miércoles, 25 de diciembre de 2019

Como de costumbre



Estos días en los que un año va terminando y otro nuevo viene de camino tienen un carácter diferente. Es algo que no tiene que ver con esas celebraciones de carácter difuso, ambiguo e incongruente, en las que lo místico, lo espiritual, se mezcla en incomprensible batiburrillo con lo más mundano, prosaico y material.

Tienen algo especial estos días que me parece a mí cercano a la magia. Me refiero a esa sutil sensación de renovación que sentimos; a esa difusa confianza en que con el año nuevo todo será diferente, todo cambiará para mejor. Queremos pensar que al marcharse, el año viejo se llevará consigo todo lo que no estuvo bien, todo lo que salió mal, y que ahora empezará una nueva etapa más venturosa.

Y creo que está bien que tengamos esa sensación, esa esperanza, porque es bueno que miremos al futuro con ilusión, con ganas de emprender nuevos proyectos y nuevas formas de hacer las cosas.

Por eso les he pedido a unos amigos sabios, de los que suelo invitar al blog por estas fechas, que nos dejen unas palabras sobre cómo consideran ellos que se podrían mejorar las cosas, en lo personal y en lo general; para cada uno y para el mundo.


Vivimos en una escala ascendente cuando somos felices, y una cosa lleva a otra en una serie interminable. Siempre hay un horizonte nuevo para aquellos que miran hacia adelante. […] Ser verdaderamente felices depende de cómo empezamos y no de cómo acabamos, de lo que queremos y no de lo que tenemos. Una aspiración es una alegría eterna.

Robert Louis Stevenson. “El Dorado”.

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En muchos casos, la mejor renovación que puede llevarse a cabo es la de uno mismo. Quizá si empezamos a vernos a nosotros mismos de otra manera; si desarrollamos una nueva confianza en nuestras capacidades, quizá todo se vuelva más fácil. 
Quizá todo dependa de eso.


A lo mejor no es todo tan difícil, a lo mejor la vida es infinitamente más ligera de lo que creía, sólo hay que tener arrojo, sentirse y percibirse una misma, y la fuerza acude entonces de cielos insospechados.”

Stefan Zweig. La embriaguez de la metamorfosis (1926)


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Ligereza es precisamente lo que propone Roal Dahl. Ligereza y humor para mejorar el mundo. No estaría mal.

La vida es mucho más divertida si se sabe jugar en todo momento. […] Yo, personalmente, he sentido siempre dificultades para tomarme algo completamente en serio, y creo que el mundo sería un lugar más agradable si todas las personas siguieran mi ejemplo.

Roald Dahl. Mi tío oswald (1979)

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Y no olvidemos la potencia de las palabras, que pueden agitar los corazones y hacer surgir una resolución y una energía de las que no éramos conscientes. Son palabras como besos, que conmueven y apasionan, que transmiten bondad y belleza. 
Si nos rodeamos de palabras así, todo ha de ir mejor, por fuerza.


Hay besos y besos. Los verdaderos y los que están hechos de palabras. […] el beso “hablado” puede embelesar con la misma fuerza (o a veces con más fuerza) que un beso “material”. […] la belleza exterior (la del cuerpo) puede sacudir la superficie, pero sólo la belleza interior (de la cual la fuerza de la poesía es poderosa expresión) es capaz de hacer vibrar las cuerdas de nuestro corazón.

Nuccio Ordine. Classici per la vita (2016)



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sábado, 14 de diciembre de 2019

La tela de araña


El sol silencioso  pintaba de amarillo la terraza del domingo.  Las flores de fuego parecían a punto de estallar, y yo, recostada en la tumbona,  repasaba las últimas páginas que había escrito durante la semana.

Entonces sonó el teléfono. Molesta por la interrupción me levanté y entré en el salón. En la pantalla del aparato vi que era Raúl, y tuve la tentación de no responder, pero un raro sentido de la cortesía me lo impidió. 
Mientras lo saludaba volví a la terraza. Raúl, como siempre, me preguntó si me interrumpía, y le dije que estaba trabajando, que tenía tarea atrasada y que no podía entretenerme mucho.

—¿En domingo? Eso no puede ser —me dijo con su acostumbrado tono autoritario—,  tienes que descansar.  ¿Por qué no quedas con tus amigas para comer?  Si yo estuviera más cerca ahora mismo iba a recogerte…

Y mientras él continuaba con su habitual retahíla de opiniones no solicitadas, de consejos inoportunos y de recomendaciones sobre cómo yo debería organizar mi vida y mi trabajo, vi que entre los barrotes de la barandilla había una telaraña, cuyos hilos brillaban al sol como si fueran de plata. Era una obra maestra de ingeniería natural que yo no podía dejar de mirar, mientras seguía sosteniendo el teléfono y oyendo el parloteo de Raúl, que ahora se lamentaba de lo solo que se sentía y de lo mal que lo pasaba por mi culpa.
—Raúl, tengo que colgar, de verdad, estoy ocupada.
—A ver cuándo reconoces que tienes un problema —continuó, ignorando mis palabras—, que no quieres reconocer tus sentimientos…

Yo seguía  observando la telaraña sin moverme, casi sin respirar, hasta que me di cuenta de que la araña también estaba allí. Me causó repugnancia, pero al mismo tiempo aumentó esa especie de hipnotismo que me impedía apartar la mirada. Allí estaba, también trabajando en domingo, agrandando su tela, su red para insectos incautos.

