Celebrando la historia de Juguetes del viento, hoy recuperamos esta entrada que fue publicada originalmente el 14 de octubre de 2015.
Querido señor Walser:
En los últimos días he estado leyendo sus Historias de amor y, como ya me ha ocurrido en otras ocasiones, he sentido el deseo de escribirle unas líneas. Esta vez, como ve, no he dejado pasar ese capricho.
Si me permite, señor Walser, yo sé que su vida no fue muy fácil ni alegre. Sé que padeció usted la melancolía de los poetas, el insomnio de los soñadores, la angustia de los sensibles. Y que pasó mucho tiempo solo y que así murió.
Sé también que fue usted una persona sin pretensiones, sin deseos de relucir, de destacar ni de ser alguien en el mundo. Al contrario, creo que, como el protagonista de su novela Jakob von Gunten, usted prefería no ser nadie, que deseaba pasar desapercibido, no tener responsabilidades ni compromisos duraderos; hacer sus modestas tareas con esmero y que lo dejaran soñar tranquilo.
Me embelesa y me admira, señor Walser, que a pesar de sus desdichas, de su inadaptación, de sus fracasos, sus historias en general y estos pequeños cuentos de amor en particular, tengan un espíritu alegre. Ese tono inocente, juguetón, irónico y como de ensueño que hay en ellos me hace sonreír mientras los leo, y al final me provocan una leve sorpresa, un suspiro romántico o cualquier otra suave conmoción del espíritu.
Leer sus cuentos me hace sentir bien, ¿sabe usted?, me relaja y me alegra, porque al leerlos tengo la sensación de que no hay por qué enfadarse, afligirse ni quejarse; pero no por inconsciencia ni por indolencia, sino porque siempre hay un motivo para estar contento o porque se puede estar contento sin motivo.
Quizás algunos hayan pensado alguna vez que sus historias son insustanciales, que en ellas no ocurre nada, y que son incluso un poco deslavazadas. O que sus personajes no tienen entidad. Pero a mí me parece que sus cuentos y sus personajes reflejan un pequeño desdén por lo convencional, por lo esperado; y como usted vivió de otra manera, también escribió de otra manera, sin encajar en lo previsto. Y que el encanto de su escritura está precisamente en la falta de aspiraciones, en la ingenuidad y en la naturalidad; y en la sutileza del humor, de la ironía y de la parodia de las novelitas románticas y de las convenciones que rigen las relaciones amorosas.
No quisiera resultar superficial, porque le tengo a usted mucho respeto, pero lo cierto es que me fascina la forma en que dejó usted este mundo, mientras daba un paseo por el campo nevado, aquel invierno de 1956. Y que fuera el día de Navidad y lo encontraran unos niños, caído en la nieve, herido de frío, como un ángel helado, le da a la circunstancia un aire de cuento de hadas que encaja muy bien con la imagen que tengo de usted, de persona desvalida, vulnerable y consciente de su fragilidad; de un hombre con el alma cándida y amorosa, feliz a su manera a pesar de todo. Un vagabundo de la vida que amaba el mundo y que sin decir "nada acerca de nada” cuenta mucho de sí mismo y de todos nosotros.
Cierro aquí esta carta, señor Walser, para seguir leyendo sus historias imprevisibles y sorprendentes, su imprevisible y sorprendente historia de amor por el mundo.
*Robert Walser. Historias de amor (Siruela, 2010)
Traducción de Juan de Sola Jovet y Juan José del Solar.