sábado, 31 de marzo de 2018

Cada vez más


No hace mucho dos amigos míos, grandes lectores ambos, decían que, aunque siguen leyendo tanto como antes, o incluso más, ya no disfrutan de los libros de la misma manera que hasta hace unos años. Y no se referían a lo que comentamos en otra ocasión, a no encontrar libros que les gustasen lo suficiente. Decían que  la razón está en ellos mismos, que los libros ya no les resultan tan estimulantes ni les dejan el poso que les dejaban antes. Ahora tienen la sensación de que los libros, aunque les gusten los que leen, no les causan gran impresión, no les abren mundos nuevos como sucedía antes.
Y lamentaban que esto pudiese indicar que se estaban haciendo mayores, porque, decían, con la edad se pierde la sensación de descubrimiento, de entusiasmo o apasionamiento que es propia de años más jóvenes.

Balamand Unioversity, Lebanon
Como se trata de dos personas cultas, inteligentes y, como digo, muy leídas, yo tengo siempre muy en cuenta sus palabras, y me fío mucho de sus opiniones y su criterio. Sin embargo, en esta ocasión me parecía que se equivocaban.

Porque creo que el paso del tiempo no trae consigo necesariamente el desencanto ni la pérdida de la capacidad de aprender y descubrir. Y del mismo modo, tampoco la poca edad implica mayor disfrute de las lecturas. Quizá sí más sorpresa, o más sensación de novedad, porque lógicamente, cuando somos más jóvenes todo es descubrir. Pero yo estoy segura de que cuanto más se lee, mejor se lee; de que la actividad lectora, como casi todo, mejora con la experiencia y la práctica. Y creo que cuanto más leemos más flexible se hace la mente, más abierta a nuevas ideas, a nuevos puntos de vista. De manera que cuanto más leemos más cosas comprendemos, y más ampliamos nuestra curiosidad y nuestro interés por cosas diferentes, lo que a su vez amplía el rango de nuestros gustos. 

Y como para todo eso hace falta tiempo, estoy convencida de que para determinadas cosas, entre ellas la lectura y su aprovechamiento, ir ganando edad es una ventaja, un beneficio, porque nos hacemos cada vez más receptivos y quizá  más sensibles.

Quizá la falta de deleite y de provecho de la que hablaban mis amigos tenga que ver también con el ritmo de lectura. Ya he comentado aquí alguna vez que conozco a personas que leen un libro por semana o incluso dos. Y yo, al contrario, leo a un ritmo muy pausado. Y no es porque me lo proponga. Al contrario, yo quisiera leer más rápido para así poder leer más, pero me es imposible, parece que la lentitud es inherente a mi persona. Pero no me quejo, porque creo que una parte del disfrute que extraigo de la lectura se debe a eso precisamente, a la parsimonia, que me permite detener el pensamiento, meditar lo que voy leyendo, y percibir todo su  significado; o al menos todo de lo que yo soy capaz.

Porque sin duda, las cosas se aprecian mejor cuando les damos tiempo para que se muestren, cuando nos damos tiempo a nosotros mismos para ver lo que va apareciendo.
Ya dijimos, en la entrada antes referida, que estos tiempos actuales, tiempos de prisas, impaciencia, exceso de estímulos y quehaceres, no casan bien con el sosiego que requiere una lectura provechosa. Pero creo que a veces son los propios lectores quienes se imponen unos ritmos de lectura impropios. En su afán por leer, por disfrutar de cuantos libros puedan, caen justo en lo que impide ese disfrute. Le aplican a la lectura las mismas pautas de velocidad y avidez que invaden muchas otras actividades de la sociedad de la premura.

Por eso, en aquella conversación, dije que, al contrario que ellos, yo  cada vez les saco más partido a mis lecturas. De hecho, a veces me siento, en cierto modo, como el protagonista de Flores para Algernon, la novela de Daniel Keyes en la que el personaje se va volviendo cada vez más listo. Por desgracia yo no me vuelvo más lista, pero sí noto que, como digo,  cada vez comprendo mejor lo que leo y extraigo más conclusiones; que los libros me enseñan cada vez más y que por lo tanto disfruto cada vez más.

Así que, en efecto, creo que ir ganando edad no nos hace menos receptivos, no nos hace perder la emoción de la lectura ni la disposición a la sorpresa y al aprendizaje,  porque a mí me ocurre justo lo contrario.
Aunque, claro, también puede ser que yo me esté haciendo cada vez más joven.


En el ojo del huracán (Storm Center. Daniel Taradash, 1956)


jueves, 15 de marzo de 2018

Te propongo una cita


Como saben algunos de ustedes, yo soy de esas personas que tienen la costumbre (buena o mala, según cada cual) de subrayar los libros, de señalar las frases y párrafos que más me gustan. De ese modo, al cabo del tiempo puedo volver a encontrar sin dificultad los pasajes que en su momento me llamaron la atención y que deseo volver a leer, ya sea por puro deleite estético, ya sea por recuperar una enseñanza, un consejo, un consuelo… todo eso que se encuentra en los libros.

  
Hay ciertas cosas que el destino se propone tercamente. En vano se le interponen 
la razón y la virtud, el deber y todo lo sagrado; tiene que ocurrir algo que al destino 
le parezca bien y a nosotros no; y así acaba por surgir sin remisión, hagamos lo que hagamos. Pero, qué digo. Precisamente el destino pretende volver a poner en mi camino 
mi propio deseo, mi propia intención, contra la cual yo he actuado desconsideradamente.

