Cuento
Candi llegó al escaparate de la confitería en el
momento en que el pastelero colocaba una bandeja de merengues gratinados. El
hombre le sonrió, al tiempo que le hacía gestos para que entrara. Pero Candi,
desde la calle, rechazó la invitación.
Era un suplicio que esa pastelería estuviese tan
cerca de su trabajo. Le resultaba imposible pasar sin ver las tartas de
chocolate, los bollitos de nata, los bizcochos de licor… Y a ella le daba la
impresión de que engordaba con sólo mirarlos.
Muchas veces había entrado en la pastelería
celestial, y había comprado bombones y dulces de muchas clases. E incluso en algunas
ocasiones el pastelero le había regalado unas pastas inglesas o unos pastelitos
de gloria, o cualquier otra golosina. Quizá en agradecimiento a su fidelidad, quizá
para mantenerla.
Pero llegó un momento en que a Candi aquella
lujuria confitera empezó a parecerle pecado. Tenía que dejarlo o se condenaría
a las penas de la báscula.
Sin embargo, no iba a ser fácil. El camino del
infierno está empedrado de almendrados y crocantis, y las caídas son continuas.
Más aún si alguien con gorrito blanco y sonrisa almibarada va poniendo la
zancadilla.
Un día, cuando Candi ya había decidido no volver
a entrar en la pastelería, e incluso miraba para otro lado cuando pasaba por
delante, oyó una dulce voz que le decía:
-Señorita, ¿ya no me quiere usted?
-¿Cómo? –preguntó la joven con un respingo.
-Ya no entra
usted nunca -dijo el pastelero desde la
puerta, con embaucadora aflicción.
-Bueno… -titubeó Candi-, ya vendré un día de
estos. Tengo prisa.
Y acelerando el paso se alejó de la pastelería
como quien huye de las tentaciones de Satanás.
Pero como no tenía más remedio que pasar por allí,
pocos días después volvió a tropezar con el meloso repostero. Parecía estar
esperándola, apoyado en la entrada de la tienda, con su gorrito y su sonrisa,
los brazos cruzados sobre el delantal y el aire ufano de quien sabe que tiene
las de ganar. Y le dijo:
-Pase usted, mujer, y verá qué rollitos de canela
tenemos hoy. Y unas tartaletas de fruta… Le regalaré una, para que las pruebe.
Y la pobre Candi, temblorosa como un flan de
huevo, respondió:
-No, no, gracias, otro día -y pasó de largo.
El confitero la siguió con la mirada. Y mientras
la miraba, sonreía.
Habían pasado varias semanas desde el día en que
Candi decidió no volver a comer dulces, y empezaba a sentir que se merecía una
pequeña satisfacción para compensar tanto esfuerzo. Pero ¿y si por un
momentáneo placer echaba por tierra todo ese esfuerzo y volvía a caer en el
abismo de la dulce gula?
Una vez más tuvo que pasar por delante de la
confitería. Y una vez más estaba el pastelero en la puerta.
-¿Y hoy? –le dijo-. ¿Tampoco va a entrar usted
hoy?
Y al ver la actitud dudosa de Candi, insistió:
-Total, por un pastelito pequeño no va a pasar
nada. ¿Quizá una bolita de coco? ¿O un hojaldre ligerito?
Y Candi, mordiéndose el labio y mirando al
confitero como pidiéndole clemencia, hizo ademán de poner un pie en el escalón
de la pastelería.
16 comentarios:
Nunca he estado demasiado reñido con la báscula, pero tiene que ser una putada estar todo el día pendiente de ella o pagar las culpas de no estarlo con severos regímenes de adelgazamiento.
Pobre Candi. Qué bien la has retratado.
Totalmente de acuerdo con mister Macondo: la dictadura "bascular" es más tortura que cualquier otra cosa. Por un azar a cada uno le toca el metabolismo que le toca (o su fealdad, o su miopía, o su caspa, o lo que sea), y ha de cargar todo su vida con eso. De todos modos también hay una cierta dictadura de las modas, una dependencia de la consideración social: la aceptación colectiva de la delgadez o la redondez dependen también de las épocas.