Raúl seguía hablando y yo escuchaba su voz como un zumbido: a lo mejor un día te arrepientes…; si yo desapareciera te darías cuenta… Y la araña seguía entrelazando sus hilos, meticulosa, obsesiva, arriba y abajo, agitando las patas como incansables agujas de tejer.

De pronto aquel espectáculo se me  hizo insoportable. Dejé el teléfono en la tumbona, abrí el pequeño arcón de jardinería y saqué un bote de insecticida y un paño viejo.
La fuerza del espray hizo que la araña saliera despedida, no sé si muerta, y se perdiera en el vacío. Después, con el paño, destruí su perfecta y pegajosa trampa.                                                                                                      
Entonces desde la tumbona me llegó el murmullo del teléfono.  Lo cogí, escuché un momento y dije: «Adiós, Raúl»,  y colgué, y me pareció que él también se perdía en el vacío.


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lunes, 2 de diciembre de 2019

Tres palabras


Las palabras están por todas partes: en el papel y en la piedra, en el aire y en la arena, en el agua y en los sueños.
A veces permanecen ocultas, como tesoros, y otras veces están a la mano, como un buen amigo.  Pero siempre son maravillosas.
Y eso es lo que me han parecido algunas de las que he encontrado en los  últimos meses y que me han sorprendido y encandilado, ya sea por su eufonía, por su significado, o por ambas cosas a la vez.
Mezquita-catedral de Córdoba
De todas ellas he elegido tres para presentárselas aquí a ustedes.

La primera es tornavoz, que me resulta muy sugerente, misteriosa y evocadora. 

Según el diccionario, tornavoz es el “sombrero” o dosel  que tienen los púlpitos, y que sirve para amplificar la voz del orador. Yo siempre creí que esos doseles eran elementos decorativos, y lo son, de hecho, pero nunca supe que además de una función estética tuviesen otra tan práctica como hacer que el sonido se amplifique y se difunda por toda la iglesia.
Al leer sobre esta palabra he visto que también se denomina “cupulín”, que me parece graciosísima, y que también tienen tornavoz —o cupulín— algunos sitiales e incluso algunos campanarios, para orientar el sonido de las campanas.
Tornavoz. Tiene poesía, ¿verdad?

La siguiente palabra tiene también que ver con lo religioso o eclesiástico. Se trata de archimandrita, que me parece de una sonoridad espectacular y que, leída fuera de su contexto, me hubiese desconcertado absolutamente. Es una palabra de origen griego (archimandrítēs) que denomina al superior de un monasterio de la iglesia ortodoxa, y que significa literalmente “jefe del redil”, en alusión al “rebaño” de Cristo.

Y la tercera de hoy, que en última instancia también tiene que ver con el mundo de las creencias y lo espiritual, es la fantástica eudemonía. Y digo fantástica no sólo por su sonido, sino porque indagando en su etimología y su relación con otros términos, he visto que tiene mucho que ver con lo que en su tiempo fueron creencias  y que para nosotros hoy pertenece al ámbito de la fantasía.
Eudemonía procede del griego εὐδαιμονία, que tal como la define el diccionario es el “estado de satisfacción debido generalmente a la situación de uno mismo en la vida”, y tiene que ver con la ética de Aristóteles, denominada eudemonismo. 

El caso es que esto de la eudemonía y el eudemonismo me sonaba a mí, y seguro que a ustedes también, a otra cosa que no tiene mucho que ver con la felicidad ni con la ética.
Como siempre, acudí a la etimología y me fijé en que la palabra está compuesta por el prefijo eu-,  que como saben ustedes significa “bien”, “correcto”,  y daimon, que significa espíritu o genio, y también, claro está, demonio.
Entonces consulté la etimología de demonio y el sabio Corominas me confirmó que esta palabra deriva del griego daimonion, que a su vez es diminutivo de daimon.

Pero ¿por qué la palabra eudemonía asocia lo bueno, la dicha, con un concepto como demonio?
Pues resulta que el término daimon se refería originalmente a los “genios" o deidades inferiores, que vivían, según la tradición, entre nuestro mundo terrenal y el mundo de los dioses, actuando como mensajeros o intermediarios entre ambas esferas. Entre estos seres semidivinos estaban por ejemplo las ninfas, que habitaban en las aguas, los bosques, las montañas; los angeloi, que dieron origen a los ángeles del cristianismo; y los faunos, que, representados con pezuñas, cuernos y cola, son el origen de nuestra tradicional figura del demonio, a la que el cristianismo otorgó un carácter maligno.

Para terminar, cabe recordar que, antes de adoptar el término griego, los romanos denominaban numen (numina en plural) a estas divinidades inferiores, y de ahí procede la palabra numinoso,  a la que ya le dedicamos atención tiempo ha.

Ya ven ustedes que, como hemos dicho otras veces, al tirar del hilo de una sola palabra podemos ir formando una curiosa madeja, que nos revela las muchas y sorprendentes conexiones que enlazan a unas palabras con otras,  y el nexo inseparable que une a las palabras con la vida. 


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