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lunes, 25 de agosto de 2025

Pensamientos greguerescos (II)

 

El oso polar se abriga con un manto de nieve

*

Cuando bebe en el río la jirafa se vuelve araña

*

Los fuegos artificiales son supernovas de marca blanca

*

La aurora boreal es un arcoíris derretido

*

Las montañas llevan las faldas hasta los pies

*

Los árboles secos tienen mala sombra

*

El calendario tiene los días contados

*

El reloj de arena multiplica el tiempo por ocho

*

La nostalgia es el álbum de fotos de la felicidad

*

Somos tan poca cosa que nuestro currículum cabe en una lápida de mármol

*


National Geographic
Cuando bebe en el río la jirafa se vuelve araña


jueves, 27 de julio de 2023

Pensamientos greguerescos

(Divertimento veraniego)


La t es la l con pajarita

 *

La q es la p cuando se mira en el espejo

 *

La guitarra es un fusil que dispara balas musicales

 *

 Cuando el viento sopla los árboles le hacen cosquillas al cielo

El televisor es la jaula en la que habita la realidad domesticada 

A la misa del gallo van las gallinas de luto

*

Los bebés son personas de repuesto 

*

El calamar se defiende pintando acuarelas

Las dunas del desierto se desplazan a lomos de los camellos

*

Quizá el sentido de la vida consista en buscar el sentido de la vida

*

Un suspiro es el espíritu de un recuerdo 

*

Las vías del tren son las cremalleras del campo

 ***



httpswww.anipedia.netmundo-animalcamello



domingo, 17 de julio de 2022

Una víctima discreta

(Divertimento veraniego)


Radio 24, veinticuatro horas de información, veinticuatro horas de actualidad...

la policía investiga el asesinato de un hombre  que fue hallado sin vida el martes pasado en su domicilio. Los vecinos del inmueble en el que residía la víctima han prestado declaración…

 

—No, yo no vi ni escuché nada, pero viviendo en el 7º es normal que no me entere de lo que pasa en el 3º... Me enteré porque vinieron los vecinos del 4º a decírmelo. Es que aquí todo el mundo cuenta conmigo para todo, sabe usted, me lo consultan todo, cosas de la comunidad, del banco... porque yo tengo mucho conocimiento para esas cosas, los papeleos, los trámites. Podría haber sido abogado si hubiera querido. A este hombre, el fallecido, lo conocía poco, parece que no hablaba con nadie, que era muy discreto. Aunque creo yo que tenía amistad con alguien del 8º. Un par de veces lo vi en mi rellano mientras yo esperaba el ascensor y él subía por las escaleras. Un poco raro me pareció. Las dos veces me dijo que iba a la azotea, aunque yo no le pregunté. Me parece a mí que lo decía para justificarse. Yo tengo mucho ojo para eso, sabe usted, en seguida me doy cuenta de cómo es cada cual. Podría haber sido psicólogo. Pero se le veía buena persona, eso sí. No lo veo yo metido en ninguna clase de jaleo. Yo creo que  lo han matado por error, que iban buscando a otro y se han equivocado de hombre. Investiguen ustedes por ese lado, háganme caso, que yo tengo mucho ojo para estas cosas. Podría haber sido policía.

***

—Era uno de esos… de los que espían a las mujeres. A mí por lo menos me espiaba. Se ve que estaba obsesionado conmigo... Sí, por ejemplo, su lavadero está frente al mío, y cada vez que yo tendía mi ropa me daba cuenta de que él estaba detrás del visillo, mirándome. Y cuando tendía él, aprovechaba para mirar con disimulo mi tendedor. Y no creo que le interesaran mis paños de cocina, ya me entiende usted. Y otra cosa: siempre que entraba o salía de su casa, miraba hacia mi puerta, no fallaba... Pues lo sé porque lo veía por la mirilla... No, siempre estaba solo. Salía para el trabajo a las ocho y  volvía a las tres menos cuarto; algunas veces después de las tres, cuando pasaba por el súper antes de subir... Pues lo sé porque siempre que llegaba después de las tres venía con un par de bolsas. Y ya no volvía a salir. Era de costumbres fijas, eso se lo puedo asegurar. Bueno, algunas noches lo vi que salía y se iba por las escaleras. A mí me parece que tenía amistad con alguno de los vecinos de arriba,  pero no subía en el ascensor. Otra de sus rarezas. La verdad es que a mí no me extraña mucho lo que le ha pasado,  porque estas personas así, un poco perturbadas, nunca se sabe con quién se juntan ni en qué líos andan.

