lunes, 16 de septiembre de 2013

Cuento. De cómo Pascualito aprendió a leer


(Dedicado a JuanRa)


A Pascualito le gustaba mucho observar a su padre mientras este trabajaba. El niño no sabía leer todavía pero ya sabía que aquello que su padre hacía con tanto esmero y a lo que dedicaba tanto tiempo se llamaba escribir. Y sabía que lo que escribía se llamaba frases y que las frases se formaban con palabras y que las palabras se hacían con letras. Incluso sabía que algunas letras eran palabras por sí solas.

Todo aquello le parecía fascinante y le hacía sentir mucha curiosidad. Y podía pasar horas enteras allí, sentado junto a su padre, mirando con la boca abierta cómo con los movimientos de la mano se iban llenando de palabras y frases aquellas superficies que al principio estaban en blanco, lisas, vacías.

-¿Qué dice aquí, papá? –preguntó un día por primera vez.
-Esa es una palabra muy difícil, hijo –decía el padre-. Hay que empezar con otras más fáciles. Mira, ¿ves esta? Ahí dice no.
-No –repitió Pascualito, fijándose muy bien en la forma de las letras-. ¿Y aquí? –volvió a preguntar, poniendo el dedo encima de otra palabra que le pareció sencilla.
-Ahí dice tu.
Poco tiempo después Pascualito ya había aprendido a leer todas las palabras fáciles y,  sentado en las rodillas de su padre, iba señalándolas con el dedo y recitaba sin titubear:
-Mi, la, te, un

Era tal el interés que Pascualito mostraba por aquello de las palabras que hasta su padre, que sabía lo listo que era, estaba sorprendido de lo rápido que aprendía. Pues lo cierto es que al cabo de unos pocos días más ya leía palabras que ningún otro niño tan pequeño sabría leer.
-¿Qué dice aquí, Pascualito? –preguntaba el padre.
Nunca! –exclamaba el niño con gran satisfacción.
-Exacto. ¿Y aquí?
-¿Sueño? –respondía dudoso cuando las palabras eran “de las difíciles”.

Cuando acababa el verano Pascualito ya sabía leer con soltura las palabras largas, incluso las más difíciles.
-Papá –dijo en una ocasión-, aquí dice amada  y aquí querida.
-Así es, hijo.
-Y aquí dice olvida. Y aquí hombre.
-¡Muy bien, Pascualito! ¿Y sabrías leer toda esta línea?
-…siem… pre… en mi… recu…erdo.
-Fantástico, hijo. ¿Y sabrías leer esta también? Si no te sale bien no pasa nada, que esta es complicada.
Pero Pascualito, ensayando primero para sus adentros, leyó después de corrido:
-...te llevo en mi corazón.

Entonces Pascualito, entusiasmado,  se levantó de un salto y,  correteando por el taller, fue leyendo con alborozo: "¡Tu familia no te olvida! ¡Amada madre y esposa! ¡Descansa en paz! ¡Duerme el sueño eterno! ¡Aquí yace un hombre bueno!...", señalando  una lápida tras otra sin apenas detenerse.



 Aquí, "Pascualito y la sopa"


viernes, 6 de septiembre de 2013

Premios Gamba 2013. Premios con categoría

(Dedicado a Sara)

Los Premios Gamba son, como es sabido internacionalmente, un modesto homenaje que hacemos aquí a quienes cometen esos deslices y patinazos lingüísticos que tanto nos gustan y reconfortan.

Con el tiempo hemos ido observando que los gambazos y resbalones se pueden catalogar según sus características, porque no es lo mismo una palabra o expresión mal traducida que un refrán mal empleado o que una palabra confundida con otra. Ni es lo mismo una oración construida a lo loco que una alegre falta de ortografía, por ejemplo.
Por este motivo, en la presente edición de los prestigiosos Premios Gamba los nominados han sido agrupados en categorías del modo que presentamos a continuación:

-Ortografía loca, que, como su nombre indica, agrupa aquellos traspiés lingüísticos que se producen cuando los responsables de los mismos desconocen la ortografía de alguna palabra pero no les importa.
Para solucionar tal deficiencia estas personas no recurren al diccionario ni le preguntan a alguien, sino que se limitan a escribir lo que les parece esperando acertar. Es un riesgo, sí, pero deben de pensar que el mundo es de los valientes.
Algo así debió de ocurrirle a quien redactó un rótulo que apareció en pantalla durante una tertulia televisiva y que decía:
“Las puyas de expresidentes…”

Lo bonito del caso es que el rótulo apareció y desapareció varias veces con la palabra pulla escrita alternativamente con ll y con y 
Sin duda,  la mitad de las veces acertó.

