El señor Talbot estaba en su estudio, despachando como
cada miércoles unos asuntos con su amigo
y administrador, el señor Hurley. Después de firmar unos documentos y mientras los guardaba en una carpeta, Hurley dijo:
-Por cierto, Talbot, esa doncella suya… Casilda… vaya
sorpresa.
-¿A qué se refiere usted, Hurley? –preguntó Talbot,
que siempre estaba alerta en lo referente a Casilda.
-Pues a que me ha parecido verla hace un rato, en el
pueblo…
-Bueno, habrá ido a hacer algún recado, la habrá
mandado la señora Cook, la cocinera…
-¿Un recado? ¿En la taberna, con una jarra de cerveza
en una mano y un marinero en la otra?
El señor Talbot no podía creer lo que oía. Casilda era
demasiado inocente, demasiado tímida, y demasiado boba, para esas cosas. Así
que en seguida dijo:
-Imposible, mi querido Hurley, imposible. Se habrá
usted confundido con otra muchacha, con alguna que se le parezca.
-Será eso, pero le aseguro, Talbot, que si no era
ella, era su hermana gemela.
-No creo que tenga ninguna hermana gemela, pero esa
explicación me parece más creíble que el que fuese realmente Casilda.
Al ver tan seguro a Talbot, Hurley admitió que podría
haberse confundido, pero estaba convencido de que la muchacha a la que había visto
en la taberna era Casilda. La había visto de cerca y la conocía bien.
Al día siguiente Talbot recibió a otro amigo, Scott,
jefe de policía, para jugar su partida de ajedrez de todos los jueves.
Mientras Talbot preparaba unas copas de licor para
acompañar el juego, Scott le dijo:
-Menuda sorpresa me llevé ayer tarde.
-¿Ah, sí? ¿Qué ocurrió?
-Que vi a Casilda, su doncella, en el puerto.
-¿En el puerto? ¿Y qué hacía Casilda en el puerto?
-Pues, por lo que vi, estaba despidiendo a un marinero
que embarcaba.
Talbot se volvió hacia Scott, con una copa en cada
mano:
-¿Pero cómo es posible…?
-Bueno –dijo Scott con su habitual aire sosegado-,
tampoco es tan raro. No es que la muchacha sea muy bonita, pero es joven, y se
ve que cariñosa…
Entonces Talbot le contó a Scott lo que le había dicho
Hurley el día antes. A lo que Scott respondió:
-Pues ahí lo tiene usted, Talbot. No es ningún
misterio. Casilda tiene una vida personal fuera de esta casa. Es natural.
-Ya, claro, pero es que no es propio de ella… ¿No
sería alguien que se le parecía mucho?
-Podría ser, desde luego. Pero tendría que ser una
hermana gemela.
A pesar de su seguridad en el carácter de Casilda,
Talbot no dejaba de darle vueltas al asunto. Le parecía difícil
que dos de sus amigos se hubiesen confundido con alguien tan peculiar como Casilda, y a la que habían visto tantas veces en su
casa. Así que, cuando Scott se marchó, después de ganar dos partidas de
ajedrez, Talbot mandó llamar a la tímida doncella.
-Casilda, dígame, ¿dónde estuvo usted ayer por la
tarde?
-Aquí, señor –respondió Casilda-, en la casa.
-¿No salió a ningún recado? ¿No fue al pueblo?
-No señor, no tenía que ir. Iré mañana, que es viernes
y la señora Cook me mandará al mercado por…
-Está bien, está bien. Pero, dígame, ¿estuvo en la
cocina, con la señora Cook, todo el día?
-Sí, señor. Bueno, todo el día en la cocina no. Antes
del almuerzo estuve en el vestíbulo, limpiando el espejo nuevo, como me dijo
Butler, el mayordomo…
-Ya sé quién es Butler, Casilda. Vaya al grano, por
favor.
-Sí señor, pues eso, señor, que Butler me mandó
limpiar el espejo porque los hombres que lo trajeron lo dejaron muy sucio
después de ponerlo en la pared y …
–Ah, bien, bien –dijo Talbot, que tras meditar un poco
añadió:
–Casilda, usted no tiene ninguna hermana gemela,
¿verdad?
–No, señor, ni gemela ni de otra clase. Sólo tengo dos
hermanos, mayores que yo, que trabajan con mi padre en la…
—Sí, sí, es suficiente. Puede marcharse, pero haga el
favor de decirles a Butler y a la señora Cook que vengan a verme.
