miércoles, 6 de noviembre de 2013

Los amores de un bibliómano



Hay libros que, como algunas personas, nos llegan al corazón un buen día y ahí se quedan para siempre.
Y esos libros, al igual que las personas, hacen que algo cambie en nosotros, para bien, por lo que nos aportan y por el solo hecho de que antes no sabíamos de su existencia y ahora sí.
En mi caso  uno de esos libros es Los amores de un bibliómano (The Love Affairs of a Bibliomaniac, 1895), de Eugene Field, que ahora está disponible en español gracias a la editorial Periférica.
 
Yo lo leí por primera vez hace algo más de un año, en una edición original de 1896 que guardo como un tesoro.
Y mientras disfrutaba de esta obra encantadora pensaba en cuánto les gustaría a los lectores que conozco. Bueno, y a los lectores en general. Porque Los amores de un bibliómano es, entre otras cosas, un homenaje a los libros; un canto a la bibliomanía y a la biliofilia y una celebración de eso tan simple y tan difícil que es encontrarle un sentido, o más de uno,  a nuestra existencia.
Y es también un relato de amor a las personas, un reconocimiento del valor de la amistad y una extraordinaria muestra de gratitud del autor por la felicidad de la que disfrutó a través de los libros.

Dijo Oscar Wilde que si no podemos disfrutar de la lectura de un libro una y otra vez, entonces no habría merecido la pena leerlo la primera vez.
Siguiendo este pensamiento, yo puedo afirmar con total convicción que para mí mereció la pena leer este libro la primera vez, y la segunda, y todas las demás que han sido y serán.
 
Precisamente Eugene Field, por boca de su personaje, el viejo bibliómano, habla de esto mismo, de esos libros que se leen y se releen a lo largo de la vida; que están siempre a nuestro lado como los buenos amigos; que nos alegran,  que nos consuelan, que  nos esperan si nos olvidamos de ellos por un tiempo, que siempre tienen algo de provecho que decirnos y que no pretenden nada a cambio. Si acaso, la leve caricia de nuestra mano de vez en cuando.
Esos son los libros que más amamos y eso es lo que yo encuentro en Los amores de un bibliómano.

Cada vez que pienso en este libro o hablo de él, dos ideas surgen al instante: la ternura y el sentido del humor. Y si es cierto, como nos dicen, que Eugene Field puso su alma en la elaboración de esta obra, entonces no me cabe la menor duda de que fue un hombre bueno y generoso, modesto, apasionado, inteligente, divertido y sutilmente irónico; un romántico entrañable, un soñador sin remedio, atrapado  en “un placentero jardín” del que no desea escapar.  
Por ese jardín  paseo yo también en su compañía.
Si quieren venir ustedes ya verán qué hermoso es.
 
 

Eugene Field. Los amores de un bibliómano
Editorial Periférica, 2013

 

sábado, 26 de octubre de 2013

Palabras curiosas (y literarias)


