martes, 28 de julio de 2009

Cuento. Eulalia

Eulalia era una joven agraciada y de aspecto dulce. Era también inteligente, trabajadora, responsable. Era buena compañera, siempre deseosa de ayudar. Era generosa y detallista; culta y paciente; sencilla en sus gustos y necesidades. Era limpia y ordenada y no tenía maldad.
Sólo un defecto manchaba su pulcra personalidad. Y es que para Eulalia no existía diferencia entre hablar y respirar. Su verborrea era de tal calibre que, dejada a su aire, hubiera podido hablar durante días, sin parar siquiera para comer.
Los que la conocían huían de ella sin disimulo, olvidando las convenciones de cortesía y educación más elementales. Porque Eulalia estaba perfectamente capacitada para llevar a cualquiera a la desesperación. Una vez que empezaba a hablar era inútil esperar que callara. Y era inútil intentar conversar. El concepto de diálogo era desconocido para ella. Sus charlas eran como un denso e interminable párrafo, farragoso, sin puntos ni comas, y no había sitio donde un interlocutor pudiera encajar una frase.

Al conocerla, al tratar con ella por primera vez, todos coincidían en que era muy amable, educada y buena persona, y se sorprendían del ninguneo a que la sometían los compañeros.
-Pero si es muy agradable –decían.
-Sí, sí, dímelo pasado mañana –respondían los veteranos.
Y efectivamente, al cabo de un par de días, tres como mucho, ya estaban todos de acuerdo en que Eulalia era simplemente insoportable.

En consecuencia, siempre estaba sola, en el trabajo tanto como en la vida privada. Cuando se acercaba a un grupo durante un descanso, era recibida con algún saludo desganado y miradas de soslayo. Los presentes seguían su conversación mientras ella permaneciera en silencio, pero en cuanto empezaba a hablar, a contar alguna de sus numerosas e insulsas anécdotas, a repetirse, a darle vueltas a lo mismo, el grupo se disolvía en cuestión de segundos, como azúcar en agua caliente.

Y la pobre Eulalia, en su inocencia, en su candor, en su incapacidad para pensar mal de nadie, ni de sí misma, entendía que se marchaban porque tenían cosas que hacer. Nunca se le habría ocurrido que era ella, con su dicción aburrida, plana y somnífera; con su retahíla de experiencias laborales que a nadie interesaban, con su discurso cansino e inacabable, la que espantaba a la gente, la que ahuyentaba a todos de su lado.

He aquí cómo un solo defecto del carácter puede anular muchas virtudes, y cómo la palabrería, el cacareo, el hablar continuo sin decir nada que interese, divierta o emocione, cansa, adormece, aburre y hastía.
Y de pocas cosas huimos más lejos que de la perorata pelma y el parloteo redundante.

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8 comentarios:

Anónimo dijo...

En el diálogo, se puede pecar tanto por exceso -como Eulalia-, como por defecto, porque, quien no habla, o te obliga a convertirte en una "Eulalia" o te invita a un silencio sepulcral, y esto también nos lleva a una fuga inevitable.
Sara.

Ángeles dijo...

Claro, Sara, es que los extremos siempre son malos. Ni calvo ni con tres pelucas.
Gracias por tu comentario.

Anónimo dijo...

Hola Ángeles, te encontré en Eres lo que escribes... Un saludo y sigue escribiendo así de bien....

Estefanía

Ángeles dijo...

Muchas gracias, Estefanía, y bienvenida al blog. Espero seguir viéndote por aquí.

JuanRa Diablo dijo...

Pues con algún Eulalio y Eulalia me he topado alguna vez.
Y aún peor que te toque aguantar el tipo ante alguien muy hablador es que no te escuche cuando logras interrumpirle con alguna aportación tuya. Los hay que sólo piensan en sí mismos.

Sigo leyendo cuentos, Ángeles. ;)

Ángeles dijo...

Sí,JuanRa,los eulalios no son escasos.
A mí lo que más me sorprende de ellos no es ya que hablen sin pausa sino que no se den cuenta de cómo aburren.
Muchas gracias por tu afán.

Anónimo dijo...

¿Y qué significa esa perorata ininteligible del final? ¿Es sólo un aporte ilustrativo?
Creo que tienes mucha razón. Y sobre todo, algo que me molesta mucho es que mucha gente no tiene memoria de lo ya hablado y constantemente vuelven a repetir, en muy poco tiempo, la anécdota o lo que están contando.
Pero coincido con Sara en que también me molesta la gente que no habla y hay que sacarle las palabras con sacacorchos. Lo que ocurre es que quizá me moleste más porque yo tiendo a pertenecer a este grupo. Sí, aunque aquí, mediante la expresión escrita te de la vara constantemente, cuando tengo que hablar, me cuesta lo mío. Y es que muchas veces se debe al temor a que mi conversación no tenga interés para mi interlocutor. Así que procuro decir las cosas rápidamente y no más de las que yo juzgo necesarias. Y también me sucede que en mi entorno, los temas que me divierten, como los libros o algunas músicas o la Historia, no interesan a casi nadie y al contrario, me aburren los temas economico-laborales o las Tecnologías o los coches.
Lo gordo es que cuando era crío hablaba sin parar (bueno, no tanto como Eulalia)¡Qué cosas!
En fin gracias por prestarme tu diván para psicoanalizarme.

carlos

Ángeles dijo...

No, je,je, la perorata ininteligible no significa nada, es solo un elemento decorativo, efectivamente.

Oye, no das la vara en absoluto, al contrario, y el diván está a tu disposición para cuando quieras :-)