domingo, 3 de septiembre de 2023

De ollas y sopas

En mis viajes por los libros de este verano he encontrado varias joyas léxicas de esas que tanto me deleitan y regocijan. Ya saben ustedes, palabras que me llaman la atención de tal manera que me resulta imposible dejarlas pasar, leerlas y olvidarlas. 

Todo lo contrario: como quien no resiste la tentación de comprar un souvenir cuando hace turismo, yo "adquiero" esas palabras, me las llevo conmigo. Después intento saber de ellas todo lo que esté a mi alcance; a continuación las coloco en las estanterías de mi cabeza, y a partir de entonces espero la oportunidad de mostrarlas en alguna conversación. Esto no siempre es fácil, claro, pero no me arredro.

Y mientras sí o mientras no, las traigo aquí —qué mejor manera de disfrutarlas— con el deseo de que a ustedes también les resulten interesantes o curiosas.

Una de estas palabras es pampirolada, que no sé a ustedes, pero a mí me parece graciosísima.

Una pampirolada es una una tontería, una sandez, y también algo insustancial, una insignificancia, porque  originalmente la pampirolada es una exigua sopa hecha con agua, ajo y pan. Vamos, un aguachirle, o "aguachirri", como se dice por aquí. 

Lo cierto es que esta palabra estupenda sí que podemos emplearla a diario, pues a diario se oyen necedades, memeces y patochadas. Pampiroladas por doquier. 

Otra de las palabras que he adquirido este verano es cárcava, que suena algo siniestra, ¿no les parece? A mí me lo pareció desde el primer momento, antes de saber lo que significa, y miren ustedes por donde, resulta  que una cárcava es un hoyo para enterrar un cadáver.

Según nos explica nuestro viejo amigo Corominas,  cárcava es una variación de cárcavo, que a su vez es una alteración de cácavo, del latín caccabus, procedente del griego kákkabos, y que significa olla o cazuela. La relación parece clara: una olla es un recipiente cóncavo y un hoyo es una concavidad en la tierra.

Quizá se están preguntando ustedes, como me lo pregunté yo, si caccabus será el origen de cóncavo. Debería serlo, desde luego, para redondear la cosa, pero no lo es. Porque cóncavo deriva, qué desilusión, de concavus.

Y quizá a ustedes, como a mí, la olla les haya hecho pensar en la hoya, que es también una concavidad en la tierra. O sea, un hoyo. Lo curioso es que el diccionario señala que una hoya es específicamente un "hoyo para enterrar un cadáver". Es decir, que en última instancia, la olla y la hoya son la misma cosa.

Todo esto me hizo pensar que "olla" y "hoya" debían tener su origen en una misma palabra, es decir, que derivarían de un mismo término. Pero aquí tampoco acerté, porque sus orígenes son bien dispares, ya que olla deriva de olla, tal cual, mientras que hoya procede de fovea. 

En fin, ya ven ustedes que en este caso se me fue un poco la olla.

Sin embargo, esta palabra nos ofrece aún otro dato curioso. Como ya hemos dicho, la cárcava tuvo también la forma "cárcavo". Y resulta que de cárcavo se pasó a "cárcamo", de donde derivó "carcamal", es decir, aquel que, por decrépito y caduco, parece ir camino del cárcamo.

Así se ve cómo las palabras se mezclan entre sí, se combinan, se complementan y se enriquecen unas a otras,  cual si fuesen ingredientes de una sopa. Pero de una sopa con mucha sustancia. Nada de pampiroladas. 

 

pixabay.com pot


jueves, 27 de julio de 2023

Pensamientos greguerescos

(Divertimento veraniego)


La t es la l con pajarita

 *

La q es la p cuando se mira en el espejo

 *

La guitarra es un fusil que dispara balas musicales

 *

 Cuando el viento sopla los árboles le hacen cosquillas al cielo

El televisor es la jaula en la que habita la realidad domesticada 

A la misa del gallo van las gallinas de luto

*

Los bebés son personas de repuesto 

*

El calamar se defiende pintando acuarelas

Las dunas del desierto se desplazan a lomos de los camellos

*

Quizá el sentido de la vida consista en buscar el sentido de la vida

*

Un suspiro es el espíritu de un recuerdo 

*

Las vías del tren son las cremalleras del campo

 ***



httpswww.anipedia.netmundo-animalcamello



lunes, 26 de junio de 2023

Yo inventé los blogs

Juguetes del viento acaba de cumplir un año más, quince nada menos, y para celebrarlo he querido recordar esta entrada que se publicó originalmente el 2 de junio de 2011. También quiero manifestar mi más profunda gratitud a los lectores que me acompañaron en etapas anteriores y a los que siguen acompañándome hoy.


Yo inventé los blogs

Bueno, no es eso exactamente.
En realidad debería decir, para ajustarme más a la verdad, que yo deseé los blogs antes de que estos se inventaran.
Porque cuando yo era adolescente, preadolescente incluso, imaginaba -o deseaba- un lugar donde uno pudiera escribir cosas y otras personas pudieran leerlo.
Sí, claro, existían los periódicos, las revistas y los libros, pero eso era inaccesible para la gente normal y corriente y sobre todo para los niños.