Las palabras, ya se sabe, tienen vida propia, y por eso tienen también sus caprichos y sus manías. En el fondo son unas coquetas y todo lo que van buscando es que nos fijemos en ellas, que nos demos cuenta de lo bonitas o peculiares que son o del origen tan curioso que tienen.
Y lo cierto es que cuando les prestamos un poco de atención casi nunca nos decepcionan; siempre nos muestran algún aspecto de sí mismas que nos sorprende, nos divierte o nos asombra. Raro es que nos dejen indiferentes.
Una de esas palabras peculiares y divertidas es “bunburismo” (del inglés bunburism).  Todo el mundo conoce a ese famoso cantante de ondulados cabellos que se hace llamar Bunbury. Y casi todo el mundo sabe también que este  nombre es originalmente el de un personaje de la obra teatral La importancia de llamarse Ernesto (The Importance of Being Earnest)  de Oscar Wilde.
Pero aunque sea relativamente curioso que un músico elija como nombre artístico el de un personaje literario, más curioso es que ese personaje no exista. Porque el señor Bunbury de Oscar Wilde es una ficción dentro de la ficción: uno de los protagonistas de la obra, llamado Algernon Moncrieff, se inventa un amigo, el tal Bunbury, supuestamente enfermo y solo, y al que él va a cuidar y hacerle compañía.
Esta invención le sirve de magnífica excusa para librarse de compromisos sociales a los que no quiere acudir, y encima queda como un ángel.
Este es el literario origen del pintoresco término “bunburismo” (y del verbo correspondiente, “bunburizar”), que puede dar lugar a conversaciones más o menos como esta:
-¿Quedamos mañana a las siete para que te cuente mis problemas?
-Ay, no puedo, es que ya he quedado con Tadeo Vinn.
-¿Tadeo Vinn? Oye, esto no será  un bunburismo, ¿no?
Otra palabra que  resulta interesante  es yahoo, que da nombre a un popular servidor de correo electrónico.
Me imagino que los creadores de la cosa eligieron este nombre por su acepción más optimista y jovial, pues yahoo es sinónimo de yippee, o sea, “yupi”, o “yuju”,  una forma de expresar alegría y contento.
Según el diccionario Merrian-Webster, al que yo le tengo mucha fe, esta palabra es probablemente una alteración de yo-ho, dos interjecciones para llamar la atención de alguien, como en español decimos “oye” o “mira”.
Según el mismo diccionario, el primer registro de este uso de la palabra yahoo es de 1870. Pero el caso es que esta palabra ya existía previamente y también tiene origen literario. La inventó Jonathan Swift más de un siglo antes, cuando escribió Los viajes de Gulliver. En esta magna obra los Yahoos son unos seres de aspecto humano, primarios, ignorantes, dominados por la codicia y por los instintos más primitivos.
Por eso la palabra se usa en la lengua inglesa para designar a quien es muy bruto, vulgar, maleducado…
Llama la atención que dos conceptos tan diferentes (alegría y regocijo por un lado; persona grosera por otro) sean representados por un mismo término; y más aún que una palabra exista en el universo etéreo de las palabras y que a lo largo del tiempo otra palabra evolucione de manera que acaba teniendo la misma forma que aquella. Es curioso, ¿no?
Pues algo parecido ocurre con la palabra siguiente, que va dedicada a un diablo que ronda por aquí con frecuencia.
Se trata de dickens, con minúscula, porque no se refiere al escritor victoriano.
Este, efectivamente,  es un caso similar al anterior, en el que una palabra evoluciona, se transforma y acaba teniendo el mismo aspecto y sonido que otra con la que en principio no guarda parentesco alguno.
Esta palabra, dickens, se utiliza como sinónimo y eufemismo de devil (diablo), y es probable que sea una modificación de devilkin (diablillo).
Por eso podremos oír a algún clásico decir What the dickens…? (“¿qué diablos/qué demonios…?”)
O Like the dickens, que viene a ser “un montón”: “Me duele la cabeza like the dickens.”
Por ahondar un  poco más en lo curioso de la palabra, diremos que el  apellido Dickens proviene de Dickon, que es un diminutivo del nombre Richard, y que uno de los cuentos más famosos de la literatura gótica, escrito por Sheridan Le Fanu, se titula precisamente Dickon el diablo.
O sea que, después de todo, tal vez Dickens y el diablo no anden tan alejados el uno del otro.
Casos como estos, en los que las palabras parecen divertirse jugando a transformarse, cambiar de sentido, dar vueltas sobre sí mismas y enredarse unas con otras, me hacen pensar que algo de magia hay en todo esto y que en realidad el lenguaje no es un instrumento que utilizamos los hablantes, como creemos, sino que es el lenguaje el que nos utiliza a nosotros. Como lugar de residencia.

jueves, 17 de octubre de 2013

Liebster Blog Award


Hace unos días recibí una grata sorpresa: alguien muy amable ha nominado mi blog para el Liebster Award.
Lo cierto es que yo no había oído hablar nunca de estos premios, pero ahora sé que es un premio virtual que se concede entre bloggers a blogs de reciente creación o que tengan menos de doscientos seguidores; que la idea nació en Alemania en 2010, que hay unas reglas que seguir y que liebster significa favorito, querido, amado, encantador…
La cosa es bonita, es una cadena en la que un blogger premia a diversos blogs  y estos a su vez premian a otros. Todo ello con el  objetivo de favorecer la promoción de tales blogs.
Por eso quien recibe el premio  debe seguir  este procedimiento:
-Escribir  una entrada nombrando a quien lo nominó y hacerse seguidor de su blog
-Contestar once preguntas formuladas por quien lo ha nominado
-Indicar cuáles son sus  once nominados y comunicárselo a ellos
-Formular once preguntas para sus nominados

Y eso es lo que estoy haciendo aquí.
-Yo debo mi nominación a Zazou, del blog Bibliomanías y otros desvaríos. ¡Muchas gracias!

