A mediados
del siglo XIX se puso de moda en Inglaterra un juego de salón que consistía en
responder una serie de preguntas de carácter personal, y que tenía la finalidad
de conocer a fondo la personalidad de quienes las respondían. Las respuestas se
anotaban y conservaban en los “álbumes de confesiones”, que fueron muy populares hasta finales de siglo y se intercambiaban
entre los amigos como recuerdo.
El cuestionario manuscrito de Proust de 1890 |
Entrado
el siglo XX estos álbumes o libros de confesiones ya no se usaban, pero volvieron a ser conocidos cuando se encontraron
dos cuestionarios contestados por Marcel
Proust: uno a los trece años de edad, en el álbum de una amiga, y otro, muy similar,
a los veinte.
Desde
entonces ese juego de preguntas se conoce como el cuestionario de Proust
y algunos presentadores de la televisiones francesa y americana lo han
utilizado para entrevistar a sus invitados y conocer algunos de sus rasgos más
personales.
A mí me resulta curioso el hecho de que el cuestionario alterna preguntas muy sencillas con otras que me parecen muy
difíciles de contestar. Aunque, en realidad creo que yo no sabría contestar siquiera a las
más fáciles. Todas ellas requieren conocerse muy bien a uno mismo y haberse
planteado con anterioridad determinadas cuestiones que no creo que se puedan
contestar de improviso. Por ejemplo:
-¿Qué
es lo que más valoras en tus amigos?
-¿Cuál es tu color favorito?
-¿Cuál
es tu ocupación favorita?
-¿Qué
don natural te gustaría poseer?
-¿Qué
figura histórica te inspira mayor desprecio?
-¿Qué
es lo que más detestas en general?
Quizás
la única pregunta a la que yo podría
responder con cierta seguridad es cuál es mi flor favorita (la margarita); pero
sería incapaz de decidirme por un escritor ni por un nombre; o decir cuál es
mi héroe favorito de ficción y cuál de la vida real, Tampoco sabría decir el lugar donde me
gustaría vivir, ni quién me gustaría ser, ni cuál es mi ideal de felicidad.
Pero
sin duda debe de ser muy interesante ser capaz de contestar a estas preguntas y,
sobre todo, contestarlas en diferentes momentos de nuestra vida, para ver cómo
cambian nuestros gustos, nuestros deseos, nuestras opiniones.
Existe
de hecho un sitio en internet (The Proust Questionaire Archive)
en el que se puede realizar el cuestionario online y que registra y conserva
las respuestas en páginas individuales, de manera que cada persona puede
contestar varias veces a lo largo de los años y después comparar sus respuestas
al cabo del tiempo.
Hoy
día también se utiliza el Cuestionario de Proust en cursos y talleres de
escritura creativa, para que los autores en ciernes imaginen las respuestas que
darían los personajes que quieren crear. De este modo se supone que los
personajes son dotados de una personalidad definida que los hará más
verosímiles y con mayor entidad.
Y esto me ha hecho pensar en los grandes personajes de la literatura, en esos que
parecen vivir más allá de las páginas de los libros, que nos parecen tan reales
como nosotros mismos; y preguntarme si sus autores necesitaron o se les ocurrió
crearles de antemano una personalidad, diseñarles un carácter, unos gustos determinados
y unas opiniones definidas sobre cuestiones concretas.
Y me
he imaginado a Cervantes preguntándole a Don Quijote, por ejemplo, cuál es el
principal rasgo de su carácter o cuál su nombre favorito de mujer.
Álbum de confesiones. 1860 |
Y a
Mary Shelley preguntándole al doctor Frankenstein cuál es su principal defecto
o cómo querría morir.
¿Y
qué le habría preguntado Emily Bronte a su Catherine Earnshaw? Tal vez cuál es
la cualidad que más aprecia en un hombre, o cuál sería para ella la mayor
desgracia.
No,
no creo que ninguno de ellos, ni Shakespeare, ni Dostoievski, ni Galdós, ni
Virginia Woolf, ni el propio Marcel Proust se plantearan de esta manera
preguntas sobre la personalidad de sus creaciones literarias.
Pero
a mí sí me gustaría jugar al juego del cuestionario con algunos de mis
personajes favoritos. Por ejemplo, a Holden Caufield le preguntaría cuál es su
estado de ánimo más típico; a Edna Pontellier cuál es su ideal de felicidad; a
Hamlet le preguntaría cuál es el hábito ajeno que más detesta, y a Edmundo
Dantés qué espera de sus amigos.
Probablemente
ellos serían más capaces que yo de responder a las preguntas.
¿Y
ustedes? ¿Sabrían contestar? ¿Y a qué personaje literario les gustaría hacerle
alguna pregunta del cuestionario?