Lo que yo anhelaba era un lugar, un medio, donde pudiera escribir cualquiera, por ejemplo yo, y que fuera público. Un sitio donde hablar de lo que a uno le interesaba o le gustaba; de lo que uno pensaba sobre cualquier asunto, o contar algo interesante que nos hubiera pasado; algo que fuera importante para nosotros…


Y pensaba y pensaba qué sitio podría ser ese, cómo se podría llevar a cabo lo que yo imaginaba. Pero no se me ocurría nada que no fuera lo que ya existía, y que, efectivamente, no estaba a mi alcance.

Por aquel entonces yo me conformaba –qué remedio- con escribir para mí misma: un diario para las cositas personales, y una libreta donde apuntaba otras cosas que sí me hubiera gustado "publicar". Por ejemplo, juegos de palabras que se me ocurrían; cuentecillos y sobre todo, errores de expresión encontrados en diferentes medios o curiosidades lingüísticas escuchadas por aquí y por allá.

Recuerdo, por ejemplo,  haber anotado una frase que oí en una película, en la que unos amigos iban a un restaurante y decía uno de ellos: “Vamos a ordenar una pizza”. Y  a continuación de la frase yo comentaba que deberían haber dicho “vamos a pedir una pizza”, y que sin duda se trataba de un error de traducción.
Ya se sabe: el repipi no se hace; nace.

pixabay.com
De manera que para dar rienda suelta a mi vocación de correctora repelente, de cansina notaria de lo cotidiano y de narradora pretenciosa, lo único que podía hacer era esperar a ser mayor, estudiar periodismo y, cuando trabajara en un periódico o una revista, escribir artículos sobre esas cosas.
O, directamente, hacerme escritora (risas).

Por supuesto, estamos hablando de la era paleozoica, de modo que los ordenadores no eran todavía, ni mucho menos, de uso doméstico, y de internet no conocíamos ni el nombre.

Durante un breve espacio de tiempo, pude en cierto modo dar satisfacción a esos anhelos míos de escribir cosas y que aparecieran en algún sitio. Fue cuando algún profesor del instituto, con mucha voluntad y pocos medios, puso en marcha una revista. Y allá que fui yo a contribuir con articulillos y comentarios.
La experiencia no duró mucho, pero sirvió para que me diera cuenta de una cosa: aquello no era lo que yo buscaba.
No. Seguía sin saber qué era, en qué consistía lo que yo soñaba, pero no era una revista de instituto.
Era otra cosa. Tenía que haber otra cosa.

Y ahí me quedé, en ese anhelo, en ese echar de menos algo que no sabía qué era pero que, estaba segura, tarde o temprano tendría que aparecer.

Hasta que un buen día, ya en el siglo XXI, y ya con internet en nuestras vidas como elemento cotidiano, oí hablar de los “diarios online”, de los weblogs y de los blogs.
 Al principio no sabía muy bien qué eran realmente, pero cuando lo comprendí y empecé a ver algunos me dije: ¡Tate! Ahí está. Eso era.

Y efectivamente, eso era.

Lo que hoy llamamos blogs tan alegremente, que consideramos algo de lo más normal y que está al alcance de cualquiera, es aquello con lo que yo soñaba, lo que yo esperaba, aunque no supiera ni cómo denominarlo.

Y es que como todos somos humanos y todos tenemos los mismos sueños y las mismas necesidades, no hay más que esperar –con paciencia, eso sí- a que alguien invente o dé forma a lo que otros solo podemos intuir vagamente.

Y siempre ocurre. Siempre hay alguien que, tarde o temprano, es capaz de hacer realidad lo que para otros no es más que una mera fantasía, una ilusión sin sustento.

Demos gracias por ello.


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domingo, 11 de junio de 2023

Lo inútil

Entre otras muchas cosas esenciales, dice Nuccio Ordine en La utilidad de lo inútil, que mantenerse ajeno a las leyes del mercado,  no aspirar a beneficios materiales y estar al margen de la dictadura del utilitarismo que impera en el mundo actual, es una forma de resistencia, de enfrentarse a esa supremacía del tener sobre el ser que domina nuestra sociedad.

Dice también que las posesiones materiales importan hoy más que la cultura y los valores humanos fundamentales. Por eso, hacer las cosas por el puro gozo de hacerlas, de manera gratuita y desinteresada, es anticuado e "inútil", en el sentido de que no produce ningún beneficio material. Pero justamente por ello, es un antídoto contra la "dictadura del beneficio y la posesión" que impregna todos los aspectos de la vida cotidiana.

Añade que la literatura, la verdadera, la que no está supeditada a los mandatos del mercado, es necesaria para entender lo que es realmente esencial, y nos enseña a no caer en la obsesión por las ganancias y los beneficios materiales o prácticos. 

Porque la cuestión es que, como nos enseña el Quijote, la ilusión y los ideales, la fantasía, el entusiasmo, el deseo de conocer... es decir,  lo "inútil", es lo que en realidad da sentido a la vida, no las riquezas ni el poder.