-Estas son sus preguntas y mis respuestas:
1. ¿Por qué lees?
Porque no puedo no leer.
2. Te quita las ganas de leer…
Un disgusto, un malentendido... me resulta difícil concentrarme en la lectura si estoy preocupada o triste.
3. ¿Cuál es tu libro perfecto?
El que me entretiene, me enseña, me explica cosas y me ayuda a pensar, como por ejemplo Matilda de Roal Dhal.
4. ¿Reconocerías que no puedes aguantar a alguna de las “vacas sagradas” de la literatura?
Sí, hay más de una vaca a la que no consigo encontrarle la gracia.
5. ¿Y te avergüenza alguna de las lecturas que te han gustado?
No, ninguna.
6. ¿Los libros tienen banda sonora?
Algunos sí. Otros solo tienen ruido.
7. Si fueras un libro, serías…
Uno breve y sencillo, como por ejemplo La cabaña del pescador, de Mary Shelley.
8. ¿Qué te empuja a escribir sobre los libros?
Escribo sobre lo que me gusta y lo que me interesa, y los libros son una de esas cosas. Además me gusta compartir aquello con lo que yo disfruto, por si a alguien le viene bien.
9. Para recomendar un libro, lo que más valoras…
La persona a la que se lo voy a recomendar.
10.¿Qué te gustaría que escribieran sobre ti?
Contando con que me daría un poco de corte que escribieran sobre mí, estaría bien que dijeran que soy agradable.
11.¿Tienes alguna meta marcada para tu blog?
Sí, que quien lo lea lo encuentre medianamente interesante y no se aburra.
 
~~~~

-Mis nominados, por orden alfabético, son los siguientes (por supuesto, nadie está obligado a aceptar el premio y por lo tanto nadie ha de sentirse comprometido a “seguir la cadena”):
 
Y mis preguntas para ellos son estas:
1-¿Qué te impulsó a crear un blog?
2-¿Qué te ha aportado el blog?
3-¿Qué libro estás leyendo ahora?
4-Si fueras un personaje de un libro, ¿quién te gustaría que fuera el autor?
5-Si pudieras salir a cenar con un personaje literario, ¿cuál elegirías?
6-¿Y con cuál no irías ni a la esquina?
7-¿Qué preferirías ser, un rey en un palacio sin libros o un pobre en un desván con libros?
8-Si pudieras viajar en el tiempo, ¿a qué época te gustaría ir?
9-¿Qué superpoder te gustaría tener?
10-¿Cuál es tu palabra favorita?
11-¿Qué es más importante, ver cosas nuevas o ver las mismas cosas con nuevos ojos?

Y ahora ¡a presumir de premio!
Muchas gracias de nuevo a Zazou, y a todos ustedes por mantener este blog activo.
 
 

martes, 8 de octubre de 2013

El porqué de un nombre


En muchas ocasiones me han preguntado por qué mi blog se llama Juguetes del viento, aunque también hay quien al oír tal título  ha elaborado su propia teoría.  Por ejemplo, en una ocasión alguien dio por hecho que se trataba de un blog relacionado con las cometas. Y otra persona me preguntó si tenía algo que ver con alguna ONG que recogiera juguetes para niños desfavorecidos.
Dos teorías muy hermosas, sin duda,  pero nada acertadas.

Lo normal es que aquellos que tienen noticia de este blog muestren cierta sorpresa y un poco de desconcierto al no acertar a imaginar, a partir del nombre,  de qué puede tratar.
También es cierto que suelen decirme que es un nombre muy bonito pero, como se verá más adelante, el mérito no es mío en absoluto.

Cuando me preguntan por qué ese título, por qué Juguetes del viento, suelo decir, por abreviar, que ese nombre se refiere a las palabras. Y si quien me pregunta es  tan amable de mostrar más interés, entonces explico que se refiere a las palabras  porque cuando decimos algo las lanzamos al aire y yo me imagino que por ahí se quedan, revoloteando, a merced del viento.

Sin embargo, el origen de este título es algo más complejo y como incluso personas muy cercanas a mí siguen preguntándome por esta cuestión, he pensado que no estaría de más que lo explicara en una entrada.
Resulta que este nombre tiene su origen en mi infancia, cuando no existían los blogs.
Yo escuchaba a mi padre con frecuencia citar unos versos que decían:
Hojas del árbol caídas
  juguetes del viento son…

y me imaginaba las hojas secas en el suelo y luego levantadas en un remolino por el viento que se las llevaba para entretenerse.
