domingo, 30 de diciembre de 2018

Que hablen ellos (como es tradición)



En diez años da tiempo a muchas cosas, por ejemplo a que un blog origine sus propias tradiciones.
Y una de las tradiciones de este blog es que cuando empieza un nuevo año invitamos a unos cuantos amigos para que compartan con nosotros un poco de su sabiduría; para que  nos dejen ideas y palabras edificantes sobre asuntos que son a la vez sencillos y muy complejos, comunes y primordiales.

Este año han venido a la cita luminarias como Nuccio Ordine, John Cheever, Ray Bradbury, Ana María Matute y Stefan Zweig, y nos han traído palabras que tratan sobre la necesidad de formarse un criterio personal, sobre la trascendencia de las cosas pequeñas y sobre el disfrute de la vida.

Así, Nuccio Ordine nos habla de la importancia de tener una opinión propia, en vez de acatar sin más lo previamente aceptado por la mayoría, aunque lo primero sea mucho menos cómodo:

 … en un mundo en el que a la gente le gusta escuchar sólo las presuntas “verdades” aceptadas pasivamente […] es mucho más fácil recurrir a las opiniones generalizadas; hacerse una propia requiere esfuerzo, estudio, reflexión. Los prejuicios, en suma, son a menudo hijos de la ignorancia.
-Nuccio Ordine, 2016-


Con su poético estilo, Ray Bradbury nos advierte de un peligro que nos acecha desde bien pronto: el peligro de quedarnos sin  la ilusión, la  naturalidad y la capacidad de maravillarnos y disfrutar que tenemos de niños,  precisamente por aceptar las opiniones ajenas y amoldarnos a ellas:

Hacia los catorce o quince años mucha gente ya ha sido apartada de sus amores, de sus gustos antiguos e intuitivos, uno a uno, hasta que al llegar a la madurez no les queda nada de alegría, de garra, de entusiasmo, de sabor. Las críticas ajenas, y las propias, los han hecho sentir incómodos. Cuando a las cinco de una oscura y fría mañana de verano llega el circo y suena el organillo, en vez de levantarse y salir corriendo se remueven en sueños, y la vida pasa de largo.
-Ray Bradbury, 1994- 


Por su parte, las palabras de John Cheever nos invitan a celebrar el hecho de estar vivos, de vivir en un mundo asombroso, de formar parte de un universo colosal, lo que nos hace insignificantes y grandes al mismo tiempo; y de tener la capacidad de amar, que no es otra cosa que apreciar y valorar la vida:

El cielo estaba despejado aquella mañana y puede que todavía hubiera estrellas, aunque no las vio […] Lo que lo conmovió fue la sensación de esos mundos en torno al nuestro; por muy imperfecto que sea nuestro conocimiento de su naturaleza, tenemos la sensación de que poseen un ápice de nuestro pasado y de nuestras vidas futuras. Era esa poderosa sensación de que estamos vivos en el planeta. Era esa poderosa sensación de qué singular, en la inmensidad de la creación, es la riqueza de nuestra oportunidad. La sensación de que esa hora era un privilegio exquisito, el gran regalo de vivir aquí y de renovarnos por el amor. ¡Esto parecía el paraíso!
-John Cheever-


Ana María Matute nos dice algo que actualmente se repite mucho, pero que se olvida con frecuencia; y es que los momentos pequeños, aparentemente intrascendentes, son los que a la larga más importan.  Quizá sea porque las grandes emociones, las grandes impresiones, son eso, demasiado grandes para nosotros, nos abruman y nos sobrepasan:

¿Sabéis, muchachos? No creáis que al morir recordaréis hazañas, ni sucesos importantes que os hayan ocurrido. No creáis que recordaréis grandes aventuras, ni siquiera momentos felices que aún podáis vivir. Sólo cosas como ésta: una tarde así, unas copas de vino, esas rosas cubiertas de agua.
-Ana María Matute, 1959-


Para terminar, Stefan Zweig nos habla también de la felicidad, de la sencilla y cotidiana que podemos disfrutar solos,  y de la extraordinaria, la que nos desborda, la que, al igual que las penas, conviene compartir:

Pero ¿qué voy a hacer con mi alegría? Es demasiado grande para mí solo. Estoy acostumbrado a dosis más pequeñas: suelo compartir mis noches con un libro, con un amigo, con una buena carta o con un poco de música. En eso consiste para mí la felicidad. Cuando sobrepasa estas dosis no sé qué hacer con ella. Me gustaría compartirla con alguien.
-Stefan Zweig, 1941-

*

Ojalá durante este nuevo año todos podamos vivir así, con  verdad, con ilusión, con felicidad, ya sea grande o pequeña; apreciando la bondad y la belleza del mundo, ya sea en buena compañía o en buena soledad; y teniendo siempre cerca palabras que nos inspiren, nos guíen y nos alienten. 


campo de amapolas, foto de Manuela


Las citas corresponden a las siguientes ediciones:
-Nuccio Ordine. Classici per la vita ( La nave di Teseo, 2016)
-Ray Bradbury. Zen en el arte de escribir (Minotauro, 2002). Traducción de Marcelo Cohen.
-John Cheever. ¡Oh, esto parece el paraíso! (Debolsillo, 2018). Traducción de Maribel de Juan.
-Ana María Matute. Primera memoria (Austral, 2018).
-Stefan Zweig. Clarissa (Acantilado, 2017). Traducción de Marina Bornas Montaña. 

