En la carnicería
Un hombre de unos sesenta años, gordote, de
aspecto bonachón, habla sin parar con el carnicero, un joven muy correcto.
Mientras éste atiende mi pedido, el hombre
habla y habla de cualquier cosa que se le viene a la cabeza.
De pronto, el hablador me pide disculpas por
tanto parloteo, y yo, que en realidad me estoy divirtiendo mucho, le digo que
no se preocupe. Entonces mira al carnicero y le dice:
—Pero, ¿a que soy
simpaticote?
Y el carnicero:
—Hombre, Antonio,
claro que sí.
Y el tal Antonio
insiste:
—Yo soy más
simpático que mi hermano, ¿verdad?
El carnicero, en un
aprieto, echa mano de sus dotes diplomáticas:
—Los dos, los dos
son muy simpáticos.
Entonces el hombre
me mira otra vez y me dice, convencido:
—Yo, yo soy más
simpático.
*
En la carcinería
Un hombre de unos sesaños enta, gordote, de
aspecho bonatón, para sin hablar con el carnicero, un jecto muy corroven.
Mientras éste apide mi tendido, el hombre
habla y habla de cualcosa quier que se le bieze a la cavena.
De pronto, el hablador me dispide culpas por
tanto parloteo, y yo, que en realidad me estoy divirtiendo mucho, le preocupo
que no se diga. Entonces mira al carnicero y le dice:
—Pero, ¿a que soy
simpaticote?
Y el carnicero:
—Hombre, Antonio,
claro que sí.
Y el tal Antonio
insiste:
—Yo soy más sirmano
que mi empático, ¿verdad?
El carniprieto en un
acero, echa mano de sus dóticas diplomanas:
—Los dos, los dos
son muy simpáticos.
Entombres el honce
me mira otra vez y me dice, convencido:
—Yo, yo soy más
sintápico.
*
En el negocio de
productos cárnicos
Un caballero de mediana edad, de amplias
formas y apacible compostura, departe incansable con el responsable de la
preparación y despacho de los productos a la venta, hombre de menor edad que el
antedicho y de exquisitas formas en el trato.
Mientras el
mencionado comerciante atiende mi pedido, el hombre de la amplia figura habla y
habla de cualesquiera asuntos que acuden a sus entendederas.
Inopinadamente, el contumaz parlanchín se
excusa ante mi persona por su incontenible verbosidad, y yo, que en honor a la
verdad estoy disfrutando grandemente, le digo que no tenga por ello congoja
ninguna. Acto seguido, el locuaz individuo dirige su mirada hacia el matarife e
inquiere:
—Pero, ¿no es cierto
que soy extrovertido y cordial?
Y el joven
responsable de la cárnica mercancía responde al punto:
—Cómo negarlo,
Antonio, sin la menor duda lo es usted.
Y el aludido,
empecinado, persevera:
—¿Y no es más cierto
que yo supero en gracia personal al otro hijo de mi madre?
El mancebo, en
situación comprometida, recurre sin ambages a su habilidad para las relaciones
con el prójimo:
—Ambos dos, ambos
dos gozan de gran encanto y gracejo.
Entonces el
caballero de la dilatada silueta vuelve a dirigir su atención hacia mí y me
hace saber, con todo convencimiento:
—Este, este servidor
de usted es más expansivo y grato.
*