No hace mucho dos amigos míos, grandes lectores ambos,
decían que, aunque siguen leyendo tanto como antes, o incluso más, ya no
disfrutan de los libros de la misma manera que hasta hace unos años. Y no se referían
a lo que comentamos en otra ocasión, a no encontrar libros que les gustasen lo suficiente. Decían que la razón está en ellos mismos, que los
libros ya no les resultan tan estimulantes ni les
dejan el poso que les dejaban antes. Ahora tienen la sensación de
que los libros, aunque les gusten los que leen, no les causan gran impresión,
no les abren mundos nuevos como sucedía antes.
Y lamentaban que esto pudiese indicar que se estaban
haciendo mayores, porque, decían, con la edad se pierde la sensación de
descubrimiento, de entusiasmo o apasionamiento que es propia de años más
jóvenes.
Como se trata de dos personas cultas, inteligentes y,
como digo, muy leídas, yo tengo siempre muy en cuenta sus palabras, y me fío
mucho de sus opiniones y su criterio. Sin embargo, en esta ocasión me parecía
que se equivocaban.
Porque creo que el paso del tiempo no trae consigo necesariamente
el desencanto ni la pérdida de la capacidad de aprender y descubrir. Y del
mismo modo, tampoco la poca edad implica mayor disfrute de las lecturas. Quizá
sí más sorpresa, o más sensación de novedad, porque lógicamente, cuando somos más
jóvenes todo es descubrir. Pero yo estoy segura de que cuanto más se lee,
mejor se lee; de que la actividad lectora, como casi todo, mejora con la
experiencia y la práctica. Y creo que cuanto más leemos más
flexible se hace la mente, más abierta a nuevas ideas, a nuevos puntos de vista. De manera que cuanto
más leemos más cosas comprendemos, y más ampliamos nuestra curiosidad y nuestro interés por cosas
diferentes, lo que a su vez amplía el rango de nuestros gustos.
Y como para todo eso hace falta tiempo, estoy
convencida de que para determinadas cosas, entre ellas la lectura y su
aprovechamiento, ir ganando edad es una ventaja, un beneficio, porque nos
hacemos cada vez más receptivos y quizá más sensibles.
Quizá la falta de deleite y de provecho de la que
hablaban mis amigos tenga que ver también con el ritmo de lectura. Ya he
comentado aquí alguna vez que conozco a personas que leen un libro por semana o
incluso dos. Y yo, al contrario, leo a un ritmo muy pausado. Y no es porque me
lo proponga. Al contrario, yo quisiera leer más rápido para así poder leer más,
pero me es imposible, parece que la lentitud es inherente a mi persona. Pero no me
quejo, porque creo que una parte del disfrute que extraigo de la lectura se
debe a eso precisamente, a la parsimonia, que me permite detener el pensamiento, meditar lo
que voy leyendo, y percibir todo su significado; o al menos todo de lo que yo soy
capaz.
Porque sin duda, las cosas se aprecian mejor cuando les
damos tiempo para que se muestren, cuando nos damos tiempo a nosotros mismos
para ver lo que va apareciendo.
Ya dijimos, en la entrada antes referida, que estos tiempos actuales, tiempos de
prisas, impaciencia, exceso de estímulos y quehaceres, no casan bien con el
sosiego que requiere una lectura provechosa. Pero creo que a veces son los
propios lectores quienes se imponen unos ritmos de lectura impropios. En su
afán por leer, por disfrutar de cuantos libros puedan, caen justo en lo que
impide ese disfrute. Le aplican a la lectura las mismas pautas de velocidad y
avidez que invaden muchas otras actividades de la sociedad de la premura.
Por eso, en aquella conversación, dije que, al
contrario que ellos, yo cada vez les
saco más partido a mis lecturas. De hecho, a veces me siento, en cierto modo,
como el protagonista de Flores para Algernon, la novela de Daniel Keyes
en la que el personaje se va volviendo cada vez más listo. Por desgracia yo
no me vuelvo más lista, pero sí noto que, como digo, cada vez comprendo mejor lo que leo y
extraigo más conclusiones; que los libros me enseñan cada vez más y que por lo
tanto disfruto cada vez más.
Así que, en efecto, creo que ir ganando edad no nos hace menos receptivos, no nos hace perder la emoción
de la lectura ni la disposición a la sorpresa y al aprendizaje, porque a mí me ocurre justo lo contrario.
Aunque, claro, también puede ser que yo me esté haciendo cada vez más joven.