lunes, 5 de agosto de 2019

Un hombre peculiar

Celebrando la historia de Juguetes del viento, hoy recuperamos esta entrada, que fue publicada originalmente el 29 de enero de 2013.


Hace años, cuando iba al instituto, solía coincidir en los alrededores de mi casa con un hombre que me resultaba peculiar.
Yo no sabía nada de él, salvo que debía de vivir por allí, dada la frecuencia con que me cruzaba con él.
Lo veía por la calle, por el vecindario, y a veces también en la parada del autobús que nos llevaba al centro de la ciudad.
 
Era alto, muy delgado, con las mejillas un poco hundidas  y algo desaliñado en el vestir.
Era joven, pero caminaba levemente encorvado y con paso lento.
Me resultaba singular por su aspecto físico, sin duda,  pero había algo más que era lo que realmente hacía que me fijara en él. Algo que siempre captaba mi atención y que lo convertía, a mis ojos, en una persona diferente a la mayoría.
 
Siempre iba solo, y a pesar de esto y de su semblante serio, yo no me lo imaginaba solitario ni triste. Al contrario, siempre me dio la sensación de que debía de tener buenos amigos y probablemente un trabajo que le gustaba.
Quizá esta impresión mía venía provocada por ese rasgo especial que lo caracterizaba y  que siempre observaba en él. Siempre.

Un día volvía yo a casa con mi madre, y, como tantas veces, este hombre se cruzó en nuestro camino.
Yo no lo sabía, pero resultó que mi madre también se había fijado en él en ocasiones anteriores y también pensaba  que tenía un aspecto un tanto particular.

Cuando pasó de largo y se alejó, mi madre me dijo en voz baja:
-¿No te parece a ti que ese muchacho tiene una pinta un poco rara?
A lo que yo contesté, divertida:
-Sí, parece un malo de película.
Entonces ella dijo que  no le causaba muy buena impresión, pero yo le dije que, al contrario, yo estaba segura de que debía de ser educado y culto.
 
Mi madre se sorprendió un poco de mi opinión y mi convencimiento, puesto que, como he dicho, no lo conocíamos más que de vista.
Pero yo insistí en que a mí me parecía que aquel hombre tenía que ser una buena persona y alguien interesante.
Y al ver el asombro de mi madre, me expliqué:
-Lo digo porque siempre va con un libro en la mano.
 
Mi madre me miró con una sonrisa, pero no sé qué pensó exactamente.


Cecil Court, London



11 comentarios:

Sara dijo...

Creo que era Lola Flores la que decía aquello de “hombre sin dinero, bulto sospechoso”. Cuando he leído tu relato, inmediatamente me he acordado de la famosa frase, pero me temo que habría que cambiarle el adjetivo, porque aquí parece que “el bulto sospechoso” es el hombre (entiéndase también la mujer) instruido. Y no es de extrañar: desde la Inquisición para acá, el precio por adentrarse en el saber huele demasiado a chamusquina como para que no nos demos cuenta que solo entre iguales se nos comprende verdaderamente.

Muchos besos, guapa.

Macondo dijo...

En estos tiempos todavía resultaría mucho más peculiar.

TORO SALVAJE dijo...

Qué percepciones tan diferentes.
Quizá la diferencia radica en las experiencias vividas por el observador.

Besos.

Ángeles dijo...

A veces, Sara, ni siquiera entre iguales se nos comprende de verdad. La soledad que se siente entonces es la más grave.

Besos.

Quizá, Macondo, hoy resultaría más peculiar por el libro en la mano, pero no por el desaliño indumentario.

Gracias.


Así es, Toro, las experiencias personales, incluida la falta de experiencias, influyen mucho en cómo percibimos lo que nos rodea.
Y como con frecuencia experiencia y prejuicios van inevitablemente de la mano, algunas veces la falta de experiencia permite ver la realidad con mayor acierto.

Besos.

Sara dijo...

Qué profunda tu/s respuesta/s. Son otra entrada en sí mismas.
Besos.

Ángeles dijo...

Muchas gracias,Sara, me alegra mucho que te lo parezca, y eres muy amable por decirlo :)

Marisa C dijo...

¿Hay algo más definitivo que eso? Alguien que lleva un libro bajo el brazo no puede ser muy malvado, al menos eso creo. Gracias por la historia. Abrazos.

MJ dijo...

¡Uy! No me acordaba de esta historia. Estupendamente elegida. Me lo imagino como un recuerdo, algo que te pasó. Iba leyendo y pensando en los diferentes puntos de vista que tenemos cada uno respecto a una misma persona, en este caso un desconocido del que tenemos muy pocos datos. Para ti fue determinante el libro siempre en la mano. ¡Que mejor "accesorio"! :-) ¿Se daría cuenta de que lo observaban y de la impresion que daba?

Ángeles dijo...

Pues no sé, Marisa, si llevar un libro bajo el brazo es garantía de bondad, pero desde luego a algunas personas eso nos causa una primera buena impresión. Ya habrá tiempo de cambiar de opinión si hace falta, ¿eh? :D

Gracias a ti, y un abrazo.


Sí, MJ, sí que es un recuerdo lo que cuento aquí, algo que ocurrió en la realidad tal cual.
Y es verdad que una misma persona, y por los mismos detalles, puede causar impresiones muy diferentes en unas personas y en otras. Es algo interesante sobre lo que meditar.
Yo espero que el muchacho aquel no se diese cuenta de que yo me fijaba en él y que mi madre y yo hablábamos de él. Espero que resultásemos más discretas :D Pero creo que en algún momento todos nos damos cuenta de que podemos ser "personajes", curiosos o interesantes o insípidos, para los demás. Cosa que también da para meditar un poco, ¿no te parece? ;)

Paco dijo...

Muy interesante la historia. Acabo de descubrir este blog y me parecen súper interesantes estas mini historias. Si no te importa, me quedo por aquí :)

Ángeles dijo...

Muchas gracias, Paco, y bienvenido al blog.
Me alegra mucho que te haya gustado lo que has leído, y por supuesto me encantará que te quedes por aquí :)