Dani
pidió permiso para irse a su habitación y se levantó de la mesa casi sin haber
comido.
—Andrés, el niño no está bien —dijo la madre—. Ya lleva así una semana, sin ganas de comer, ni de jugar... Y además está estudiando demasiado, esforzándose demasiado. Eso no es normal en un niño de diez años.
—Bueno, es que Dani es muy sensible, y lo del maestro le ha afectado mucho.
—Sí,
pero... no sé... Tampoco es normal que no quiera hablar con nosotros.
—Mira, vamos a esperar unos días más, y si sigue así lo llevamos al psicólogo, ¿te parece?
Entonces sonó el portero electrónico.
—¡Dani, cielo! —llamó la madre después de responder—. Es Salva, que si quieres bajar.
Dani bajó a la plaza y los dos amigos se sentaron en el respaldo de un banco.
—¿Te gusta el maestro nuevo? —dijo Salva.
—Sí, está bien.
—Explica mejor que don Eugenio, por lo menos.
—Yo es que soy muy torpe para las matemáticas —dijo Dani con la mirada fija en el suelo.
—Qué va, no digas eso. Lo que pasa es que si no te explican bien... Y además regañaba mucho. A ti te tenía manía, se le notaba un montón.
Dani permaneció en silencio mientras Salva hablaba de cualquier cosa sin que él le prestara atención. Al cabo de un rato dijo:
—Salva... yo...
—Qué.
—No, nada.
—Dani, tío, estás muy raro.
—No, no me pasa nada.
Al día siguiente la madre se asustó al entrar en la habitación. Dani estaba acurrucado en la cama, tembloroso, y tenía las ojeras propias de un enfermo.
—Dani, cielo, ¿qué te pasa? Cuéntamelo, por favor, que estoy muy preocupada.
Después de titubear un poco, Dani se sentó en la cama, miró a su madre a los ojos y rompió a llorar. La madre lo abrazó y le dijo:
—No pasa nada, cielo. Cuéntame lo que sea, que seguro que no es para tanto.
El niño se abrazó a ella también, y entre hipidos, lágrimas y mocos dijo por fin:
—¡Ay, mamá, que yo he tenido la culpa!
—¿La culpa de qué, cielo?
—De lo de don Eugenio.
—¿Lo de don Eugenio? Pero cómo vas a tener tú la culpa de que al pobre hombre le diera un infarto, cielo mío.
—¡Porque yo lo pedí! —dijo Dani, llorando cada vez más.
—Ay, ay, chiquillo, qué dices —exclamó la madre, al tiempo que intentaba limpiarle la cara con su pañuelo.
—Que yo lo pedí, mamá, que yo pedí que se muriera... porque... porque me regañaba mucho y...
—Pero ¿cómo que lo pediste?
—Que sí, mamá. Que si pones unas tijeras dentro de un libro y pides que alguien se muera, se muere... pero yo lo hice porque me creía que era una tontería, y si hubiera sabido que era verdad no lo habría hecho... porque... aunque me tuviera manía... yo no quería que don Eugenio se muriera de verdad.
Dani hablaba y lloraba en el regazo de su madre, y ella, con una sonrisa de ternura, lo consolaba.
26 comentarios:
O sea, que dices que unas tijeras... ¿Vale cualquier libro? Es broma, no te asustes. Ni al peor político le desearía yo la muerte.
Como para no tener sentimiento de culpa y más esa edad... que se lo creen todo. ¡Pobrecillo!
Buen relato.
Abrazo.
Hoy mismo lo pruebo.
Si funciona van a haber muchas vacantes en las presidencias de determinados países.
Me ha gustado mucho el relato.
Es tierno y muy sentido.
Besos.
Pobre Andrés. Esos días arrastrando una sensación de culpa tan grande, tan desproporcionada para su edad, tiene que ser demoledora. Menos mal que para su madre no va a ser difícil explicarle, preferiblemente en tono risueño, que lo de las tijeras no funciona.