 ***

—Menuda faenita para ustedes, ¿no? Un muerto ahí, sin pistas, sin huellas, sin móvil. Bueno, móvil tendría el hombre, digo yo, je, je... ¿No me ha entendido usted? Digo que no hay móvil para el asesinato, como dicen en las películas, pero que un móvil tendría, ¿no? Sí, hombre, un móvil, un teléfono móvil... No, yo no lo conocía mucho, sólo de buenos días y buenas tardes. No, no escuché nada. Yo vivo en el quinto. En el quinto pino, ja, ja. ¿Y sabe usted dónde vive el ciego? Pues en el no-ve-no-ve, ja, ja. Joder, pues sí que son serios ustedes, madre mía... No, en realidad no lo conocía, era de esas personas discretas, que pasan desapercibidas. Vamos, que no se va a notar mucho que se haya muerto.

 ***

—Yo vivo en el 2ºA, o sea debajo del pobre Ernesto. Qué buen muchacho era, tan discreto y tan amable. Siempre que coincidía con él me ayudaba. ¿Cómo dice usted? No, si hubiera habido algún ruido yo lo habría oído. Mi mujer dice que exagero, pero no es verdad, los ciegos oímos mucho mejor que la mayoría. Por las mañanas yo oía su despertador, la ducha, la cafetera... así que imagínese usted si habría oído una discusión o una pelea. Yo creo que quien haya sido era alguien que conocía y él mismo le abrió la puerta.  Y entonces lo mataron sin que él se diera cuenta, por detrás. Pobre hombre... ¿Cómo dice? No, siempre iba sólo, por lo menos yo nunca lo oí hablar con nadie.

 ***

 —Sí, en el 8º C vivo yo. No,  yo no trataba con él, no he hablado nunca con él. Era un hombre muy discreto... o sea, eso es lo que he oído decir, porque ya le digo que yo no lo conocía. ¿Que yo tenía amistad con él? No, señor, de eso nada... Pues el que le haya dicho eso es un mentiroso. A la gente le gusta mucho meter las narices en la vida de los demás... ¿Que subía a mi casa? Ni hablar, es imposible que nadie nos haya visto. O sea, que nos hubieran visto en caso de que… en fin, que no, que yo no tenía ningún trato con él, ya se lo he dicho...

***


modern building pixabay.com


martes, 20 de julio de 2021

Divertimento veraniego

 

En la carnicería

Un hombre de unos sesenta años, gordote, de aspecto bonachón, habla sin parar con el carnicero, un joven muy correcto.

Mientras éste atiende mi pedido, el hombre habla y habla de cualquier cosa que se le viene a la cabeza.

De pronto, el hablador me pide disculpas por tanto parloteo, y yo, que en realidad me estoy divirtiendo mucho, le digo que no se preocupe. Entonces mira al carnicero y le dice:

—Pero, ¿a que soy simpaticote?

Y el carnicero:

—Hombre, Antonio, claro que sí.

Y el tal Antonio insiste:

—Yo soy más simpático que mi hermano, ¿verdad?

El carnicero, en un aprieto, echa mano de sus dotes diplomáticas:

—Los dos, los dos son muy simpáticos.

Entonces el hombre me mira otra vez y me dice, convencido:

—Yo, yo soy más simpático.