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Costumbres navideñas


En 2018 Juguetes del viento ha cumplido diez años, y para celebrar la historia del blog estamos recuperando algunas entradas. Ésta fue publicada originalmente el 22 de diciembre de 2009.


Mi vecina tiene un Papá Noel colgado en el balcón, como mucha gente. Pero la diferencia es que mi vecina lo tiene colgado desde el año pasado. El muñecajo ha pasado los doce meses ahí, a la intemperie, con lo que eso conlleva. Y debe de ser el único Papá Noel del mundo que ha visto pasar bajo sus pies las procesiones de Semana Santa. Lo cual por cierto, configura una imagen digna de una película de Tom Cruise.
Me imagino a mi vecina, llegado el momento este año de sacar las decoraciones navideñas, diciendo "¿Y dónde está el papanué?" Y habrá ido a comprar otro, claro, porque a estas alturas, si no hay muñeco en el balcón, parece que no es Navidad.

No me explico yo por qué algunas modas arraigan en la población de tal manera que en seguida se convierten en tradición.
Pero ésta del adefesio balconero no es la única costumbre que me asombra. También me deja pensativa y con ganas de consultar a un antropólogo esa otra moda que yo llamo "los balcones histéricos". Consiste ello en adornar -es un decir- balcones, ventanas y terrazas con unas tiras luminosas, unas ristras de bombillitas de colores metidas en una especie de manguera.
La idea primigenia es colocar dichas mangueras luminosas siguiendo el contorno del balcón, la ventana o la terraza que se desea decorar, y que cuando se enciendan proporcionen una iluminación armoniosa y alegre. 
Pero un gran número de ciudadanos hace una interpretación libre del invento, y el resultado suele ser espantoso: balcones llenos de tirajos arrugados, colocados sin ton ni son, enganchados aquí y allá en completo desorden, y que se encienden y se apagan, parpadean y tiemblan sin orden ni concierto, sin ritmo y sin sentido, creando un efecto de balcón electrocutado que da pavor.

Tampoco me explico yo la pasión navideña por el petardo. ¿A qué se deberá ese gusto por el explotío? ¿Será para sacar de quicio al prójimo? ¿O será por la emocionante posibilidad de chamuscarse algún miembro?

Sea por lo que sea, la única conclusión a la que yo llego, observando estas usanzas, es que a buena parte de la humanidad le encanta el ruido, las luces estridentes, los colorines y el feísmo.
Observen un poco y verán. Casi todo lo que se convierte en moda rápidamente es feo, o chillón, o ruidoso. O todo a la vez. Y observen que en general las celebraciones, públicas o privadas, religiosas (si es que queda alguna) o laicas,  llevan aparejados el ruido, la matraca y la estridencia.
¿A qué se deberá?



***
Muchas gracias a todos ustedes por la compañía, la alegría y la sabiduría que me han regalado durante un año más, éste que acaba. Para 2019 les deseo a todos mucha felicidad, y espero que sigan acompañándome. 
Besos y abrazos,
Ángeles.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Cóctel de títulos. La solución


En primer lugar quiero agradecerles a todos ustedes su amable y simpática participación en el juego que les propuse en la entrada anterior.
Como recordarán, la propuesta partía de tres títulos inventados a partir de seis títulos de obras reales; tres libros inexistentes con un argumento cada uno. De esos tres argumentos, dos de ellos eran también inventados y sólo uno de ellos real, correspondiente a una novela verdadera. El juego consistía, claro está, en que intentasen ustedes adivinar o intuir cuál de esos argumentos era el real, y además les pedí que me dijesen cuál de los tres era el que más les gustaba.

Pues bien, casi todos ustedes han acertado en la elección de la historia verdadera, que es la que denominamos “Diario íntimo de la vida” (la niña que va a vivir con su dominante abuela y que no desea hacerse adulta), y que en realidad es el argumento de la novela Primera memoria, de Ana María Matute.

En concreto, Sara, Macondo, Chafardero, Albada, Chaly, Toro Salvaje, MJ y Marisa, apostaron por esta opción, así que felicidades a todos por su tino.
En cambio, JuanRa y Metalsaurio votaron por “Una vida ambulante” como argumento real, y Guille por  “Memorias de un vestido azul”. Gracias a los tres por considerar realistas estas opciones.

