Una amiga extranjera que ha pasado una temporada aquí recientemente, no se ha cansado de repetir que le encanta España, nuestra forma de vida, nuestras costumbres, el clima, la comida, la gente...
Yo, como buena patriota que soy, intentaba por todos los medios hacerle ver la cantidad y variedad de defectos que nos adornan, pero ella no se dejó convencer en ningún momento.
Lo cierto del asunto es que con ella, gracias a su entusiasmo, he reparado en la enjundia de ciertos aspectos patrios a los que yo hasta ahora no había dado ninguna importancia.
Por ejemplo, a ella le resultaban sorprendentes, y le gustaban mucho, las calles llenas de gente, paseando, haciendo recados, yendo de acá para allá. Y es que, según cuenta, en su ciudad (Amman) nadie va a ningún sitio andando. Todos van a todas partes en coche, aunque sea a la vuelta de la esquina.
Resulta que -sorpréndanse conmigo- allí no hay problemas de aparcamiento.
Esto, en principio, me pareció cosa envidiable. Aunque después, pensándolo bien, ya no estoy muy segura de que sea tan bueno.
Esto, en principio, me pareció cosa envidiable. Aunque después, pensándolo bien, ya no estoy muy segura de que sea tan bueno.
También le llamaba a ella mucho la atención el hecho de que las personas, sin conocerse de nada, entablen conversación de buenas a primeras, ya sea en la parada del autobús, en un semáforo o mientras esperan turno en la frutería. Cuando me comentó esto la primera vez, yo le dije que sí, que eso es muy normal, pero en ese momento me di cuenta de que yo en realidad nunca había reparado en ello conscientemente. Y entonces casi me sorprendí yo también de esta peculiaridad idiosincrásica nuestra. Y me paré a pensar en que cosas que unos damos por sentadas, por obvias y naturales, para otros son novedad y sorpresa.
Con todo, creo que lo que más le gusta a mi amiga es que las mujeres vayan solas a las cafeterías. Por lo que cuenta, eso es impensable en su país. “Me encantan las mujeres españolas”, decía una y otra vez.Lo que me resulta curioso a mí es que hasta ahora, como señalaba al principio, yo no hubiera dado ninguna importancia a nada de esto, sin duda porque, siendo prácticas habituales en nuestro entorno, nada llamativo veía en ello.
Y ha tenido que venir alguien de tierras lejanas, donde se vive de forma muy diferente, para que yo vea nuestra cotidianeidad con ojos más amables y curiosos.
Y ha tenido que venir alguien de tierras lejanas, donde se vive de forma muy diferente, para que yo vea nuestra cotidianeidad con ojos más amables y curiosos.
Porque ahora, cuando veo a personas que se ponen a charlar sin conocerse; cuando veo a las señoras tomarse un café con el carrito de la compra al lado; cuando paso por una calle concurrida o cruzo una avenida bulliciosa, me paro a mirar, a observar, como si la extranjera fuera yo. Y lo veo todo de otra manera, y me parece, no sé por qué, que todo es diferente, que todo tiene más gracia, e incluso más sentido. Y no creo que me haya vuelto indulgente o acomodaticia; es que veo más que antes.
Y me gustaría, la verdad sea dicha, conservar esta nueva forma de percibir mi entorno.