                                                                             *

 

En la carcinería

Un hombre de unos sesaños enta, gordote, de aspecho bonatón, para sin hablar con el carnicero, un jecto muy corroven.

Mientras éste apide mi tendido, el hombre habla y habla de cualcosa quier que se le bieze a la cavena.

De pronto, el hablador me dispide culpas por tanto parloteo, y yo, que en realidad me estoy divirtiendo mucho, le preocupo que no se diga. Entonces mira al carnicero y le dice:

—Pero, ¿a que soy simpaticote?

Y el carnicero:

—Hombre, Antonio, claro que sí.

Y el tal Antonio insiste:

—Yo soy más sirmano que mi empático, ¿verdad?

El carniprieto en un acero, echa mano de sus dóticas diplomanas:

—Los dos, los dos son muy simpáticos.

Entombres el honce me mira otra vez y me dice, convencido:

—Yo, yo soy más sintápico.

*

 

En el negocio de productos cárnicos

Un caballero de mediana edad, de amplias formas y apacible compostura, departe incansable con el responsable de la preparación y despacho de los productos a la venta, hombre de menor edad que el antedicho y de exquisitas formas en el trato.

Mientras el mencionado comerciante atiende mi pedido, el hombre de la amplia figura habla y habla de cualesquiera asuntos que acuden a sus entendederas.

Inopinadamente, el contumaz parlanchín se excusa ante mi persona por su incontenible verbosidad, y yo, que en honor a la verdad estoy disfrutando grandemente, le digo que no tenga por ello congoja ninguna. Acto seguido, el locuaz individuo dirige su mirada hacia el matarife e inquiere:

—Pero, ¿no es cierto que soy extrovertido y cordial?

Y el joven responsable de la cárnica mercancía responde al punto:

—Cómo negarlo, Antonio, sin la menor duda lo es usted.

Y el aludido, empecinado, persevera:

—¿Y no es más cierto que yo supero en gracia personal al otro hijo de mi madre?

El mancebo, en situación comprometida, recurre sin ambages a su habilidad para las relaciones con el prójimo:

—Ambos dos, ambos dos gozan de gran encanto y gracejo.

Entonces el caballero de la dilatada silueta vuelve a dirigir su atención hacia mí y me hace saber, con todo convencimiento:

—Este, este servidor de usted es más expansivo y grato.

*


Málaga


jueves, 16 de julio de 2020

Espantaperros

(Divertimento veraniego)

El primer día Miguel casi se cayó de la bicicleta cuando, a su paso, los perros se abalanzaron sobre la verja de la casona. Pero ahora ya sabía que estaba siempre cerrada y que no había peligro.

Sin embargo las cosas nunca pasan hasta que pasan por primera vez,  y un día, cuando los perros se abalanzaron de nuevo sobre la verja, la oxidada cerradura cedió por fin. Los animales, sorprendidos por su inesperada libertad, tardaron en reaccionar unos segundos, que fue el tiempo que Miguel tuvo para acelerar a cámara lenta y empezar a pedalear como si quisiera hacerle sangre al camino.

Pero los perros en seguida llegaron a su altura, y aunque Miguel lanzaba patadas a un lado y a otro alternativamente, las fieras apenas se despegaban de la bicicleta.

Miguel, que hacía aquel trayecto a diario, sabía que después de un recodo del camino había un olivo muy grande, y tuvo una idea desesperada. Mientras seguía lanzándole patadas a su comitiva canina, fue frenando un poco, y al llegar junto al olivo saltó de la bicicleta  y trepó por el tronco como un mono inesperado.

Allí subido se sintió a salvo, y pensó que los perros se aburrirían y se marcharían. Pero no. Se quedaron al pie del árbol, dando vueltas alrededor del tronco y mirando hacia arriba.

