Dedicado a Sara
Siguiendo la propuesta que les hice a ustedes en la entrada de aniversario, nuestra amiga Sara me dejó
en el correo una sugerencia. Según me
comentó, estaba leyendo en esos días una novela de Vila-Matas, y de esa lectura
surgió el tema que me proponía para reflexionar: la relación entre espionaje y
literatura.
En la entrada previa yo me había referido precisamente
a este autor, y aunque Extraña forma de vida no la he leído, en lo que
me comentaba Sara reconocí un sello característico de Vila-Matas: la íntima
relación entre ficción y realidad y el escritor como “espía”.
Lógicamente, este “espionaje” literario no tiene nada
que ver con el de los agentes secretos que se infiltran en algún ámbito para
robar microfilms, o microchips, para grabar comversaciones comprometidas, ni
cosas por el estilo. El espionaje al que nos referimos es algo mucho más
sencillo: la observación de la vida.
Los personajes-escritores de Vila-Matas se toman muy
en serio eso de la observación; son tan espías —ellos sí— que llegan a
involucrarse (o inmiscuirse) en las vidas ajenas con la excusa de su
literatura.
Sin llegar a esos extremos, que no dejan de ser un juego metaliterario, me parece que sí, que el escritor es
en cierto modo como un agente secreto. Un 007 que observa, indaga e
investiga la vida. Que vigila desde las esquinas de la realidad, toma nota
de lo que ve, y después analiza, medita y saca conclusiones.
Y finalmente escribe un informe —la obra literaria—
que presenta a aquellos para quienes trabaja —los lectores—.
Y creo que no puede ser de otra manera: la escritura
se nutre de la realidad, y aunque luego el escritor la disfrace de ficción, la
camufle con los aderezos literarios, lo que leemos sigue siendo la realidad.
Incluso aunque parezca irreal.
Cabría pensar que todos somos algo
espías, y que por lo tanto, en este sentido, todos podríamos ser escritores; porque todos, de una
manera u otra, somos observadores de la realidad; todos nos fijamos en lo que
ocurre, en el comportamiento de los demás y en nuestras propias circunstancias.
Y casi todos meditamos sobre ello y sacamos conclusiones, aunque ni siquiera nos demos cuenta.
Pero, claro, no todos escribimos después literatura.
En realidad, muy pocos escriben literatura.
Dice David Foster Wallace que no es que el
escritor "tenga más capacidad que el sujeto medio. Es que el escritor está
dispuesto a distanciarse, a apartarse de determinadas cosas… y limitarse a pensar
con todas sus fuerzas. Cosa que no todo el mundo puede permitirse el lujo de
hacer.”
En esencia estoy de acuerdo con esto, pero me parece que D. F. Wallace habla con
mucha modestia. Porque yo sí creo que los grandes escritores tienen más
capacidad que el sujeto medio. Esto no significa que entre los “sujetos medios”
no haya grandes escritores en potencia. De hecho los hay. Lo que creo es que, como
ya hemos comentado aquí alguna otra vez, algunos escritores, sobre todo los más
grandes, son personas con una especial capacidad para observar la vida y el comportamiento
de sus semejantes; para ver algo más de lo que ve la mayoría; para reconocer y comprender los
misterios de la mente y el corazón humanos.
Son, siguiendo con nuestra metáfora, “espías” de
primera categoría, porque no sólo son lúcidos observadores sino que también dominan
el arte literario. Saben, con las palabras, dar forma, estructura y contexto a
los pensamientos y las emociones.
Por lo tanto creo que, en efecto, ese especial espionaje
del que estamos hablando, la observación y el análisis de lo que nos rodea, es imprescindible para la literatura; porque es el
primer paso para crear una historia, unos personajes, una trama. Aunque en
muchas ocasiones no nos hace falta la gabardina ni ese cómico periódico con
agujeros para los ojos que vemos en las parodias detectivescas. Porque a veces,
quizá muchas veces, basta con espiarnos a nosotros mismos, pues estamos, cada
uno, tan rodeados de circunstancias y tan poblados de emociones, y hasta de
personalidades, que con eso nos bastaría para crear un mundo literario.
Algunos grandes del espionaje |