Así pues, creo que podemos concluir que ustedes, señoras y señores que se dedican a bloguear, a compartir gratuitamente sus ideas y sus creaciones, a regalar pensamientos y conocimientos; a infundir entusiasmo e inspirar emociones y reflexiones, por el mero gusto de compartir y comunicarse, ustedes, blogueros, son unos desinteresados, unos antiguos, unos quijotes y unos poetas locos que van contracorriente y que resisten a la vorágine utilitarista del mundo. Y precisamente por eso son ustedes necesarios.



 

Nuccio Ordine, el filósofo, el profesor, el humanista, el clásico, nos dejó ayer, 10 de junio de 2023. Creo que ya habrá llegado al paraíso de los sabios.


jueves, 25 de mayo de 2023

Las experiencias de leer

En la entrada anterior hablábamos sobre lo que nos aporta emocionalmente la lectura de libros, y, como siempre, ustedes, amables lectores, dejaron comentarios muy sugerentes, con puntos de vista diversos y referidos a muchos aspectos diferentes de la cuestión. 

El caso es que con esas ideas rondando por la cabeza me acordé de un libro que leí hace algún tiempo, La experiencia de leer, de C. S. Lewis,  que me dejó también muchas ideas interesantes sobre las que meditar. Y he pensado que quizá estaría bien compartir con ustedes algunas de esas ideas, por si les resultan de interés.

Por ejemplo, el autor se pregunta, o nos pregunta, de qué sirve interesarse y entusiasmarse por historias que no han sucedido, o por sentimientos que, en muchos casos, no nos gustaría experimentar en la realidad. Qué utilidad tiene imaginar cosas que nunca existirán. En resumidas cuentas, a qué se debe que la lectura de ficción nos interese y nos atraiga tanto. Y la razón, según plantea Lewis, es (como ya sospechábamos nosotros) que con la lectura perseguimos una ampliación de nuestro ser, nada menos; que buscamos ser más de lo que somos, ver el mundo como lo ven otras personas, imaginar lo que imaginan otros y sentir lo que sienten otros.

Es decir, con la lectura buscamos salir de nosotros mismos y entrar en otras mentes, y así convertirnos temporalmente en esas otras personas. Es, por lo tanto, una forma de trascendernos a nosotros mismos.

Claro que esto sólo lo consigue la buena literatura. Sólo la buena literatura nos permite acceder a experiencias distintas de la nuestra. Pero ¿qué es la buena literatura? ¿Qué es un buen libro? Según Lewis, un buen libro es aquel que resiste una buena lectura, o sea, una lectura exigente. Por lo tanto un buen libro es, en cuanto a la escritura, aquél que está libre de defectos de forma: de ideas y frases tópicas, de lugares comunes, de descripciones farragosas, de situaciones inverosímiles,  personajes incoherentes, etc. Y en cuanto al contenido, es bueno el libro que tiene interés para quien busca algo más que emociones superficiales o historias entretenidas.

Respecto a esto, también distingue Lewis dos clases de lectores: aquellos a quienes no les importa que el libro esté mal escrito, que tenga una técnica defectuosa, o cuyo contenido sea trivial, ya que sólo leen para distraerse con aventuras o misterios. Estos lectores no profundizan en los libros porque en realidad la lectura no forma parte importante de sus vidas, sino que es sólo un entretenimiento. La otra clase la forman los que Lewis considera buenos lectores, que son  los que no admiten los defectos antes mencionados. Son lectores que tienen sensibilidad literaria, y a los que les gusta hablar sobre libros y reflexionar sobre lo que leen, y que buscan con la lectura enriquecer su mundo mental.

Esas son las dos clases de lectores que distingue el autor, pero yo creo que hay una tercera, que tiene parte de ambas. Son aquellos lectores que tienen sensibilidad, que le exigen a un libro algo más que una mera historia para entretenerse y que buscan también ampliar su visión de las cosas, pero que, por una razón u otra, no suelen compartir sus impresiones con otras personas, no suelen hablar de libros aunque mediten sobre ellos.

O quizá se podrían establecer muchas otras clases de lectores, porque la lectura, ya sea superficial o profunda, según la inclinación, el gusto y los deseos de cada cual,  es una experiencia personal e íntima, diferente para cada uno, y tal vez la actividad más individual, la que más nos hace estar con nosotros mismos, aunque al mismo tiempo nos lleva más allá de nosotros. Lo cual me parece una fascinante paradoja, por cierto.

 

 

Parque de Málaga

 

 

sábado, 6 de mayo de 2023

Días de libro y rosas

Esta entrada se publicó originalmente en Juguetes del viento el 23 de abril de 2018.

Una vez conocí a una persona que, según me dijo, nunca había leído un libro.

No era la primera vez que oía a alguien decir eso, claro, pero en esta ocasión me llamó más la atención, quizá porque entonces yo ya era consciente de la importancia que la lectura tenía para mí.

