La arena quema.
Mi
tío clava la sombrilla, la abre, y el toldo circular nos proclama dueños de ese
territorio. Marcamos el perímetro con las sillas plegables, la nevera, las
cestas y la enorme colchoneta hinchable, negra y roja como la lava de un
volcán.
Somos como exploradores por un blando desierto.
Somos como exploradores por un blando desierto.
Mi tío se sienta bajo la sombrilla a leer el
periódico. Mi tía se tumba al sol.
Mis primos y yo corremos hacia la orilla.
El agua hiela.
Mi primo se lanza en seguida y nada hacia dentro como
un niño pez. Mi prima y yo entramos despacio, subiendo los hombros y dando
saltitos cada vez que el agua culebrea y nos moja la barriga.
Mi primo ya vuelve, resuelto y ufano.
-Voy por la colchoneta —dice. Y se adentra de nuevo en
las ardientes arenas movedizas.
Mi prima y yo seguimos en la orilla. Damos dos pasos
más, nos agachamos y nos mojamos hasta los hombros. Vacilamos un poco, damos
otro pasito y por fin nos mojamos la cabeza. Salimos en seguida a la superficie,
peinándonos con las manos los ojos y el pelo.
Ahí viene mi primo. Casi no puede con la colchoneta.
Pero es un niño que no se arredra, y con muelles en los pies llega junto a
nosotras.
Posa la colchoneta en el agua.
—Venga, subid —dice, mientras intenta mantenerla
firme.
Mi prima y yo, con poca gracia, subimos a la
colchoneta con la barriga y las rodillas. Después se sienta mi primo. Hay sitio
de sobra para tres niños flacos.
La colchoneta se balancea al suave ritmo de las breves
olas.
Sin decir nada, mi prima salta de la colchoneta.
—¿Te vas? —le pregunto.
—Voy a tomar el sol —dice.
Con los codos levantados y el agua por las costillas
se aleja rebotando hacia la arena.
Mi primo y yo seguimos en la colchoneta. Miramos los
barcos que hay en el horizonte y él dice que le gustaría ser capitán.
En ese momento miro hacia la orilla y me parece que
va hacia atrás.
Mi primo y yo nos miramos.
Mi primo y yo nos miramos.
—Tú quédate en la colchoneta — me dice.
Y el niño pez se tira al agua, y me deja sola, y se
aleja.
Yo intento remar con los brazos, pero la colchoneta es
demasiado grande. Entonces le grito:
—¡Jorge, vuelve, yo sola no puedo!
Pero no vuelve.
Y en medio de la gran isla flotante, me quedo muy
quieta, como una sirena petrificada, aguantando la respiración sin querer y las
lágrimas queriendo.
Me aterra tirarme al agua. Ya no hay suelo debajo y
mis brazos de niña flaca se cansan pronto.
Pero quedarme en la isla de goma es peor.
Entonces, envalentonada por el miedo me lanzo al agua
y nado, nado, nado…
Ya me duelen los brazos. Me detengo en vertical, como
una medusa, moviendo las piernas y los brazos lo justo para mantenerme a flote.
Mi primo está todavía en el agua, no lo he perdido de
vista. Y parece que vuelve… sí, viene
hacia mí.
Se detiene un momento y me grita:
—¡La colchoneta!
—¡Ve por ella si la quieres! —grito yo, y empiezo a
nadar de nuevo.
El niño pez pasa por mi lado. Yo voy llegando a la
orilla.
Por fin mis pies tocan el suelo. Me siento en la
arena. Respiro de verdad. Veo a mi primo a lo lejos, que vuelve como un
naúfrago en una balsa.
No lo espero. Me pongo de pie y busco nuestra
sombrilla.
Llego al campamento. Mi tio sigue leyendo el periódico.
Mi tía y mi prima se fríen al sol. Me
seco la cara, extiendo mi toalla y me tumbo junto a ellas.
—¿Ya te has hartado de agua? —pregunta mi tía abriendo
un ojo.
18 comentarios:
La incomprensión que sufrimos de pequeños es mayor de la que somos capaces de formular, de expresar; aunque su relato, con absoluta puerilidad ──en el mejor de los sentidos── y detalle preciosista define bien como vamos ganando experiencia en las cosas de la vida y más dónde el agua hiela el cuerpo de niñas y niños. Tan bien contado está que como el suyo pocos, o ninguno, he leído (como aquello de aquél que fue a NY una vez o ninguna). A cada palabra y renglón lo imaginaba tal y como cualquiera de nosotros lo hubiéramos vivido. Con sus repeticiones sobre su tío, su primo ¿Por qué iba con sus primos, qué curioso? ¿Una de esas salidas familiares o por otros motivos más difíciles, que a veces nos dejan un poco desconcertados?