Pasaron diez, quince minutos, y Miguel empezó a ponerse nervioso. No podía llegar tarde a la piscina, porque  mientras no llegara el socorrista no abrirían. Entonces, viendo que los perros no se marchaban,  echó mano a  su mochila que por suerte seguía colgada a su espalda. De un bolsillo sacó su teléfono, pero, qué sorpresa, no había cobertura. 

Los perros se habían echado al suelo, y Miguel confió en que con el cansancio de la carrera y el calor, que ya iba aumentando, se quedarían dormidos. Pero en cuanto Miguel hacía cualquier movimiento se enderezaban  y gruñían como un motor ahogado.

Encaramado entre la fronda y las aceitunas,  a Miguel le pareció que las pruebas deportivas que superaba con tanta facilidad en las clases de preparación física eran un juego infantil comparadas con aquella situación. Y entonces pensó que la salida de una circunstancia como aquella no dependería sólo de capacidades físicas sino también del ingenio. Y se acordó de que al perro que tuvo él de pequeño le daba miedo cualquier objeto que no le resultase familiar, como los juguetes nuevos, que por alguna razón de psicología perruna el animalillo consideraba una amenaza.

Volvió a abrir la mochila para ver si llevaba algo que pudiese dar miedo a un perro; pero aparte del móvil inútil sólo llevaba lo de siempre: su billetera, una camiseta blanca de repuesto, el bolígrafo con el que siempre firmaba, y el libro que estaba leyendo esos días: El barón rampante, de Italo Calvino.  Lo miró con una sonrisa de incredulidad y volvió a guardarlo. Y entonces, quién sabe si inspirado por la inventiva de Cósimo Piovasco, Miguel tuvo una idea.
Sacó la camiseta que llevaba en la mochila, cerró la parte de abajo con el cordón de una de sus zapatillas y las mangas con un nudo en cada una. Después  empezó a meter aceitunas, hojas y ramitas por el cuello de la camiseta, hasta que tuvo un monigote compacto; y con el cordón de la otra zapatilla cerró también el cuello. Por último, con el bolígrafo le pintó a la camiseta unos grandes ojos como agujeros negros y una boca feroz.

Miguel se preparó, sosteniendo el monigote, y confiando en que la bicicleta no estuviera muy dañada. Los perros percibieron movimiento en el árbol y se pusieron en guardia de nuevo. Y entonces, sin pensarlo más, Miguel saltó al suelo, gritando y agitando el monigote delante de sí, como si fuese una máscara dislocada y un escudo al mismo tiempo. 

Al instante los perros enmudecieron, los ojos desorbitados y el cuerpo echado hacia atrás, paralizados. Miguel siguió agitando el pelele y gritando mientras se acercaba a la bicicleta. Cuando la alcanzó, la puso en pie y se subió a ella sin dejar de mirar a los perros, que seguían inmóviles y lloriqueando. 
En el momento de empezar a pedalear les arrojó la camiseta espantaperros, y los animales echaron a correr en dirección a la casona, de la que seguramente no querrían volver a salir.


vintage plants


martes, 19 de marzo de 2019

Sin que nadie me vea

(Divertimento primaveral)


7 de marzo

Hace unos días, mientras me duchaba, ocurrió algo inexplicable: empecé  a volverme transparente.  Cuando abrí el grifo y el agua empezó a llevarse la espuma, me di cuenta de que debajo no estaba mi cuerpo. Bueno, sí estaba, porque lo notaba, podía tocarlo; pero se confundía con el agua, sólo se percibía el contorno. Parecía una de esas estatuas de hielo. Y a continuación, poco a poco, fui desapareciendo del todo. ¡Me volví invisible! Pero después, durante la tarde, fui reapareciendo.

