Seguimos recordamos la historia de Juguetes del viento con motivo del décimo aniversario del blog. Esta entrada se publicó originalmente el 22 de marzo de 2014.
La casa de mi tía Rosita era un lugar especial. Olía a
perfume y todo estaba siempre muy limpio. Los suelos parecían espejos y los espejos ventanas abiertas a un
mundo real.
Mi tía Rosita también olía a perfume y cuando me daba un
beso casi me mareaba.
Hablaba con una voz muy suave que parecía siempre a punto de
apagarse, como una vela de cumpleaños, y sus movimientos eran tan sosegados que
la pulsera que llevaba apenas se movía.
Algunas veces mi tía me preguntaba si quería un caramelo. Entonces
se levantaba, iba a otra habitación y volvía con uno, uno solo, cogido con dos
dedos que parecían de nácar.
Se inclinaba y me decía:
-Toma, bonita. Te lo cambio por un beso.
Y a mí aquellas palabras, pronunciadas siempre de la misma
manera, me parecían la fórmula mágica de algún hechizo.
Mi tía tenía muchos objetos que me fascinaban, como un reloj
de arena y un libro con las tapas en relieve. Pero lo que más me atraía de todo
era una bombonera de cristal tallado, de color azul, que destellaba como un
diamante.
La primera vez que me fijé en ella le pregunté:
-¿Qué es esto, tía Rosita?
-Eso es una bombonera. La tengo desde que era pequeña como tú
–respondió ella con su voz de hada.
Siempre que íbamos a su casa nos sentábamos a la mesa, y
mientras mi tía y mis padres charlaban y tomaban café, yo, con una magdalena
que me duraba toda la tarde, contemplaba embelesada la bombonera.
Me resultaba un objeto enigmático, tan reluciente, tan
perfecto, y hasta creía que si la abría saldrían de su interior unos rayos de
colores, una música misteriosa o un soplo de polvos brillantes.
Quería levantarme y acercarme al mueble, tocar la bombonera
con las dos manos y abrirla despacio para ver qué había dentro, para ver qué salía
de allí.
Pero nunca me atreví. Temía romperla y que ocurriera algo
terrible, y también porque yo quería que siguiera allí para poder mirarla.
Un día, estando en casa, le pregunté a mi madre:
-Mamá, ¿la tía Rosita quién es?
-¿Cómo qué quién es? Pues es tu tía, la hermana de papá –dijo
mi madre.
Pero eso ya lo sabía yo. Mi pregunta buscaba otra respuesta,
porque yo estaba convencida de que mi tía no era una persona como las demás.
-Pero ¿ella qué hace cuándo nosotros no estamos en su casa?
-Pues lo que hace todo el mundo, hija –dijo mi madre-. Trabaja,
va a la compra, duerme… como todo el mundo.
Aquella respuesta no me servía tampoco, porque mi tía no era
como todo el mundo, así que yo no creía que hiciera lo mismo que los demás.
Entonces pregunté otra cosa:
-Mamá, ¿tú sabes qué hay en la bombonera?
-¿En qué bombonera?
-En la bombonera azul de la tía Rosita –dije, decepcionada
por la duda de mi madre, porque para mí no había en el mundo más bombonera que
aquella.
-Pues no sé –dijo mi madre-. Cualquier cosa. O a lo mejor no
hay nada.
Y añadió:
-Pero no le preguntes, ¿eh? No se debe curiosear en las
cosas de los demás.
Me conformé con la idea de no preguntarle a la tía Rosita,
pero que dentro de la bombonera no hubiera nada me parecía imposible de aceptar.
¿Cómo no iba a haber nada allí dentro? ¿Para qué serviría algo tan especial si
no era para contener algo especial?
En la siguiente visita, antes de marcharnos, mi tía me dijo algo que me sorprendió y me
entusiasmó de tal modo que por un momento dejé de respirar.
Me dijo que sabía cuánto me gustaba la bombonera y, cogiéndola
del mueble con mucho cuidado, me la dio.
-Ahora es tuya –dijo-. Espero que la tengas durante mucho
tiempo.
Yo no dije ni una palabra, solo recibí la bombonera y la
sostuve entre mis manos como si fuera un pajarillo caído del nido.
Pensé que a continuación mi tía me contaría algún secreto o
me daría instrucciones especiales o me pediría alguna promesa.
Pero no me dijo nada
más.
Cuando llegamos a casa fui a mi habitación y me senté en la
cama con la bombonera en las manos. La miraba sin cansarme, sin creer aún que
fuese mía.
Y entonces la abrí. Levanté la tapa muy despacio esperando
descubrir algún secreto, preparándome para ver algo extraordinario.
Pero no ocurrió nada. La bombonera estaba vacía y solo se veía
el cristal del que estaba hecha, tan pulido y brillante que parecía líquido.
En ese instante me sentí desilusionada, pero este
sentimiento duró poco porque enseguida comprendí, sin palabras, que el misterio
de aquel objeto estaba en sí mismo, en su capacidad para emocionarme y hacerme
soñar.
No, no estaba vacía, es que lo que contenía no estaba dentro.
15 comentarios:
Un espléndido relato con moraleja incluida.
Además es aplicable a muchos aspectos de la vida... la mayoría de las veces la belleza vive en las cosas sencillas... pero claro, eso se aprende con el tiempo.
Besos.
Encantadora historia. La bombonera es el misterio a los ojos el niño, y a pesar de que esté vacía, es donde se ha cristalizado la curiosidad de la infancia que va quedando atrás.
