Cuando yo estudiaba bachillerato tuve un profesor de literatura que dijo una vez algo que nunca olvidaré. Y no porque me impresionara positivamente.
Aquel profesor nos preguntó sobre la utilidad de la literatura, y yo respondí que servía para aprender, para meditar y también para evadirse, ya fuese al leer o al escribir.
Entonces el profesor se puso muy serio y campanudo y sentenció:
-No. La literatura no es evasión. Si un libro te sirve para evadirte, entonces no es buena literatura. Para evadirse hay otras cosas.
Aquello me sorprendió mucho, y aunque no dije nada me hubiera gustado preguntarle qué hacíamos entonces con Cervantes, con Mark Twain, con Galdós, con Chaucer…
Porque, según eso, cuántos autores tendríamos que sacar de las bibliotecas, por entretenidos. Y literatura sería solo aquello que nos hiciera sufrir por lo menos un poco, o, directamente, matarnos de aburrimiento o pena.
“Lo sabía todo sobre literatura,
excepto cómo disfrutarla.” (Joseph Heller)
Lo malo del asunto es que siempre ha habido profesores e intelectuales imbuidos de esa idea de que la literatura tiene que ser, exclusivamente, una cosa muy sesuda, muy seria, de mucho reflexionar. Por ejemplo:
excepto cómo disfrutarla.” (Joseph Heller)
Lo malo del asunto es que siempre ha habido profesores e intelectuales imbuidos de esa idea de que la literatura tiene que ser, exclusivamente, una cosa muy sesuda, muy seria, de mucho reflexionar. Por ejemplo:
“Yo creo que deberíamos leer solo libros que nos hieran o nos apuñalen (…) Necesitamos libros que nos afecten como un desastre, que nos entristezcan profundamente…” (Franz Kafka).
Y a mí me parece, modestamente, que las mejores obras literarias son aquellas que, por supuesto, nos hacen pensar, nos llevan más allá de nuestras ideas cotidianas, nos plantean cuestiones en las que nunca habíamos pensado, o no habríamos sabido expresar, pero que al mismo tiempo se leen con agrado, nos entretienen, nos ayudan a olvidarnos por un rato de lo nuestro, y por lo tanto nos proporcionan felicidad.
“No hay nada más apropiado para llenar
los vacíos de la vida que la lectura de
autores útiles y entretenidos.” (Joseph Addison)
Hay muchas personas, de todas las edades, a las que la sola idea de leer un libro les da como repelús. Les parece lo más aburrido del mundo eso de estar uno solo, en silencio, con un montón de palabras delante. Sin imágenes, sin coloricos, sin musiquilla. Solo palabras… Y quizá esto se deba, por lo menos en parte, a que en algún momento les dieron a leer libros que no les correspondían, libros a destiempo.
Bueno, en esto, como en todo, cada cual tiene sus gustos y sus disgustos, pero yo estaré eternamente agradecida por casi todos los libros que he leído, por los que leeré y hasta por los que nunca tendré la posibilidad de leer. Por los grandes momentos de diversión, de emoción, de reflexión, de consuelo, de refugio, de comprensión, que he pasado con un libro en las manos.
Como toda forma artística, la literatura, su disfrute, estimula nuestro entendimiento y nuestra imaginación y fortalece nuestra disposición para ver las cosas desde diversos ángulos. Es decir, nos hace más racionales, más ecuánimes y más capaces de pensar de forma personal.
Los libros nos ayudan a entender la vida y su consecuencia, el mundo y a nosotros mismos. Y con ellos aprendemos palabras y formas de usarlas, lo que a su vez nos capacita para pensar mejor y para expresar mejor lo que pensamos.
“Mientras exista el pensamiento,
las palabras estarán vivas y la
literatura será una huida,
no de la vida, sino hacia la vida.” (Cyril Connolly)
Y si todo esto viene dado a través de historias amenas, de personajes tan reales que se escapan de las páginas y de un lenguaje deleitoso, entonces la felicidad y la evasión, aunque algunos no estén de acuerdo, están garantizadas.
Por lo tanto, a aquel profesor mío yo le preguntaría: “¿Pero qué lee usted?” Y sobre todo, “¿Qué no lee usted?”