18 de marzo

Cuando era pequeño vi una película sobre un hombre invisible, y desde entonces siempre pensé que me gustaría ser invisible  para dedicarme a salvar el mundo. Me colaría en  las reuniones de los maleantes, me enteraría de sus planes y se los echaría a perder. Les quitaría las armas, las drogas o lo que fuera, y mandaría cartas a la policía para que los pillaran. Me sentaría  tranquilamente en los despachos de los corruptos, sin que nadie me viera, y escucharía sus conversaciones, y luego mandaría toda la información a los periódicos.

El caso es que creo que ahora estoy cerca de poder hacer realidad todo eso. He estado recordando detalles y ya sé a qué se debió que me volviera invisible. El día 7, antes de la ducha, me había tomado un yogur de piña, que, según vi después, llevaba varios días caducado. Y luego, al ducharme, usé un gel de una marca nueva. Pensé que la combinación del yogur caducado con algún componente del gel había producido el sorprendente fenómeno en mi organismo, así que hice una prueba. Me tomé otro yogur caducado y después me duché, y voilá, como dicen lo magos: volvió a ocurrir exactamente lo mismo.
O sea que ahora puedo volverme invisible a voluntad. El efecto sólo dura unas tres horas al día, pero creo que si aumento las dosis de yogur durará más. El yogur tiene que ser de piña, he comprobado que con otros sabores no funciona; y el gel tiene que ser el de la marca nueva.

26 de marzo

Mis experimentos de estos días  han dado el resultado que yo esperaba. Si me tomo dos yogures antes de ducharme, la invisibilidad me dura seis horas. ¡Seis horas cada vez! Tiempo suficiente para llevar a cabo mi sueño de convertirme en justiciero. Y si me hace falta más tiempo me tomo tres yogures.

30 de abril

Ya he empezado a sacar provecho de mi invisibilidad. Por ejemplo, me cuelo en las cocinas de los restaurantes, y  sin que nadie me vea, me zampo lo que se me antoja. Me cuelo también en los conciertos, y, si quiero, hasta me subo al escenario. También he ido de viaje por todas partes, en primera, claro…  
Pero todo esto es sólo para practicar. Dentro de poco empiezo a salvar el mundo.


pixabay.com Abstract background


lunes, 7 de noviembre de 2016

Sínquisis


Sínquisis, sí.
La primera y única vez que esta curiosa  palabra me salió al encuentro fue al leer los Ejercicios de estilo de Raymond Queneau.
Y aunque todos los textos que componen esta obra son un poco locos (que para eso son de Queneau), lo de la sínquisis me pareció algo tan absurdo y tan psicodélico que sentí mucha curiosidad por este concepto y quise saber más sobre el asunto.

Raymond Queneau
Raymond Queneau
Por eso sé que esta palabra proviene del griego synchysis, “mezcla”; que es una figura retórica que utilizaban con frecuencia los poetas clásicos latinos; y que consiste en colocar las palabras dentro de la frase de manera irresponsable, formando una auténtica mixtura verborum o cacosíndeton, como también se denomina.

Dicho de otro modo, la sínquisis consiste en alterar el lógico orden de las palabras. Vamos, como si la sintaxis en huelga puesto  se hubiese  y las palabras se colocaran como buenamente les pareciera.

Por eso Queneau dice: “Arrogante y llorón con un tono, que se encuentra a su lado, contra el señor, protesta.” O:  “en la Roma plaza de lo encuentro más tarde dos horas...”
Lo cual es como aquello de “Caído se le ha un clavel” pero a lo bruto: el hipérbaton llevado al extremo del disparate.

Yo si la utilización me pregunto de esta técnica tiene alguna finalidad concreta que no sea la pura gana de entretenerse por parte del escritor, o de poner a prueba la paciencia del lector.
Porque desordenadas escribir tan frases, como un puzzle sin montar, hace muy difícil y engorrosa la comprensión del texto. Y no me parece que producir lector en el desconcierto sea la mejor manera de atraer su interés por lo escrito. Más bien me parece que se corre el riesgo de que abandone la lectura, harto de leer frases incomprensibles.
Si yo escribiera algún texto, lo último que lo leyese querría es confundir a quien.
Y si fuese lector de un texto escrito así, con sínquisis, creo que el orden de andar las frases recomponiendo de tener que me cansaría.

