Hace unos meses hablábamos aquí, bajo los títulos ‘Viva el lenguaje’ y ‘En efectivo’, de esas palabras que se unen en parejas para fastidiarnos, para dejarnos en mal lugar –bueno, y también para divertirnos- porque se prestan fácilmente a que las confundamos, a que tomemos unas por otras y nos pase como al chiquillo que dijo en efectivo cuando lo correspondiente era en efecto.
Y, en efecto, hay muchos de esos dúos difíciles, complejos, que se usan a veces al revés, a veces indistintamente, sin percatarnos de que, obviamente, no significan lo mismo ni se emplean en los mismos contextos.
Está claro que con estas traicioneras palabritas hay que tener cuidado, pero sobre todo, hay que ser especialmente cauto cuando pretendemos resultar finos y cultivados, porque hablar de temas cultos y usar mal las palabras, es una paradoja que deja en un lugar poco grato a quien las pronuncia.
Recientemente, el autor de un artículo supuestamente erudito, hablaba de “Don José Moreno de Alba, filólogo inminente”. Y una de dos: o don José Moreno de Alba se va a convertir en filólogo de un momento a otro –cosa difícil-, o el firmante del texto debería haber dicho “filólogo eminente”. Yo voto por la segunda opción: se trata de un resbalón digno de un premio Gamba.
Con esta pareja de palabras también se da el caso contrario. En una ocasión alguien me contó que en un edificio que se encontraba en muy mal estado, habían colocado un cartel que decía: “Peligro. Ruina eminente”. O sea, que el edificio se iba a venir abajo en cualquier momento, pero, eso sí, con mucha categoría.
Así que cuidadín con estas dos:
inminente: que amenaza o está para suceder prontamente.
eminente: que descuella entre los demás, que sobresale y aventaja en mérito [...] u otra cualidad.
Yo me reí mucho cuando leí que un estudiante había dicho en un examen que Camilo José Cela “fue embestido Doctor Honoris Causa”.
Y hay que reconocerlo: embestir e investir tienen muy mala idea. Pero fijémonos bien tanto en el significado como en la ortografía:
embestir: ir con ímpetu sobre algo o alguien.
investir: conferir una dignidad o cargo importante.
¿Y qué hacemos con salubre y salobre; canónigo y canónico; glacial y glaciar? Pues muy fácil: en caso de duda, consultar el diccionario, que para eso está, aunque muchos no lo saben.
salubre: bueno para la salud.
salobre: que tiene sabor a sal.
canónigo: eclesiástico que tiene una canonjía; que pertenece al cabildo.
canónico: con arreglo a las disposiciones eclesiásticas (aunque este término se utiliza también en otras disciplinas).
glacial: helado, muy frío.
glaciar: masa de hielo que se desliza lentamente.
De lo cual concluimos que un glaciar es glacial; que un canónigo es canónico, y que las aguas salobres no son salubres.
Y, en efecto, hay muchos de esos dúos difíciles, complejos, que se usan a veces al revés, a veces indistintamente, sin percatarnos de que, obviamente, no significan lo mismo ni se emplean en los mismos contextos.
Está claro que con estas traicioneras palabritas hay que tener cuidado, pero sobre todo, hay que ser especialmente cauto cuando pretendemos resultar finos y cultivados, porque hablar de temas cultos y usar mal las palabras, es una paradoja que deja en un lugar poco grato a quien las pronuncia.
Recientemente, el autor de un artículo supuestamente erudito, hablaba de “Don José Moreno de Alba, filólogo inminente”. Y una de dos: o don José Moreno de Alba se va a convertir en filólogo de un momento a otro –cosa difícil-, o el firmante del texto debería haber dicho “filólogo eminente”. Yo voto por la segunda opción: se trata de un resbalón digno de un premio Gamba.
Con esta pareja de palabras también se da el caso contrario. En una ocasión alguien me contó que en un edificio que se encontraba en muy mal estado, habían colocado un cartel que decía: “Peligro. Ruina eminente”. O sea, que el edificio se iba a venir abajo en cualquier momento, pero, eso sí, con mucha categoría.
Así que cuidadín con estas dos:
inminente: que amenaza o está para suceder prontamente.
eminente: que descuella entre los demás, que sobresale y aventaja en mérito [...] u otra cualidad.
Yo me reí mucho cuando leí que un estudiante había dicho en un examen que Camilo José Cela “fue embestido Doctor Honoris Causa”.
Y hay que reconocerlo: embestir e investir tienen muy mala idea. Pero fijémonos bien tanto en el significado como en la ortografía:
embestir: ir con ímpetu sobre algo o alguien.
investir: conferir una dignidad o cargo importante.
¿Y qué hacemos con salubre y salobre; canónigo y canónico; glacial y glaciar? Pues muy fácil: en caso de duda, consultar el diccionario, que para eso está, aunque muchos no lo saben.
salubre: bueno para la salud.
salobre: que tiene sabor a sal.
canónigo: eclesiástico que tiene una canonjía; que pertenece al cabildo.
canónico: con arreglo a las disposiciones eclesiásticas (aunque este término se utiliza también en otras disciplinas).
glacial: helado, muy frío.
glaciar: masa de hielo que se desliza lentamente.
De lo cual concluimos que un glaciar es glacial; que un canónigo es canónico, y que las aguas salobres no son salubres.