Sus familiares tomaban posesión de ese trozo de playa levantando una barricada de cosas y causas para hacerse durante un tiempo con el poder que nos otorga el que al pisar con nuestros pies todo aquello seamos dueños de ello durante el instante que cada pisada posa su planta en superficie y como queriendo decir que esa es posesión por posición y la defenderé con todo lo que yo ocupo y lo que pueda abarcar para que en comodidad tenga tanto espacio como en el salón de casa; o más en algunos casos. Qué cosas, qué causas, qué efectos.
Quién nos diría que en su relato (repare lo de en-seguida, se le ha ido el gazapo monte arriba; increíble en usted) esos flacos simpáticos danzando hubieran dado con todo detalle tal y como hacen, hacían y harán todos los niños del mundo. Los conoce muy bien, además de a usted misma.
No sólo he disfrutado con él, además sigue usted demostrando extraversión a raudales, introvertismo dicharachero y divulgador que me transporta más allá de los años setenta; y eso que usted es mucho más joven.
Qué bonito.
Escucho a Madrugada con un tema fuera de lo común (Majesty) mientras leo y releo tan feliz como lombriz qué cosas ocurrían sobre la arena, en playas de aguas frías o casi. Qué dolor para mí con esos malos tragos de agua salada pues nunca supe nadar ──sólo sabía bucear── hasta que me dijeron que eso mismo se podía hacer en superficie. Mientras tenía que seguir a mis compañeros más allá de las zonas de calado por dentro del agua y con mayor esfuerzo. Nunca me ahogué pero cuando entendí que nadar era otra cosa, algo que ningún pez sabe, gané unas cuantas competiciones. Siempre me vieron raro y no entendían el porqué. Porque por la superficie sentía mucho frío especialmente en las manos y dentro no, era la misma temperatura. Cuando llegábamos a las barcas ancladas y me agarraba a ellas para subir me quedaba mucho tiempo allí tomando el sol hasta que el calor me recuperaba tanto como para lanzarme al agua nuevamente y buceando alcanzar la orilla. Otra vez tiritando...
Qué mal trago debió pasar cuando dejó la colchoneta; me lo imagino y empatizo contigo. Pero su decisión valiente la llevó dónde...ha querido en la vida.
Me aterra (y la tierra también) el agua salada en cierta manera y eso que hice unas cuantas mareas, pescando, como marinero.
El niño pez. Me gusta su expresión.
Saludos
AA WendyCarlos
(Cuándo pueda borre mi comentario)
Acabo de leer a María Pilar (Retazos de vida) y ahora tú. Qué angustia, hija mía. Un poco de compasión para un hombre de secano.
Muy bien contado.
La angustia primera de una niña en una isla de goma. Un primer pánico ante el vacío y la soledad. Sentirse inerme ante el mar sin medidas y ante un suelo vacío de fondo, sin apoyos.
Los demás en la playa ajenos a su angustia.
Me ha gustado.
Saludos.
Me encanta cómo juegas con el lenguaje y las cabriolas tan bonitas que sabes hacer con él.
Ha sido una lectura muy visual y muy poética, en la que me ha parecido estar disfrutando de un corto cinematográfico lleno de brillos de sol, de chapoteos y de primeros planos de la niña aterrada.
¿Puedo presentarte como candidata a los Oscar como Mejor Guión para Corto?
PD. ¿Te he dicho que siempre me mareo en una colchoneta?
"Envalentonada por el miedo": esa especie de antítesis resume muy bien un carácter, una actitud ante la vida. Desde niños, a unos los agarrota el miedo y a otros los impulsa. Y esa pulsión, en contra o favor, será uno de los rasgos esenciales en el futuro de cada uno. Tal vez tengan parte de razón los deterministas, o no; pero lo que está claro es que esa actitud ante el miedo será con el paso del tiempo la que explicará muchos de nuestros comportamientos futuros. Ese es para mí el punto central de este hermoso relato, aunque por supuesto hay otros ángulos desde el que interpretarlo. Como sucede con todos los buenos relatos, por otra parte.
Fantástico. El relato y la forma de contarlo.