J.W. Goethe. Las afinidades electivas (1809)


Y como ya he contado aquí también, muchas veces me ocurre que esas citas, esas ideas destacadas en un libro, me traen a la mente a personas concretas, ya sean personas a las que conozco bien u otras a las que no conozco tan bien, pero de cuya personalidad y manera de pensar, de entender el mundo, creo tener cierta noción. Es decir, relaciono mentalmente una idea, una reflexión, con una persona, como quien al ver un artículo en una tienda piensa: “Esto le gustaría a…”


Nadie más que el hombre mismo autoriza su esclavitud o lucha por
liberar su espíritu. Su único enemigo es la debilidad y su único defecto
el miedo. Su alma está aprisionada por curiosas cadenas; esas cadenas
son de muchas clases -muy bien forjadas- y a menudo invisibles,
hasta que dejan cicatrices; la más cruel de ellas, el orgullo;
la más sutil, el sufrimiento, y la más mortífera -la que acaricia
mientras estrangula-, la que los hombres llaman amor.

Charlotte Mew. “Elinor” (c.1904)

La mayoría de las veces esa relación, como creo que es lógico, se establece por afinidad, porque  imagino, acertadamente o no, que un pensamiento determinado podría gustar a una persona en concreto. Pero otras veces la asociación se establece por disparidad, porque una idea concreta puede parecerme opuesta a lo que alguien en particular piensa sobre la cuestión de que se trate. 

Supo que tendría muchísmo que hacer, nada menos que percibir el mundo que 
hasta entonces no había conocido en realidad, sólo de oídas […] La realidad era 
mucho más simple, pero al mismo tiempo más densa y sustanciosa de como 
la había imaginado desde la penumbra.

Sándor Márai. La extraña (1934)

En muchas ocasiones atribuyo, también creo que es lógico, una misma cita a más de una persona; y del mismo modo, varias citas diferentes pueden parecerme adecuadas para una misma persona.

Estamos solos, cada uno consigo mismo y con su muerte propia y su vida solitaria y desastrosa, estamos muy solos todos. Pero te diré algo que quizá te consuele. La soledad es el afrodisíaco del espíritu, como la conversación lo es de la inteligencia.

Enrique Vila-Matas. Doctor Pasavento (2005)


Y entre esas personas en las que me hacen pensar las citas literarias, están, cómo no, ustedes, los lectores de este blog, y por esta razón ya en dos ocasiones anteriores les he propuesto un pequeño juego –por llamarlo así–  relacionado con esas espontáneas asociaciones.


¡Feliz el que encuentre un amigo cuyo corazón y espíritu
le convengan, un amigo que se una a él por una comunión de gustos,
de sentimientos y de conocimientos, un amigo que no esté
atormentado por la ambición o el interés, que prefiera
la sombra de un árbol a la pompa de una corte.
¡Feliz quien tiene un amigo!

Xavier de Maistre. Viaje alrededor de mi habitación (1794)


Este pequeño juego consiste simplemente en que, si les parece bien y les apetece,  me digan cuál o cuáles de las citas que reproduzco en esta entrada les gustan más, o con cuál están en desacuerdo, por la razón que sea. Y así comprobaremos si sus elecciones coinciden con mis asociaciones. 


Permanecí allí sentado durante media hora, y era extraño
lo cerca de mí que ella parecía estar. El lugar estaba
completamente vacío, es decir, estaba lleno de ella.”

Henry James. Diario de un hombre de cincuenta años (1880)

Espero que cada uno de ustedes encuentre al menos una cita que le llame la atención de manera especial, por afinidad o por disparidad.  Y creo que tan interesante será ver que he acertado en mis cábalas como lo contrario. Porque confirmar una suposición es emocionante, pero las sorpresas también lo son.




martes, 6 de marzo de 2018

Estuve en Tarnis


Tarnis fue una vez habitada por locos. Así creo yo que debió de ser.
Y eran locos de dos clases: jardineros y arquitectos.
Y los locos arquitectos y los jardineros locos entablaron una batalla loca para ver quién lograba creaciones más fabulosas.

Los jardineros, seguros de que el verde elemento superaría las rígidas posibilidades de la piedra, construyeron jardines, parques y bosques de insensata opulencia. Edificaron monumentos de desenfrenada vegetación, en los que el color, los olores y las formas eran de tal belleza y galanura que quien los contemplaba y paseaba por ellos lloraba de conmoción.

Sintra, PortugalLos arquitectos, seguros de superar a la naturaleza en fantasía y ensueño, sembraron castillos, palacios y torres en medio de los bosques y encima de las peñas. Plantaron escalinatas y balcones, salones y miradores, chimeneas, columnas y arcos a golpe de capricho, de arrebato romántico.  Y sus formas eran tan irreales, tan extrañas y graciosas que quien los contemplaba y paseaba por ellos lloraba de éxtasis.

Y en ese combate andaban ensimismadas las dos exuberancias, sin que ninguna lograra vencer a la otra, sin comprender que  no eran rivales sino aliadas.

Porque el bosque y el castillo, el parque y el palacio, el jardín y la torre, y la fuente, y la cueva; el seto y el sendero, el estanque, la cúpula, la pérgola y el puente, eran todo uno.
No se sabe dónde hay más delirio, más irrealidad. No se sabe dónde está el equilibrio y dónde el torbellino. Qué es vegetal y qué es arquitectura. 
Pues el secreto de su esplendor no está en la esencia de cada una, sino en cómo se imitan la una a la otra. 
Y en cómo se abrazan, se contienen y se protegen.
Y en cómo, sin saberlo los locos, el jardinero y el arquitecto no combatían el uno contra el otro, sino los dos contra la cordura. 

Cuando vuelva a Tarnis, ¿querrás venir conmigo?



Quinta da Regaleira. Sintra, Portugal