Pero en todo caso, y aun aceptando que es necesario un mínimo de autocontrol, Candi ya debería saber que vivir mata y que solo es cuestión de tiempo; así que darle una alegría al cuerpo de vez en cuando es muy sano. Y quién sabe, igual acaba ligando con el dependiente y tiene doble alegría por el mismo precio...
Pues fíjate que al principio (pero muy al principio) pensé que Candi era un hombre, ¿también podría ser, no?
Has descrito a la perfección el aguijoneo de la gula "pastelera"(jajaja) como una tentación de Satanás, ¿y qué otra cosa es la gula sino un pecado? Pero, en este caso, el miedo de Candi no es a "pecar", sino a engordar, que parece ser el pecado por antonomasia en los tiempos modernos. ¡Hasta en según qué empresas te obligan a estar delgado! Las modelos tiranizan a las masas con sus cuerpos escuálidos, y hasta los médicos han cogido como monotema las caminatas indiscriminadas para adelgazar a todo quisqui... Pobre Candi, su siguiente paso será la silicona.
Un beso, Ángeles.
Pobre Candi, qué tortura y qué terrible ese repostero tentándola, con lo difícil que es resistirse a esos dulces que mientras te iba leyendo imaginaba esos caprichos y ¡¡¡ummmm qué tentación!!!
Cuanto más sabes que no puedes pecar, más ganas entran de hacerlo, que Candi peque, que no se resista, total es una alegría para el cuerpo, después que se apunte a hacer running como una posesa de los tiempos y ya está, todo controlado.
Muy bien contado Ángeles, te aseguro que he visto esa confitería y esos dulces, ¡qué ganas!
Saluditos
Supongo que ya sabes que el pastelero quiere llevarse a Candi a la trastienda y hacerle un "favor"
Ni pasteles ni leches. Sexo salvaje contra la pared.
Y supongo que sabes que Candi lo sabe.
Y supongo que sabes que al final entrará, esa si es una tentación invencible.
Eso o es que yo supongo de mas.
Lo que no entiendo porque tenia que pasar por ahí —lo digo por experiencia propia— eso significa dar toda una vuelta a la manzana y en su caso era beneficioso pues asi caminaba mas, y eliminaba la tentación.
Besos
Yo tampoco, Macondo, pero sí he tenido siempre alguna amiga o persona cercana tiranizada por las calorías.
De todas maneras, la historia de Candi no pretende tanto reflejar ese problema como simplemente jugar literariamente con los opuestos: la inocencia frente la malicia; la voluntad frente a las tentaciones, lo celestial frente a lo pecaminoso…
Gracias!
Quién sabe, Rick. Yo creía que el meloso pastelero no era más un comerciante avispado y algo avaricioso, pero quién sabe que intenciones tiene verdaderamente ni quién se esconde tras su pulcra apariencia.
Lo que sí sabemos es que, como tú indicas, todo es relativo, y que tan tiránica puede un cosa como su opuesta.
No sé, Sara, no me imagino a un señor que se haga llamar Candi, jeje, pero en fin, todo es posible, claro.
Como ya he comentado arriba, este cuentecillo no pretende ser un reflejo de ningún problema concreto. La pastelería, la tentación y los esfuerzos por evitarla son, por así decir, el tablero de juego donde jugar con las fichas que son las palabras.
Aunque, claro está, me encanta que cada uno vea el asunto desde una perspectiva determinada y se centre en un aspecto u otro de la historieta.
Un beso.
Gracias, Conxita, me alegra que “hayas visto” la confitería y los dulces; esa en parte es la intención del cuentecillo: que las palabras dibujen imágenes y creen una atmósfera determinada.
Y estoy de acuerdo en que no se puede vivir sacrificado todo el tiempo. No sé yo si Candi acabará pecando o no. La hemos dejado ahí, que si entra, que si no entra, y ya sabes lo que pasa: que cuando termina el relato los personajes adquieren vida propia y siguen por ahí a su aire ;)
Pues no, Guille, no sabía yo todo eso, pero estoy empezando a pensar que el tipo es más malévolo de lo que yo creía. Y si Candi lo sabe o no, y si entra o no, eso ya es cosa suya, que yo le he dejado libre albedrío :D
Es oportuna tu apreciación, Chaly, pero me pareció que sería fácil imaginar que la pastelería y el lugar de trabajo de Candi están en una de esas calles estrechas, con una sola entrada, de las que tanto abundan en el casco antiguo de las ciudades.