Por otro lado, un día escuché a alguien, quizá un familiar de visita, o quizá un vecino, decir aquello de “las palabras se las lleva el viento”. Y en mi mente infantil se asociaron de inmediato las hojas y las palabras, creando la idea de que el viento jugaba con las palabras igual que con las hojas caídas del árbol.
Ahí estaba ya la razón de que el blog se llame así.

Como curiosidad añadiré que al mismo tiempo y yo no sé por qué razón, al oír eso de que las palabras se las lleva el viento, también se formó en mi imaginación una estampa muy clara: un cuenco lleno de palabras en el alféizar de la ventana, y una ráfaga de viento que soplaba y las hacía salir volando...


Pero, ¿de dónde procedían esos versos que mi padre recitaba y que dieron origen a todo esto que estamos contando?
Pues no lo supe hasta años después.  
En la adolescencia me aficioné a las poesías de Espronceda, que, junto con Becquer, Poe y algunos más, respondían divinamente a mi gusto por las historias misteriosas, el romanticismo de espectros y tinieblas y los héroes que sufrían por amores desdichados. Y así,  cuando un día leí  su poema narrativo El estudiante de Salamanca, me encontré -oh, sorpresa-  con aquellos versos:
Hojas del árbol caídas
juguetes del viento son.
Las ilusiones perdidas
¡ay! son hojas desprendidas
del árbol del corazón.


Muchos años después, concretamente en 2008, cuando me envalentoné y me lancé a crear este modesto blog, no me hizo falta pensar mucho para darle un nombre, porque aquella idea y aquella imagen de las palabras que el viento se llevaba para jugar nunca se había ido de mi memoria.
Así de  persistentes y poderosos son los recuerdos y las experiencias de la infancia.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Marcas de lápiz

 
Hace unos días un amigo me ha regalado dos libros suyos, es decir, dos libros que él tenía. Ya los leyó hace tiempo y pensando que me podrían gustar ha querido que los tenga yo en vez de dejarlos olvidados en un estante.
Están un poco ajados y uno de ellos tiene su nombre escrito y algunas frases subrayadas. Mi amigo se disculpó por esto, pero yo le dije lo que ya hemos comentado aquí en otras ocasiones: que los libros usados tienen un encanto especial, porque llevan la huella de alguien, porque tienen vida dentro.
El caso es que este asunto de los libros de segunda mano me recordó un pasaje de un libro que tengo entre mis favoritos y que dice así:
 
“Parece tan nuevo y flamante como si nadie lo hubiera hojeado nunca, pero alguien lo ha leído: se abre espontáneamente por sus pasajes más bellos y el fantasma de su anterior propietario me señala párrafos que jamás he leído antes.”
 
(Helen Hanff. 84 Charing Cross Road)
 
Como este parrafito me daba la razón, me reafirmé en mi teoría y me reafirmé también en que mi fea costumbre de subrayar los libros y poner marcas (a lápiz, eso sí) en las partes que más me gustan, no es tan mala después de todo.
 
Sé que hay personas a las que les gusta mantener sus libros impolutos; que se lavan las manos antes de ponerse a leer; que apenas los abren para que no les queden estrías en el lomo, y que por supuesto jamás les pondrían una marca ni siquiera a lápiz.
 
Pero a mí me parece que los libros no son solo para leer su contenido, sino para disfrutarlos del todo, para tratarlos con familiaridad, para sentirse cómodos con ellos. No se trata de maltratarlos, por supuesto, sino de no andarse con remilgos. El buen trato no está reñido con la confianza.
 
Entonces pensé en lo agradable que es leer así, manteniendo una relación cordial con el libro, porque así su contenido fluye dentro de nosotros sin inconvenientes, sin estorbos, y a su paso va dejando sin contratiempos sus efectos beneficiosos,  que  a veces hasta podemos notar físicamente y que se quedan con nosotros como parte ya de nuestra persona.
 
Mientras pensaba en esto, y después de colocar el libro en su sitio, oí la vocecilla de uno de esos duendes que viven en las estanterías (que sí, que sí, que es verdad), y que me señalaba otro pasaje que, a juicio del duende, podría gustarles a ustedes.
El pasaje en cuestión es uno que habla precisamente del placer de la lectura:
 
