He
añadido dos nuevas adquisiciones a mi colección de palabras fastuosas. Dos
palabras colosales que resonarían con perfecta musicalidad en una imaginaria
orquesta fonética.
La
primera suena como campanillas tubulares de metal: inconsútil.

Me
pareció una palabra suave y delicada, y precisamente se utiliza en ocasiones como sinónimo
de sutil, vaporoso, delicado. Pero esto no es lo correcto, pues en realidad inconsútil
significa “sin costuras”, “no cosido”, y suele usarse para referirse a la túnica
de Cristo: “los soldados se llevaron la vestidura inconsútil”; “la Virgen María
elaboró la túnica inconsútil de Jesús”.
Pero
supongo que puede aplicarse a todo aquello que se presenta
firme, uniforme, sin añadidos y sin fisuras. Como el amor verdadero.
Ah, y
le pregunté al sabio Corominas por el origen
de esta bella palabra, y me dijo que es un derivado
negativo del latin consutilis, “que se puede coser”, que deriva a su vez
de consuere, “coser”.

Pero
nunca es tarde si la dicha es buena, dicen los refraneros, así que me puse
manos a la obra a aprender lo que pudiera sobre ella, para usarla con convicción
en cuanto tuviera la menor oportunidad.
Y así me
enteré, por ejemplo, de que tiene dos amigas igualmente estrafalarias: pignoración y
pignorar. Y todas ellas se refieren a la idea de empeño, hipoteca, cesión,
traspaso.
Es
decir, que si vamos a una casa de empeños y dejamos allí algún objeto en prenda,
podremos decir que hemos hecho una pignoración o una transacción pignoraticia.
Eso es hablar con propiedad.
-Buenas,
venía a pignorar el reloj de mi tatarabuelo.
-Pues
pignorado queda, buen hombre.
Y
todo esto se debe, según he aprendido, a que en latín pignus significa
garantía o prenda, y por lo tanto dejar en garantía o en prenda es dejar in
pignus de donde tenemos empeño. Y el plural de pignus es
pignora.
Supongo
que en sus respectivos ámbitos naturales (el religioso y el financiero o
mercantil), estas palabras serán de uso común y no llamarán la atención. Pero
vistas desde fuera resultan muy exóticas y llamativas. Y es muy emocionante
encontrar, cuando menos se espera, una palabra nueva, una sorpresa léxica.
Es
algo parecido a recuperar por un momento la alegría de cuando éramos pequeños y
aprendíamos palabras nuevas constantememente, y con cada palabra nueva el mundo
se hacía un poco más abarcable, un poco más comprensible.
Y
cuando además las palabras nos revelan su esencia y su por qué, a mí me da la
sensación de que ya cualquier cosa se puede explicar. Y eso tranquiliza mucho.