Una vez conocí a una persona que, según me dijo, nunca
había leído un libro.
No era la primera vez que oía a alguien decir eso, claro,
pero en esta ocasión me llamó más la atención, quizá porque entonces yo ya era
consciente de la importancia que la lectura tenía para mí.
La cuestión es que en ese momento pensé que esa
persona “no sabía lo que se perdía”, como se suele decir, porque yo estaba segura de que así era, de
que no leer libros era privarse de muchas posibilidades: de aprender, de
descubrir, de divertirse, de meditar, de sentir consuelo y compañía… Como dice Eugene
Field en Los amores de un bibliómano:
Risa para mis momentos más alegres, distracción para
mis preocupaciones,
consuelo para mis pesares, charla ociosa para mis momentos
de mayor pereza,
lágrimas para mis penas, consejo para mis dudas, y seguridad
contra mis miedos.
Todo esto me dan mis libros…
Sin embargo, más adelante cambié de opinión. No es que
ya no creyera en las bondades de los libros, sino que empecé a pensar que me
equivocaba, que quienes no leían libros no se perdían nada, que seguramente
esas personas encontrarían de otra forma el deleite y el solaz que otros
encontramos en la lectura. Y siguiendo este pensamiento me dije que los
amantes del deporte, por ejemplo, podrían pensar igualmente que yo “no sabía lo
que me perdía” por no tener afición a ellos. Es decir, que cada uno disfruta a
su manera y encuentra satisfacción en cosas diferentes.
Pero un tiempo después cambié de opinión nuevamente, y
volví a pensar que no leer quizá sí suponga, no perder, pero sí dejar de ganar algo.
Porque me parecía que otras aficiones –el deporte, la ópera, el ajedrez, la
pintura, los puzzles…– implicaban una inclinación determinada y específica que como
es lógico no todo el mundo siente, mientras que la lectura, me parecía a mí,
era algo general, inherente al ser humano y hasta necesario.
No sé si esto tiene alguna lógica o algún fundamento
científico, pero mi sensación es que sí. Porque lo cierto es que desde que
nacemos nos gusta que nos cuenten cosas, nos gustan los cuentos, las historias,
y sabemos que el cerebro las recibe con agrado y saca provecho de ellas.
También nos gustan las películas, los chistes, las anécdotas, las canciones…
que no son sino formas de contar historias. Es decir, que la esencia de la
literatura -la narración de historias- es, en efecto, inherente al ser humano,
un acto natural.
En los tiempos de las cavernas nuestros ancestros se
reunían
alrededor del fuego por la noche. Los lobos aullaban
en la oscuridad,
más allá del resplandor del fuego. Y una persona
empezaba a hablar.
Y contaba una historia, para que la oscuridad no nos
diese tanto miedo.
(El editor de
libros. “Genius”, Michael Grandaje, 2016)
De manera que quizá el gusto por la lectura, por las narraciones,
sea algo con lo que nacemos pero que con el tiempo muchas personas van perdiendo,
como ocurre con la inocencia, el deseo de aprender o las ganas de jugar. Y en
otras personas, por el contrario, no sólo se mantiene ese gusto sino que va haciéndose más
completo y cabal.
Creo que no se puede dudar que la lectura de libros
también nos da, aparte del regocijo personal, una visión más amplia del mundo,
nuevos puntos de vista, aspectos que desconocemos de la realidad, ideas que
nunca habíamos tenido y circunstancias en las que nunca habíamos pensado; y
todo esto, creo yo, desemboca en un conocimiento mayor del ser humano –incluidos
nosotros mismos– y una mayor capacidad de comprensión de nuestros semejantes.
Y también creo que todo esto influye en nuestro
bienestar. Se dice que cuanto más conscientes seamos de todo, de la realidad en
su más amplio sentido, más pesimistas nos volveremos. Y puede que sea verdad,
pero creo que también es verdad que el conocimiento, en todo su sentido
también, nos abastece de nuevos recursos
mentales y emocionales para manejar mejor esa conciencia de la realidad.
Sin duda hay personas felices e infelices, lúcidas y
no tan lúcidas tanto entre quienes leen como entre quienes no leen. Pero aunque
me demostrasen que leer libros no sirve para todo eso que yo creo, y que el
bienestar personal no tiene nada que ver con la lectura, yo me alegro de ser
lectora. Entre otras cosas, porque gracias a eso puedo compartir muchas meditaciones con ustedes.