Una de las razones por las que me gusta la enseñanza de adultos es que con ello tengo la ocasión de conocer a personas de muy diversos ámbitos sociales y laborales. Personas de toda índole y condición.
Un grupo de adultos en un aula es un mundo por descubrir. Son personas que tienen en común el deseo o la necesidad de formarse en una materia determinada, y el sólo hecho de que decidan dedicar su tiempo a recibir esa formación ya habla bien de ellas. Quieren aprender, y mi misión es enseñar, pero creo que al final soy yo quien más aprende.
Aprendo detalles y aspectos de profesiones o disciplinas de las que sé poco o nada, y descubro que todo es interesante, que todas las ocupaciones requieren conocimientos, habilidades, capacidades y actitudes específicos, lo que me hace pensar en lo poco que generalmente valoramos el trabajo de los demás. Pero sobre todo descubro aspectos humanos y personales que, nuevamente, dan para meditar un rato.
Además de alumnos españoles, he tenido o tengo alumnos venidos de diferentes países (de Argentina a Rusia, pasando por Colombia, Ecuador, Uruguay, Rumanía...), que se emocionan hablando de su tierra, que siempre tienen algo interesante que contar, que aportan una visión diferente del mundo, de la sociedad, de la vida en suma, lo cual abre el alma y ensancha el pensamiento.
Hay también alumnos que me sorprenden por su modestia, o por su optimismo, o por su inseguridad, o por su desparpajo... Hay alumnos que demuestran una gran inteligencia aunque su formación cultural sea escasa. Hay otros que me emocionan con su gratitud y con lo mucho que valoran mi modesta labor. Otros me conmueven porque teniendo una complicada situación personal o familiar, mantienen, sin embargo, incólume su ilusión por aprender, por mejorar y salir adelante contra viento y marea.
Hay, en fin, alumnos que resultan interesantes y sorprendentes por sus conocimientos, por sus aficiones, por su educación exquisita, por su capacidad de trabajo o porque tiene un talento artístico fuera de lo común. He conocido, por ejemplo, a alumnos que parecían tener un ángel entre los dedos, por su asombrosa manera de dibujar o de tocar un instrumento musical; o con una voz portentosa que pasma a quien la escucha.
No dejo de sorprenderme cada día con lo mucho que aprendo en clase. Yo doy lecciones de inglés, pero a mí los alumnos me dan lecciones de superación, de modestia, de constancia, de convivencia, de sensatez, de gratitud...