Cuento misterioso a la manera decimonónica
(viene de aquí)
Al día siguiente, el tercero de nuestro estancia en la casa, Marcela me preguntó:
-¿Cerraste anoche las cortinas, cuando me dormí?
-No; las dejé como me pediste ayer, y, mira, así siguen. ¿Por qué lo preguntas?
-Pues porque cuando me estaba quedando dormida, me pareció que la habitación se oscurecía. Me debí dormir en ese instante.
El asunto para mí no tenía ninguna importancia, pero noté que Marcela estaba pensativa, como dándole vueltas a alguna idea. Le pregunté qué le preocupaba.
-Es que, ahora que lo pienso, anteanoche tuve la misma sensación.
-Seguramente –supuse yo-, lo que ocurrió fue que las nubes ocultaron la luna.
No hablamos más del asunto, pero, al cuarto día, en cuanto desperté, Marcela hizo el mismo comentario:
-Esta noche ha ocurrido otra vez: justo en el momento en que me quedaba dormida, noté que la habitación se oscurecía.
-Claro, el cielo sigue muy nublado -dije.
-Pero es que me parece que es otra clase de oscuridad… más repentina… más cercana…
Como vi que Marcela estaba nerviosa por este hecho, aunque para mí carecía totalmente de importancia decidí hacer un pequeño esfuerzo por mantenerme despierto aquella noche hasta que ella se durmiese, y comprobar si era cierto que la habitación se oscurecía en ese momento.
Por suerte, ese día había amanecido un poco más claro y hacía menos frío, así que le pedimos a Irene que nos preparase un almuerzo que pudiésemos llevar en una cesta, y pasamos la mayor parte del día al aire libre.
Cuando volvimos a la casa por la tarde, Marcela estaba más relajada, y a mí, a pesar de que me encontraba cansado, también parecía haberme sentado bien la excursión.
No había pensado en ello durante todo el día, pero al subir al dormitorio recordé mi propósito de no dormirme antes que Marcela.
Así pues, cogí un libro cualquiera de la biblioteca, y me lo llevé a la habitación para leer hasta que ella se durmiese.
No pasó mucho rato antes de ver que ya descansaba plácidamente, y, como yo esperaba, la habitación no se oscureció ni ocurrió nada anormal. De hecho, el cielo esa noche estaba más despejado, y el resplandor de la luna era más nítido que las noches anteriores.
Vencido ya por el sueño y el cansancio, cerré el libro, apagué el pequeño quinqué que ardía sobre la mesita de noche, y me dispuse a dormir.
Pero entonces, justo antes de cerrar los ojos, comprendí lo que había estado pasando. Pues pude ver claramente, gracias a la luz de la luna, cómo el monje del cuadro que tanto nos impresionaba, soplaba suavemente la vela que sostenía en la mano, oscureciéndose entonces la habitación, tal y como Marcela había notado las noches anteriores.
Aquella visión me dejó clavado en la cama, con la mirada fija en el cuadro, la respiración contenida y las manos agarrotadas aferrando las mantas.
Así me encontró Marcela cuando despertó por la mañana.
Tardé horas en recuperar un estado de cierta normalidad, pero desde entonces, y ya han pasado varios años, la pluma y el papel siguen siendo el único medio con el que puedo comunicarme.
FIN