Incluso puede hacerle una demostración: recurrir a ese "sistema" y desear la muerte de algún político de esos que realmente se la merecen. Cuando pasen unos días y el niño vea que el otro sigue en pie, impasible, a lo suyo, se le pasará definitivamente el "muermo".
Digo yo...
Sí, esa clase de magia vudú funciona, aunque aun no he conseguido matar a nadie con ella, (no porque no lo haya intentado, no te creas).
Otro tipo de magia más inocua sería un truco que me enseñó un amigo venezolano para encontrar objetos perdidos: Cuando se te pierde algo, coges alguna cosa como una bufanda, un trapo o un simple cordel, y le haces un nudo mientras recitas el conjuro:
San Cucufato
las bolas te ato
si no me lo encuentras
no te las desato.
Y al poco encuentras lo que habías perdido. No falla.
Qué sencilla sería la vida si todo fiera de esa manera...
Saludos,
J.
A esas edades somos muy ingenuos y nos creemos todo lo que escuchamos. Luego crecemos y... bueno, seguimos creyendo todo lo que escuchamos pero encima nos volvemos cínicos y estúpidos...
Esto, me he liado ;)
Claro, Macondo, pero a veces podemos desear en la fantasía algo que de ninguna manera querríamos que ocurriera en la realidad. En el caso de este chiquillo es una forma de aliviar su frustración con la asignatura y el maestro. Y mira el sufrimiento que tiene luego, el angelito, cuando cree que su deseo se ha hecho realidad.
Saludos!
Eso es, Alfred.
Gracias, y un abrazo.
Me parece, Toro, que si la psicomagia funcionara, sería el arma de guerra más potente y peligrosa. Una especie de vudú a gran escala.
Muchas gracias por tu apreciación :)
Besos.
Así es, Rick, el pobre niño está sobrepasado, pero yo también estoy segura de que la madre lo va a solucionar.
Aunque la demostración que propones tiene peligro. Imagínate que hacen la prueba con Donald Trump y al día siguiente atentan contra su oreja. Que a veces las casualidades parecen otra cosa...
Saludos!
Te creo, entangled, te creo :D
Yo conozco otro sistema que tampoco falla para encontrar objetos perdidos. Consiste en buscar una cosa diferente de la que buscas en realidad, y entonces ésta aparece al momento, como si se hubiera puesto celosa o algo así :D
No sé, José A., si la vida podría ser sencilla de alguna manera. Nuestra condición humana es demasiado compleja para eso.
Saludos!
Jaja, bueno, Beauseant, es natural liarse con asuntos tan complicados. Pero se entiende por dónde vas, y estoy de acuerdo ;)
Es lo que tiene el pensamiento mágico, metes una cuchara y un dedal en un calcetín a medianoche y se le quita la verruga a tu tía la del pueblo. Bonita historia
Jaja, pues sí, Chafarero, parece que cualquier combinación aleatoria de elementos cotidianos sirve para algo.
Gracias.
Sin duda, los dramas infantiles son algo muy serio para quienes los viven, y por eso en muchos casos no debemos quitarles importancia, sino implicarnos y hacer que el niño se sienta comprendido, por muy ingenuo que pueda parecernos su problema, desde la mentalidad adulta. Y luego, por supuesto, enseñarles a buscar soluciones, para que con el tiempo ellos mismos sean los que puedan quitarle importancia a lo que entonces les quitó el sueño.
Por suerte, el ''problema'' de Dani se arregla fácil, y a la madre no le costará hacérselo ver y luego reírse juntos de eso. Algunos comentaristas ya han propuesto buenos ejemplos. Luego de superarlo, la madre podría regalarle algún libro de Harry Potter o El Hobbit de Tolkien, para que Dani vea que hay mejores formas de imaginar conjuros, pero desde la ficción.