Otro día, en el mismo programa, vimos otro rótulo en el que se decía que una persona había sido “intervenida quirúrjicamente”.
Digo yo que para ahorrarse complicaciones y dudas con la g y la j, podrían haber puesto simplemente que dicha persona había sido operada, que significa lo mismo y es más facilito…

-Letras bailarinas. A esta categoría pertenecen los casos en los que una letra o una tilde se olvidan o se cambian de sitio, dando lugar a una palabra diferente y en ocasiones a una frase muy graciosa.
Es muy fácil, por ejemplo, convertir una alergia en una alegría. E  igualmente fácil convertir los créditos en otra cosa, como ocurre en este texto de los extras de un DVD:
 


Aunque también cabe la posibilidad de que esto no sea un gambazo, sino  una broma.
 
-Frases raras. Aquí se incluyen construcciones extrañas e inexplicables como las que a menudo se oyen en los informativos y leemos en los subtítulos de las películas.
Por ejemplo, en una película un personaje dice que mató a otro porque una tal Henessy lo obligó. Y en los subtítulos se lee:
“Henessy me lo hizo hacer”.
 Me lo hizo hacer. Ahí es nada.
Y en un telediario, cuando se referían a unas inundaciones y al temor  de que se repitieran con las lluvias previstas para el día siguiente, un reportero humano dijo:
“Tras la última inundación, mañana volverá a hacerlo”.
 
-Mitad y mitad.  A esta categoría corresponden esos casos misteriosos en los que el hablante –con frecuencia un tertuliano televisivo- mezcla dos frases hechas, pero con un gracejo particular y de forma inaudita, consiguiendo resultados espectaculares. Y sin dar muestras de arrepentimiento, oiga.
Es el caso del locutor que, refiriéndose a cierto personaje del mundo artístico, dijo que tal individuo “vuelve a estar en el ojo de mira”.
No en el ojo del huracán ni tampoco en el punto de mira, sino en el ojo de mira, que tiene mucha más gracia.
 
Y también tenemos el infausto caso del tertuliano que, como conclusión a la idea que acaba de exponer, dice:
 “Ese es el fondo del cordero”.
Y lo repite, enfático él: “Ese es el fondo del cordero”.
 
Mezcla, obviamente, el fondo de la cuestión y la madre del cordero, por lo que también podría haber dicho “el cordero de la cuestión”, “el fondo de la madre”, “el cordero del fondo”, etc.
Pero “el fondo del cordero” está bastante bien.
Como se ve, el asunto de los dislates lingüísticos en los medios de comunicación y entretenimiento es un no parar, y por poco caso que hagamos, en cuanto prestamos un momento de atención salta la gamba por algún lado.
No falla.
 
 

domingo, 4 de agosto de 2013

Ellos sí saben

 
Tengo un amigo un poco punk y un poco destroyer que no cree en casi nada.
Hace unos días yo le decía que en los libros hay sabiduría y, recurriendo al tópico de “la pluma es más fuerte que la espada”, añadí que también puede haber mucha rebeldía.
Pero a él todo esto le parece exagerado pues no cree ni que los escritores sean sabios ni que los libros puedan cambiar nada.
 
Yo comprendo que hablar de escritores y libros, así, a bulto, es arriesgado e injusto, porque es como darle el mismo valor a una esmeralda que a una piedrecilla del campo. Pero, obviamente, cuando yo digo “escritores” no me refiero a cualquier juntaletras que se inventa una historia y la pone por escrito. Y cuando digo “libros” no me refiero a cualquier montón de páginas cosidas y encuadernadas.
 
Lo que es indudable es que los sabios existen. Son esas personas que ven con mayor claridad que la mayoría, que perciben la esencia de las cosas, que captan el detalle fundamental de las circunstancias, que tienen puntos de vista diferentes  y saben reflejarlo en palabras.
 
