miércoles, 25 de julio de 2018

Todo importa


En estos días he recordado una anécdota ocurrida hace tiempo.
Era mi primer año en la universidad, y estaba en la biblioteca con una compañera a la que llamaré María.
La sala estaba casi vacía, y en una mesa cercana a la nuestra vimos a un muchacho conocido de María. Ella me dijo que era alumno de la facultad de ciencias,  y que, “a pesar de eso”, era aficionado a escribir poesía. “Un sensible, vamos”, añadió, con un tono de desdén que no me resultó extraño, pues yo sabía del poco aprecio que ella tenía por todo lo que no fuese puramente práctico y utilitario.

En un momento determinado el muchacho vino a nuestra mesa, y por la forma en que saludó a mi amiga comprendí que tenía mucho interés por ella. Después de intercambiar unas palabras con nosotras le dijo a María que le gustaría saber su opinión sobre una poesía que había escrito, y yo, conociéndola, temí que pudiera desairar al muchacho, incluso aunque actuase con toda la delicadeza de la que fuera capaz.   

Ella, naturalmente, accedió a leerla, y él le pidió que fuera a su mesa. Desde mi sitio yo veía a mi amiga leyendo el folio que él le dio, y cómo él la contemplaba a ella con cierto arrobo.

Tal y como yo había imaginado, la reacción de mi amiga fue muy poco alentadora: en el silencio de la sala, oí que ella, al tiempo que se levantaba y le devolvía el papel, le decía, con una sonrisilla indulgente: “Está gracioso”. Y mientras ella volvía a nuestra mesa yo pude ver en la cara del muchacho una mezcla de desconcierto, tristeza y desilusión.

Cuando María se sentó de nuevo frente a mí, se inclinó hacia delante y me dijo, en voz baja y con su consabido tono despectivo, que lo que le había dado a leer era una poesía en la que explicaba lo que para él era la poesía. “Menudo rollo”, añadió.

Al contrario que ella, yo siempre he sentido interés por lo que escriben los demás, y por lo tanto sentí curiosidad por aquella “poesía sobre la poesía”. Pero como no tenía ninguna amistad con aquel chico, no me atrevía a pedirle que me dejase leerla, así que María volvió a su mesa y le preguntó. Entonces vi que él le daba el papel de buena gana, y mientras ella me lo traía, él  me hizo un gesto, una especie de saludo, desde su mesa.

No recuerdo nada de lo que decía la poesía, pero sí recuerdo que me gustó, porque me pareció que tenía profundidad y sentimiento. Y sobre todo me pareció que era cualquier cosa menos algo “gracioso”.

Cuando fui a devolvérsela, el muchacho, lógicamente, me preguntó qué me había parecido, así que me senté frente a él y entablamos una breve conversación. Recuerdo que se mostró encantado cuando le di mi opinión sobre su poema, y después me preguntó si yo escribía también. Le dije que sí, aunque no poesía, y quiso que le dejara leer algo. Pero le dije que normalmente no me atrevía a dar a leer mis cosas a nadie, y que de hecho lo tiraba casi todo. Entonces él me dijo que no tirase nada, que lo conservara todo, y que no me preocupara de lo que opinaran los demás sobre mis textos. Y añadió que seguiría insistiendo hasta que le dejase leer algo.

No sé si hablamos algo más,  esto es lo único que recuerdo de aquella conversación. Y tampoco recuerdo si llegué a darle a leer algo mío, aunque seguimos coincidiendo en la biblioteca con frecuencia.

Después de esta conversación yo me marché para asistir a una clase, y cuando volví a la biblioteca el muchacho ya se había marchado. Entonces María me contó que al despedirse de ella le había dicho: “Tu amiga me ha alegrado el día.”

Este recuerdo de una tarde cualquiera, de una de tantas tardes,  me ha hecho pensar  -como ocurre en ocasiones con los recuerdos en apariencia intrascendentes-, que, si prestamos un poco de atención, casi todo tiene más significado de lo que parece a simple vista.

Y he pensado, al recordar a aquella amiga, que a veces dos personas con gustos e intereses muy dispares pueden congeniar de una manera sorprendente, e incluso quererse mucho. Supongo que la clave está en otros factores mucho más sutiles e importantes que las diferencias.

También he pensado que, aunque aquel muchacho poeta me dijera que no debían importarme las opiniones ajenas, él mismo, con sus reacciones,  demostró que sí importan.

Y por eso he pensado también que una persona sensible es como una hoja de otoño, que no necesita mucha presión para quebrarse, y que tampoco necesita más que un leve soplo de brisa para elevarse y bailar en el aire.
 

borders and decorations
 
 

viernes, 13 de julio de 2018

Tres historias de amor aproximadamente


1. Sospechas
 
Ismael estaba triste y enfadado, sobre todo enfadado. No tenía pruebas, pero estaba casi seguro de que su mujer tenía un amante.
-Y no lo soporto, en serio. No quiero parecer celoso y posesivo, pero la verdad es que esto me tiene desquiciado.
-Bueno, tranquilízate. Al fin y al cabo no lo sabes con certeza.
-Ya, ya, pero es que me parece cada vez más evidente. Hay detalles que no se pueden ignorar.
-Ya, supongo que no. Pero, en cualquier caso, qué vas a hacer, más te vale aceptarlo.
-Claro, qué remedio. Pero es que no soporto la idea de que esté con otro. Me hierve la sangre sólo de pensarlo.
-Bueno, cariño, ya veo que hoy no tienes un buen día, así que mejor me voy  —dijo ella empezando a vestirse.
***
 
