Mi vecina tiene un Papá Noel colgado en el balcón, como mucha gente. Pero la diferencia es que mi vecina lo tiene colgado desde el año pasado. El muñecajo ha pasado los doce meses ahí, a la intemperie, con lo que eso conlleva. Debe de ser el único Papá Noel del mundo que ha visto pasar bajo sus pies las procesiones de Semana Santa. Lo cual por cierto, configura una imagen digna de una película de Tom Cruise.
Me imagino a mi vecina, llegado el momento este año de sacar las decoraciones navideñas, diciendo "¿Y dónde está el papanué?" Y habrá ido a comprar otro, claro, porque a estas alturas, si no hay muñeco en el balcón, parece que no es Navidad.
No me explico yo por qué algunas modas arraigan en la población de tal manera que en seguida se convierten en tradición.
Pero ésta del adefesio balconero no es la única costumbre que me asombra. También me deja pensativa y con ganas de consultar a un antropólogo, esa otra moda que yo llamo "los balcones histéricos". Consiste ello en adornar -es un decir- balcones, ventanas y terrazas con unas tiras luminosas, unas ristras de bombillitas de colores metidas en una especie de manguera.
La idea primigenia es colocar dichas mangueras luminosas siguiendo el contorno del balcón, la ventana o la terraza que se desea decorar, y que cuando se enciendan proporcionen una iluminación armoniosa y alegre.
Pero un gran número de ciudadanos hace una interpretación libre del invento, y el resultado suele ser espantoso: balcones llenos de tirajos arrugados, colocados sin ton ni son, enganchados aquí y allá en completo desorden, y que se encienden y se apagan, parpadean y tiemblan sin orden ni concierto, sin ritmo y sin sentido, creando un efecto de balcón electrocutado que da espanto.
Tampoco me explico yo la pasión navideña por el petardo. ¿A qué se deberá ese gusto por el explotío? ¿Será por sacar de quicio al prójimo? ¿O será por la emocionante posibilidad de chamuscarse algún miembro?
Sea por lo que sea, la única conclusión a la que yo llego, observando estas usanzas, es que a buena parte de la humanidad le encanta el ruido, las luces estridentes, los colorines y el feísmo.
Observen un poco y verán. Casi todo lo que se convierte en moda rápidamente, todo lo que consigue aceptación mayoritaria, es feo, o chillón, o ruidoso. O todo a la vez. Y observen que en general las celebraciones, públicas o privadas, religiosas (si es que queda alguna) o laicas, todas llevan aparejados el ruido, la matraca y la estridencia.
¿A qué se deberá?
Me imagino a mi vecina, llegado el momento este año de sacar las decoraciones navideñas, diciendo "¿Y dónde está el papanué?" Y habrá ido a comprar otro, claro, porque a estas alturas, si no hay muñeco en el balcón, parece que no es Navidad.
No me explico yo por qué algunas modas arraigan en la población de tal manera que en seguida se convierten en tradición.
Pero ésta del adefesio balconero no es la única costumbre que me asombra. También me deja pensativa y con ganas de consultar a un antropólogo, esa otra moda que yo llamo "los balcones histéricos". Consiste ello en adornar -es un decir- balcones, ventanas y terrazas con unas tiras luminosas, unas ristras de bombillitas de colores metidas en una especie de manguera.
La idea primigenia es colocar dichas mangueras luminosas siguiendo el contorno del balcón, la ventana o la terraza que se desea decorar, y que cuando se enciendan proporcionen una iluminación armoniosa y alegre.
Pero un gran número de ciudadanos hace una interpretación libre del invento, y el resultado suele ser espantoso: balcones llenos de tirajos arrugados, colocados sin ton ni son, enganchados aquí y allá en completo desorden, y que se encienden y se apagan, parpadean y tiemblan sin orden ni concierto, sin ritmo y sin sentido, creando un efecto de balcón electrocutado que da espanto.
Tampoco me explico yo la pasión navideña por el petardo. ¿A qué se deberá ese gusto por el explotío? ¿Será por sacar de quicio al prójimo? ¿O será por la emocionante posibilidad de chamuscarse algún miembro?
Sea por lo que sea, la única conclusión a la que yo llego, observando estas usanzas, es que a buena parte de la humanidad le encanta el ruido, las luces estridentes, los colorines y el feísmo.
Observen un poco y verán. Casi todo lo que se convierte en moda rápidamente, todo lo que consigue aceptación mayoritaria, es feo, o chillón, o ruidoso. O todo a la vez. Y observen que en general las celebraciones, públicas o privadas, religiosas (si es que queda alguna) o laicas, todas llevan aparejados el ruido, la matraca y la estridencia.
¿A qué se deberá?
11 comentarios:
Angeles, me ha encantado. Estoy completamente de acuerdo contigo. Un besuco y que pases unos días en paz.
Muchas gracias, Anónimo. Besos y paz para ti también.
Querida Ángles: Como siempre, tienes toda la razón del mundo, pero al feísmo que tú señalas yo agregaría la ridiculez en otras manifestaciones públicas ¿O es que no es irrisorio que personas adultas y cargadas de razón acudan a patéticas representaciones teatrales o a espeluznantes indumentarias para reclamar algún derecho o protestar por algún desmán político? Como decía Einstein, sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana...¡Y de la primera no estaba seguro!
Sara
Pues sí, Sara, lo de las manifestaciones de variado carácter es otro tema digno de estudio científico. Y qué razón tenía Einstein.
Gracias.
Tu artículo está muy bien.Puestos a elegir, me quedo con los Reyes Magos que cuelgan de los balcones, son más nuestros que Papa Noel. Hay una foto, tomada en Triana, que circula por la red en la que aparecen los Reyes Magos en un balcón, y uno de ellos, tijeras en mano, se dispone a cortar la cuerda por la que escala Papa Noel. La foto la titulan 'Aquí no se admite competencia' o algo así. Je je Es muy buena.
F.
Muy cierto, pero yo creo que todo esto es producto de adoptar como propias costumbres que nos son ajenas, tanto por lo de Papa Noel balconero, como por las luces de las terrazas (la gente ha visto demasiadas peliculas americanas, llenas de casitas primorosamente adornadas) y al intantar darle nuestro carácter... pues la cosa no queda muy bien. Mientras seguimos perdiendo nuestras costumbres. Ahora sí, lo de los petardos, es completamente autóctono y no tiene explicación.
MJ
Gracias por tu cometario, F. He visto la foto que comentas y tiene bastante de broma y mucho de reivindicación. Puede que al final las costumbres auténticas acaben venciendo a las 'postizas'.
Tienes toda la razón MJ, y si perdemos otras costumbres, ¿por qué no se pierde la los dichosos petardos? Gracias.
El Papá Noel rampante, el exceso de luces, los adornos brillantosos, son de un gusto dudoso, pero pase.
Pero el petardo, ay, el petardo... que es como Belén Esteban: No solo es de mal gusto, es que además, es molesta.
Gracias, loquemeahorro. Me ha encantado lo del "Papá Noel rampante".
Lo que me he reído! Ese Papa Noel que puede contemplar una ciudad distinta a la del tiempo de Navidad es muy afortunado en el fondo...aunque ,pobrecillo, la calor que habrá pasado en Agosto.
Y la pasión por el ruido, pues debe ser que en el fondo nos gusta pensar poco y necesitamos llenar nuestro cerebro de estímulos sonoros a presión para rellenarlo.
carlos .
carlos
Me gusta tu teoría, Carlos. Eso de rellenar el cerebro "con estímulos sonoros a presión" para evitar pensar tiene mucha enjundia...
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