La cuestión es que en ese momento pensé que esa persona “no sabía lo que se perdía”, como se suele decir,  porque yo estaba segura de que así era, de que no leer libros era privarse de muchas posibilidades: de aprender, de descubrir, de divertirse, de meditar, de sentir consuelo y compañía… Como dice Eugene Field en Los amores de un bibliómano:

Risa para mis momentos más alegres, distracción para mis preocupaciones, 
consuelo para mis pesares, charla ociosa para mis momentos de mayor pereza, 
lágrimas para mis penas, consejo para mis dudas, y seguridad contra mis miedos. 
Todo esto me dan mis libros…


Sin embargo, más adelante cambié de opinión. No es que ya no creyera en las bondades de los libros, sino que empecé a pensar que me equivocaba, que quienes no leían libros no se perdían nada, que seguramente esas personas encontrarían de otra forma el deleite y el solaz que otros encontramos en la lectura. Y siguiendo este pensamiento me dije que los amantes del deporte, por ejemplo, podrían pensar igualmente que yo “no sabía lo que me perdía” por no tener afición a ellos. Es decir, que cada uno disfruta a su manera y encuentra satisfacción en cosas diferentes.

Pero un tiempo después cambié de opinión nuevamente, y volví a pensar que no leer quizá sí suponga, no perder, pero sí dejar de ganar algo. Porque me parecía que otras aficiones –el deporte, la ópera, el ajedrez, la pintura, los puzzles…– implicaban una inclinación determinada y específica que como es lógico no todo el mundo siente, mientras que la lectura, me parecía a mí, era algo general, inherente al ser humano y hasta necesario.

No sé si esto tiene alguna lógica o algún fundamento científico, pero mi sensación es que sí. Porque lo cierto es que desde que nacemos nos gusta que nos cuenten cosas, nos gustan los cuentos, las historias, y sabemos que el cerebro las recibe con agrado y saca provecho de ellas. También nos gustan las películas, los chistes, las anécdotas, las canciones… que no son sino formas de contar historias. Es decir, que la esencia de la literatura -la narración de historias- es, en efecto, inherente al ser humano, un acto natural.

En los tiempos de las cavernas nuestros ancestros se reunían
alrededor del fuego por la noche. Los lobos aullaban en la oscuridad,
más allá del resplandor del fuego. Y una persona empezaba a hablar.
Y contaba una historia, para que la oscuridad no nos diese tanto miedo.

                                                            (El editor de libros. “Genius”, Michael Grandaje, 2016)
  
De manera que quizá el gusto por la lectura, por las narraciones, sea algo con lo que nacemos pero que con el tiempo muchas personas van perdiendo, como ocurre con la inocencia, el deseo de aprender o las ganas de jugar. Y en otras personas, por el contrario, no sólo se mantiene ese gusto sino que va haciéndose más completo y cabal.

Creo que no se puede dudar que la lectura de libros también nos da, aparte del regocijo personal, una visión más amplia del mundo, nuevos puntos de vista, aspectos que desconocemos de la realidad, ideas que nunca habíamos tenido y circunstancias en las que nunca habíamos pensado; y todo esto, creo yo, desemboca en un conocimiento mayor del ser humano –incluidos nosotros mismos– y una mayor capacidad de comprensión de nuestros semejantes.

Y también creo que todo esto influye en nuestro bienestar. Se dice que cuanto más conscientes seamos de todo, de la realidad en su más amplio sentido, más pesimistas nos volveremos. Y puede que sea verdad, pero creo que el conocimiento, en todo su sentido también, nos abastece  de nuevos recursos mentales y emocionales para manejar mejor esa conciencia de la realidad.

Sin duda hay personas felices e infelices, lúcidas y no tan lúcidas tanto entre quienes leen como entre quienes no leen. Pero aunque me demostrasen que leer libros no sirve para todo eso que yo creo, y que el bienestar personal no tiene nada que ver con la lectura, yo me alegro de ser lectora. Entre otras cosas, porque gracias a eso puedo compartir muchas meditaciones con ustedes. 





sábado, 15 de abril de 2023

Querido librito

Espero que no te importe que me refiera a ti con este diminutivo. Desde luego, no lo utilizo porque seas pequeño, ya que no lo eres en ningún sentido. Tienes más de seiscientas páginas y contienes una obra clásica, considerada entre las grandes de su género por su carácter innovador, su estilo, su estructura narrativa y la apasionante historia que nos cuentas.

Si utilizo el diminutivo es con intención afectuosa, con amor incluso, y con gratitud. Porque tus páginas están acompañándome estos días de una forma gratísima y están proporcionándome momentos de gran solaz.

Cuando me interno en la historia que contienes, querido librito, siento como si entrara en una cápsula mágica que me aísla del ruido, de los males del mundo real y de los pensamientos perturbadores. Y entonces me dejo emocionar por la valiente Marian, por su carácter resuelto, su perspicacia y el amor absoluto que siente por su hermana menor. Y me emociono también con ella, la joven Laura, tan desdichada, tan sufrida y tan generosa.

Y me conmuevo con la desventura del joven Walter, con la forma altruista con que renuncia a su amor; y me enfado con el señor F. por su pasividad, por su indolencia, su egoísmo y su falta de consideración, aunque también me resulta risible por sus caprichos y sus melindres; y me irrito cada vez que aparece el exquisito P. G. porque es tan correcto, tan galante y apuesto que no puedo sino sospechar de tanta perfección; y me siento intrigada con el misterioso e inquietante conde F...

