Ya les conté a ustedes en una ocasión que algunas veces me siento como una impostora
lingüística, por utilizar palabras cuyo significado no conozco.
Y no es que yo diga palabras a lo loco a ver si
acierto. Me refiero a locuciones, a expresiones fijas en muchas de las cuales hay una palabra clave cuyo significado ignoro.
Con frecuencia es fácil intuir ese significado, como ocurre, por ejemplo, en el caso de la
expresión “gajes del oficio”: no cuesta imaginar que un gaje ha de ser
una inconveniencia, un fastidio asociado a una tarea determinada. Pero siempre
llega un momento en que esa suposición no me resulta suficiente y hasta me incomoda, porque a mí me
gusta conocer los significados con exactitud y certeza, y, a ser posible,
también la etimología de los términos. De
esa forma asimilo de verdad las palabras, así puedo considerarlas mías y sentirme con pleno derecho a utilizarlas.
Además, al buscar las palabras en el libro de las
maravillas, ése que llamamos “diccionario”, con frecuencia encuentro alguna
sorpresa extra que me hace sonreír y pensar en lo bonito que es esto del
léxico.
Así que un día me detuve en la
palabra gaje, y supe que, efectivamente, significa “molestia o perjuicio que
se experimenta con motivo de una ocupación”. Pero también aprendí que antiguamente el gaje
era el sueldo que se pagaba a alguien, o aquello que “se adquiere por algún empleo además del sueldo”. Esto me ha hecho pensar en que, últimamente,
cuando un político se queja por algo, se lleva mucho decirle que “eso va con el
sueldo”, lo cual, según se ve, es una forma pretendidamente original pero en
verdad literal, de referirse, justamente, a los gajes del oficio.
La palabra gaje proviene del francés “gage”,
que significa prenda, y que a su vez deriva del gótico “wadi”, prenda
o fianza . Y en efecto, dejar algo en prenda es dejar algo
como fianza.
Y ya que hemos llegado a la prenda, podría
decirse que esta palabra fue, inicialmente, una incorrección, ya que se trata una
alteración de pendra.
A todo esto, quizá algunos de ustedes se acuerden de aquel pignus que pasó por aquí hace tiempo, y que tiene mucho que ver en esto.
A todo esto, quizá algunos de ustedes se acuerden de aquel pignus que pasó por aquí hace tiempo, y que tiene mucho que ver en esto.
Ya ven lo que digo: esto de las palabras es una
sorpresa continua.
Recuerdo, por cierto, que cuando era pequeña y,
después de haber oído en varias ocasiones la expresión que nos ocupa, le pregunté a mi madre
qué significaba eso de “gases del oficio”. Si ya eso me resultaba desconcertante, imagínense cuando supe que no eran gases sino gajes.
Otra frase en la que me detuve a pensar seriamente en algún
momento es salir a la palestra. Todos sabemos que esta expresión tiene
el sentido de “hacer una aparición pública” o, en sentido más amplio,
comparecer ante otras personas.
Pero ¿qué será una palestra exactamente?, me pregunté, contrita, un día concreto. Y entonces supe que era “el lugar donde se lucha”, y que proviene del
latín palaestra, derivada a su vez del griego palaistra, que era
el espacio del gymnasium donde los atletas
clásicos practicaban la lucha.
De hecho, en italiano el gimnasio y la gimnasia se
llaman palestra, y así “andare in palestra” es ir al gimnasio,
y “fare palestra” es hacer gimnasia.
Todo esto lo sé ahora, pero durante mucho tiempo
estuve convencida de que palestra era sencillamente un sinónimo de pizarra,
porque los maestros nos decían con frecuencia eso de “Fulanito, sal a la
palestra”. Qué simpáticos.
Y ahora que lo pienso, para mí salir a la palestra
en clase de matemáticas era en verdad como salir a la palaistra de los
griegos, a pelearme con los números, que casi siempre me dejaban fuera de
combate.
En fin, gajes del oficio.
Palestra de Pompeya |