Yo tengo mucha fe en las palabras y en la capacidad del lenguaje para representar toda clase de pensamientos, pero hay ocasiones en que no encontramos la forma exacta de expresarnos, por muy amplio que sea nuestro vocabulario y mucha nuestra habilidad para construir frases impecables.
Aunque en esos casos lo que falla no son las palabras; el problema es que lo que queremos expresar, lo que necesitamos  poner en palabras, no son pensamientos sino otra cosa, algo aun más abstracto e inasible que los pensamientos. Supongo que es lo que llamamos sentimientos, o emociones.
 
Por lo tanto, para traducir “esas cosas” a palabras con precisión, sin que suenen a otra cosa, hace falta algo más que esa mediana capacidad de expresión que tenemos todos. Hace falta una capacidad extraordinaria de expresión pero también de discernimiento. Hay que ser capaz de captar la sensación, identificarla y  entenderla.
Y todo esto es también aplicable a la sociedad, al mundo, a la vida, al comportamiento en general del ser humano y sus  consecuencias.
Y los que tienen ese algo más, esa capacidad extraordinaria de entendimiento y expresión, son los escritores sabios y los sabios escritores.
 
Ellos sí saben expresar lo más complejo, lo que a los demás se nos queda en un "no sé cómo decirlo"; ellos sí saben darle forma porque lo entienden mejor, porque tienen la capacidad de penetrar en los entresijos psicológicos del ser humano y de la vida, abrirse paso entre ellos y salir con las palabras necesarias para que los demás lo entendamos también y nos sirva de guía.
 
Por eso, aunque mi amigo no esté de acuerdo, yo sigo creyendo que la sabiduría está en los libros.
A no ser que la sabiduría consista en otra cosa, claro. Pero yo no lo creo.

 

 

sábado, 13 de julio de 2013

Una palabra


Últimamente me he sentido perseguida por una palabra. Menos mal que es bonita y no parece peligrosa.
La verdad es que la conocía de vista, aunque no estaba muy segura de su significado. La asociaba con las historias de fantasmas, con lo gótico y lo misterioso, pero, como digo,  sin  tener una idea muy clara del concepto.

La palabra en cuestión es numinoso.

Hace un par de semanas, cuando realizaba alguna de esas búsquedas en internet que nos llevan de un sitio a otro pasando por lugares inesperados, me encontré con esta palabra y aunque pensé que me gustaría conocerla mejor no me detuve.
A los pocos días, por alguna razón, apareció en mi memoria, como diciendo “Pss, no te olvides de mí, que te estoy vigilando”.

Y por último, dos o tres días después, leyendo un estudio sobre J. Sheridan Le Fanu, me encontré, de sopetón y a bocajarro, con un epígrafe que decía “Lo numinoso en Le Fanu”.

arquitectura góticoAhí ya me asusté, porque me di cuenta de que la palabra iba en serio conmigo. Y temiendo que siguiera apareciéndose y persiguiéndome cual fantasma en busca de venganza post mortem, me puse en seguida a averiguar cosas sobre ella.
El primer paso, el más obvio, fue consultar a la RAE, que me dijo lo siguiente:

numinoso: perteneciente o relativo al numen como manifestación de poderes religiosos o mágicos.
Bien, pero ¿qué es el numen? Pues numen, del latin numen,  es estas tres cosas:

1. Deidad dotada de un poder misterioso y fascinador.
2. Cada uno de los dioses de la mitología clásica.
3. Inspiración del artista o escritor.

La verdad es que no me quedé del todo satisfecha con la definición de numinoso, me parecía que faltaban detalles. Y como, llegado el caso, yo quería poder usar la palabra con propiedad (porque luego pasa lo que pasa), seguí indagando en la cuestión.
Por ejemplo, el diccionario Merrian-Webster dice que numinoso es aquello “que apela a las emociones más elevadas o al sentido estético”, y en diversos sitios de internet encontré otras deficiones que ampliaban el significado del término.
Así, leí también que numinoso es aquello que nos sobrecoge y nos inspira, y también lo que describe una experiencia que nos da miedo y a la vez nos fascina, que nos causa temor y al mismo tiempo nos atrae.
Efectivamente, como las historias de fantasmas y misterios diversos que a mí tanto me gustan.

En el Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano encontré un dato más, a saber, que esta palabra fue acuñada por Rudolf Otto para denominar el “misterium tremendum que inspira temor y veneración”.
¿Y quién es Rudolf Otto?, me pregunté, sobrecogida por el misterium tremendum de mi ignorancia.