Vamos, que la pobre Candi se encuentra en un callejón sin salida…
En el cielo de la báscula está el averno de la boca y, por ésta, o bien se entra a ese más allá o bien salen apocalípticas bestias madrugadoras si no se asean antes de caer la noche. Y es que las caries son como ejércitos religiosos comandados por dentistas generales a las órdenes de pontífices insanos hablando de lo bueno y lo malo.
¿Qué sustancia hay en sociedad para que mujer alguna se vea malograda en existencia al complot de las azucareras y sus análogas? En los anales de la historia está la evacuación matemática desde la que vencer al aparato (digestivo) de tal infernal estado.
Somos reos de nuestros propios condimentos y no por estar más gordo o flaco o tener voluptuosa figura se es más (in)sano o malévolo como el pasteloso dueño al que lo único importante era que ella le comprase. Puro comercio, puro desencuentro si después de eso otras situaciones (re)pugnantes o no venían a modo de sobremesa(do), harinas incluidas y embadurnamientos varios. De película...
Tuve hace años un amigo llamado Cándido al que para cerrarle la boca algunos le replicaban cerrase el candado por la que se le escapaban palabras de mil demonios cuando en los escaparates de las pastelerías veíamos a cientos y reflejándonos las miradas él era el único que no salía ni tan siquiera opaco.
¿Era falta de luz el ángulo dónde el estaba o, por el contrario, tenía algún pacto con el diablo?
Decían las amigas que por tan guapo no podía ser de otra manera pues además de atiborrarse a manos llenas de tan finos manjares no sólo estaba delgado, además las atendía a todas en la trastienda; usted ya me entiende...o enciende.
A Cándida le sugiero que si desea de vez en cuando tomar un dulce, dedique más tiempo a la carrera y, qué no running, al deporte de rodear la vuelta a la manzana...tentación de paraíso inexistente, procedencia de todos nuestros males.
Su relato como siempre fantástico y me recuerda que usted no tiene esos cándidos problemas. Aunque le sugiero a su personaje se suelte le pelo y se case con el pastelero de una vez por todas ya que harta de ellos velará más por el negocio que por el deseo.
Todo esto me recuerda aquella, comprimida, parábola del narco pródigo:
De la aguja el pajar; del camello el celestial reino si esnifa ──de la duda── su beneficio rico, pronto lo alcanzará
:)´Ahí queda eso.
Por lo demás, a los demás incluidos, felices fiestas (en minúscula) y a usted, claro.
AA, wendicarlos
PD: ¿Entonces, ya sabe quién soy?
Respirar los aromas que salen del obrador es para mí el mayor placer que ofrece una confitería.
Me parece que has creado un texto al que le ha faltado bien poco para ser comestible.
Comestible y delicioso.
Delicioso y turbador.
Yo comprendo perfectamente a la pobre Candi, luchando contra las tentaciones, pues me atrevo a decir que soy uno de los mayores golosos del planeta, tan goloso que si me dejara llevar por lo que el cuerpo me pide me hartaría a milhojas de merengue, a bollos de crema, a cañas de chocolate, a medialunas...
Y además lo haría sin contención, sin miramiento, hasta que me saliera por las orejas.
Creo que para los verdaderos adictos al dulce, igual que para los nicotinómanos,llega un momento en que deben dejarlo de golpe. Eso de "un cigarrito solo y ya está" es la perdición, la caída al abismo. O se deja definitivamente o vuelves a sucumbir ante el mal de las mil relamidas, a recaer en la gula de los mostachos de nata.
"El camino del infierno está empedrado de almendrados y crocantis, y las caídas son continuas"
"...y sonrisa almibarada"
"...temblorosa como un flan de huevo"
¡Nunca he disfrutado tanto sin llegar a engordar!