Casilda salió del estudio con su paso nervioso, con la
cabeza gacha y manoseando el delantal, como era su actitud propia. Al verla, el
señor Talbot pensó: “Imposible. Es imposible que esta muchacha ande por las
tabernas y los muelles mariposeando con los marineros. Pero si no tiene una
hermana gemela, ¿cómo se explica que la hayan visto por ahí cuando se supone
que estaba aquí?
Después de hablar con el mayordomo y la cocinera, que
le confirmaron que Casilda no había salido
de la casa durante todo el día anterior, Talbot comprendió que la cosa era
mucho más complicada de lo que le pareció al principio. Era un misterio
tremendo que había que aclarar como fuese. Porque según lo que decían los unos
y los otros, parecía que Casilda tuviese la capacidad de estar en dos sitios al
mismo tiempo; y, lo verdaderamente grave, que tenía dos personalidades, y tan
dispares entre sí que aquello podría terminar convirtiéndose en un problema en el trato con
ella, y desde luego poner en entredicho la respetabilidad de la casa.
Al día siguiente Talbot se reunió de nuevo con Scott,
Hurley y otros dos amigos, para celebrar
su acostumbrada tertulia; tertulia que en esta ocasión, no podía ser de otro
modo, se centró en el asunto de Casilda y su supuesto don de la ubicuidad.
Scott y Hurley seguían convencidos de que la joven a
la que habían visto, el uno en la taberna y el otro en el puerto, era Casilda o
una hermana gemela. Pero su convencimiento no encajaba, y así lo admitieron,
con las afirmaciones de Butler y la señora Cook, ni con la de la propia Casilda respecto a que
no tenía ninguna hermana.
–Y estoy seguro de que ninguno miente –dijo Talbot–.
Butler y la señora Cook llevan muchos años conmigo y nunca me han dado motivo
para dudar ni lo más mínimo de su honestidad. Y Casilda… bueno, Casilda es
incapaz de mentir, simplemente. No tiene maldad ni cabeza para eso.
-Salvo que tenga en verdad una gemela y ella no lo sepa -aventuró Scott, acostumbrado, como jefe de policía que era, a pensar en todas las posibilidades.
Y así iba pasando
la tarde, con tan doctos caballeros frunciendo mucho el entrecejo de
tanto pensar, y sin llegar a ninguna conclusión.
Entonces a Talbot le pareció escuchar un murmullo en
el vestíbulo, al otro lado de la puerta del estudio, como si alguien hablase
consigo mismo.
Dejó a sus amigos cavilando, salió a ver, y se encontró con Casilda, que estaba con el plumero bajo el brazo, las manos a los lados de los
ojos y la frente pegada al gran espejo nuevo.
-Casilda, alma de Dios, ¿se puede saber qué hace
usted, que se va a quedar bizca?
-Ay, señor, disculpe, es que quería ver a la mujer.
-¿Pero qué mujer, criatura?
-La mujer del espejo. Me había parecido que era yo que
me reflejaba, como es lo normal, pero se ve que no era yo, porque
cuando me he acercado ha dado media vuelta y se ha ido.
-¿Pero cómo que se ha ido? ¿Y a dónde?
Entonces Talbot se dio cuenta de algo asombroso. Algo
tan asombroso que aunque lo estaba viendo con sus ojos no lo podía creer.
Porque mientras hablaba con Casilda, en el espejo sólo se veía su imagen, la de
él, allí de pie, como si estuviera hablando sólo. Como si el reflejo de Casilda
se hubiera marchado.
Entonces, aturdido y trastornado, entró de nuevo en el
estudio para pedirles a sus amigos que saliesen a ver aquel prodigio.
Al abrir la puerta los encontró a todos apiñados ante uno de los ventanales,
mirando hacia el jardín.
-Señores, hagan el favor… -empezó a decir.
Y cuando los amigos se apartaron de la ventana Talbot vio a Casilda en el jardín y los demás la vieron en el vestíbulo. Allí estaban, la Casilda asustadiza y apocada que todos conocían,
y esa otra Casilda, alocada y alegre, que correteaba y
brincaba por entre los parterres tarareando una descocada canción marinera.
Mientras la verdadera Casilda seguía en el vestíbulo, ahora intentando mirar
por detrás del espejo y ajena a la conmoción que había provocado, Talbot,
que ya había comprendido lo que ocurría, informó a sus amigos del fenómeno espejístico
que había presenciado. Y todos aquellos caballeros, hombres ilustrados y
eruditos, conocedores de las ciencias y de las filosofías, las teologías y las
metafísicas, tuvieron que admitir, una vez más, que, en lo referente a Casilda,
eran como hombres primitivos abrumados por los misterios del universo, sin
más opción que creer lo que veían y sin posibilidad de encontrarle una
explicación.
Aquí,
otros misterios en casa del señor Talbot.