Rudolf Otto (1869-1937)  fue un teólogo y filósofo alemán, cuyas investigaciones sobre la experiencia humana de lo sagrado fueron muy influyentes en el ámbito de la filosofía. Según él mismo escribió, necesitaba una palabra para denominar el elemento no racional que hay en lo sagrado y que es independiente del concepto de bondad.
Entonces del término latino numen derivó numinoso y así creó la palabra que nos ocupa. 

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto de lo sagrado, lo místico y religioso, con las historias góticas?
Pues fue el propio Rudolf Otto quien relacionó este término con los cuentos de lo sobrenatural, que precisamente estaban en pleno apogeo en su época, porque estas historias planteaban el encuentro y la oposición entre la realidad y lo sobrenatural; entre el mundo físico y lo sublime; entre lo racional y lo misterioso. 
O, dicho de otra forma,  entre lo terrenal y lo numinoso.

Y así fue cómo en un rato y sin esfuerzo, tirando del hilo de una sola palabra, aprendí muchas cosas interesantes que no esperaba.
Es lo que pasa con lo numinoso, que siempre te sorprende.



dark forest


jueves, 27 de junio de 2013

Cuento. El extraordinario caso del cuadro cambiado


La señorita Casilda llevaba pocos días trabajando para el señor Talbot, pero en ese escaso tiempo ya había demostrado su buena disposición para el trabajo. Era diligente y pulcra como ella sola. Un poco boba, eso sí, pero nunca se vio una doncella más eficiente y cumplidora.
El señor Talbot era un caballero tranquilo, muy formal y respetuoso, que vivía para su colección de arte. Sus pinturas eran su gran tesoro y su mayor placer. Por eso, el día que observó cierta anomalía en la pared de su estudio sintió una mezcla de ira y asombro que le resultó novedosa.
Llamó a la señorita Casilda, que era la única persona del servicio que entraba en el estudio.
-Casilda, no nos andemos con rodeos, ¿dónde está el cuadro?
-¿Qué cuadro, señor?
-El cuadro de Spiers que estaba en esa pared.
-Pero, señor, si está ahí, ¿es que usted no lo ve?
-Casilda, no estoy para bromas. Ese no es el cuadro. Ese cuadro es otro. Es parecido, de acuerdo, pero no es mi Spiers.
-Ay, señor, yo no me atrevo a  llevarle la contraria a usted, pero es que si no le llevo la contraria no voy a poder decirle nada.
-Casilda, alguien se ha llevado mi cuadro y ha dejado ese otro en su lugar.
-Ay, qué sofoco, señor Talbot. De verdad le digo que nadie se ha llevado nada, que su cuadro está ahí como estaba ayer.
El señor Talbot comprendió que era inútil seguir insistiendo, y Casilda, nerviosa y confundida, salió de la habitación conteniendo el llanto.
Talbot llamó a sus amigos, que conocían el estudio y todo lo que allí había tan bien como él mismo, y entre los que se encontraba precisamente el jefe de la policía.
-Y bien –dijo-, ¿qué os parece?
Y los amigos, mirando el cuadro, unos con la mano en la barbilla, otros con los brazos en jarras, dijeron:
-No hay duda: te han robado el Spiers y te han dejado otro cuadro en su lugar.
-Lo cual no deja de ser un detalle, porque así no se nota el cerco en el papel de la pared.
-La doncella tiene que saber algo.
-Eso creía yo –dijo Talbot-, pero insiste en que el cuadro sigue ahí, en que es ése, y de ahí no hay quien la saque.
-¿Y no será que se está haciendo la tonta?
-No tiene que hacerse la tonta, podéis creerme –dijo el jefe de policía-. Y después de haber hablado con ella estoy convencido de que es sincera cuando dice que éste es el mismo cuadro que estaba ahí antes. Lo cree de verdad.