Un saludo, pâtissière Ángeles
Así que el camino del infierno está empedrado de almendrados y crocantis... ¡Con lo que a mí me gustan los almendrados! Esa frase me ha gustado especialmente. Fíjate que al principio pensé que el pastelero estaba enamorado de ella, una que es tan romántica y tan cándida ;-) pero luego me he dado cuenta de que es un "tentador" profesional y sin piedad ninguna. Yo también pensé por un momento que Candi era un hombre, y me sorprendió ver que era una chica... ¡Y eso que yo de pequeña veía la serie que hoy llamaríamos anime de "Candy, Candy"! Y también me pregunté por qué Candy no se cruzaba de acera para, al menos, no oír al diabólico pastelero... y si además es miope... ya ni ve los dulces, tentación borrada de un plumazo.
Pues siempre está la solución de casarse con el pastelero y comer tantos pasteles que acabe odiándolos, que aunque parezca mentira, pasteleras me han asegurado que es verdad. Y aunque has dejado el final que si sí que si no, a nuestra imaginación, me gusta más pensar que lo has dejado a elección de Candi y, si yo fuera ella, o me daba la vuelta y dejaba al pastelero con un palmo de narices o entraba y aceptaba solo lo que me regalara, nada más, cuando lo hiciera un par de veces y viera que me comía el pastel gratis y no compraba nada, ya no me volvería a llamar para ofrecerme nada y ¡adiós tentación! :-)
WendyCarlos, me ha sorprendido mucho su enfoque bíblico de la odontología, y me parece que algo de cierto debe de haber en ello :D
Y veo que también duda usted de las intenciones del pastelero, de si será sólo un perverso comerciante o también un comerciante perverso. Algo parecido a su amigo Cándido, por lo que parece.
Muchas gracias por su apreciación y por el consejo para Cándida. A lo mejor esa boda pastelera podría ser la solución a su problema, sí.
Felicies fiestas para usted también.
PD: Pues no, sigo sin saber. Quizá haya visto usted en la entrada anterior lo mal que se me da a mí eso de descubrir identidades. Incluso con pistas.
Entonces, Soros, mientras la cosa no pase de ahí, diría que estás a salvo.
Muchas gracias, JuanRa. Me ha gustado mucho eso de “delicioso y turbador”. Calificar así un cuento me parece un gran piropo.
Ya me imaginaba que el goloso que hay en ti se iba a identificar con la cándida Candi. Y que el diablo que hay en ti se frotaría las manos al verla al borde del abismo, jeje.
Me alegro mucho de que hayas disfrutado con el cuento, y además sin consecuencias.
Un saludo, gourmand JuanRa.
PD: “el mal de las mil relamidas” :D
MJ, la teoría del pastelero enamorado es una de las posibles que estamos considerando, aunque ello no es óbice para que también sea un poquito diabólico el hombre :D
Y eso, junto con la imposibilidad de tomar otro camino y la debilidad de la muchacha, que parece poco firme, la pone en la situación en que la pone.
O a lo mejor es que en el fondo ella no quiere dejar de comer pasteles, ¿no te parece? ;)
¡Ay! Pobre Candy, ¡claro! Qué con ese nombre, normal que se derritiera por los dulces. A veces, lo mejor para vencer la tentación es caer en ella, ;D. Abrazos.
Así es, Marisa, parece que Candi lleva escrito su destino goloso en su nombre.
Lo dicho: no tiene escapatoria ;D
Abrazos!
¿Cómo? ¿Qué me había perdido yo esta entrada? ¡Imposible!
Aunque bien mirado, empieza con un pastelero haciendo merengue... es posible que mi cerebro la haya omitido por error. Ja, si es que a quien se le ocurre empezar por los merengues, si todo el mundo sabe que eso se hace solo para clientes especialitos :P
Muy tierna la historia, casi tanto como los bollitos de canela ^^
Pues sí, querido Holden, te habías saltado esta entrada... y yo me imaginé que empezaste a leerla, viste el merengue y te fuiste corriendo :D
Así que gracias por venir y zampártela entera.
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