Sí, me manipulas, librito. Juegas con mis sentimientos, me llevas de acá para allá en un vaivén de emociones,  y yo te sigo el juego gustosamente.

Tengo entendido que algunos consideran que la historia que contienes es un mero folletín, pero cómo va a serlo cuando tus páginas están escritas con palabras tan precisas y tan elegantes; cuando se congregan en ellas personajes tan carnales, tan humanos en sus peculiaridades, sus dudas, sus preocupaciones y sus errores, y cuando su historia está presentada con tanta maestría.

Así que no te acabes todavía, querido librito, déjame seguir leyendo; déjame seguir viviendo en tu mundo de papel, ese mundo en el que todo es lógico y coherente, y en el que todo, hasta lo más extraño, tiene pleno sentido y un por qué; ese mundo en el que, por esas razones, me siento segura y a salvo.

***


Queridos lectores de este modesto blog:

Ya que hemos hablado de juego, ¿quizá les gustaría jugar a adivinar, con las escasas pistas que he dejado, de qué obra se trata?



domingo, 26 de marzo de 2023

EL SERPIENTE


Rogelio se rascaba la cabeza y luego se miraba las uñas, como si esperase encontrar  alguna sorpresa que hubiese estado oculta en su escaso pelo. Entonces miraba las cabezas de sus compañeros, repartidas por la sala y adornadas con cantidades de cabello variables, pero ninguna tan calva como la suya. Y miraba sus barrigas, algunas con cierta curvatura, pero ninguna tan prominente como la suya. 

Los compañeros —salvo Mariana, a la que no le gustaban los motes— se referían a Rogelio como el serpiente, porque tenía cada ojo de un color: uno azul y otro marrón rojizo. Esto, según la percepción de los compañeros, le daba un aire reptiliano, amenazador. Pero sobre todo lo llamaban el serpiente porque lo consideraban repulsivo.

El desprecio era mutuo, en realidad, pero Rogelio tenía la ventaja de que él no  necesitaba a nadie, mientras que los otros se veían con frecuencia obligados a recurrir a él.

En esas ocasiones, Rogelio se retrepaba en su silla, cruzaba las manos sobre la barriga, siempre aprisionada en camisetas descoloridas, y los miraba con su mirada bífida, que él acentuaba con una media sonrisa insidiosa y satisfecha.

—Parece mentira que no sepáis solucionar esto —decía, abriendo algún programa informático y pulsando unas cuantas teclas—. Ya está, ya lo tenéis en vuestros ordenadores, lumbreras.

Y los miraba fijamente con su mirada bicolor, sabiendo que eso los desconcertaba, porque cada ojo parecía expresar una emoción diferente.

—Gracias, Rogelio —respondían los compañeros, humillados y ofendidos por no tener más remedio que pedirle ayuda. 

Cuando se alejaban, Rogelio murmuraba:

—No podéis pasar sin mí.

Y lo decía de manera que pudiesen oírlo pero al mismo tiempo no pudiesen estar seguros de lo que había dicho.

Por las tardes, en la soledad de su casa, Rogelio se miraba en el espejo. Intentaba comprobar si había perdido más pelo o si le empezaba a salir nuevo, y se medía la barriga para ver si había variado de tamaño. A continuación se lavaba la cabeza con un champú anticaída, fortificante y tonificante; después se aplicaba una loción estimulante del crecimiento capilar y, siguiendo las instrucciones del envase, se cubría la cabeza con un gorro de plástico para que el calor favoreciera la penetración del producto en la piel.

Acto seguido intentaba realizar una sesión de gimnasia que incluía una serie de flexiones, ejercicios con pesas y una caminata en la cinta andadora. Apenas lograba agacharse ligeramente dos o tres veces, levantar dos o tres veces unas pequeñas pesas de dos kilos, y caminar diez minutos en la cinta a velocidad media. Sin embargo, cuando terminaba se sentía agotado, asfixiado y dolorido, y unos riachuelos de sudor y loción le caían por la cara desde debajo del gorro. 

En esos momentos, pensaba entre jadeos en lo humillante que sería que lo viesen así sus compañeros, que lo viese Mariana en esa tesitura, y se estremecía de vergüenza.

Entonces volvía al espejo y se miraba de cerca. Se miraba la mirada. Se miraba aquellos ojos dispares, díscolos, desconcertantes, y sonreía con su media sonrisa de satisfacción.


Foto Ángeles
 

martes, 7 de marzo de 2023

Nueva convocatoria de los Premios Gamba

Quizá algunos de los amables lectores de este blog se acuerden de los otrora famosos Premios Gamba. Famosos en este modesto espacio, claro, pero famosos al fin y al cabo.

