El sábado por la tarde me encontré en la calle un gorrión de pocos días. Estaba en el suelo, pegado a la tapia de un colegio que hay cerca de casa. Era evidente que se había caído del nido y no podía volar, con lo que estaba en tremendo peligro, así que lo cogí y me lo traje a casa.
El animalillo estaba aterrorizado, y yo sentía su corazón, como un tamborcito, latir contra mi mano.
Al llegar lo puse en una caja de zapatos e intenté darle de comer y beber. Pero estaba tan asustado y desorientado que no conseguí que abriera el pico. Temiendo que no sobreviviera, lo dejé tranquilo en la caja.
Al rato vi que doblaba el cuello y apoyaba el pico sobre un ala, como hacen para dormir. Pensé que por lo menos se había tranquilizado un poco.
Le puse de nombre Solito, porque creo que así es como se debía sentir.
El domingo se despertó bastante espabilado, lo cual me alegró mucho, pero seguía sin comer ni beber. Le ponía gotitas de agua en el pico y no reaccionaba. Le acercaba un poco de pan mojado y tampoco. Yo pensaba que abriría el pico, como en los documentales, esperando que cayera el alimento dentro, pero nada de eso.
Ya me estaba temiendo nuevamente lo peor, porque si no comía ni bebía no podría aguantar mucho. Así que llamé a mi padre, que vino raudo al rescate.
Con habilidad de cirujano, mi padre le abrió el pico y le metió la comida en la boca con un palillo... ¡y menudo desayuno se dio el plumífero! Estuvo un rato comiendo pan y agua, como los presos de los tebeos, y después se quedó tan pancho en su caja.
Aprendida la técnica de mi padre, por la tarde le di de comer varias veces. Y lo mejor fue que a la tercera vez ya no fue necesario abrirle el pico, sino que el solito devoraba lo que se le pusiera delante, estirando el cuello como el de los 4 Fantásticos y abriendo una boca por la que casi cabía yo.
A lo largo del dia observé que lo que más le gustaba era arrinconarse, meterse en algún sitio pequeño y oscuro. Apenas sabe aletear, con lo que lo de volar todavía le viene muy largo, pero remonta lo suficiente para salirse de la caja y luego, dando saltitos, esconderse donde pille.
Por la noche cenó como un pachá, y el lunes por la mañana esperaba encontrarlo tan activo y tragón como el domingo. Pero no fue así. Estába apagado y apático y comiendo muy poco.
Lo puse en una caja más grande, con una rama para que pudiera encaramarse, a ver si se animaba.
Y seguía con el afán de buscar rinconcitos oscuros. Dice mi padre que los nidos de los gorriones son muy cerrados, con forma de globo, y con un agujerito para entrar y salir, así que por eso le gustará estar en sitios resguardados y oscuros.
Entonces le puse, dentro de la caja, otra caja más pequeña, con solapa, e inclinada, de manera que forma un refugio muy ad hoc. Solito parecía encantado, porque se pasó toda la mañana allí metido. Pero a mí me preocupaba verlo tan pasivo. Supuse que estaría deprimido, echando de menos a sus congéneres. Pensé sacarlo a la terraza, pero no me atreví.
Para mi alegría, por la tarde estaba otra vez como nuevo, hecho un saltimbanqui que ni los del Circo del Sol. Estuvo haciendo prácticas de vuelo, y aunque todavía le dan un poco de miedo las alturas, poco a poco se va atreviendo a más. Sigue buscando refugio en su cabañita oscura, pero también le gusta cada vez más investigar el entorno. Es un valiente.
(
Continuará)