sábado, 21 de junio de 2008

Y es de verdad



Vivo en un edificio grande y casi no conozco a mis vecinos. Yo no tengo mucho interés en que esto cambie y, al parecer, los demás tampoco, cosa que agradezco. A veces coincidimos en el ascensor, pero simplemente nos saludamos, cambiamos algunas frases por educación y miramos alternativamente al techo y al suelo del habitáculo mientras subimos o bajamos.

Pero hay una señora que vive varios pisos más abajo a la que sí conozco. Sé hasta su nombre. De hecho, creo que es la única persona de todo el edificio que nos conoce a todos y a la que todos conocemos.

No sé cómo ha conseguido llegar a conocernos a todos, pero es fácil darse cuenta de por qué todos sabemos de ella. Por un lado, su aspecto es llamativo. Siempre lleva la misma ropa: durante el buen tiempo, un vestido estampado con flores enormes y colores horribles. Y durante los meses de frío, un jersey que le está grande, de color indefinido, y una falda marrón.
Por otro lado, cabe sospechar que se corta el pelo ella misma o deja que se lo corte un mono.

Esta mujer habla a grito pelado y hace preguntas indiscretas. Pero, para compensar esta mala costumbre, una vez que ha preguntado no deja contestar. Enlaza su pregunta con una serie de anécdotas propias que relata en un tono que asusta. Parece estar permanentemente enfadada y a punto de llevar a cabo una venganza.

Debe tener más de cincuenta años, pero tiene una hija de apenas cinco. La niña, que grita como su progenitora, pero con un tono más chirriante, al parecer no quiere comer nunca y la madre piensa que está enferma y pretende curarla a voces. Y es que la señora opina que las personas estamos en el mundo para comer, y que si uno, por motivos de salud o de estética no puede comer todo lo que quiera, no merece la pena vivir y es mejor morirse. Así me lo dijo hace unos días, cuando me encontré con ella en el vestíbulo mientras esperaba el ascensor, y los dieciséis tramos de escalera que me separaban de mi casa me impedían evitar el encuentro.

Llegó con la niña de la mano, dándole tirones, resoplando y quejándose.
-¡A estas horas estoy ya...!
-¿Cansada? –pregunté por cortesía.
-Bueno, cansada también, pero lo que digo es que estoy muerta de hambre. Usted también, ¿no?
-Bueno...
-Aunque usted no parece que coma mucho, ¿es que está a régimen?
-No, yo...
-Porque eso es un suplicio. Yo me pongo a régimen a cada momento, pero no aguanto ni tres días, y luego me pongo a comer con unas ganas...

Llegamos por fin a su planta. El ascensor se abrió y ella salió directa hacia su puerta, olvidada ya por completo de mí. Pero antes de que el ascensor se cerrara, pude oír que le decía a la niña con tono ofuscado:
-¡Y ahora a comer sin rechistar, o te pongo el plato de sombrero!

“Pobre criatura”, pensé, aunque no estoy segura de si me refería sólo a la niña o también a la madre.

4 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

Pobre criatura, pienso yo también, pero me refiero sobre todo a la niña, por lo que le ha caído encima sin comerlo ni beberlo (nunca mejor dicho :p)

Saludos

(Me voy a poner a leer tu blog desde el principio yo también. Tajico a tajico ;)

Ángeles dijo...

Andá, qué sorpresa verte por los sótanos de este edificio.
Muchas gracias por la visita, y por dejar tu huella en este desierto rinconcillo.

Te veo más arriba. Hasta ahora!

Anónimo dijo...

Anda! ¿Qué hacéis aquí los dos tan solos?. Os voy a hacer compañía un ratito.
Evidentemente tu vecina me cae muy gorda, aunque por lo grande que le cae el jersey no debe serlo. Hablo de forma figurada. Pero no puedo dejar de darle cierta razón. Porque comer... es que es un placer. Y te lo digo yo que con la porquería de la diabetes no puedo comer todo lo que me pide el cuerpo, o si como, luego tengo que regular el azúcar a base de ejercicio.
Con lo que a mí me aburría comer de crío y hoy en día las horas de las comidas se han convertido en lo mejor del día. ¡Claro que si la que cocina es mi madre!.

carlos

Ángeles dijo...

Hombre, Carlos, gracias por este ratito de compañía, hombre :)

Ya veo que tú también eres de los que saben disfrutar de la comida, al contrario que yo, que soy muy sosita para eso.

Me alegro de que disfrutes de la cocina de tu madre, a pesar de ese pequeño inconveniente tan "dulce".