2. Un tipo listo

-¿Cómo es que has roto con Patricia?
-Es que hay algo en su manera de ser que no me convence.
-Ah, a mí mi parece simpática, y buena persona.
-Sí, eso sí, pero…
-¡No me dirás que no te gusta físicamente!
-No, claro que me gusta, me gusta mucho.
-Pues entonces no entiendo... 
-Es que a mí me gustan las mujeres inteligentes y cultas.
-¿Y ella no lo es?
-Sí, ya lo creo que lo es. Ése es el problema.
-Ahora sí que no entiendo...
-Pues eso, que me gustan las mujeres  inteligentes y todo eso, pero no tanto como Patricia…
-¿...?
-… sólo lo suficiente para que puedan apreciar lo inteligente y culto que soy yo.
***
3. La boda

 
Faltaban dos semanas para la boda y Fernando seguía sin responder a los  mensajes que  María le enviaba cada día.
“Piénsalo bien, Fernando, todavía estás a tiempo”, le decía. “Podríamos ser tan felices, Fernando. Contéstame, cariño.” “Fernando, mi amor, sabes que te esperaré hasta el último minuto.”
A pesar del persistente silencio de Fernando, María estaba segura de que, aunque fuese en el último momento, él reaccionaría, aparecería justo a tiempo y entonces todo sería maravilloso. Por eso siguió adelante con todos los preparativos, sin cancelar nada, segura de que todo terminaría saliendo como ella soñaba. “Nunca hay que rendirse”, se decía, “porque cuando algo se desea de verdad se consigue.”
 
Y llegó el día. El momento decisivo, el momento que ella tanto había deseado y esperado con tanta fe.  María entró en la iglesia del brazo de su padre, nerviosa y mirando a todos los presentes, aunque sólo veía rostros indefinidos  porque las lágrimas le empañaban la vista.
Al otro extremo, delante del altar, la esperaba su prometido, nervioso y feliz.
La novia llegó al altar, el novio le hizo un gesto cariñoso, y la ceremonia dio comienzo.
Todo era perfecto, pero de Fernando, ni rastro.  

 
borders and decorations
Aquí, más historias de amor aproximadamente.
 

miércoles, 4 de julio de 2018

Viva el lenguaje


Esta entrada fue publicada originalmente el 20 de agosto de 2008.
Hoy la recuperamos para celebrar el décimo aniversario de Juguetes del viento.


Para mí no hay nada más fascinante que el lenguaje humano. Creo que es el mayor éxito de la evolución, y creo que sin él ningún logro de la humanidad hubiera sido posible. Todo se basa en la comunicación entre unos seres humanos y otros, y de esa capacidad de comunicarse deriva el mundo que hemos creado: la sociedad, la ciencia, la guerra, el arte, la tecnología... Sin el lenguaje, la civilización humana no sería lo que es. Puede que ni siquiera fuese. Porque sin el lenguaje -creo yo, con permiso de sabios como Piaget- no existiría el pensamiento, o por lo menos el pensamiento complejo. Sería en todo caso un pensamiento primitivo, elemental, más parecido al instinto que al razonamiento.

Es fantástico que con sólo un puñadito de sonidos y un puñadito de símbolos que representan esos sonidos, hayamos podido crear, y sigamos creando, la barbaridad de palabras que tenemos para nombrarlo todo, lo material y lo abstracto, y que podamos expresar la barbaridad de ideas que cualquiera expresa al cabo del día, desde un simple hola hasta el discurso más retórico y florido; desde el concepto más genial a la tontería más tonta. Con los mismos elementos.

Y es que el lenguaje es como una maquinaria maravillosa de posibilidades infinitas. Y como un juguete extraordinario cuya capacidad para entretener nunca se agotara. Porque las palabras son mágicas.

Digo esto porque el lenguaje, usado convenientemente, puede ser la monda, y procurarnos más diversión que cualquier juego de cualquier clase.
Es obvio que para crear diversión con el lenguaje hace falta un cierto grado de ingenio, de creatividad y de conocimiento. Pero es que también es cierto que, a veces, cuando el lenguaje se cruza con la ignorancia, produce expresiones jocosas involuntarias que pueden llegar a ser más divertidas que cualquier chiste premeditado.
 
Hace poco oí en la calle a una señora que hablaba con otra sobre alguien que ambas conocían. Por lo visto, ese conocido común había fallecido recientemente, y según la señora que lo contaba, "iba por la calle tan tranquilo y de pronto le dio un infarto fumigante".
 
Al parecer, el mundo de la medicina da para muchas de estas creaciones hilarantes. Recuerdo a una vecina que decía que su marido tenía "una hernia fiscal". Si el hombre se hubiera dedicado al Derecho la cosa tendría su lógica, pero no era el caso.
Y otra vecina nos decía que su padre seguía en el hospital pero ya le habían quitado el engranaje, como si el pobre señor fuera un reloj de cuerda. Reconozco que tardé un rato en comprender que lo que le habían quitado era el drenaje.
 
Fuera del ámbito médico, un amigo mío oyó a alguien decir que iba a instalar "una antena parapléjica". Quizá fuera el mismo que dijo que a la plancha había que echarle "agua destinada". Y hablando de destino, hay quien encuentra milagroso que una carta o un paquete lleguen donde tienen que llegar, y quizá por eso un señor decía que conviene mandar las cosas "por correo santificado". Y el caso es que creo que algo de razón tenía...

Estos ejemplos provienen de gente de la calle, gente común y corriente, como yo, pero no quiere esto decir que no se den casos semejantes, y con más delito y menos gracia, entre los que pasan por listos y cultivados. Algunos sueltan perlas lingüísticas que deberían tener multa.

Ya dije antes que creo que para pensar hacen falta las palabras. Pero se ve que para usar las palabras no siempre es imprescindible pensar.

 
brain