Dedicado a *entangled*
En respuesta a la idea que les presenté en la entrada de aniversario, *entangled* propuso un tema que me pareció difícil. Y me lo
pareció por dos razones: porque mi primera impresión fue que requeriría unos conocimientos específicos que yo no tengo, y –más grave aún–
porque no estaba segura de entender bien lo que planteaba.
Después
he visto que se podía tratar el asunto sin recurrir a áridas explicaciones
lingüísticas, pero sigo sin estar segura de si el contenido de esta entrada se
ajusta a la propuesta. Espero sin embargo que sea así, y que, en cualquier
caso, resulte de algún interés para ustedes.
La
cuestión planteada por *entangled* es “por qué los angloparlantes hablan tan
mal su propio idioma”. En concreto nos decía:
“Cuando
estaba estudiando, me junté con una tropa de americanos […] con propósito de
intercambios culturales. Ellos me corregían mis errores fonéticos y viceversa.
Y un buen día apareció una tal Edna, que resultó que cometía los mismos errores
que yo, pero a todo el mundo le parecía normal. Ante mis quejas, uno de los
gringos me explicó en voz baja: «Verás… es que… Edna… bueno, ella es de
Atlanta».
No sé
si la persona que dijo eso hablaba en serio o si es que Atlanta es de esos
lugares que en cada país se convierten en objeto de chistes más o menos
graciosos sobre la supuesta rusticidad de sus habitantes.
Pero
la cuestión es que Edna, al parecer, no hablaba un inglés académico
precisamente. Y ante esto surge automáticamente la pregunta: ¿es que acaso
todos los españoles (o todos los franceses, italianos, alemanes…) hablan su
idioma de manera impoluta?
Creo
entender que *entangled* se refiere a que aquella estudiante
americana cometía errores de pronunciación impropios en teoría de un hablante
nativo; errores que en él se consideraban como tales y le corregían, y que en ella en cambio se veían como algo natural.
Y yo
creo que se trata precisamente de eso: en un hablante nativo determinados modos
de pronunciación se consideran peculiaridades del habla, ya sean individuales o
regionales; mientras que al extranjero que estudia una lengua esas
peculiaridades se le corrigen como errores porque se alejan de la norma, de la
variedad de lengua estándar, que es la que se estudia en los diferentes ámbitos
de enseñanza.
De
hecho, con frecuencia, quienes han estudiado
un idioma extranjero lo hablan con mayor corrección que el hablante nativo
medio, ya que los hablantes extranjeros son más conscientes de las reglas gramaticales, y tienen también el afán de ir eliminando sus errores
conforme avanzan en el estudio de la lengua.
Aparte
de esto, creo que a veces nos parece que los hablantes nativos hablan mal su
propio idioma debido a lo que se denomina “pronunciación relajada”, que es
simplemente la forma en que hablamos cuando utilizamos un lenguaje informal
(que no es lo mismo que vulgar).
Esa
pronunciación relajada se caracteriza entre otras cosas, por la pérdida de
letras o sílabas y por la fusión de unas palabras con otras, y esto puede dar
la impresión de un lenguaje mal hablado porque no coincide exactamente con lo
que hemos aprendido al estudiar el idioma.
El
inglés, como cualquier otra lengua, tiene dos variedades básicas:
la formal y la coloquial o informal. Y
en el inglés coloquial no se dice, por ejemplo, “want to” sino “wanna”; ni
“don’t know” sino “dunno”; y más que “do yo”, oiremos “d’ju”; o “coulda” en vez
de “could have”...
Estos
son sólo unos cuantos ejemplos de las variaciones que caracterizan la
pronunciación relajada del inglés, y que se producen sobre todo con expresiones
muy habituales, con palabras y fórmulas que se utilizan constantemente.
Además,
el inglés, por sus peculiares características, permite también determinados
procesos fonéticos, determinadas modificaciones de la pronunciación y la
ortografía, que pueden resultar ajenos al hablante extranjero.
La
tendencia natural de los hablantes de cualquier idioma es la de simplificar y
acelerar el habla en su uso cotidiano, porque en este caso lo que se impone es
la comunicación inmediata y cómoda.
Pero
todo esto, como decimos, forma parte del lenguaje coloquial, que no implica necesariamente formas erróneas, como
tampoco son erróneas, por ejemplo, las formas dialectales de cualquier idioma, aunque no se
ajusten a la lengua estándar.
Otra
cosa, claro está, son las formas incorrectas de la lengua, los vulgarismos.
“Habemos visto”, “si lo fueras dicho”, “contra más”, “me se olvidó”, “aluego”,
“medecina”, o cualesquiera otros dislates lingüísticos que
oímos y vemos constantemente, son ejemplos de vulgarismos del español, en los que no caerá un extranjero que estudie nuestro idioma. Y, obviamente, en los demás idiomas también se producen vulgarismos, ya sean
gramaticales, fonéticos o léxicos.
En
fin, no sé si aquella joven llamada Edna hablaba en verdad un inglés
incorrecto. Y tampoco sé si los ingleses y los americanos que hablan mal su
idioma son la mayoría. Lo que sí sé es que el uso deficiente del propio idioma
no es un mal exclusivo de los
angloparlantes.