lunes, 27 de junio de 2022

La isla de las emociones

En estos días veraniegos Juguetes del viento ha celebrado su decimocuarto aniblogsario. Es lo que se llama un blog persistente. Y para celebrar estos catorce años me gustaría recordar junto con ustedes, que tanto tienen que ver con la perdurabilidad de este espacio,  una de las muchas entradas que conforman la historia del blog. Espero que les guste y que sigan acompañándome como hasta ahora, aunque yo no sepa expresar cuánto agradezco su presencia y cuánto me inspira

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Yo sólo creo en los cuentos/nunca apuesto por la verdad,
sé que la vida es un sueño/pero el libro es real.
Yo no confío en los hechos/no me pone la realidad
es más fuerte un solo poeta/que una tropa vulgar.
(Conde. El último de los creyentes)


No hace mucho, leyendo La educación sentimental de Flaubert, volví a comprobar  que las novelas están escritas para cada uno de nosotros, para decirnos algo que nos hace falta o nos conviene saber.

En esta ocasión en particular, al leer determinados pasajes de la novela he comprendido lo que una persona allegada a mí me decía hace unos meses y que yo no llegaba a entender. Y en general, leyendo las vicisitudes de los protagonistas de la historia he visto reproducidas actitudes ajenas y propias y he comprendido con claridad el porqué de unas y  las repercusiones de otras.

Estos efectos que tienen las novelas, las historias en general, los constatamos en muchas ocasiones. Cualquier persona que tenga el hábito de leer ficción, especialmente lo que solemos llamar “gran literatura”, habrá tenido esa sensación de que la historia parece escrita expresamente para quien la lee; de que el autor, con lo que le cuenta, le da pistas para entender mejor las relaciones humanas y por lo tanto le ayuda a vivir mejor.

Que un escritor nos hable a nosotros personalmente, a través del tiempo, de los siglos incluso, puede parecer cosa esotérica o ensoñación de mentes románticas. Y puede que incluso nos guste considerar que así es. Pero lo cierto es que esto tiene fundamento científico.

Parece ser que nuestro cerebro se maneja mejor con los cuentos que con los hechos, como dice el poeta. Y es que recordamos mejor, entendemos mejor y aprendemos más de aquello que se nos cuenta con estructura narrativa y con personajes que actúan e interactúan entre sí. En cambio, la mera información  sobre  hechos determinados deja en nuestro cerebro una impresión mucho más leve y pasajera.

¿Y por qué ocurre esto? Cuando nos hablan o leemos sobre cualquier asunto, las palabras mediante las cuales recibimos esa información llegan a  las áreas del cerebro encargadas  de procesar el lenguaje. Entendemos el mensaje, pero  ya está.

Sin embargo, cuando nos narran una historia se ponen en funcionamiento no sólo esas áreas que procesan el significado de las palabras sino también otras áreas que  se activan cuando experimentamos en la vida real hechos similares y las emociones correspondientes.

Dicho de otro modo, nuestro cerebro no establece diferencias entre las sensaciones y sentimientos que experimentamos en la vida real y los que experimentamos a través de una historia. Y nos identificamos con los personajes y las situaciones porque recibimos esa “sensación de realidad”, e incluso la asociamos con experiencias similares previas.

Curiosamente, hay un área del cerebro relacionada con las emociones, una “pieza” fundamental llamada ínsula, que es bastante desconocida aún. Es ahora, desde hace pocos años, cuando los científicos están empezando a comprender su función y su importancia en el proceso de las experiencias emocionales y físicas que van asociadas a diferentes estímulos.

Por eso yo, a partir de ahora, cuando lea una historia, además de darle las gracias a Flaubert y a quien corresponda en cada caso, por sus enseñanzas, me acordaré también de esa ínsula misteriosa, de esa pequeña isla en la que se esconde el mapa secreto de nuestras emociones.






Entrada publicada originalmente el 21/02/2015