Y como recordarán quienes lo recuerden,  los Premios Gamba se otorgan a aquellos que, teniendo el lenguaje como herramienta principal de su desempeño profesional hacen un uso atolondrado, insensato y bobalicón del mismo, sufriendo así deslices, resbalones y hasta caídas estrepitosas en los pulidos suelos de nuestro bello idioma. 

resbalón Imagen de Google
Pues bien, después de mucho tiempo en que dicho galardón no se ha otorgado a nadie (públicamente), hoy presentamos nueva remesa de candidatos, que para la ocasión hemos distribuido en dos categorías diferentes: No sé lo que me digo, para aquellos que demuestran no conocer el significado de las palabras que están empleando; y Tontinglish, para quienes tienen el hábito de colar en su discurso abundantes anglicismos, siempre sin necesidad y casi siempre con necedad.

Sin más preámbulos, estos son los gambazos que optan a un Premio Gamba:

En la categoría No sé lo que me digo, tenemos, por ejemplo, el caso de un reportero que, en tiempos de vacunación contra la Covid,  nos informaba de que un hombre se había disfrazado de pobre para ponerse la vacuna, intentando colarse "entre los indígenas".

No me digan ustedes que esa confusión entre "indígena" e "indigente" no merece un premio. Y algo más, quizá.

Como también lo merece sin duda la periodista que, por las mismas fechas y hablando sobre las pruebas PCR, se refirió a "la introducción del isótopo".

Y también tiene mucho mérito la reportera que nos informaba de que, respecto a la vacuna, seguía habiendo "muchos excéntricos".

Claro, es que el que es raro es raro para todo.

En otros ámbitos y en fechas más recientes, un periodista dijo que habían detenido a un atracador que actuaba siempre de la misma manera, a saber: entraba en un establecimiento, ataba al empleado y después "perpetuaba el robo".

Se ve que el tipo se quedaba allí robando eternamente.

Y por último, tenemos también el desconcertante caso del reportero que, durante el mundial de fútbol, informaba de que miles de aficionados argentinos se habían quedado sin entradas para la final, y protestaban ante el estadio porque "querían ver el partido de cuerpo presente".

Pasmoso, ¿verdad? 

Por su parte, la categoría Tontinglish también ofrece mucho donde elegir. Por ejemplo, los reporteros, tertulianos y conductores de programas varios que dicen cosas como: "Las empresas están poniendo el target en los jóvenes"; "Yo quiero un streaming de las conversaciones" o "Las leyes no escritas son el check-balance de la Constitución".

También en reseñas de libros y películas se dicen cosas muy raras, como: "Para hacerse una idea del mood de este libro...", o  "Más allá del name dropping del título..."

Y no nos olvidemos de la publicidad, ese maravilloso campo de cultivo donde el anglicismo crece exuberante a lo largo de todo el año, y así podemos oír frases como: "Consíguelo sin cambios en tu lifestyle", o "Un nuevo morning show", y enterarnos de que existe un cosmético que tiene "efecto flow, efecto flash y efecto filler".

No se puede pedir más, ni en cosmética ni en tontuna.

Para terminar, y fuera de categoría (y fuera de toda lógica), miren el insólito epígrafe con que se inicia un artículo sobre higiene bucal:


Así que ya saben: ni se les ocurra volver a cepillarse los dientes. 


martes, 21 de febrero de 2023

Sucedió una tarde

Esta entrada que hoy recordamos se publicó originalmente en Juguetes del viento el 28-12-2012. 


Es curioso cómo a veces, de pronto, se nos viene a la memoria el recuerdo de una situación intrascendente, de una experiencia pasajera a la que no le dimos importancia.

Pero  resulta que ese hecho que sucedió sin más y en el que nunca volvimos a pensar, se quedó almacenado, sin nosotros saberlo,  en esa especie de coliflor que tenemos debajo de la melena.
Hace unos días me acordé, quién sabe por qué, de una de esas situaciones que tienen lugar un día cualquiera y que pasan sin dejar huella. 
Aparentemente.

Tendría yo alrededor de diecisiete años y era una tarde de verano.  Había quedado con mis amigas, y, como es habitual, mi puntualidad británica y yo llegamos las primeras. Me senté en un banco del paseo a esperarlas y a los pocos minutos llegó un muchacho.

Se sentó a mi lado y empezó a hablar conmigo.
No sé cómo entabló la conversación,  si me dijo su nombre, si me preguntó el mío, si quería saber la hora... no sé.
Lo que recuerdo es que en algún momento, por alguna razón, empezamos a hablar de libros.

Me preguntó si  a mí me gustaba leer, y dijo que él no leía nunca porque los libros le parecían muy aburridos. Que había empezado algunos pero los había dejado en seguida.
Yo le dije, más o menos, que habiendo tantos libros en el mundo, seguro que alguno le gustaría, que no todos eran aburridos.

Entonces me pidió que le hablara de alguno que me hubiera gustado a mí y que le pudiera gustar a él. Y yo, echando mano de mis escasísimos conocimientos, le hablé de uno que había leído hacía poco y que era muy entretenido.

Me preguntó de qué trataba y  le conté el argumento brevemente.
Por supuesto yo entonces no sabía nada del simbolismo de la novela ni de su filosofía ni nada de eso. Mi lectura se había quedado en lo anecdótico, en lo divertido de la trama, en la fantasía del relato.

