sábado, 30 de marzo de 2019

Un paseo por el campo


Iba por el campo un perro, arrastrando la nariz por el suelo. De vez en cuando se detenía,  volvía la cabeza hacia el hombre y lo miraba como diciendo: «Adelante, todo despejado». 

Al pie de un gran árbol el perro se entretuvo más de lo habitual, aplicando la nariz con especial interés.  Entonces levantó la mirada de nuevo, y esta vez además ladró como nervioso. «Qué habrá visto ahora el detective canino», se dijo el hombre mientras se acercaba al perro y miraba hacia abajo para seguirle el juego.
—Ah, vaya, pero si es una flor. Muy bonita, inspector. Anda, vamos, que está apretando el calor.

Pero el animal se quedó clavado en el sitio y volvió a ladrar, y el hombre le vio algo en la mirada que lo obligó a tomar en serio su insistencia. Entonces se agachó, miró la flor con más atención, y casi se cayó del sobresalto.  El perro lo miró ufano, mientras el hombre, atónito, alargaba la mano para tocarla.
—No la arranques —dijo una vocecilla desde el interior de la flor.
Y el hombre, dudando de lo que veía, retiró la mano al instante.
—No le digas a nadie que me has visto, por favor —dijo de nuevo la voz—, pero si puedes, tráeme un poco de agua, ¿quieres?

Siempre que salía a pasear por el campo, el hombre llevaba agua, para él y para el perro, así que sacó su botella, la destapó, y sintiéndose un poco tonto preguntó:
—¿Te la echo por encima o en el suelo?
Y el niño diminuto que se acurrucaba en la corola respondió:
—Por encima, por favor, pero despacito.
Con mucho cuidado el hombre dejó caer el agua en el interior de la flor, mientras veía cómo el niño, risueño, bebía y se bañaba.
Y el perro, con la cabeza inclinada, observaba en silencio.



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martes, 19 de marzo de 2019

Sin que nadie me vea

(Divertimento primaveral)


7 de marzo

Hace unos días, mientras me duchaba, ocurrió algo inexplicable: empecé  a volverme transparente.  Cuando abrí el grifo y el agua empezó a llevarse la espuma, me di cuenta de que debajo no estaba mi cuerpo. Bueno, sí estaba, porque lo notaba, podía tocarlo; pero se confundía con el agua, sólo se percibía el contorno. Parecía una de esas estatuas de hielo. Y a continuación, poco a poco, fui desapareciendo del todo. ¡Me volví invisible! Pero después, durante la tarde, fui reapareciendo.

18 de marzo

Cuando era pequeño vi una película sobre un hombre invisible, y desde entonces siempre pensé que me gustaría ser invisible  para dedicarme a salvar el mundo. Me colaría en  las reuniones de los maleantes, me enteraría de sus planes y se los echaría a perder. Les quitaría las armas, las drogas o lo que fuera, y mandaría cartas a la policía para que los pillaran. Me sentaría  tranquilamente en los despachos de los corruptos, sin que nadie me viera, y escucharía sus conversaciones, y luego mandaría toda la información a los periódicos.

El caso es que creo que ahora estoy cerca de poder hacer realidad todo eso. He estado recordando detalles y ya sé a qué se debió que me volviera invisible. El día 7, antes de la ducha, me había tomado un yogur de piña, que, según vi después, llevaba varios días caducado. Y luego, al ducharme, usé un gel de una marca nueva. Pensé que la combinación del yogur caducado con algún componente del gel había producido el sorprendente fenómeno en mi organismo, así que hice una prueba. Me tomé otro yogur caducado y después me duché, y voilá, como dicen lo magos: volvió a ocurrir exactamente lo mismo.
O sea que ahora puedo volverme invisible a voluntad. El efecto sólo dura unas tres horas al día, pero creo que si aumento las dosis de yogur durará más. El yogur tiene que ser de piña, he comprobado que con otros sabores no funciona; y el gel tiene que ser el de la marca nueva.

26 de marzo

Mis experimentos de estos días  han dado el resultado que yo esperaba. Si me tomo dos yogures antes de ducharme, la invisibilidad me dura seis horas. ¡Seis horas cada vez! Tiempo suficiente para llevar a cabo mi sueño de convertirme en justiciero. Y si me hace falta más tiempo me tomo tres yogures.

30 de abril

Ya he empezado a sacar provecho de mi invisibilidad. Por ejemplo, me cuelo en las cocinas de los restaurantes, y  sin que nadie me vea, me zampo lo que se me antoja. Me cuelo también en los conciertos, y, si quiero, hasta me subo al escenario. También he ido de viaje por todas partes, en primera, claro…  
Pero todo esto es sólo para practicar. Dentro de poco empiezo a salvar el mundo.


pixabay.com Abstract background


domingo, 10 de marzo de 2019

Ingredientes para un enigma


 Seguimos celebrando los diez años de Juguetes del viento recordando algunas de  las entradas que conforman la historia del blog.

