martes, 21 de octubre de 2025

Casi viuda

Divertimento otoñal

Aurelio Martín, sentado a la mesita de mármol de la cafetería donde desayunaba siempre, leyó el anuncio del periódico dos veces, primero con sorpresa y después con interés: «Señora casi viuda desea conocer caballero para compartir intereses...».

Es perfecta para mí, pensó Aurelio. Setenta años, o sea, joven, y con necesidad de compañía, como yo. Y sin pensarlo más sacó el teléfono móvil del bolsillo del chaquetón y marcó el número que figuraba en el anuncio.

Mientras sonaba el tono de llamada Aurelio pensó que tal vez no era el primero en llamar; que el anuncio podía llevar varios días publicándose, y temió haber perdido la ocasión. Entonces contestaron al otro lado de la línea:

—¿Diga?

—Sí, eh... buenos días... llamaba por el anuncio... eh... Me llamo Aurelio Ma...

—Ah, hola, Aurelio, muchas gracias por llamar. Yo me llamo Carmela.

—Encantado, Carmela —respondió Aurelio, pensando que la señora parecía simpática. Si además es guapita..., se dijo, haciéndose ilusiones.

—¿Qué edad tienes, Aurelio? —preguntó Carmela con desparpajo.

—Tengo setenta.

—Ay, estupendo. ¿Cuándo podríamos vernos?

Y un tanto sorprendido por esa pregunta tan directa, pero también halagado por el interés de la mujer, Aurelio respondió:

—Pues... cuando usted quiera.

—Nada de usted, hombre. Vamos a tutearnos, ¿no?

—Sí, sí —respondió Aurelio—. Yo también lo prefiero.

—Vives aquí, ¿verdad? Porque si eres de fuera...

—No, sí, vivo aquí, de toda la vida.

Entonces Carmela le dio su dirección y lo invitó a que fuese a merendar esa misma tarde.

Aurelio pensó que Carmela era demasiado confiada, o que la pobre estaba muy sola y deseosa de compañía. Claro, se dijo, con el marido moribundo, en el hospital o en una residencia...

Por la tarde, a las cinco y media, como un clavo, estaba Aurelio llamando al timbre de Carmela.

La puerta se abrió casi al momento, y allí estaba Carmela, con un blusón de colores, su pelo rubio muy bien peinado y una gran sonrisa.

Sí que es guapita, pensó Aurelio, contento. A ver qué le parezco yo.

Aurelio también se había arreglado para la ocasión, con chaqueta y corbata, y una gorra inglesa gris con la que él se encontraba muy bien.

—Anda, qué buen mozo eres, Aurelio —dijo Carmela con su estilo llano—. Pasa, pasa, que tenemos mucho de qué hablar.

Carmela y Aurelio congeniaron divinamente. Tomaron café y un bizcocho de vainilla y nueces que hacía ella misma.

—Está de rechupete —dijo Aurelio, que ya se consideraba muy afortunado por haber encontrado a una mujer como Carmela.

Y entre unos temas y otros, cuando ya se había establecido entre ellos una agradable confianza, Aurelio le preguntó a Carmela sobre su situación personal, es decir, sobre su condición de «casi viuda».

—Es una situación muy triste, Aurelio, muy triste. Tres años lleva mi marido así, postrado en la cama, que ni siente ni padece, ni habla ni paula. Se pasa el día dormido, que yo creo que más que dormido está como atontolinado. Y hay que lavarlo, y cambiarlo de ropa... en fin, una cosa muy triste.

—Vaya, lo siento mucho. Debe ser muy duro para ti —dijo Aurelio, comprensivo.

—Y tanto que sí, Aurelio, y tanto que sí.

—¿Y vas a verlo todos los días?

Carmela hizo un gesto de extrañeza.

—A la residencia, me refiero —dijo Aurelio—. Me imagino que estará en un centro de mayores ¿no?

—No, no —dijo Carmela con contundencia—. Yo no puedo dejar a mi marido en manos de extraños. Mi marido está aquí.

—¿Aquí? ¿En la casa?

—Claro, en el dormitorio ¿dónde va estar? Ven, ven y te lo presento.

Aurelio se sintió muy incómodo. No tenía ninguna gana de ver al pobre hombre, y menos cuando él había ido a su casa con intención de intimar en lo posible con su mujer. Era una situación de lo más comprometida, así que le dijo a Carmela:

—Mira, creo que mejor me marcho. No me parece decoroso estar aquí, bajo el mismo techo que tu marido, ni creo que deba yo entrar en la intimidad de su dormitorio.

—Ay, Aurelio, qué fino eres, qué bien hablas —dijo Carmela con entusiasmo.

—Sí, bueno, pues... si quieres, ya nos veremos otro día. Pero en la calle, en una cafetería, ¿de acuerdo? Y luego, si quieres, vamos a cenar a algún sitio.

—Bueno, yo encantada, claro. Pero primero habrá que solucionar esto.

Entonces fue Aurelio quien se mostró extrañado.

—¿Qué hay que solucionar?

—Pues que mientras mi marido esté así, yo no puedo salir a pasar la tarde fuera, ni a cenar ni nada. No puedo dejarlo solo.

—Ah, claro, querrás contratar a alguien para que se quede con él y así tú puedas salir...

—Que no, Aurelio, que no es eso —dijo Carmela, que se daba cuenta de que Aurelio no había comprendido la situación—. A ver, ¿tú no me has llamado por el anuncio?

—Sí, claro, porque querías conocer a alguien...

—Eso, eso —interrumpió Carmela—. Alguien que comparta mis intereses. O sea, alguien que me ayude a solucionar este asunto.

—Pero entonces... —titubeó Aurelio—, ¿es que quieres que yo te ayude a buscar a alguien...?

—No, hombre, no. Lo que quiero es dejar de ser casi viuda y ser viuda de una vez. Viuda del todo... ¿comprendes?

Aurelio comprendió, así que se levantó del sofá y se dirigió a la puerta.

—Tengo que marcharme ya, Carmela. Ya nos vemos otro día, ¿eh? —dijo por decir algo. Y abriendo la puerta del piso salió al rellano, y, sin entretenerse en esperar al ascensor, empezó a bajar las escaleras a toda prisa. Cuando iba por el segundo tramo oyó a Carmela, que desde arriba, asomada a la barandilla, le decía:

—Entonces, ¿vas a ayudarme, Aurelio? ¿Cuándo quedamos?

 

2 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

¡Qué bueno! Y como dicen en las películas: Basado en hechos reales, (o en este caso: Inspirado en anuncios verdaderos)
Lo que daría por conocer más acerca de las intenciones de esta mujer. ¡Es el colmo del surrealismo! Y el hecho de que sea de Murcia me sacude de emoción hasta convertirme en fan incondicional.
¡Las buenas migas que vamos a hacer en el infierno!

Alfred dijo...

Nada, otro que se va corriendo... ¿Por qué será?