El libro en cuestión era El caballero inexistente, de Italo Calvino.
Y aunque en aquel momento ni el chico ni yo teníamos dónde apuntar el título, recuerdo que hizo un esfuerzo por memorizarlo, repitiéndolo lentamente, como si lo escribiera.  
Ya no me acuerdo de nada más, no sé cómo terminó la conversación, pero me imagino que llegarían mis amigas y me marché.

Ahora me pregunto si el muchacho recordaría más tarde el título del libro; y si lo recordó, me gustaría saber si lo compró y si lo leyó. Y especialmente me gustaría saber si le gustó.

Como dije al principio, nunca antes me había acordado de esta anécdota, pero cuando hace unos días apareció en mi pensamiento, como aparece una foto vieja en un cajón, pensé que probablemente esta fue la primera vez que le recomendé un libro a alguien.

Y también pensé que era muy curioso que alguien que decía aburrirse con los libros tuviera tanto interés por conocer alguno que le pudiera gustar.
Y por último, también he pensado que este hecho que al principio consideré intrascendente, ahora no me lo parece tanto.

 
 

martes, 20 de diciembre de 2022

Un niño bueno


El último día de clase antes de las vacaciones de Navidad, Anita volvió a casa un poco triste y bastante confusa. Cuando se tienen seis años, la confusión causa tristeza.

Su padre siempre sabía lo que había que hacer, pero no siempre estaba en casa. Pasaba mucho tiempo trabajando. Y su madre era la mejor del mundo dando abrazos y cuidándola cuando estaba enferma, pero no siempre entendía sus penas.

Así que muchas veces, cuando tenía algún sentimiento que la hacía sufrir, Anita buscaba refugio en su hermano. Era tres años mayor que ella, y por lo tanto un niño también,  pero a Anita nueve años le parecían muchos, y además su hermano sabía muchas cosas de tanto leer libros. Pero sobre todo la comprendía muy bien, y eso casi siempre era suficiente para que ella se sintiera mejor.

Aquel día Anita le contó a su hermano que unos niños mayores del colegio habían dicho que los regalos de Navidad los compraban los padres en las tiendas, que no los traía nadie de lugares mágicos ni nada de eso. Y que no había más que mirar en el armario de los padres para encontrar allí escondidos los regalos, esperando hasta el día de Reyes.

—Eso lo dicen cada vez que se acerca la Navidad, para fastidiar a los pequeños —le dijo el hermano con aire experto—. No les hagas caso, son muy tontos.

Por la noche, cuando ya estaba acostada y con la luz apagada, la idea de los regalos escondidos en el armario de los padres no dejaba de rondar los pensamientos de Anita.  Estaba segura de que aquello no era verdad, pero no entendía por qué algunos niños querían engañar a los pequeños diciendo algo así.

¿Y si fuera verdad?, pensó de pronto. Y de manera difusa, indefinida como las sombras nocturnas de su habitación, su cerebro infantil le dijo que ningún niño podía ser capaz de pensar una mentira tan grande. Que si lo decían tenía que ser porque lo habían visto, porque habían visto los regalos en el armario de sus padres.

Esos pensamientos resultaron agotadores, y antes de terminarlos Anita se durmió. Pero a la mañana siguiente seguían en su cabeza, activos e imparables como duendes en su taller, cortando, cosiendo, pegando, dándoles forma a cosas que hasta entonces no existían.

Anita estaba atrapada. La tentación de mirar en el armario de sus padres no la dejó tranquila en todo el día. Quería seguir creyendo que allí no había regalos escondidos, pero  ya no podía creerlo sin más. Tenía que comprobarlo. Entonces habló otra vez con su hermano.

—No pienses más en eso, Anita. Es una tontería, de esas cosas que dicen los mayores para hacerse los chulitos.

—Pero entonces no importa que miremos, ¿no?

—Qué cabezota eres. Bueno, pues si quieres miramos, pero como nos pillen se van a enfadar.

La posibilidad de que los padres se enfadasen con ellos poco antes de Navidad preocupó mucho a Anita. Fuese quien fuese quien traía los regalos, había que portarse bien. Y espiar en el armario de los padres no era portarse bien.  Ahora tenía otra duda. No sabía si mirar o no, si resolver el misterio o quedarse con la incertidumbre. 

Después de merendar, la madre les dijo:

—Tengo que subir a la azotea a recoger la ropa. No tardo nada, ¿eh?, así que portaos bien.

Anita y su hermano se miraron como cómplices de un plan, y cuando la madre salió, el niño dijo:

—Venga, a ver si así te quedas tranquila. Yo abro el armario y tú vigila el pasillo, y en cuanto oigas que mamá abre la puerta nos vamos corriendo a mi cuarto.

El niño abrió una de las puertas correderas del armario mientras Anita, desde la entrada de la habitación, miraba hacia el pasillo como él le había dicho.

—Aquí no hay nada, Anita —dijo con alivio—. Sólo la ropa de papá y mamá.

Anita se volvió hacia el armario y señalando con un dedo dijo:

—¿Y ahí arriba?

El hermano levantó la mirada hacia el altillo del armario.

—Vale —dijo con tono de resignación—. Voy a ver si puedo. Tú sigue vigilando.