Esa manera de entrar en el agua. Esa despreocupación de los adultos. Ese pasar del disfrute al susto. ese tener que ser valiente antes que claudicar. Ese enfado con el niño pez que se preocupa principalmente por la isla de goma.
Ese sobrevivir a la infancia.
No se si lo he dicho antes : El relato y la forma de contarlo. Fantástico.
He podido VER cada retazo del texto; y, mientras te leía, no he hecho otra cosa que rememorar un episodio de mi pubertad relacionado con un colchón neumático. Tendría yo unos 13 años y tres fabulosas colchonetas de playa que eran, a la vez, el deseo y la envidia de los bañistas de "La Resi" (así llamábamos a la Residencia Militar). Mi mayor anhelo en aquellos días era "colarme" en el grupito de los mayores, y ellos, faltaba más, lo sabían. Así que un día, el valiente de Luis Centeno me dijo: "Te dejo que vengas con nosotros si nos prestas tus colchonetas". Ay, amiga, todos tenemos un precio, ellos y yo: la isla de goma.
Mi enhorabuena por un texto tan pictórico, por las imágenes empleadas y por los términos tan poéticos.
Me ha hecho sonreír tu relato, iba viendo todo aquellos que nos decías como si fuera una película tal y como te han dicho otros compañeros, lo has descrito tan bien. Por ejemplo, esa manera de entrar en el agua de algunos también me ha parecido que podríamos trasladarlo a la manera en que algunos pasan por la vida, discretamente o con mucho alboroto.
Esas risas, esa isleta de goma que adentra en la profundidad e inmensidad del mar, esos miedos a lo desconocido y esa actitud de la protagonista, firme aún en sus miedos. Niños, playa, infancia, verano.
Muy bonito.
Un beso
Muchas gracias, WendyCarlos, me alegra mucho que le haya gustado.
Yo también creo que de pequeños somos fundamentalmente incomprendidos. Creo que tenemos sentimientos y emociones tan intensos complejos como los de los adultos –si no más-, pero precisamente por esa incapacidad para formularlos que dice usted, parece que no los tenemos o que son de menor importancia.
Y vamos ganando experiencia así, a lo bruto.
Los motivos por los que fui a la playa con mis tíos y mis primos son tan simples como que ellos venían de fuera, de vacaciones, y si mis padres no estaban libres, iba con ellos a playear. Pocas veces, por cierto.
Reparo en lo de “en seguida”, pero no me regañe que no hay gazapo ahí: “en seguida” y “enseguida” son igualmente correctas.
Me ha gustado a mí lo que cuenta usted sobre sobre sus experiencias natatorias. Muy curioso y muy bonito. Ahí también hay un relato.
Y por cierto, no conocía el grupo que nombra, pero ya he escuchado la canción y también me ha parecido muy bonita. Escucharé más.
Gracias por todo lo que dice.
Un saludo.
PD: como estoy bastante ocupada, no podré borrar su comentario hasta dentro de cincuenta años. Por la tarde.
Jaja, siento el mal rato, Macondo.
Gracias.
Así es, Soros, posiblemente fue la primera vez que tuve una auténtica sensación de indefensión, y de soledad.
Encantada de que te haya gustado.
Saludos.
Muchas gracias, JuanRa.
A mí me encanta que te hayan gustado las formas del lenguaje y las impresiones que te han transmitido.
PD: las colchonetas las carga el diablo. Mejor ni acercarse a ellas.
Rick, me alegro mucho de que te haya gustado el relato, y me parece muy interesante que te hayas fijado en esa antítesis y lo que dices al respecto.
Yo nunca me he tenido por valiente, más bien al contrario, pero quizá es verdad aquello de que el valor no es la ausencia de miedo, sino hacer lo que hay que hacer a pesar del miedo.
Muchas gracias por tus reflexiones, literarias y humanas.
Muchas gracias, Guille.
Veo que has captado toda una gama de emociones y actitudes que al parecer están en el relato. Gracias por una lectura tan atenta.
“Sobrevivir a la infancia”, nada menos.
Thanks again!
Muchas gracias, Sara, por tu generosa valoración.
Qué pasión sienten algunos por las colchonetas playeras, ¿eh? :D
Muchas gracias, Conxita, me alegra mucho que el relato “se vea” tan bien como decís.
No sé si la manera de entrar en el agua puede ser una metáfora de la manera de ir por la vida, como señalas, pero me parece una idea interesante, y seguramente en muchos casos sí se puede aplicar.
Gracias.
Un beso.
