domingo, 23 de junio de 2019

Una carta

Celebrando la historia de Juguetes del viento, hoy recuperamos esta entrada que fue publicada originalmente el 14 de octubre de 2015.


Querido señor Walser:
En los últimos días he estado leyendo sus Historias de amor y, como ya me ha ocurrido en otras ocasiones, he sentido el deseo de escribirle unas líneas. Esta vez, como  ve, no he dejado pasar ese capricho.

Si me permite, señor Walser, yo sé que su vida no fue muy fácil ni alegre. Sé que padeció usted la melancolía de los poetas, el insomnio de los soñadores, la angustia de los sensibles. Y que pasó mucho tiempo solo y que así murió.

Sé también que fue usted una persona sin pretensiones, sin deseos de relucir, de destacar ni de ser alguien en el mundo. Al contrario, creo que, como el protagonista de su novela Jakob von Gunten, usted prefería no ser nadie, que  deseaba pasar  desapercibido, no tener responsabilidades ni compromisos duraderos; hacer sus modestas tareas con esmero y que lo dejaran soñar tranquilo.

Me embelesa y me admira,  señor Walser, que a pesar de sus desdichas, de su inadaptación, de sus fracasos, sus historias en general y estos pequeños cuentos de amor en particular, tengan un espíritu alegre. Ese tono inocente, juguetón, irónico y como de ensueño que hay en ellos me hace sonreír mientras los leo, y al final me provocan una leve sorpresa, un suspiro romántico o cualquier otra suave conmoción del espíritu.

Leer sus cuentos me hace sentir bien, ¿sabe usted?, me relaja y me alegra, porque al leerlos tengo la sensación de que no hay por qué enfadarse, afligirse ni quejarse; pero no por inconsciencia ni por indolencia, sino porque siempre hay un motivo para estar contento o porque se puede estar contento sin motivo.

Quizás algunos hayan pensado alguna vez que sus historias son insustanciales, que en ellas no ocurre nada, y que son incluso un poco deslavazadas. O que sus personajes no tienen entidad. Pero a mí me parece que sus cuentos y sus personajes reflejan un pequeño desdén por lo convencional, por lo esperado; y como usted vivió de otra manera,  también escribió de otra manera, sin encajar en lo previsto. Y que el encanto de su escritura está precisamente en la falta de aspiraciones, en la ingenuidad y en la naturalidad;  y en la sutileza del humor, de la ironía y de la parodia de las novelitas románticas y  de las convenciones que rigen las relaciones amorosas.

No quisiera resultar superficial, porque le tengo a usted mucho respeto, pero lo cierto es que me fascina la forma en que dejó usted este mundo, mientras daba un paseo por el campo nevado, aquel invierno de 1956. Y que fuera el día de Navidad y lo encontraran unos niños, caído en la nieve, herido de frío, como un ángel helado, le da a la circunstancia un aire de cuento de hadas que encaja muy bien con la imagen que tengo de usted, de persona desvalida, vulnerable y consciente de su fragilidad; de un hombre con el alma cándida y amorosa, feliz a su manera a pesar de todo. Un vagabundo de la vida que amaba el mundo y que sin decir "nada acerca de nada” cuenta mucho de sí mismo y de todos nosotros.

Cierro aquí esta carta, señor Walser, para seguir leyendo sus historias imprevisibles y sorprendentes, su imprevisible y sorprendente historia de amor por el mundo. 





*Robert Walser. Historias de amor (Siruela, 2010)
Traducción de Juan de Sola Jovet y Juan José del Solar.

miércoles, 12 de junio de 2019

Gracias


Juguetes del viento cumple un año más. Esta vez son once.
A los lectores que lo han mantenido activo todo este tiempo, muchísimas gracias por su estimulante presencia y su amabilidad. 
De todo corazón.



sábado, 1 de junio de 2019

Yo qué sé, qué sé yo


Hay preguntas que no deberían ser tales. Es decir, preguntas que a nadie debería ocurrírsele formular. Porque la respuesta es tan obvia y a la vez tan complicada, que el preguntado puede verse arrastrado a una especie de espiral en la que giran y giran mil respuestas pero es muy difícil atrapar una sola.

Son esas preguntas que nos pillan desprevenidos, a contrapié; auténticas quisicosas  de esas que dan ganas de esquivar con un socorrido “y yo qué sé”. Que fue, por cierto, lo primero que me vino a la cabeza, cuando, hace poco, me preguntaron: “¿Tú por qué escribes?”

A mí me parece que hacerle esa pregunta a quien escribe  es lo mismo que preguntarle por qué respira o por qué duerme. La respuesta parece elemental: porque no me queda otro remedio. 
Por eso, cuando me preguntaron, mi respuesta inmediata fue: "Porque no puedo no escribir". 


Pero, claro, hemos dicho que las respuestas a este tipo de preguntas son a la vez obvias y complicadas, y es que detrás de la respuesta básica hay algo más.
Respiramos porque  no nos queda otro remedio, sí, pero ¿por qué no nos queda otro remedio?, podrían preguntarnos después. Y entonces diríamos: “Porque soy un ser vivo aeróbico, y como tal necesito introducir oxígeno en mi cuerpo y expulsar dióxido de carbono para seguir viviendo.”

Del mismo modo,  si escribimos porque no nos queda otro remedio será por algo.  Si, al  igual que respirar, escribir es un impulso natural e irresistible,  alguna explicación tiene que haber.  
Y esa explicación es la que intentamos encontrar cuando queremos  profundizar un poco en nuestra respuesta. Y aunque sea con ideas algo imprecisas, podríamos razonarlo, diciendo, por ejemplo:  “Porque me ayuda a conocerme a mí mismo”; o “Porque así pongo orden en el caos que me rodea”; "porque en la ficción me siento más segura que en la realidad"; “porque es un intento de comprender el mundo y la vida”;  “porque amo la literatura y trato de conquistarla”…

Cada uno encontrará su porqué personal e individual, el motivo que explique esa necesidad de expresarse por escrito; pero creo que, a fin de cuentas, la razón última y común es en realidad la que implica la respuesta elemental: que escribir es nuestra manera de seguir viviendo, porque no se puede vivir sin respirar.



Carl Spitzweg. El poeta pobre (1839)