En
esta ocasión les he pedido a unos buenos amigos míos que me prestaran unas
palabras de esas que ellos dicen tan bien; que fueran ellos los que hablaran hoy aquí y
nos dejaran unas reflexiones edificantes para empezar el año.
Tres
de ellos, Oscar, Sándor y Stefan, que son unos expertos observadores y conocen bien
la naturaleza humana y sus laberintos, han elegido unos pensamientos referidos
a la amistad y al amor al prójimo.
Por
otro lado, Eugene, el alegre soñador, también ha querido hablarnos de amor,
pero de amor a los libros, no podía ser de otro modo.
Y
John, que es un tipo duro y tierno a la vez, como los bizcochos crujientes, nos
ha dejado una escena de atracción humana que se desarrolla entre libros.
Es
que saben lo que nos gusta:
“Me
senté entre las ruinas de mi maravillosa vida, abrumado por la angustia, desconcertado
por el miedo, aturdido por el dolor. Pero no quería odiarte. Todos los días me
decía a mí mismo: Hoy debo mantener el amor en mi corazón, si no, ¿cómo podría
vivir este día?”
Oscar Wilde. De
Profundis (1897)
“Y
si un amigo nuestro se equivoca, si resulta que no es un amigo de verdad,
¿podemos echarle la culpa por ello, por su carácter, por sus debilidades? ¿Qué
valor tiene una amistad si solo amamos en la otra persona sus virtudes, su
fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca una
recompensa?
Sándor Márai. El último
encuentro (1942)
“[…]
este simple propósito de ayudar, de ser útil a otros en lo sucesivo, me infunde
ya una especie de entusiasmo. […] Solo cuando uno sabe que es algo también para
otros, descubre el sentido y la misión de su propia existencia.”
“Risa
para mis momentos más alegres, distracción para mis preocupaciones, consuelo
para mis pesares, charla ociosa para mis momentos de mayor pereza, lágrimas
para mis penas, consejo para mis dudas y seguridad contra mis miedos. Todo esto
me dan mis libros, con una prontitud y una certeza y una alegría que son más
que humanas. Por eso yo no sería humano si no amara a estos amigos y no
sintiera eterna gratitud hacia ellos.”
“La
observaba desde las sombras de los oscuros estantes. Ella sostenía un libro […]
suspiró y reanudó la lectura. Unos momentos y volví a mirar. Aún sostenía el
libro. ¿Y qué libro era? No lo sabía, pero tenía que saberlo para que mis ojos
recorrieran el mismo sendero que los suyos.”
Gracias, señores.