Pero la verdad es que, ahora que caigo, leer el texto de Queneau me resultó divertido. Me gustó las frases observar cómo había trastocado y cómo, a pesar de la confusión inicial, y sin llegar a ordenar las palabras de manera lógica, podía intuir el mensaje. Y me divirtió ir en su lugar poniendo las palabras natural, viendo cómo surgía el orden que se escondía en el revoltillo.

Vaya, cuanto más lo pienso, más gracia le voy encontrando a esto de la sínquisis.

Quizá Queneau sólo pretendía jugar con las palabras, algo en lo que era experto; pero tal vez, de paso, este juego sirva para dar relevancia a las palabras mismas, a las relaciones que hay entre ellas y a las leyes que gobiernan el lenguaje, de las que no siempre somos conscientes.
Quizá en estos casos el mensaje sea lo de menos, sólo el medio por el que las palabras se hacen notar  y la excusa para que el lector acepte la invitación de unirse al juego.


mandala


lunes, 1 de agosto de 2016

Divertimento veraniego. Resultado


En la entrada anterior jugamos a mezclar títulos de novelas para crear otros nuevos.
Como ya saben, Las hermanas Bunner se mezcló con Una cena en casa de los Timmins, y de ahí salió “Una cena en casa de las hermanas Bunner”; después se fundieron El mentiroso y Doctor Pasavento, y surgió “El doctor mentiroso”; y por último, la combinación de Noches blancas y La hierba de las noches dio lugar a “La hierba de las noches blancas”.

A este pequeño divertimento añadimos otro, que consistía en inventar un argumento para cada uno de esos títulos imaginarios. Y así esbozamos la historia de dos hermanas que buscan el amor a pesar de la censura social; la de un médico que inicia una nueva vida con una nueva identidad; y la de un noble venido a menos que acaba “yendo a más”.

Pero había, en realidad, un tercer elemento de juego, ya que de esos tres argumentos, en verdad sólo dos fueron ideados para la ocasión, y el restante es un argumento verdadero de una novela verdadera.
Y ése era precisamente el tercer elemento de este pasatiempo: que  ustedes adivinasen cuál de los tres argumentos era el  verdadero.

La cosa ha resultado interesante, porque la mayoría de los participantes en el juego han considerado que la historia verdadera es la del doctor mentiroso. En concreto Sara, Carlos, Chaly, Conxita, entangled y Guille se han decantado por ella.

Por su parte, JuanRa, HoldenMJ y Marisa han elegido como verdadero el argumento de las hermanas.

Y sólo uno de los participantes, Soros, cree que la historia que existe verdaderamente es la del noble venido a menos.

Es decir, de los tres argumentos, uno ha resultado “ignorado” por la mayoría, mientras que los otros dos han sido claramente preferidos por ustedes, bien como argumento verdadero, bien como argumento favorito, fuese o no verdadero.

Pues bien, he aquí la solución al enigma: el argumento que corresponde a una novela real es precisamente el menos votado, el del noble en decadencia que resurge de su ruina.
Y la novela verdadera a la que corresponde este argumento es La ilustre casa de Ramires (1900), del ilustre Eça de Queirós, máximo representante del realismo portugués.

Así pues, enhorabuena y aplausos a Soros por su tino, y muchas gracias a todos, por jugar conmigo en este “divertimento veraniego” y por haber mostrado preferencia por las historias inventadas, lo cual me llena de estival regocijo.



