lunes, 23 de abril de 2018

Días de libro y rosas


Una vez conocí a una persona que, según me dijo, nunca había leído un libro.
No era la primera vez que oía a alguien decir eso, claro, pero en esta ocasión me llamó más la atención, quizá porque entonces yo ya era consciente de la importancia que la lectura tenía para mí.

La cuestión es que en ese momento pensé que esa persona “no sabía lo que se perdía”, como se suele decir,  porque yo estaba segura de que así era, de que no leer libros era privarse de muchas posibilidades: de aprender, de descubrir, de divertirse, de meditar, de sentir consuelo y compañía… Como dice Eugene Field en Los amores de un bibliómano:

Risa para mis momentos más alegres, distracción para mis preocupaciones, 
consuelo para mis pesares, charla ociosa para mis momentos de mayor pereza, 
lágrimas para mis penas, consejo para mis dudas, y seguridad contra mis miedos. 
Todo esto me dan mis libros…


Sin embargo, más adelante cambié de opinión. No es que ya no creyera en las bondades de los libros, sino que empecé a pensar que me equivocaba, que quienes no leían libros no se perdían nada, que seguramente esas personas encontrarían de otra forma el deleite y el solaz que otros encontramos en la lectura. Y siguiendo este pensamiento me dije que los amantes del deporte, por ejemplo, podrían pensar igualmente que yo “no sabía lo que me perdía” por no tener afición a ellos. Es decir, que cada uno disfruta a su manera y encuentra satisfacción en cosas diferentes.

Pero un tiempo después cambié de opinión nuevamente, y volví a pensar que no leer quizá sí suponga, no perder, pero sí dejar de ganar algo. Porque me parecía que otras aficiones –el deporte, la ópera, el ajedrez, la pintura, los puzzles…– implicaban una inclinación determinada y específica que como es lógico no todo el mundo siente, mientras que la lectura, me parecía a mí, era algo general, inherente al ser humano y hasta necesario.

No sé si esto tiene alguna lógica o algún fundamento científico, pero mi sensación es que sí. Porque lo cierto es que desde que nacemos nos gusta que nos cuenten cosas, nos gustan los cuentos, las historias, y sabemos que el cerebro las recibe con agrado y saca provecho de ellas. También nos gustan las películas, los chistes, las anécdotas, las canciones… que no son sino formas de contar historias. Es decir, que la esencia de la literatura -la narración de historias- es, en efecto, inherente al ser humano, un acto natural.

En los tiempos de las cavernas nuestros ancestros se reunían
alrededor del fuego por la noche. Los lobos aullaban en la oscuridad,
más allá del resplandor del fuego. Y una persona empezaba a hablar.
Y contaba una historia, para que la oscuridad no nos diese tanto miedo.

                                                            (El editor de libros. “Genius”, Michael Grandaje, 2016)
  
De manera que quizá el gusto por la lectura, por las narraciones, sea algo con lo que nacemos pero que con el tiempo muchas personas van perdiendo, como ocurre con la inocencia, el deseo de aprender o las ganas de jugar. Y en otras personas, por el contrario, no sólo se mantiene ese gusto sino que va haciéndose más completo y cabal.

Creo que no se puede dudar que la lectura de libros también nos da, aparte del regocijo personal, una visión más amplia del mundo, nuevos puntos de vista, aspectos que desconocemos de la realidad, ideas que nunca habíamos tenido y circunstancias en las que nunca habíamos pensado; y todo esto, creo yo, desemboca en un conocimiento mayor del ser humano –incluidos nosotros mismos– y una mayor capacidad de comprensión de nuestros semejantes.
Y también creo que todo esto influye en nuestro bienestar. Se dice que cuanto más conscientes seamos de todo, de la realidad en su más amplio sentido, más pesimistas nos volveremos. Y puede que sea verdad, pero creo que también es verdad que el conocimiento, en todo su sentido también, nos abastece  de nuevos recursos mentales y emocionales para manejar mejor esa conciencia de la realidad.

Sin duda hay personas felices e infelices, lúcidas y no tan lúcidas tanto entre quienes leen como entre quienes no leen. Pero aunque me demostrasen que leer libros no sirve para todo eso que yo creo, y que el bienestar personal no tiene nada que ver con la lectura, yo me alegro de ser lectora. Entre otras cosas, porque gracias a eso puedo compartir muchas meditaciones con ustedes. 




martes, 10 de abril de 2018

Lingüistas y alienígenas


Dedicado a MJ

En respuesta a la sugerencia que les presenté en la entrada de aniversario, nuestra amiga MJ me mandó un correo con una propuesta.
Según me decía, había visto La llegada (“Arrival”, Denis Villeneuve, 2016), y como le había interesado la teoría lingüística en la que se basa esta película, me proponía que comentase algo al respecto.

Yo también había visto la película, y me había llamado la atención que tuviese como fundamento una teoría lingüística, en concreto la llamada “Hipótesis de Sapir-Whorf”. Así que la sugerencia de MJ me da ocasión de meditar un poco sobre asuntos que guardan relación con otros que ya han ido apareciendo en el blog otras veces. 

En la película citada vemos a unos lingüistas que intentan desentrañar la forma de comunicación, el “idioma”, de unos extraterrestres que han llegado a nuestro planeta, para poder comunicarse con ellos y conocer los propósitos de su visita. Se podría decir, por cierto, que se establece entre ellos una especie de “encuentros en la tercera frase”, y perdonen ustedes la tontería.
En ese intento de comprender el lenguaje de los alienígenas es donde aparece reflejada la hipótesis de Sapir-Whorf, también denominada “teoría de la relatividad lingüística”.

