martes, 28 de agosto de 2018

Siempre ellos


Siempre aparecen los que son en el momento adecuado.
Y si se equivocan, se van sin decir nada, se retiran con prudencia y dejan paso a otros.

Van llegando en silencio, como traídos por una corriente secreta, indescifrable, para acompañarme, para contarme cosas y divertirme; para explicarme; para emocionarme; para arrullarme y comprenderme.
Porque cuando el mundo entero se hace un páramo y la vida parece hueca, ellos conservan mágicamente todo su sentido.

Siempre están a mi lado y no piden nada a cambio, no exigen atención ni agradecimiento.
Pero yo les doy las gracias, y a veces, es verdad, los abrazo. 
Como se hace con los buenos amigos.
                                                    
                                            
Si sigo en el mundo, haré en él cosas que parecerán tonterías, porque me es imposible aceptar lo que veo. Todo viene a herir mi delicadeza, las costumbres de mi alma, o mis secretos pensamientos.
(Honoré de Balzac. Memorias de dos jóvenes esposas)


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Para mí el tiempo, aquel día, estaba prácticamente perdido; no me hacía falta ni podía contar las horas; y tenía una vaga conciencia de que había una liberación en ese hecho. Hasta ahora había dejado pasar la realidad sin preocuparme; no sería fácil reencontrarla. Mi antiguo lugar en el prosaico universo, desde el que estaba acostumbrado a observar la vida que me rodeaba con tan serena magnificencia, era difícil de encontrar y alcanzar; además, yo había escalado lomas diferentes y ya no veía el antiguo lugar de residencia de mi arrogante alma. Por fin abandoné todo esfuerzo de recuperarla, y me resigné a la sensación de ser un actor pasivo en una calamidad indefinible.

(Charlotte Mew. Algunas formas de amor)


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Mi educación real, la superestructura, los detalles, la verdadera arquitectura, la obtuve en las bibliotecas públicas. Para un niño pobre cuya familia no podía permitirse comprar libros, la biblioteca era una puerta abierta hacia las maravillas y el éxito […] En la actualidad, cuando leo constantemente que los fondos para bibliotecas se recortan cada vez más, lo único que se me ocurre es que la puerta se está cerrando y que la sociedad estadounidense ha encontrado otro modo más de destruirse a sí misma.

(Isaac Asimov. Memorias)
                                                       
                                                  
El amor, como dice mi amigo, es ciertamente una fuerza, incluso la mayor de este pobre universo que de él vive y por él se equilibra, y la anotación en buena rima de cualquiera de sus manifestaciones que sea intensamente genuina y nueva, constituye, sin duda alguna, una excelente adquisición para nuestro conocimiento del hombre, entidad de siete palmos de altura, que cuanto más profundamente se sondea a sí mismo, más insondable se reconoce.
 (Eça de Queirós. “Tema para versos”)





lunes, 6 de agosto de 2018

Policía gramatical


Esta entrada se publicó en el blog originalmente el 11 de marzo de 2010.  Hoy la recuperamos con motivo del décimo aniversario de Juguetes del viento.


Hace poco un amigo me envió dos e-mails, uno a continuación del otro.
El primero contenía (¡intolerable!) una falta de ortografía; creo que una b en lugar de v, o algo similar.
El segundo correo consistía exclusivamente en una disculpa por dicha falta, de la cual se había percatado mentalmente justo después de haberme enviado el mail (demasiado tarde, amigo).

A mí me pareció que el chico se preocupaba mucho por un simple error que cualquiera puede cometer, y que además no tenía ninguna trascendencia.

O quizá para él sí la tenía, pues es persona escrupulosa al máximo con lo que escribe. De hecho, yo siempre alabo su esmerada redacción y su perfecta ortografía.

Es curioso, dicho sea de paso, que hayamos llegado a tal extremo de ignorancia de nuestro propio idioma y de dejadez en su uso, que nos llame la atención, nos sorprenda y hasta nos maraville que una persona escriba con corrección, cuando esto debería ser lo habitual y lo más normal.
Es como si al ir a una tienda nos sorprendiera que nos dieran el cambio, o que los artículos estuvieran  en buenas condiciones.

Pero, como decía, hemos llegado al extremo de que lo correcto y lo lógico se han convertido en lo raro.

Y claro, como toda acción tiene su reacción, y todo bote su rebote, van surgiendo por doquier contumaces correctores, personas que para contrarrestar esa tendencia generalizada a escribir mal, se dedican a vigilar lo que otros escriben para señalar sus errores, regañarles y corregirlos.

computerEstas personas que se creen en la obligación de corregir cuanto error gramatical y ortográfico encuentran a su paso,  reciben los cariñosos apelativos de “policías gramaticales” o, en inglés, grammar police, así como spelling police (policía ortográfico), y grammar nazis.

En un par de emails recientes, también una amiga  se ha disculpado por los posibles fallos ortográficos que pudiesen contener sus correos, debidos bien a que su teclado estaba fallando, bien a despiste o falta de atención por su parte.

Esto ya me dio que pensar seriamente, y me preocupé por el hecho de que mis amigos se sintieran en la necesidad de disculparse ante mí por sus eventuales errores.

Y me asaltó entonces el temor y la duda: ¿soy yo uno de esos policías gramaticales?

Pensé también que a lo mejor me he ganado a pulso cierta fama de repipi con los textos que suelo escribir en este mi blog (y de todos ustedes), sobre desatinos semánticos y de expresión.

Por eso me gustaría aclarar que cuando critico la mala utilización del idioma me refiero exclusivamente a aquellos que lo tienen como herramienta de trabajo: periodistas, locutores, presentadores, traductores, redactores de textos oficiales, publicitarios, etc. Además procuro hacerlo con un tono jocoso y distendido, porque no se trata de ofender a nadie, sino de señalar fallos que mueven a risa la mayor parte de las veces. Y, por supuesto, considero que es lícito criticar la falta de profesionalidad en los medios de comunicación, del mismo modo que se critica a cualquier profesional de cualquier ámbito que haga mal su trabajo.


En otras ocasiones hablo de la utilización errónea de determinadas palabras por parte de personas anónimas, como yo, como cualquiera que va por la calle. Como se suele decir, el que tiene boca se equivoca, y ahí no cabe recriminación ninguna.
Y en esos casos especialmente, lo único que pretendo es dejar modesta constancia de lo divertido que puede llegar a ser el idioma, ya que jamás se me ocurriría criticar a nadie por una incorrección cometida en un texto o conversación coloquial, informal, sin pretensiones artísticas ni profesionales. Y además yo estoy tan expuesta al error como cualquiera.

Por eso precisamente me resultan cargantes los verdaderos policías gramaticales, esas personas que entran en foros, chats, blogs y en las secciones de comentarios de periódicos y revistas de la red, y se dedican cansinamente a fiscalizar, analizar, vigilar, corregir y acosar a los demás a cuenta de su forma de expresarse.

Y lo más gracioso del caso es que muchos de esos grammar nazis creen tener unos conocimientos gramaticales de los que precisamente carecen, y señalan fallos donde no los hay, y hacen correcciones que son en realidad tristes muestras de su ignorancia.

Así que espero y deseo que nadie me considere agente de la ley lingüística, ni fiscal del distrito de la Gramática, ni sheriff del condado de la Ortografía, ni nada de eso.
Yo lo único que quiero es jugar con las palabras, como el viento.





Nota Bene: Todo lo anterior no significa que me parezca bien  que cada uno trastoque la gramática como le plazca. Pero de eso hablaremos otro día.