“Ese placer es tan curioso, tan complejo, tan intensamente fecundo para la mente de cualquiera que lo disfrute y tan copioso en sus efectos, que no resultaría en absoluto sorprendente descubrir […] que la razón por la que hemos salido de las cuevas y soltado los arcos y las flechas […] no es otra sino esta: hemos amado la lectura.”
(Virginia Woolf. Leer o no leer)
 
Y entonces recordé haber leído otro párrafo de otro libro en el que también se hacía referencia a esto de lo que estamos hablando. ¿Dónde era? Y sin mucha dilación el duende me señaló el libro y el párrafo que yo quería:
 
 “Porque la lectura de estos libros parece ejercer sobre nuestros sentidos un curioso efecto balsámico; nos hace ver las cosas con mayor intensidad; parece despojar al mundo de un velo y dotarlo de una vida más intensa.”
 (Virginia Woolf. Una habitación propia)
 
Sin duda, los subrayados de los libros, las marcas que en ellos deja el uso, son señales de  aprovechamiento, pruebas del servicio que prestaron, signos de  que no pasaron sin más por las manos de quien los leyó.
Así que yo seguiré encontrando interesantes los libros usados y pensaré que los que hoy son míos quizá un día sean de alguien a quien también le guste ver en ellos las huellas que  dejé yo.
Y mientras tanto, subrayaré y señalaré los pasajes que más me gustan, más que nada para facilitarles el trabajo a los duendes.
 
 

 

 
Los fragmentos corresponden a las siguientes ediciones:
- Helen Hanff. 84 Charing Cross Road. Anagrama, 2002
- Virginia Woolf. Leer o no leer y otros escritos. Abada Editores, 2013
- Virginia Woolf. Una habitación propia.  Alianza Editorial, 2012


lunes, 16 de septiembre de 2013

Cuento. De cómo Pascualito aprendió a leer


(Dedicado a JuanRa)


A Pascualito le gustaba mucho observar a su padre mientras este trabajaba. El niño no sabía leer todavía pero ya sabía que aquello que su padre hacía con tanto esmero y a lo que dedicaba tanto tiempo se llamaba escribir. Y sabía que lo que escribía se llamaba frases y que las frases se formaban con palabras y que las palabras se hacían con letras. Incluso sabía que algunas letras eran palabras por sí solas.

Todo aquello le parecía fascinante y le hacía sentir mucha curiosidad. Y podía pasar horas enteras allí, sentado junto a su padre, mirando con la boca abierta cómo con los movimientos de la mano se iban llenando de palabras y frases aquellas superficies que al principio estaban en blanco, lisas, vacías.

-¿Qué dice aquí, papá? –preguntó un día por primera vez.
-Esa es una palabra muy difícil, hijo –decía el padre-. Hay que empezar con otras más fáciles. Mira, ¿ves esta? Ahí dice no.
-No –repitió Pascualito, fijándose muy bien en la forma de las letras-. ¿Y aquí? –volvió a preguntar, poniendo el dedo encima de otra palabra que le pareció sencilla.
-Ahí dice tu.
Poco tiempo después Pascualito ya había aprendido a leer todas las palabras fáciles y,  sentado en las rodillas de su padre, iba señalándolas con el dedo y recitaba sin titubear:
-Mi, la, te, un

Era tal el interés que Pascualito mostraba por aquello de las palabras que hasta su padre, que sabía lo listo que era, estaba sorprendido de lo rápido que aprendía. Pues lo cierto es que al cabo de unos pocos días más ya leía palabras que ningún otro niño tan pequeño sabría leer.
-¿Qué dice aquí, Pascualito? –preguntaba el padre.
Nunca! –exclamaba el niño con gran satisfacción.
-Exacto. ¿Y aquí?
-¿Sueño? –respondía dudoso cuando las palabras eran “de las difíciles”.

Cuando acababa el verano Pascualito ya sabía leer con soltura las palabras largas, incluso las más difíciles.
-Papá –dijo en una ocasión-, aquí dice amada  y aquí querida.
-Así es, hijo.
-Y aquí dice olvida. Y aquí hombre.
-¡Muy bien, Pascualito! ¿Y sabrías leer toda esta línea?
-…siem… pre… en mi… recu…erdo.
-Fantástico, hijo. ¿Y sabrías leer esta también? Si no te sale bien no pasa nada, que esta es complicada.
Pero Pascualito, ensayando primero para sus adentros, leyó después de corrido:
-...te llevo en mi corazón.

Entonces Pascualito, entusiasmado,  se levantó de un salto y,  correteando por el taller, fue leyendo con alborozo: "¡Tu familia no te olvida! ¡Amada madre y esposa! ¡Descansa en paz! ¡Duerme el sueño eterno! ¡Aquí yace un hombre bueno!...", señalando  una lápida tras otra sin apenas detenerse.