Por otra parte, casi todos los participantes que han expresado su preferencia por alguno de los argumentos, han elegido como favorito uno de los dos inventados, lo cual me congratula grandemente.
Haciendo el recuento de votos obtenemos que “Una vida ambulante” ha sido el favorito de Sara, Macondo y Marisa, mientras que “Memorias de un vestido azul” es el que más les ha gustado a JuanRa, Conxita,  MJ y Metalsaurio. Sólo Chafardero eligió como favorito el argumento de "Diario íntimo de la vida".
Por último, cabe señalar que tanto Rick como Beauséant nos dejaron también favorables impresiones, pero sin decantarse por ninguna historia en particular.

De nuevo y como siempre, muchas gracias a todos por hacerme pasar tan buenos ratos con su presencia aquí. 


domingo, 2 de diciembre de 2018

Cóctel de títulos



Quizá recuerden algunos de ustedes un juego al que hemos jugado en ocasiones anteriores. Consiste la cosa en mezclar títulos de libros para obtener títulos nuevos. Como quien mete varios ingredientes en una coctelera para obtener un combinado.

Por ejemplo, si mezclásemos La casa de los veinte mil libros, de Sasha Abramsky, con La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel, obtendríamos La casa del señor Lihn. O si combinásemos Noches en el Alexandra, de William Trevor, con Una ciudad asediada, de Margaret Oliphant, el resultado sería Noches en una ciudad asediada.

Y quiza recuerden también que la primera vez que jugamos a esto, los títulos inventados nos hicieron imaginar qué libros podría haber detrás de ellos, qué historias podrían contar esos libros inexistentes. 
De modo que en posteriores entradas pasamos a la acción, pero no sólo imaginando argumentos para nuevos títulos inventados,  sino además añadiendo un juego de adivinanzas.

Y eso es lo que vengo a proponerles hoy de nuevo. Yo les daré tres títulos inventados a partir de seis títulos verdaderos, y a cada uno de los títulos inventados le adjudicaré un argumento, una historia. Pero de esos tres argumentos, dos son inventados  por mí, y uno corresponde a una novela real, existente y verdadera. Por lo tanto el juego consiste en que ustedes intenten descubrir cuál de esos tres argumentos es el real.
No pretendo, claró está, que reconozcan ustedes la historia y me digan a qué obra pertenece. Se trata simplemente de adivinar.
Y creo que también sería interesante que dijeran ustedes cuál es su argumento favorito, así podríamos saber si los inventados resultan suficientemente atractivos como para que pudieran ser una novela verdadera.

Así que si les apetece jugar, y yo espero que sí, éstos son los títulos que han surgido de mi coctelera literaria y el argumento que he adjudicado a cada uno. En esta ocasión, como peculiaridad, los tres tienen el nexo común de una niña que llega a una nueva casa. Espero que les gusten:

-Combinando Diario íntimo de Sally Mara, de Raymond Queneau, y La vida ante sí, de Roman Gary, obtuve Diario íntimo de la vida.

Ésta podría ser la historia de una niña que ha perdido a sus padres y ha de ir a vivir a casa de unos familiares. Su abuela, una mujer dominante y severa, dirige la vida de los demás miembros de la familia y tiene influencia en otras personas de su entorno. La niña observa y analiza a su modo las actitudes  y comportamientos de las personas cercanas, familiares y vecinos; y poco a poco va descubriendo los secretos del mundo adulto, al que sabe que pertenecerá dentro de no mucho tiempo y del que no quiere formar parte.

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-La mezcla de La librería ambulante, de Christopher Morley, y Una vida, de Maupassant, dio lugar, claro,  a Una vida ambulante.

Esta novela podría tratar de un anciano y su nieta de seis años, que han dejado su vivienda anterior y  acaban de instalarse en un pequeño  apartamento de la ciudad. El anciano no tiene amigos y su única compañía es su nieta.  La niña es tan graciosa y tan sociable que en poco tiempo se gana el afecto y la simpatía de los vecinos, de sus compañeros de escuela y de su maestra. Gracias a eso el abuelo también se vuelve más sociable, menos solitario y más alegre.
Pero con el tiempo las cosas empiezan a cambiar:  la maestra y los vecinos sospechan que algo extraño ocurre, porque la niña, en tres años, no ha cambiado nada en absoluto, y en vez de nueve años sigue aparentando seis. Entonces el abuelo decide que es el momento de volver a mudarse.

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-Por último, al mezclar El vestido azul, de Michèle Desbordes, y Memorias de un tramposo, de Sacha Guitry, surgió Memorias de un vestido azul.

Aquí podríamos tener la historia de una niña que encuentra un vestido azul en el desván de la nueva casa a la que se ha mudado su familia. Pero no es lo único que encuentra, porque al sacar el vestido del baúl ve que entre los pliegues de la tela hay un libro. En realidad el libro es un diario, en el que alguna otra niña, tiempo atrás, fue anotando lo que le ocurría, lo que hacía, veía, pensaba y aprendía cada vez que llevaba puesto ese vestido azul.
Nuestra protagonista decide hacer lo mismo que la anterior dueña del vestido,  y descubre que cada vez que se pone ese vestido ocurre en efecto algo digno de anotar en el diario.

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Espero sus respuestas. Muchas gracias por participar.