El niño se quitó las zapatillas y se subió a la butaca que usaba su padre para descalzarse, y desde la butaca se subió a la cómoda.

Anita estaba muy nerviosa, casi le temblaban las piernas. Su hermano podía caerse y hacerse mucho daño. Y si su madre volvía en ese momento los descubriría sin remedio. Y además estaban a punto de saber la verdad.

De pie en el extremo del mueble y estirando el brazo todo lo posible, el hermano de Anita consiguió alcanzar la puerta superior del armario y deslizarla lo suficiente para mirar dentro.  Entonces, en el misterioso silencio de aquella cueva secreta, el niño vio una colcha metida en una funda transparente, un ventilador y una sombrilla de playa. Y también  unas cajas envueltas con papel de colores y lazos rojos, y varias bolsas abultadas, con dibujos navideños y el nombre de una juguetería.  

—¿Están ahí? ¿Hay regalos? —le preguntó Anita, inquieta como un gorrioncillo.

—Qué va, Anita. Aquí sólo hay unas mantas y cosas viejas —respondió el hermano, al tiempo que cerraba aquella puerta de los secretos.

A continuación bajó de la cómoda a la butaca y se puso de nuevo las zapatillas. Anita lo miraba como a un héroe,  y después los dos salieron del cuarto de sus padres. En ese momento se abrió la puerta de la calle.

—Niños, ya estoy aquí —dijo la madre—. Habéis sido buenos, ¿verdad?


viernes, 2 de diciembre de 2022

Invitados

Para Sara, en el recuerdo


Al llegar estas fechas en que vamos despidiendo un año y preparando la bienvenida al siguiente, parece como si el mero cambio de año, con la temporada navideña por medio, marcase una frontera vital, una nítida línea temporal que señalara la llegada de un después mejor que el antes.

Aprovechando ese espíritu de cambio, de esperanza en lo mejor y de buenos deseos, tenemos la costumbre en este blog, como quizá algunos de ustedes recuerden, de invitar a varios amigos, todos ellos personas de mente preclara y sabiduría práctica, para que nos iluminen y nos ayuden a recorrer los caminos que transitamos cada día.

Nuestros invitados vienen, como siempre, de diversas épocas y partes del mundo, pero sus ideas son universales. Y nos inspiran así el sentimiento de que por muy dispares que sean los lugares temporales y geográficos que habitemos, los "lugares emocionales" son los mismos para todos nosotros.

En esta ocasión, el primero de nuestros sabios  nos invita a huir de las quejas por aquello que no está en nuestra mano controlar o cambiar:

Trata de saborear la vida, y aprende que la peor filosofía es la del llorón que se tumba en la orilla del río para lamentarse del curso incesante de las aguas. Su oficio es no pararse nunca. Acomódate a la ley y trata de aprovecharla.

 Joaquim Maria Machado de Assis. Memorias póstumas de Blas Cubas (1881)

 *** 

Y mientras desechamos los lamentos, procuremos afianzar nuestra paciencia, pues, aunque a veces no nos lo parezca, todo llega, en su momento:

[...] sólo hay que esperar a que a uno le llegue su turno. En la vida terrenal las recompensas no se reparten con facilidad, pero al final, a pesar de todo, recibimos nuestra parte.

 Dezsö Kostolányi. Kornél Esti. Un héroe de su tiempo (1933)

 ***

Una parte fundamental de la vida son nuestras relaciones con los demás, en las que demostraremos nuestra calidad humana. Sin embargo, cuántas veces la denigramos con comportamientos mezquinos.

Peleándonos no haremos sino imitar a la inmensa mayoría de la humanidad [...] Hagamos algo mejor. Demostremos que somos lo bastante generosos para pasar por alto los pequeños malentendidos. Procediendo de este modo nos honraremos a nosotros mismos. De lo contrario, representaremos meramente una comedia para diversión de nuestras amistades.

 William Godwin. Las aventuras de Caleb Willliams (1794)

*** 

Y si queremos que nuestra vida y nuestras relaciones sean constructivas, edificantes y felices, nada mejor que cultivar las buenas amistades:

[...] pero nosotros hemos experimentado lo que hace indisolubles las amistades: hay entre nosotros ese intercambio constante de impresiones felices de una y otra parte que tal vez haga de la amistad, bajo ese aspecto, algo más rico que el amor.

Honoré de Balzac. La falsa amante (1841)

 

***

Espero que nunca les falten a ustedes palabras sabias y sensatas que les sirvan de orientación, de inspiración y de compañía.


foto: Ángeles


-Joaquim Maria Machado de Assis. Memorias póstumas de Blas Cubas (Alianza, 2018). Traducción de José Ángel Cilleruelo.
-Dezsö Kostolányi. Kornél Esti. Un héroe de su tiempo (Bruguera, 2007). Traducción de Mária Szijj.
-William Godwin. Las aventuras de Caleb Willliams (Valdemar, 1996). Traducción de Francisco Torres Oliver.
-Honoré de Balzac. La falsa amante (Ediciones Invisibles, 2019). Traducción de José Ramón Monreal Salvador.