El señor Talbot y sus amigos siguieron observando el cuadro con detenimiento. Incluso lo miraron con lupas centímetro a centímetro, lo cual les ayudó a  llegar  a sabias conclusiones.
-Querido Talbot –dijo el jefe de policía-, si aquí ha habido un robo, es el robo más raro que he visto nunca. Se han llevado un Spiers y te han dejado otro. No cabe duda, la firma es del mismo artista.
-Eso creo yo –añadió Talbot-, y sin duda el estilo es el de Spiers, es inconfundible. Incluso se repiten elementos del otro cuadro: este jarrón rojo, el manto que cubre la silla, la espada…
-O sea, que este cuadro, hasta ahora desconocido,  podría pertenecer a una serie.
-Y entonces más que un robo esto sería un regalo maravilloso.
-Sí, pero, ¿por qué llevarse un cuadro para dejar otro de igual o mayor valor?
En estas disquisiciones pasaron horas Talbot y sus amigos, tras las cuales quedaron convencidos de que la solución al enigma la tenía la señorita Casilda: o era ella misma la artífice del cambio de cuadros o  había prestado ayuda a quienquiera que hubiese llevado a cabo el  trueque.
Ahora bien, qué sentido tenía tal intercambio era algo que no alcanzaban a imaginar.
Por la noche Talbot decidió aclarar el asunto de una manera u otra.
-Casilda, dígame, ¿usted cree que este cuadro es el mismo que había antes?
-Sí, señor. Bueno, no es que lo crea, es que estoy completamente segura.
-Bien, bien, de acuerdo. Pero no me negará que hay algunas diferencias.
-Claro, señor, eso no lo puedo negar.
-Vaya, vamos por buen camino. Entonces admite usted que la imagen de este cuadro no es la misma que la del otro.
-¿Qué otro, señor?
Talbot respiró profundamente.
-Vamos a ver, Casilda, présteme mucha atención, ¿de acuerdo?
-Sí, señor.
-Bien. ¿Se acuerda usted de lo que se veía en el cuadro hace dos días?
-Uy, sí que me acuerdo señor. Se veía una habitación llena de cosas: libros, papeles, platos, sillas, jarrones…
-Bien, muy bien, Casilda. Y dígame, ahora, ¿se ve lo mismo en el cuadro?
-Bueno, exactamente lo mismo no.
-Ajá, entonces ¿reconoce usted que lo ha cambiado?
Y Casilda, echándose a llorar otra vez, dijo:
-Sí, señor, lo he cambiado. Pero ha sido con mi mejor intención.
-¿Cómo? ¿Me ha robado el cuadro, lo ha cambiado por otro y encima me dice que ha sido con la mejor intención?
-Ay, no, no, señor. Yo no he robado nada, usted se confunde, señor, yo soy una persona decente.
-Pero Casilda, muchacha, no me saque de quicio. Me acaba de decir usted que sí, que ha cambiado el cuadro.
-Pero no por otro, señor.
Y ante la mirada de sorpresa de Talbot, Casilda explicó:
-Es que estaba todo tan desordenado, tirado por el suelo, y viejo y sucio, que me pareció que lo mejor era entrar a limpiar y a ordenarlo todo, como debe ser.
-¿Qué?
-Y le ruego me disculpe si he hecho algo mal. Pero le aseguro que no he roto ni he tirado nada, señor, de verdad. Lo que no se ve es porque lo he guardado en los muebles.
-¿Me está usted diciendo, Casilda,  que ha entrado usted en el cuadro?
-Sí.
-¿Y que ha limpiado y ordenado la habitación?
-Sí.
-La habitación que se ve en el cuadro...
-Sí, señor.
-Pero… Casilda… ¿cómo ha podido…?
-Ay, discúlpeme, señor, se lo ruego; yo creía que era parte de mi trabajo.

Benjamin Walter Spiers
Armour, Prints, Pictures, Pipes, China All Crackd Old Rickety Tables, and Chairs Broken Backd, 1882

