Cuando entré en la habitación, ayer por la mañana, ella seguía durmiendo. Abrí las cortinas y entonces se movió. Abrió los ojos despacio, parpadeando. Después me miró con una mirada clara, profunda, que me desconcertó.
Las otras siempre se despertaban muy alteradas, y al verme me gritaban o lloraban, preguntando dónde estaban, qué les había hecho, quién era yo y qué quería de ellas. Era el peor momento, y tenía que calmarlas otra vez. En cambio, con ella fue diferente. No gritó, no lloró. Sólo preguntó dónde estaba. Parecía que sabía todo lo demás. Sin duda ella es distinta. Le pregunté su nombre: Aurora. Ese nombre es una metáfora, una promesa. Creo que me quedaré con ella.
Cada vez entiendo mejor la importancia que tienen algunas personas para el funcionamiento del universo. Por lo general, unos somos los técnicos, los que movemos las palancas, pulsamos las teclas y giramos los volantes; pero necesitamos de los otros, que son las piezas, los engranajes, los cilindros y las válvulas que hacen que el mecanismo se mueva y nunca se detenga. La diferencia con otros técnicos es que yo soy consciente de esto, de lo importantes que son las piezas, hasta las más diminutas, para que todo funcione bien.
Y por eso las traigo, para cuidar de ellas, para protegerlas. Aunque hasta ahora ninguna lo ha comprendido.
Pero lo que vi ayer y he visto hoy en Aurora es mucho más profundo que lo que había visto hasta ahora en las otras. Las otras no eran conscientes de su importancia. Sólo les preocupaba su integridad, su hambre, su miedo y su deseo de escapar. Pero no tenían ninguna conexión con su alma, con su esencia. Aurora en cambio sólo mira hacia dentro. No habla, no pide, sólo espera. Ella se conoce y está conectada con su verdadera entidad.
Ha sido una suerte encontrarla, porque ya estaba harto de piezas vulgares, materialistas, que me ofrecían dinero para que las dejara marchar. Qué simples, qué superficiales. No servían para el papel que les otorgó el universo. Por eso hay tantos fallos.
Pero ahora, con Aurora como inspiración y como motor verdadero, las personas dejarán de ser esos simples instrumentos que funcionan sin saber por qué, sin conciencia de la maquinaria a la que dan vida. Empezaré por salvarlos a todos de su degradación, de su envilecimiento, y entonces Aurora y yo haremos que el mundo funcione como debe.