En la Plaza del Rossio, Lisboa

sábado, 7 de febrero de 2015

Lipograma


El término que hoy nos sirve de título es de origen griego y es el nombre de un juego de expresión que consiste en escribir un texto en el que se omite ex profeso un signo lingüístico concreto.
El primer ejercicio de este tipo del que se tiene conocimiento lo creó un lírico griego del siglo VI que compuso versos sin servirse del signo Σ.
lyric poetDesde entonces, muchos escritores de diferente origen y condición
siguieron proponiéndose retos similares de ese estilo, pero no puedo referirlos porque todos ellos tienen en sus nombres el signo lingüístico que yo estoy pretendiendo eludir en este texto. Sí puedo decir que, por ejemplo, uno de ellos fue un médico portugués que vivió en el siglo dieciséis y que escribió Los dos soles de Toledo;  y otro, un genio de nuestro suelo, no siempre comprendido en su tiempo, que escribió El chófer nuevo.
Existen incluso los ejercicios de este tipo en los que se excluyen diversos signos en el mismo texto, lo que tiene, opino yo, muchísimo mérito y enorme conflicto, independientemente de lo feliz y certero que resulte el experimento.

Yo no sé si estos desafíos retos lingüísticos tienen otro fin distinto de los que yo veo y que no son nimios, por cierto: discurrir mucho, recorrer todos los rincones de nuestro léxico y ver nuestros dones como ingenieros del verbo, proponiendo diferentes expresiones y recomponiendo nuestros escritos, de modo que reflejemos lo que queremos decir eludiendo los signos lingüísticos que hemos decidido omitir y pretendiendo, como colofón, que el texto resulte lo  menos postizo posible.
Indiscutiblemente, un texto extenso y en el que evitemos un signo frecuente  posee un mérito y un interés superior, porque, como es lógico, no es lo mismo prescindir del signo e que del u o el  j.
Por eso espero que este texto resulte entretenido y ligero de leer, porque de ello inferiré que, junto con el objetivo de cumplir con el código del juego, he conseguido otros dos: ofrecer unos modestos conocimientos y, sobre todo, divertirnos un poco.
Después de todo esto, puedo sostener y sostengo que este ejercicio es  un estímulo portentoso del intelecto  que no puede producir sino beneficios y provecho.
¿No sienten ustedes el impulso de medirse con un reto de éstos? 

                          

sábado, 23 de julio de 2011

Cuento. Se vende

(Divertimento veraniego)

-¿Si?
-Sí, buenos días. ¿Es ahí el piso que se vende?
-Sí, sí, aquí es.
-Pues es que yo estaría interesado… ¿Cuándo podría venir a verlo?
-Bueno, ya que está usted ahí, ¿por qué no sube ahora?
-Ah. Estupendo. Gracias.

-Hola, buenos días.
-Pase, pase.
-Gracias.
-Venga por aquí y le voy enseñando las habitaciones…

-Bueno, pues el piso es magnífico, señora. Y si el precio es lo que me ha dicho, nos podríamos poner de acuerdo…
-Pero me falta por enseñarle una habitación, la de los libros, ¿no quiere verla?
-Ah, tienen una habitación para libros…
-Sí, es que mi marido los devora. Aunque ya más bien los libros nos devoran a nosotros. Vamos, que no nos cabe ni uno más. Se reproducen yo no sé cómo.
-Sí, lo comprendo, porque a mí me gustan mucho también y tengo montones.
-Espere, que la abro. Es que la tengo cerrada con llave porque por las tardes vienen los nietos y mi marido no quiere ni que se acerquen.
-Claro… ¡Vaya! Menuda biblioteca tienen ustedes aquí. Y yo creía que yo tenía… ¿eh? Pero… ¡Señora!, ¡que me ha dejado usted encerrado! ¡Abra la p… aaahhh! ¡¿Pero qué es esto?! ¡Oiga, abra, abra! ¡Que me comen…aaggh… que me comen…!
-Ya, ya, si es lo que le vengo diciendo –murmuró la mujer al otro lado de la puerta.

Acto seguido, salió al balcón. Hacía viento y había que afianzar el letrero de SE VENDE.
Aunque no tenía la menor intención de vender.