jueves, 18 de abril de 2019

Te propongo una cita



Como en otras ocasiones, les traigo hoy unas cuantas citas extraídas de libros que he estado repasando en los últimos días.
Y como las veces anteriores, algunas de esas citas, frases, ideas o reflexiones que me voy encontrado señaladas en las páginas, me traen al pensamiento a personas determinadas.

En efecto, me resulta inevitable relacionar pasajes concretos con personas concretas, incluidas las que amablemente visitan este blog, aunque es muy posible que para algunas de esas relaciones no haya una razón particular. Puede que ni siquiera conozca mucho a la personas a la que asocio con una determinada idea, con un determinado pensamiento; y puede que me equivoque por completo en algunos casos, claro está.

Por eso, tanto si acierto como si me equivoco, lo que  me resulta verdaderamente interesante es que ustedes mismos me digan, si les parece bien, cuál o cuáles de las citas que les propongo les gusta más, o, si se da el caso, con cuál se sienten más identificados.

En cualquier caso, a mí me gustan tanto y me parecen tan interesantes todas, que me complace compartirlas aquí, porque creo que a ustedes también pueden gustarles. Y espero que así sea:
  

Lo que todas las generaciones olvidan es que, mientras las palabras que se usan para describir ideas siempre están cambiando, las ideas en sí mismas no cambian tan rápido, ni esas ideas son nuevas en modo alguno […] Si confinamos toda nuestra atención a la jerga actual —es decir, si nos dedicamos tan solo a la literatura moderna— creeremos que el mundo está progresando cuando tan solo se está repitiendo.

Rudyard Kipling. “Los propósitos de la lectura” (1912)

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El señor Hamil me decía a menudo que el tiempo viene lentamente del desierto, con sus caravanas de camellos, y que no tiene prisa porque transporta la eternidad. Pero siempre resulta más bonito cuando se cuenta que cuando se ve en la cara de un viejo que se deja robar cada día un poco más, y si quieren mi opinión, al tiempo hay que buscarlo entre los ladrones.
Romain Gary. La vida ante sí (1975)

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Todo en este mundo viene a parar en simple nimiedad, y el hombre que por voluntad de otros, sin seguir sus inclinaciones o su propia necesidad, se consume trabajando por el dinero o por los honores, será siempre un loco.
J. W. Goethe. Werther (1774)


El día y la noche, el día y la noche siempre. ¿No habrá nunca nada más? Acaso me volvía el mismo confuso deseo de que alguna vez, al despertarme, no hallara solamente el día y la noche, sino algo nuevo, deslumbrante y doloroso. Algo como un agujero por donde escapar de la vida.
Ana María Matute. Primera memoria (1959)

 *

Una regadera, un rastrillo abandonado en el campo, un perro tumbado al sol, un cementerio pobre, un lisiado, una granja pequeña, todo eso puede convertirse en el recipiente de mi revelación. Cada uno de esos objetos y los otros mil similares sobre los que suele vagar un ojo con natural indiferencia, puede de pronto adoptar para mí, en cualquier momento que de ningún modo soy capaz de propiciar, una singularidad sublime y conmovedora; para expresarla, todas las palabras me parecen demasiado pobres.

Hugo von Hofmannsthal. Carta de Lord Chandos (1902)

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[…] empecé a comprender la importancia que tenía ser capaz de entusiasmarse por algo en esta vida. Él me enseñó que si te interesas por alguna cosa, sea cual sea, debes volcarte sobre ella con todas tus fuerzas. Abrazarla con ambos brazos, apretujarla, amarla, y sobre todo apasionarte por ella. Si no hay entusiasmo nada vale la pena.

Roal Dahl. Mi tío Oswald (1979)


En cierto momento de mi vida me hice mis cuentas: si salgo de casa para disfrutar de la compañía de una persona inteligente, de una persona honrada, me encuentro afrontando, por término medio, el riesgo de tropezar con doce ladrones y siete imbéciles que están ahí, dispuestos a comunicarme sus opiniones sobre la humanidad, sobre el gobierno, sobre la administración municipal, sobre Moravia… ¿Le parece que vale la pena? […] Y además en casa estoy tan a gusto, y especialmente aquí dentro —alzó las manos para indicar y englobar todos los libros de alrededor.
Leonardo Sciascia. A cada cual lo suyo (1966)


Laura Muntz Lyall. "Interesting Story" (1898)


Las citas corresponden a las siguientes ediciones:

-Rudyard Kipling. Discursos. La Dragona, 2018. Traducción de Marta Gámez.
-Romain Gary. La vida ante sí. Debolsillo, 2018. Traducción de Ana María de la Fuente.
-J. W. Goethe. Werther. Cátedra, 2013. Traducción de Manuel José González.
-Ana María Matute. Primera memoria. Austral, 2010.
-Hugo von Hofmannsthal. Carta de Lord Chandos. Alba Editorial, 2001. Traducción de Antón Dieterich.
-Roal Dahl. Mi tío Oswald. Anagrama, 2017. Traducción de Enrique Hegewicz.
-Leonardo Sciascia. A cada cual lo suyo. Alianza Editorial, 1992. Traducción de Ester Benítez.



martes, 9 de abril de 2019

La bombonera azul


Seguimos recordamos la historia de Juguetes del viento con motivo del  décimo aniversario del blog. Esta entrada se publicó originalmente el 22 de marzo de 2014.