Dicho en términos muy elementales, esta hipóteis establece que el idioma que hablamos influye en nuestro pensamiento; es decir,  que los hablantes de lenguas diferentes tienen formas diferentes de pensar. Por eso en la película se plantea que cuando la protagonista descubra la clave del lenguaje del alien, adquirirá no sólo ese lenguaje, sino también la concepción de la realidad que ese lenguaje conlleva.

Como han dicho algunos lingüistas, la película toma la hipótesis de Sapir-Whorf al pie de la letra y la lleva al extremo, aunque para eso es una película y además de ciencia-ficción. Sin embargo, en el terreno puramente lingüístico, la cosa no es tan clara ni tan definida.

A principios del siglo XX (aunque la idea ya surgió en el siglo XIX),  el lingüista Edward Sapir  planteó la posibilidad de que el lenguaje influyera en la manera en que sus hablantes interpretan la realidad; es decir, que la forma en que concebimos el mundo dependería en cierta medida de nuestros respectivos idiomas, de sus estructuras internas.

Años más tarde, tras la muerte de Sapir, un alumno y colaborador suyo, Benjamin Whorf, reelaboró y extendió la idea del profesor, dando origen a la hipótesis que hoy lleva el nombre de ambos, aunque nunca fue establecida como tal por ellos mismos, ni en común ni por separado.

ArrivalWhorf estaba convencido de que la gramática de cada idioma influye en la forma de pensar de sus hablantes, y para ello se basaba en sus investigaciones sobre la lengua de los indios Hopi: había observado que mientras que en las lenguas europeas el tiempo se representa de manera lineal –pasado, presente y futuro–, en la lengua hopi el tiempo se percibe como un flujo circular, y esa es  precisamente la característica que tiene el lenguaje de los extraterrestres de la película.

La hipótesis de Sapir-Whorf  siempre ha sido polémica, y sigue siendo objeto de debate hoy día. Muchos lingüistas descartan que el lenguaje determine la forma en que sus hablantes conciben la realidad, porque las estructuras lingüísticas, como planteó Noam Chomsky,  son universales, comunes a todos los idiomas; de manera que todos los seres humanos pensamos las mismas cosas y concebimos el mundo de igual manera, independientemente de cuál sea nuestra lengua materna.

Por otra parte, según indican otros expertos, la teoría de Whorf implicaría que no existe una realidad objetiva, sino realidades diferentes para los hablantes de idiomas de estructuras diferentes. Y se derivaría también que nuestro pensamiento no es libre, sino que está limitado o dirigido por el idioma que hablemos.

El asunto es sin duda apasionante, pero yo no puedo opinar más que basándome en mi personal y poco científica intuición sobre el asunto. Y en ese sentido, mi impresión es que el lenguaje no determina nuestra visión de la realidad, del entorno en el que vivimos, sino que lo refleja, lo representa; porque sí creo en la teoría de Chomsky, en que todos los hablantes compartimos una gramática esencialmente universal; que todos, sea cual sea nuestra lengua materna, compartirmos una especie de gramática innata, que se refleja en los llamados “universales lingüísticos” (rasgos que son comunes a todas las lenguas). 

También creo que en las cuestiones humanas fundamentales (los miedos, los deseos, las necesidades, las esperanzas…) todos los seres humanos, seamos de la nacionalidad que seamos y hablemos la lengua que hablemos, somos iguales. Por eso entendemos el arte y el pensamiento de pueblos muy lejanos en el tiempo y el espacio. Y dado que las lenguas son todas traducibles entre sí, ¿no significa eso que nuestra concepción del mundo y de la vida es básicamente semejante, aunque nuestros idiomas sean diferentes?

También es cierto que se puede utilizar el lenguaje -lo vemos casi a diario- para crear una supuesta realidad. Pero ésa es otra cuestión.
Y también es verdad que pensamos con palabras, que le damos forma al pensamiento con el lenguaje, pero eso no significa que el lenguaje cree la realidad sobre la que pensamos; simplemente la expresa, y la expresaremos mejor cuanto mejor sea nuestro conocimiento del lenguaje.

Y por último, creo también que aunque todos los hablantes del mundo concibamos la realidad de igual o semejante manera, el conocer diferentes idiomas nos da diferentes perspectivas de la realidad, porque en ocasiones distintos idiomas enfocan una misma realidad desde puntos de vista diferentes. De nuevo, esto no implicaría diferentes concepciones de la realidad, sino la posibilidad de verla desde diferentes ángulos.

La película La llegada, al margen de que nos guste mucho o poco, tiene un interés fundamental: que presenta una reflexión sobre el lenguaje, eso tan nuestro, tan esencial y tan trascendente.
Por eso, sea cual sea la verdad del asunto, tengan razón Sapir y Whorf, la tenga Chomsky o la tenga el próximo lingüista que elabore una nueva teoría, lo más interesante de todo es precisamente que haya teorías diferentes, que nos preguntemos por los orígenes y por todas las circunstancias relacionadas con esta capacidad humana maravillosa que es el lenguaje. Y, como he dicho otras veces, me fascina que después de miles de años utilizando el lenguaje sigamos sin desentrañar sus misterios y sigamos intrigados por la naturaleza de lo que precisamente nos hace ser lo que somos.


 Arrival film