Qué sensación de angustia. Cuando ya ha pasado, sonríes de medio lado, y puede que hasta lo cuentes como un chascarrillo entre los colegas, pero, ¡Ay, Señor! Qué mal trago. No has podido plasmar mejor las sensaciones ;D. Abrazos.
Cosas de niños, que juegan, nadan...y sólo si se ahogan se presta atención al drama. ¿Para qué prevenir?
Muy bien contanda la angustiosa aventura.
Un saludo!
Nada más lejos de regañar a alguien, y menos a usted, que en este caso el reparado soy yo al serlo por algo que siempre había escrito tal cuál. Me alegro por ello pues ya se me hacía raro que hubiere cometido gazapo alguno, qué a veces al teclear ocurren. Pero salí de dudas con sus palabras y me quedé con eso.
Decía Bacon que leer hace al hombre completo, conversar lo hace ágil y escribir lo hace preciso.
Preciso eso, gracias
Saludos
WaaC
Gracias, Marisa, me alegra que hayas percibido al angustia. Bueno, ya me entiendes: me alegra literariamente :D
Abrazos!
Así es, Metalsaurio, porque si uno de los adultos hubiese estado atento a los niños, yo me habría ahorrado esta “angustiosa aventura”.
Gracias!
Lo de regañar, WendyCarlos, lo decía en sentido figurado. Yo sé que usted no regaña, y además su apreciación me pareció oportuna. Porque la expresión se presta a duda y porque yo estoy tan expuesta a equivocarme como cualquiera. Que sea un poco repipi no significa que sea infalible :D
Gracias de nuevo.
Saludos.
Como dicen los lectores por ahí arriba, el relato es muy visual. Sí, es como un corto. Y ahora que veo que a ti también te ha pasado, me imagino que nos ha resultado tan visual porque a todos nos ha ocurrido alguna vez.
El principio me ha encantado, cuando el tío ha plantado la sombrilla y ha tomado el territorio como dueño y señor, aunque la mayoría no nos demos cuenta, eso es lo que hacemos, conquistar ese trozo de playa para nosotros.
No sé si ahora los mayores estarán más atentos a los niños, pero el mar es muy peligroso y buen ejemplo de ello es este episodio y otros tantos que hemos sufrido porque en nuestra ilusión infantil no veíamos el peligro hasta que nos lo topábamos de cara, con esa cara pálida y horrible que nos mira fijamente con intención de vencernos.
He dicho que el principio me ha gustado mucho, pero conforme he ido avanzando en la lectura y he visto que no era un simple juego de playa, si no que la niña se quedaba sola en la colchoneta sin hacer pie me ha dado mucho miedo. ¡Qué angustia! ¡Y pensar que los mayores estaban en su pequeño coto privado sin mirar cuánto se alejaban los niños!
Una vez casi me ahogo, no he tragado más agua en toda mi vida y eso que estaba cerca de la orilla, salí casi sin poder respirar, haciendo unos ruidos de asfixia imponentes. El episodio también tuvo que ver con una "isla de goma" y cuando se lo conté a los mayores no me creyeron. Por eso me ha dado tanta angustia ver a la pequeña en mitad del mar solita en su colchoneta.
P.D. Al leer algunos comentarios de los compañeros, me han entrado unas ganas irrefrenables de llamarla de usted.
Uau, me parece a mí que esto lo has vivido de verdad en tu infancia, Ángeles. ¡Qué angustia! Yo nunca he tenido un susto así en el agua, aunque una vez en un río se me escapço una piragua y tuve nadar durante 45 minutos para lograr alcanzarla. Y eso que todo el rato parecía estar a un par de metros de mí, la maldita.
Gracias por la empatía, MJ :D
Yo creo que siempre ha habido adultos despreocupados, por no decir irresponsables, que dejan a los niños a su aire, sin vigilancia, y luego vienen los lamentos.
De todas formas, este caso que cuento no es una reivindicación de nada ni una queja por nada; es simplemente el motivo que me daba pie a crear un relato con cierta atmósfera y, como otras veces, a jugar con las posibilidades del lenguaje.
PD: Venga, vamos a probar a hablarnos de usted :D
Sí, Holden, todo lo que cuento me ocurrió verdaderamente, esta vez no he intentado disimular :D
¡45 minutos nadando! Tú no tenías brazos de niño flaco, eso seguro.
recorriendo blogs cosa que me encanta
estas frente a mi
me gustan las letras que veo
me quedo por aqui
Gracias, Recomenzar, eres muy amable.
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