Aquí, otro misterio en casa del señor Talbot

viernes, 14 de junio de 2013

Quinto aniblogsario


 
Pues sí, Juguetes del viento cumple en estos días cinco años, que se dice pronto.
Fue el 18 de junio de 2008, cuando, después de mucho pensarlo y mucho dudar, pulsé por primera vez ese botón mágico que dice “Publicar”.
Fue muy emocionante y ahora debería decir que cada vez que vuelvo a pulsar para publicar una entrada nueva sigo sintiendo la misma emoción. Pero no sería exacto, porque lo cierto es que ahora la emoción es mayor.
Quizá porque aquella primera vez no sabía yo si alguien leería alguna vez lo que yo había escrito; si a alguien le gustaría; si alguien volvería a visitarme, ni si alguien se tomaría además la molestia de dejar un comentario.
Y ahora, en cambio, sé que hay personas dispuestas a leer, con todo su entusiasmo y su cariño, lo que por aquí va a pareciendo.
Lo cual es algo que me sigue sorprendiendo y emocionando.
Por eso quiero aprovechar este cumpleaños bloguero  para dar las gracias –muchísimas gracias- a las personas que pasan por aquí de vez en cuando, a las que han pasado alguna vez, a las que van componiendo ese lindo mosaico de seguidores añadiendo su tesela y por supuesto a quienes vienen siempre-siempre, dedicando  su tiempo a leer cada nueva entrada e incluso dejar por escrito su parecer.
Algunas de ellas están conmigo desde aquellos primeros momentos del blog. Sus visitas y sus comentarios fueron un estímulo precioso, y probablemente gracias a ellos el blog siguió adelante.
Y no solo siguió adelante sino que cada vez estaba más animado, pues seguían llegando visitantes nuevos que traían más ideas, más risas y más emoción.
Para todos no tengo más que gratitud por su compañía, por su interés, sus aportaciones, su amabilidad, su estímulo, su inspiración, y por la alegría que me da saber que están ahí.
Hay además otras  personas a las que no vemos nunca o casi nunca pero que también pasan por aquí con asiduidad, y como sé que están ahí detrás, quiero mostrarles mi agradecimiento también.
Por último, tengo que dar las gracias al propio blog, lo cual supone dármelas a mí misma, cosa absurda, lo sé, pero que resulta inevitable. Porque mediante este blog he encontrado otros blogs que me gustan, claro, pero sobre todo he encontrado personas; personas con las que comparto mucho, con las que aprendo, con las que me río (y con lo que me gusta a mí reírme…) y a las que siempre me apetece ver.
Ahora, recordando aquellos días en que no me terminaba de atrever a lanzar al espacio bloguero estos juguetes del viento, me imagino que no me hubiera llegado a decidir y me doy cuenta de lo mucho que me habría perdido y de lo diferente que sería todo.  
Como mínimo, yo estaría mucho menos contenta.
 
¡Gracias a todos! 
¡Feliz aniblogsario!
 

viernes, 31 de mayo de 2013

Cuento. El perrito

 
Mientras el hombre miraba los libros, el perrito que lo acompañaba se levantó sobre las patas traseras y se apoyó en el marco del escaparate, jadeando y babeando como si en vez de libros  allí hubiera filetes.
Unos momentos después el hombre ató la correa del perrito a una farola y entró en la librería.
-Qué perrito tan gracioso tiene usted –le dijo el librero, que había observado desde dentro la escena del escaparate.
-Sí, a veces me da la sensación de que sabe leer.  
 Al poco rato el hombre salió de la tienda y mientras desataba la correa de la farola, el perrito saltaba y brincaba mirando ansioso  la bolsa que llevaba.
-Tranquilo, chico, que ahí no hay nada para ti.
 
Pero durante todo el camino el perrito fue haciendo cabriolas, con la lengua fuera, intentando alcanzar la bolsa que el hombre levantaba y apartaba, entre risas y regañinas.
Al llegar a casa el hombre dejó los libros sobre una mesa y fue a la cocina. Mientras, el perrito se puso a dar vueltas alrededor de la mesa, mirando hacia arriba,  como si estuviera ideando  alguna estrategia para alcanzar los libros.
 
El hombre volvió de la cocina con un café y encontró al perrito en esa situación.
-Pero qué te pasa, chico. Siempre igual. Anda, míralos y quédate tranquilo.
Y cogió los libros y los puso en el suelo para que el perrito los pudiera observar cómodamente.
Si hubiera sido otro perro quizás habría perdido el interés en seguida, al ver que aquello no era comestible ni servía para jugar. O tal vez hubiera gruñido y los habría deshecho a mordiscos.
Pero este perrito acercó el hocico a los ejemplares, los miró con atención y emitió un gañido dulce y lastimero.
 
Entonces, con la cabeza gacha, fue a echarse delante de la chimenea, como de costumbre,  junto al sillón.
Y mientras el hombre leía y tomaba su café, el perrito, con la cabeza apoyada en las patas y la mirada triste, intentaba calcular, con su limitado cerebro perruno, cuántas reencarnaciones le faltaban todavía para volver a ser humano.
 