Ésta se publicó originalmente el 25 de agosto de 2014.


¿Se imaginan ustedes que existiera un libro escrito en un idioma que nadie entendiera? ¿Y que estuviera además lleno de  dibujos y gráficos que nadie supiese interpretar?
¿No sería intrigante un libro así, de factura medieval, de cuidada caligrafía y vivo colorido, que hubiera llegado hasta nosotros sin título, sin fecha y sin nombre de autor?
Pues lo cierto es que tal libro existe, y que no son estos los únicos hechos  interesantes relacionados con él.

Wilfrid VoynichPensemos ahora  en un joven polaco, químico de formación, que por motivos políticos fue encarcelado y deportado a Siberia en 1885;  que cinco años después consiguió escapar y que tras diversos avatares pudo llegar a Londres, donde se estableció definitivamente y comenzó una nueva vida como coleccionista y vendedor de libros  antiguos y curiosos.
El joven se llamaba Wilfrid Voynich.

Ahora nos vamos a Italia. Allí, en la ciudad de Frascati, había un antiguo edificio llamado Villa Mondragone, que pertenecía a la Biblioteca del Vaticano y que los  religiosos jesuitas habían convertido en escuela privada. A principios del siglo XX, necesitados de dinero, los religiosos  decidieron  vender parte de los fondos de su biblioteca. Ante tal reclamo para bibliófilos no es de extrañar que Voynich viajara hasta allí y acabara comprando una buena cantidad de manuscritos.
Entre ellos estaba el libro indescifrable, que desde poco después sería conocido como Manuscrito Voynich.

Esto ocurrió en 1912 y desde entonces hasta hoy el manuscrito Voynich ha seguido siendo un verdadero misterio sin resolver.
Muchos expertos, incluido el propio Voynich, trataron de descifrar el contenido de sus páginas, y tan imposible resultaba que algunos decidieron que el libro era una falsificación, que el idioma en el que estaba escrito era una lengua inventada y que en realidad no había nada que descifrar porque no significaba nada.

Manuscrito Voynich Se llegó incluso a acusar al propio Voynich de ser el autor del fraude, de haber creado un falso libro antiguo.
Sin embargo, investigaciones posteriores permitieron datar con certeza el manuscrito en  el siglo XV. Y también se  averiguó que el lenguaje  en el que está escrito tiene rasgos en común con las lenguas naturales. Es decir, no era un lenguaje inventado, sino un idioma real codificado.

Esto llevó a pensar que el libro pudiese ser un tratado de alquimia, pues los alquimistas, considerados herejes, publicaban sus estudios e investigaciones en textos cifrados. 

Pero teorías sobre el contenido y el idioma del libro hay otras muchas, como la que afirma que se trata de una obra de juventud de Leonardo da Vinci;  la que propone que se trata de un manual de higiene escrito en alemán medieval y en espejo, es decir, con la caligrafía invertida; la que asegura que es un texto escrito en un idioma secreto y que Jesús entregó a Judas; o mi favorita, según la cual el manuscrito Voynich es un libro llegado del futuro, escrito en hebreo cifrado y que trata sobre tecnología alienígena.

Manuscrito Voynich 
A pesar de todos los intentos, serios o disparatados, por descifrar el enigma, Voynich murió en 1930 sin saber cuál era el mensaje de su libro.
El siguiente propietario del manuscrito fue un coleccionista americano, Hans Peter Kraus, que lo compró a los herederos de Voynich en 1961, y que en 1969 lo donó a la Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, donde se conserva en la actualidad.

Y de actualidad vuelve a estar el manuscrito Voynich en 2014.
El pasado mes de febrero se anunció que Stephen Bax, lingüista de la universidad de Bedfordshire y experto en manuscritos medievales,  ha conseguido penetrar en el misterio del libro y dar con la clave para desentrañarlo, utilizando minuciosas técnicas de análisis lingüístico.

Así ha logrado decodificar nueve palabras, correspondientes a nombres de estrellas y plantas como tauro, centaurea, algodón o eléboro.
Según el catedrático, estas palabras, que pueden ser el punto de partida para descifrar el texto completo, llevan a pensar que el manuscrito Voynich es probablemente un tratado sobre la naturaleza y que está escrito en alguna lengua oriental.

Qué emocionante tiene que ser descubrir el misterio de un libro cuyas páginas han permanecido en silencio durante 600 años.
Qué emocionante debió de ser para Wilfrid Voynich intuir la importancia del manuscrito que le había comprado a los frailes italianos.
Y qué emocionante es imaginar a alguien, perdido en el tiempo, escribiendo esas páginas, llenándolas con palabras secretas y dibujando, a la pobre luz de una vela, enigmáticas figuras. Alguien queriendo dejar testimonio de sus ideas; queriendo preservar, con enorme esfuerzo y dedicación, lo que sabía de su mundo  que es también el nuestro.