Hablando de tijeras, cuando yo era crío, antes de la era de internet, reinaban las leyendas urbanas del tipo ''si dices tres veces 'Verónica' mirándote al espejo en el baño a oscuras, invocarás al diablo'', o ''si dejas unas tijeras abiertas e invocas al demonio, estas actuarán solas y te matarán, o matarán a alguien''. No quiero imaginar las leyendas urbanas que se moverán hoy en las redes sociales: en el fondo, nada ha cambiado.
Así es, Rodión. Lo que tan bien explicas en tu primer párrafo es la idea que subyace en este y otros cuentecillos que andan por el blog protagonizados por niños. El respeto y la empatía hacia las emociones y sentimientos de los niños me parece un asunto de importancia capital.
Yo también recuerdo esa leyendas urbanas de Verónica y alguna otra por ese estilo, con espejos, tijeras, ovillos de lana... Y debe ser algo común a diferentes épocas y lugares ( incluidas, efectivamente , la era y el espacio internet) porque hay muchas películas de terror que se basan en ellas. Supongo que estas ideas surgen por algún motivo y que habrá estudios que analicen la cuestión dede el punto de vista psicológico, sociológico, antropológico, etc, que deben ser muy interesantes.
Saludos!
Tan pronto hubiera sabido yo en mis tiempos de colegial lo de las tijeras y el libro, la mayor parte del profesorado al que me tuve que someter no habría finalizado el curso. Como persona empática que soy, entiendo a Dani y me cae bien. Apuesto a que seríamos grandes amigos. Por otro lado, si hay una próxima vez respecto a tan siniestra práctica, que Dani elija un torero, por ejemplo.
Agradezcamos que el sortilegio no funciona. Imagínate, con la de libros y tijeras que hay por todos lados...
Ya te digo que no sirve. Será que no lo probé veces con la de lengua.
Ya veo, Bubo, que hay aquí unos cuantos "Danis" :D
Me alegra saludarte de nuevo.
Pobrecito Dani, la culpa que pesa sobre sus hombros a esa edad. Es que es normal, porque los niños se creen todo lo que les dicen (o casi todo) y por eso hay que tener cuidado. Yo creo que no hay que restarle importancia a ese sentimiento de culpa y hablarlo con él. No es suficiente con que te digan que eso es una tontería y no pasa, porque él está convencido de que sí ha surtido efecto y se da cuenta de que, en realidad, él no quería que ocurriera.
Los sentimientos de culpa pueden arrastrarse hasta la edad adulta y hacen daño. De ahí que los psicólogos siempre te pregunten por tu infancia. Así que hay que desterrar el: ¡qué tontería! Sin más explicaciones.
La madre parece muy inteligente y estoy segura de que sabrá desmontar esa creencia.
P.D. Muy bonito el dibujo que acompaña al cuento.
Así es, MJ. Los niños son muy sensibles e impresionables, y no tienen ni los conocimientos ni los recursos emocionales para gestionar y expresar sus sentimientos. Vamos, no los tenemos los adultos muchas veces, cuánto menos un infante. Y si encima se le resta importancia, como dices, a su preocupación, a su desconcierto, entonces a su maraña emocional se le añade frustración y sentimiento de soledad.
Gracias por tu comentario, y celebro que te guste la ilustración ;)
¡Alma de cántaro! El susto y la pena que lleva en el cuerpo el pobre Dani...
Pues yo, como diablo de doble personalidad, lo consolaría y al mismo tiempo sonreiría pensando en alguien a quien transmitir mi "tijeretazo" (jur, jur)
Aunque, puestos a imaginar, a quien sí hubiera yo deseado de niño un infarto fulminante es a las matemáticas. ¡Qué gordas me cayeron siempre!
A mí también me caían gordas las matemáticas, pero sé que la culpa no es de ellas, sino de enseñantes que enseñaban sin amor, sin imaginación, sin deseo verdadero de que los alumnos aprendieran, y las convertían en algo diabólico :D
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