Muy bonito recuerdo, real o inventado. Un abrazo
Recuerdo perfectamente este precioso cuento. La protagonista se hace muchas preguntas (-¿Qué es esto, tía Rosita?/ -Mamá, ¿la tía Rosita quién es?) y en las respuestas que conllevan hace prevalecer el mundo interior al objetivo, lo que nos dice mucho acerca de la naturaleza intimista de su personalidad.
Aunque no es la protagonista, la tía Rosita es todo un personaje, pues, quizá el subjetivismo de la niña, nos deja frases para la Historia en su descripción cuando dice que sus movimientos eran tan sosegados que apenas se movía la pulsera que llevaba puesta, o que sus dedos eran de nácar, o que su voz semejaba la de un hada. Apuesto que así era, la tía Rosita era un hada, y la bombonera azul, un atrapasueños.
No me cansaría de leer el cuento una y mil veces, ni de darte la enhorabuena una y mil veces.
Besos.
Muchas gracias, Toro.
Eso creo yo, que la belleza, y todo lo importante, está en las cosas sencillas. Y efectivamente, es algo que se aprende con el tiempo. Por eso siempre estamos a tiempo de aprenderlo :)
Besos.
Albada, es muy bonita y atinada tu interpretación de la bombonera como símbolo de los misterios y la curiosidad de la infancia.
Y en cuanto a sí es recuerdo o cuento, real o inventado, a medio camino entre ambas opciones está la cosa ;)
Muchas gracias. Un abrazo.
Muchas gracias, Macondo.
Sara, muchas gracias por tu valoración y tu “análisis” del relato, que me da a entender que lo has leído con mucha atención.
Es verdad que la tía Rosita es “todo un personaje”, y la verdadera tía Rosita, la que da lugar a este personaje, también lo era, a su modo; no diría como un hada, pero algo de su delicadeza y fragilidad sí tenía, o al menos así la recuerdo yo.
Muchas gracias de nuevo, eres muy generosa.
Besos.
Recordaba este cuento Ángeles, me pareció muy tierno todo ese misterio alrededor de la bombonera azul y todas las preguntas de la niña para saber más de esa persona que tanto le gustaba e intrigaba.
Pero lo mejor es la frase final, es que lo que contenía no estaba dentro, como todo aquello que importa que no se puede ver pero está ahí y lo sabemos.
Besos
Los secretos que guardan algunas cajas. Y sin necesidad de candados.
Probablemente la tía Rosita ya se había dado cuenta de que su sobrina tampoco era "como todo el mundo" y esa bombonera viene siendo el símbolo de una especie de "traspaso de poderes" entre hadas.
Esa frase final es casi mágica.
Recordaba este cuento por lo precioso que me pareció y que me sigue pareciendo. Tiene magia y dulzura. Estoy de acuerdo con Rick, al final la bombonera azul es un traspaso de poderes entre hadas ¡qué bien lo ha expresado!
Muchas gracias, Conxita.
Es verdad, algunas de las cosas más importantes, las que vamos comprendiendo, las que se nos van revelando, no son visibles ni tangibles, pero están “guardadas” y esperando a que las descubramos.
Besos.
Así es, Bubo, sin candados nada, pero a buen recaudo.
Gracias.
Rick, me encanta tu forma de ver la historia y la interpretación que le has dado.
Muchas gracias.
Te agradezco tus palabras, MJ, y me alegra mucho que te haya vuelto a gustar :)
¿Quieres creer que recuerdo esta entrada tuya? Y como la primera vez que la leí, me ha emocionado. No solo tu tía Rosita era un hada, además tú estabas llena de magia. Abrazos.
Aún con la bombonera vacía este texto sabe a chocolate!!!
Marisa, para mí es un honor que recuerdes la entrada, y me encanta lo que dices. Gracias!
Qué bueno, David. No el chocolate, sino que le encuentres ese sabor al texto :)
Intuía el final y aún así me ha gustado. A veces nos empeñamos en que todo, las cosas, los actos, las palabras, tengan un significado y no, todo eso se lo damos nosotros... debemos buscar lo que sea importante para nosotros, no lo que ponga en el libro de instrucciones.
"No, no estaba vacía, es que lo que contenía no estaba dentro"
¡Eres una filósofa poeta! O una poeta filósofa, no sé. Lo que sí sé es que tu literatura si que contiene magia de todos los colores.
Oye, increíble lo bien que recordaba esta entrada para hacer ¡¡cinco años!! que la publicaste. No, en serio, ¿el tiempo va bien o los relojes se han trastornado de unos años para acá?
¿Sabes una imagen que me hizo mucha gracia entonces y me la ha vuelto a hacer ahora? Esa de "con una magdalena que me duraba toda la tarde", jajaja. Seguro que siempre te has alimentado más con la observación y imaginación que con la boca.
Es verdad, Beauséant, casi siempre las cosas tienen, al menos, dos significados: el propio y el que les demos nosotros, un sentido particular, que quizá nadie más comparta, y ése es el que hace que algo sea especial para nosotros.
Gracias, me alegro mucho de que te haya gustado.
Muchas gracias, JuanRa por esas apreciaciones tan generosas :)
Sí, el tiempo va bien, somos nosotros lo que no vamos a su compás, siempre vamos con retraso.
Jaja, sí, siempre he sido un poco lenta para todo, y además nunca tenía hambre. Bueno, como ahora, más o menos :D
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