 
 


jueves, 16 de mayo de 2013

El reino de los libros


Perdido entre los campos de Gales hay un pueblecito llamado Hay on Wye.
Podría ser uno de tantos pueblos olvidados, de esos que “no están en el mapa”.
Y de hecho eso era, antes de que un joven llamado Richard Booth decidiera que había que hacer algo para que el pueblo resultara interesante.
Y lo que se le ocurrió fue abrir una librería de segunda mano.
Pero ¿cómo se consigue que una librería se convierta en el gran atractivo de un pueblo?
Es verdad que los libros de segunda mano tienen algo que hace que la gente se sienta atraída por ellos de una forma peculiar. Sin embargo, ¿es eso suficiente para transformar  un pueblo moribundo  en destino turístico internacional?
Pues parece que sí.
Y Richard Booth inició esa transformación cuando abrió su librería en 1962.
Los libros los adquirió comprando bibliotecas enteras, por aquí y por allá, a particulares y en subastas, en Reino Unido, en Francia, en Estados Unidos… reuniendo así miles  y miles de ejemplares.
De hecho llegó a a tener tantos que se quedó sin espacio, así que empezó a comprar tiendas, de las muchas que había cerradas en el pueblo, y a llenarlas de libros.
En una entrevista reciente, por cierto, dijo que en aquella época hubiera podido comprar el pueblo entero por unas cuantas libras. Qué tiempos.
Hay on Wye Booksellers
Contagiadas por la iniciativa de mister Booth, otras personas, algunas de las cuales habían empezado en la cosa librera precisamente trabajando con él, se animaron a establecer también sus propias librerías.  Y así fue como aquel pequeño pueblecito condenado al olvido empezó a ser conocido por  todo el país y llamado “el pueblo de los libros”.
Al cabo de un tiempo don Richard abrió otra librería, bien grande, en la calle Lion. Y por la misma época compró también el castillo del pueblo, del siglo XIII, que se caía a pedazos. Y lo convirtió en librería también, claro.
Además, en el terreno que hay delante del castillo, el librero empedernido colocó unas estanterías de donde los visitantes podían coger libros las veinticuatro horas del día, depositando los cincuenta peniques que costaba cada uno en una caja colocada allí a tal efecto. La llamó “Honesty Bookshop” con todo el sentido del mundo.
No hace falta comentar el aspecto que acabaron teniendo tanto los libros como las estanterías al cabo de unas pocas lluvias…

El señor Booth, además de un gran amante de los libros, debía de ser también un gran amante de la guasa, porque en 1977, en una ceremonia que me imagino bastante cómica, declaró Hay on Wye estado independiente, y él mismo se proclamó  rey, con el sobrenombre de Ricardo Corazón de Libro.

Esta ocurrencia publicitaria le proporcionó al pueblo su sitio en el mapa definitivamente, y lo convirtió en la meca de los bibliófilos de todo el mundo.
Richard Booth's Bookshop
Hoy día Hay on Wye sigue siendo un pequeño pueblo de mil quinientos habitantes, pero recibe una media de 350.000 visitantes al año; tiene galerías de arte, tiendas de artesanía, de ropa, un festival literario internacional, y por supuesto muchas librerías, más de treinta, y con catálogos impresionantes.

La librería de la calle Lion sigue abierta y, aunque ya no está regentada por Richard Booth, sigue conservando su nombre. Es lo lógico.
El castillo, sin embargo, ya no es librería. Ha sido adquirido recientemente por un particular para convertirlo en un centro cultural, que tampoco está mal.

A mí me parece sorprendente que una persona piense en libros cuando busca un modo de dar vida a un pueblo. Y me parece sorprendente también que se lo proponga y haga realidad esa idea locuela. En cambio, pensándolo bien,  no me sorprende tanto que tenga éxito.
Porque, como dijimos antes, los libros atraen mucho a las personas, y tener un sitio donde  curiosear sin fin entre miles de volúmenes es algo que entusiasma y divierte mucho al bibliófilo.
Hay on Wye es un parque de atracciones para lectores y coleccionistas, una pastelería para golosos de las letras.
Abren todos los días del año y nos están esperando.



Con el tiempo, y a partir de la idea de Richard Booth, se han creado otros “pueblos de los libros” por todo el mundo: en Escocia, Estados Unidos, Holanda, Noruega, Australia, Francia, Suiza, España Pero estos han sido creados de manera artificial, de golpe, con lo que en algunos casos el invento resulta  impersonal, de diseño, sin la  gracia, sin el encanto y, por supuesto, sin el toque de locura de Hay on Wye.