Hace unos meses hablamos aquí de la onomaturgia, que, como quizá recuerden ustedes, es el término con el que se alude a la creación de palabras nuevas, con la particularidad de que los creadores de esos neologismos son personas concretas, que están identificadas y reconocidas.
Poníamos varios ejemplos, como el de Bruno Migliorini, que acuñó precisamente la palabra onomaturgia; el de Johannes Hofer, creador de nostalgia, o el de Unamuno, que creó el término cocotología para designar el arte de hacer pajaritas de papel.
Son, como decíamos entonces, palabras con partida de nacimiento, porque sabemos quiénes son sus progenitores y también en que momento y circunstancia tienen su origen.
La cuestión es que hace unos días estuve pensando en una palabra curiosa que puede considerarse también un ejemplo de onomaturgia, pero en este caso, la palabra, además de por su origen onomatúrgico, me interesa como concepto lingüístico y por sus connotaciones humorísticas.
Esas palabras que suenan muy parecidas entre sí se denominan técnicamente parónimos, aunque en este blog en particular las llamamos parejas complejas, ya saben, esos casos de contaminación fonética que hemos ido consignando aquí a lo largo del tiempo y que tan buenos ratos nos han deparado.
El nombre de malapropismo proviene de un personaje literario, la señora Malaprop, de la comedia The Rivals, escrita en 1775 por el dramaturgo irlandés Richard Brinsley Sheridan. El autor construyó el apellido de su personaje a partir de la expresión francesa mal á propos (inoportuno, inadecuado, fuera de lugar).
Y es que la pomposa señora Malaprop se caracteriza por equivocarse mucho con las palabras, confundiendo unas con otras de sonido similar. Por ejemplo, dice pineapple (piña) en vez de pinnacle (cumbre); allegory (alegoría) en vez de alligator (caimán); epitaph (epitafio) en vez de epithet (epíteto), etc.
Por lo tanto, cuando oigamos a alguien decir que tiene modorra del pueblo del que es orondo podremos acordarnos con una sonrisa de la señora Malaprop. Igual que si alguien dice que le saturaron una herida, o que Fulanita está hecha una sífilis, o que va a comprarse un traje de ibuprofeno para bucear.
En efecto, estos errores, estos malapropismos, resultan muy divertidos, aunque no tienen tanta gracia cuando quienes los comenten no son personajes literarios ni personas de la calle, sino quienes tienen el lenguaje como herramienta profesional. Es el caso de esos reporteros, comentaristas o presentadores de televisión que nos informan, por ejemplo, de que la policía había detenido a una señora que no dejaba de proliferar gritos en la calle; o de que las pruebas de un delito se habían examinado hasta la extremaunción. Y es que algunos dicen cosas con las que yo me quedo putrefacta...