 Aquí, "Pascualito y la sopa"


viernes, 6 de septiembre de 2013

Premios Gamba 2013. Premios con categoría

(Dedicado a Sara)

Los Premios Gamba son, como es sabido internacionalmente, un modesto homenaje que hacemos aquí a quienes cometen esos deslices y patinazos lingüísticos que tanto nos gustan y reconfortan.

Con el tiempo hemos ido observando que los gambazos y resbalones se pueden catalogar según sus características, porque no es lo mismo una palabra o expresión mal traducida que un refrán mal empleado o que una palabra confundida con otra. Ni es lo mismo una oración construida a lo loco que una alegre falta de ortografía, por ejemplo.
Por este motivo, en la presente edición de los prestigiosos Premios Gamba los nominados han sido agrupados en categorías del modo que presentamos a continuación:

-Ortografía loca, que, como su nombre indica, agrupa aquellos traspiés lingüísticos que se producen cuando los responsables de los mismos desconocen la ortografía de alguna palabra pero no les importa.
Para solucionar tal deficiencia estas personas no recurren al diccionario ni le preguntan a alguien, sino que se limitan a escribir lo que les parece esperando acertar. Es un riesgo, sí, pero deben de pensar que el mundo es de los valientes.
Algo así debió de ocurrirle a quien redactó un rótulo que apareció en pantalla durante una tertulia televisiva y que decía:
“Las puyas de expresidentes…”

Lo bonito del caso es que el rótulo apareció y desapareció varias veces con la palabra pulla escrita alternativamente con ll y con y 
Sin duda,  la mitad de las veces acertó.

Otro día, en el mismo programa, vimos otro rótulo en el que se decía que una persona había sido “intervenida quirúrjicamente”.
Digo yo que para ahorrarse complicaciones y dudas con la g y la j, podrían haber puesto simplemente que dicha persona había sido operada, que significa lo mismo y es más facilito…

-Letras bailarinas. A esta categoría pertenecen los casos en los que una letra o una tilde se olvidan o se cambian de sitio, dando lugar a una palabra diferente y en ocasiones a una frase muy graciosa.
Es muy fácil, por ejemplo, convertir una alergia en una alegría. E  igualmente fácil convertir los créditos en otra cosa, como ocurre en este texto de los extras de un DVD:
 


Aunque también cabe la posibilidad de que esto no sea un gambazo, sino  una broma.
 
-Frases raras. Aquí se incluyen construcciones extrañas e inexplicables como las que a menudo se oyen en los informativos y leemos en los subtítulos de las películas.
Por ejemplo, en una película un personaje dice que mató a otro porque una tal Henessy lo obligó. Y en los subtítulos se lee:
“Henessy me lo hizo hacer”.
 Me lo hizo hacer. Ahí es nada.
Y en un telediario, cuando se referían a unas inundaciones y al temor  de que se repitieran con las lluvias previstas para el día siguiente, un reportero humano dijo:
“Tras la última inundación, mañana volverá a hacerlo”.
 
-Mitad y mitad.  A esta categoría corresponden esos casos misteriosos en los que el hablante –con frecuencia un tertuliano televisivo- mezcla dos frases hechas, pero con un gracejo particular y de forma inaudita, consiguiendo resultados espectaculares. Y sin dar muestras de arrepentimiento, oiga.
Es el caso del locutor que, refiriéndose a cierto personaje del mundo artístico, dijo que tal individuo “vuelve a estar en el ojo de mira”.
No en el ojo del huracán ni tampoco en el punto de mira, sino en el ojo de mira, que tiene mucha más gracia.
 
Y también tenemos el infausto caso del tertuliano que, como conclusión a la idea que acaba de exponer, dice:
 “Ese es el fondo del cordero”.
Y lo repite, enfático él: “Ese es el fondo del cordero”.
 
Mezcla, obviamente, el fondo de la cuestión y la madre del cordero, por lo que también podría haber dicho “el cordero de la cuestión”, “el fondo de la madre”, “el cordero del fondo”, etc.
Pero “el fondo del cordero” está bastante bien.
Como se ve, el asunto de los dislates lingüísticos en los medios de comunicación y entretenimiento es un no parar, y por poco caso que hagamos, en cuanto prestamos un momento de atención salta la gamba por algún lado.
No falla.