viernes, 25 de junio de 2021

Aunque no sirvan para nada

En los comentarios finales de La casa de los veinte mil libros, su autor, Sasha Abramsky, hace referencia a las notas y apuntes tomados durante sus investigaciones para el libro, notas y  apuntes que, según comenta, conserva en una caja. Y dice al respecto: «Las palabras no se tiran. Podrían, algún día, ser útiles».

Con frecuencia me acuerdo de esa frase, «Las palabras no se tiran», y de hecho la repito mentalmente cada vez que me encuentro con alguna de las muchas «piezas» de escritura que conservo. Entre ellas está, por supuesto, la mayoría de los diarios que he ido escribiendo a lo largo del tiempo;  o relatos escritos por amigos y compañeros; también montones de cartas, escritas por amigas que vivían a dos calles de distancia o a miles de kilómetros; cartas y tarjetas de amigos que pasaban las vacaciones fuera, o que me felicitaban por mi cumpleaños, o por Navidad... cartas escritas antes de que el correo electrónico me las quitase de las manos. En fin, incontables muestras de pensamiento escrito, de ideas puestas en un papel, de sentimientos conservados en tinta. Es imposible tirarlas.

De todas estas palabras, las que más me han sorprendido,  y las que más me han divertido cuando me he encontrado con ellas, son las que, escritas en hojas sueltas o en trozos de papel, han aparecido alguna vez entre las páginas de mis diarios, entre los apuntes de cualquier asignatura, o conservadas en algún libro. Son notas que en algún momento, durante una clase, o durante una sesión de estudio en la biblioteca, me pasó algún compañero para consultarme una duda o para gastarme una broma; o alguna amiga para contarme o preguntarme algo que por supuesto no podía esperar.

No deja de llamarme la atención que yo conservara esas notas, que ya en su momento les diese importancia suficiente como para guardarlas. Quizá ya entonces yo también sabía, aunque no de forma consciente, que las palabras no se tiran.

Por supuesto a lo largo de los años también me he desecho de muchas palabras escritas en papel: folios y folios de palabras, cuadernos de apuntes y de ejercicios, borradores de textos de todo tipo...  Son palabras que sucumbieron sin resistencia al sentido práctico y al sentido común. 

Pero, en efecto, muchas las conservo, porque, sí, cualquier día podría necesitar revisarlas: notas lingüísticas, datos, apuntes para textos diversos, personales o profesionales, bocetos de artículos o de relatos...

En cambio, esas otras palabras, esos papelitos, esas notas tan personales escritas en un momento particular por algún motivo particular, sé que no van a servir nunca para nada, salvo, quizá, para hacerme sonreír. Pero tal vez por eso mismo las conservo, porque no es sólo la utilidad práctica lo que da valor a las cosas.


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