domingo, 24 de abril de 2022

No sólo para leer

Algunas personas llegan a reunir una cantidad importante de libros, y en esos casos es habitual que otras personas les pregunten si los han leído todos. Como si los libros sólo se tuvieran por su utilidad como fuente de lectura. Si así fuera, desde luego, carecería de sentido tener muchos más libros de los que se pueden leer en una vida.  

Pero los libros se tienen por otras razones, además de para leerlos. Por algo existen palabras como bibliomanía y bibliofilia, o esa otra, japonesa, que están tan de moda (aunque se originó en el siglo XIX), que es tsundoku, y que se usa para referirse a los libros comprados y no leídos que se van apilando en casa.

El caso es que parece difícil explicar, a quien no comparta esa pasión de la bibliomanía, por qué se tienen los libros a pesar de que posiblemente no se vayan a leer nunca. Ni siquiera Umberto Eco, el gran sabio, tenía una respuesta definitiva, sino varias diferentes, para cuando le preguntaban si había leído los treinta mil volúmenes que tenía en casa.  Y una de ellas, según cuenta él mismo en Nadie acabará con los libros, era: "No, no he leído ninguno de estos libros. Si no, ¿para que iba a tenerlos?" 

Según esta respuesta,  la verdadera biblioteca sería la de los libros no leídos, lo que me parece una idea interesante.

Sobre este asunto de la acumulación de libros he leído últimamente diversos artículos. Y me ha llamado la atención que en todos ellos se repiten las mismas ideas y los mismos argumentos.  Por ejemplo, se dice que no hay que sentirse culpable por tener libros sin leer amontonados en casa. Y que lo bueno de esos libros sin leer es que son un recordatorio de nuestra ignorancia, de lo mucho que nos queda por aprender. Y para rematar, se hace referencia frecuente al término antibiblioteca, acuñado por el ensayista Nassin Taleb para denominar esas colecciones de libros no leídos, y que a mí, por cierto, me parece una palabra muy fea y desacertada.

Es decir, al mismo tiempo que defienden la "manía" librera, que la ensalzan y la recomiendan, hablan del asunto en términos muy negativos. Porque, vistos así, da la sensación de que los libros fuesen algo malo asociado a la culpabilidad; y de que fuesen como institutrices regañonas que nos reprocharan nuestra incultura. Y como si los libros se leyesen con la finalidad de adquirir conocimientos.

En ninguno de esos artículos se habla del puro deleite de leer, de disfrutar con una historia y con un lenguaje esmerado. Ni de la relajación, la evasión, la diversión y las emociones diversas que un libro puede hacernos sentir; ni de la compañía que proporcionan, o el consuelo que puede traernos el vernos reflejados en sus personajes y situaciones.

Todo eso puede darnos la lectura,  y yo creo que para eso leemos. Por eso tener libros sin leer a mí no me hace pensar en lo ignorante que soy, sino en los buenos ratos que esos libros me proporcionarán, de un modo u otro. Cuando veo libros sin leer no veo maestros dispuestos a llenarme la cabeza de conocimientos. Lo que veo es un mundo de posibilidades, todas felices. Creo que eso son los libros: una posibilidad, una promesa de gratas emociones. También de conocimientos, por supuesto, pero mucho más que eso.

A mí, como a tantas personas, me gusta tener libros a mi alrededor, porque eso me hace sentir que el mundo es infinito y está lleno de vidas y circunstancias, todas interesantes; que hay muchas otras realidades dentro de la realidad en la que vivimos, muchos "mundos posibles", lo que enriquece de manera incalculable nuestra visión de las cosas y de nosotros mismos. Y no siento más que gratitud al pensar en la inteligencia, la sensibilidad y el trabajo de quienes tienen la capacidad de crear realidades y emocionarnos con ellas.

Creo que no hay que explicar ni justificar el amor a la lectura ni la pasión por los libros, como fuente de lectura y como objetos, porque es algo que resulta natural, innato y consustancial para quien lo disfruta. Y para quien necesite explicaciones quizá ninguna sea suficiente. Pero el caso es que  hablamos de ello constantemente, quizá porque el hecho de hablar de lo que amamos es una consecuencia inevitable de ese amor.