No se trata de maltratarlos, por supuesto, sino de no andarse con
remilgos. El buen trato no está reñido con la confianza.
Entonces
pensé en lo agradable que es leer así, manteniendo una relación cordial con el
libro, porque así su contenido fluye dentro de nosotros sin inconvenientes, sin
estorbos, y a su paso va dejando sin contratiempos sus efectos beneficiosos, que a veces hasta podemos notar físicamente y que
se quedan con nosotros como parte ya de nuestra persona.
Mientras
pensaba en esto, y después de colocar el libro en su sitio, oí la vocecilla de
uno de esos duendes que viven en las estanterías (que sí, que sí, que es
verdad), y que me señalaba otro pasaje que, a juicio del duende, podría
gustarles a ustedes.
El
pasaje en cuestión es uno que habla precisamente del placer de la lectura:
“Ese
placer es tan curioso, tan complejo, tan intensamente fecundo para la mente de
cualquiera que lo disfrute y tan copioso en sus efectos, que no resultaría en
absoluto sorprendente descubrir […] que la razón por la que hemos salido de las
cuevas y soltado los arcos y las flechas […] no es otra sino esta: hemos amado
la lectura.”
(Virginia Woolf. Leer
o no leer)
Y entonces
recordé haber leído otro párrafo de otro libro en el que también se hacía
referencia a esto de lo que estamos hablando. ¿Dónde era? Y sin mucha dilación el
duende me señaló el libro y el párrafo que yo quería:
“Porque la lectura de estos libros parece
ejercer sobre nuestros sentidos un curioso efecto balsámico; nos hace ver las
cosas con mayor intensidad; parece despojar al mundo de un velo y dotarlo de
una vida más intensa.”
Sin
duda, los subrayados de los libros, las marcas que en ellos deja el uso, son
señales de aprovechamiento, pruebas del
servicio que prestaron, signos de que no
pasaron sin más por las manos de quien los leyó.
Así
que yo seguiré encontrando interesantes los libros usados y pensaré que los que
hoy son míos quizá un día sean de alguien a quien también le guste ver en
ellos las huellas que dejé yo.
Y
mientras tanto, subrayaré y señalaré los pasajes que más me gustan, más que
nada para facilitarles el trabajo a los duendes.
Los fragmentos corresponden a
las siguientes ediciones:
- Helen Hanff. 84 Charing Cross Road . Anagrama, 2002
- Virginia Woolf. Leer o no leer y otros escritos. Abada Editores, 2013
- Virginia Woolf. Una
habitación propia. Alianza
Editorial, 2012