La casa de mi tía Rosita era un lugar especial. Olía a perfume y todo estaba siempre muy limpio. Los suelos parecían  espejos y los espejos ventanas abiertas a un mundo real.
Mi tía Rosita también olía a perfume y cuando me daba un beso casi me mareaba.
Hablaba con una voz muy suave que parecía siempre a punto de apagarse, como una vela de cumpleaños, y sus movimientos eran tan sosegados que la pulsera que llevaba apenas se movía.

Algunas veces mi tía me preguntaba si quería un caramelo. Entonces se levantaba, iba a otra habitación y volvía con uno, uno solo, cogido con dos dedos que parecían de nácar.
Se inclinaba y me decía:
-Toma, bonita. Te lo cambio por un beso.

Y a mí aquellas palabras, pronunciadas siempre de la misma manera, me parecían la fórmula mágica de algún hechizo.
Mi tía tenía muchos objetos que me fascinaban, como un reloj de arena y un libro con las tapas en relieve. Pero lo que más me atraía de todo era una bombonera de cristal tallado, de color azul, que destellaba como un diamante.

La primera vez que me fijé en ella le pregunté:
-¿Qué es esto, tía Rosita?
-Eso es una bombonera. La tengo desde que era pequeña como tú –respondió ella con su voz de hada.

Siempre que íbamos a su casa nos sentábamos a la mesa, y mientras mi tía y mis padres charlaban y tomaban café, yo, con una magdalena que me duraba toda la tarde, contemplaba embelesada la bombonera.
Me resultaba un objeto enigmático, tan reluciente, tan perfecto, y hasta creía que si la abría saldrían de su interior unos rayos de colores, una música misteriosa o un soplo de polvos brillantes.
Quería levantarme y acercarme al mueble, tocar la bombonera con las dos manos y abrirla despacio para ver qué había dentro, para ver qué salía de allí.
Pero nunca me atreví. Temía romperla y que ocurriera algo terrible, y también porque yo quería que siguiera allí para poder mirarla.

Un día, estando en casa, le pregunté a mi madre:
-Mamá, ¿la tía Rosita quién es?
-¿Cómo qué quién es? Pues es tu tía, la hermana de papá –dijo mi madre. 
Pero eso ya lo sabía yo. Mi pregunta buscaba otra respuesta, porque yo estaba convencida de que mi tía no era una persona como las demás.
-Pero ¿ella qué hace cuándo nosotros no estamos en su casa?
-Pues lo que hace todo el mundo, hija –dijo mi madre-. Trabaja, va a la compra, duerme… como todo el mundo. 
Aquella respuesta no me servía tampoco, porque mi tía no era como todo el mundo, así que yo no creía que hiciera lo mismo que los demás.
Entonces pregunté otra cosa:
-Mamá, ¿tú sabes qué hay en la bombonera?
-¿En qué bombonera?
-En la bombonera azul de la tía Rosita –dije, decepcionada por la duda de mi madre, porque para mí no había en el mundo más bombonera que aquella.
-Pues no sé –dijo mi madre-. Cualquier cosa. O a lo mejor no hay nada.
Y añadió:
-Pero no le preguntes, ¿eh? No se debe curiosear en las cosas de los demás.

Me conformé con la idea de no preguntarle a la tía Rosita, pero que dentro de la bombonera no hubiera nada me parecía imposible de aceptar. ¿Cómo no iba a haber nada allí dentro? ¿Para qué serviría algo tan especial si no era para contener algo especial?

En la siguiente visita, antes de marcharnos,  mi tía me dijo algo que me sorprendió y me entusiasmó de tal modo que por un momento dejé de respirar.
Me dijo que sabía cuánto me gustaba la bombonera y, cogiéndola del mueble con mucho cuidado, me la dio.
-Ahora es tuya –dijo-. Espero que la tengas durante mucho tiempo.
Yo no dije ni una palabra, solo recibí la bombonera y la sostuve entre mis manos como si fuera un pajarillo caído del nido.
Pensé que a continuación mi tía me contaría algún secreto o me daría instrucciones especiales o me pediría alguna promesa.
Pero  no me dijo nada más.

Cuando llegamos a casa fui a mi habitación y me senté en la cama con la bombonera en las manos. La miraba sin cansarme, sin creer aún que fuese mía.
Y entonces la abrí. Levanté la tapa muy despacio esperando descubrir algún secreto, preparándome para ver algo extraordinario.

Pero no ocurrió nada. La bombonera estaba vacía y solo se veía el cristal del que estaba hecha, tan pulido y brillante que parecía líquido.
En ese instante me sentí desilusionada, pero este sentimiento duró poco porque enseguida comprendí, sin palabras, que el misterio de aquel objeto estaba en sí mismo, en su capacidad para emocionarme y hacerme soñar.
No, no estaba vacía, es que lo que contenía no estaba dentro.