El señor Talbot era un hombre de hábitos muy arraigados.
Después de pasar dos o tres días en su casa, cualquiera sería capaz de predecir
sus acciones según la hora que fuese.
Por las mañanas, después de desayunar, despachaba con
su secretario los asuntos del día, y a continuación salía un rato al jardín.
Últimamente estaba muy entusiasmado con un manzano que había mandado injertar.
Le parecía muy emocionante poder modificar el árbol para que diese distintas
variedades de manzanas. Pero aparte de este novedoso capricho botánico, su costumbre era leer sentado en uno de
los bancos, pasear por los senderitos,
contemplar las pérgolas y el estanque, y solazarse con el trinar de los pájaros
que habían establecido su residencia en tan placentero vergel.
Volvía a entrar
en la casa a la hora de almorzar, y después de la comida se sentaba ante la
chimenea de su estudio, con una pipa y una copa de licor. Mientras fumaba y bebía se dedicaba a
contemplar con deleite su maravillosa colección de cuadros, o a estudiar los
catálogos de las subastas del mes en curso, o a leer otro rato, y así hacía
tiempo hasta la hora en que llegaban sus amigos para su habitual tertulia
vespertina.
Efectivamente, Talbot era por completo predecible, y
le gustaba que las cosas sucedieran tal y como él las tenía previstas.
Detestaba lo inesperado, lo que rompiese la rutina, lo
que lo obligase a improvisar. Por eso aquel día del que vamos a dar cuenta a
continuación, Talbot lo pasó nervioso y alterado como los pececillos de su
estanque cuando se acercaba el gato.
Resultó que después de comer fue al estudio, se
preparó la copa de licor y la pipa y, antes de sentarse en su sillón,
delante de la chimenea, fue a coger el libro que por la mañana había llevado
consigo al jardín. Se dirigió sin pensarlo al aparador, el que estaba debajo de
aquel magnífico y sorprendente cuadro de Spiers. Allí, encima del aparador, era
donde dejaba siempre el libro que tenía entre manos en cada momento. Sin
embargo, en esta ocasión, el libro no estaba allí.
Un poco desconcertado miró a
su alrededor por ver si, inexplicablemente, lo había dejado en la mesa, encima
de alguna silla, en la repisa de la chimenea. Aunque eso no hubiera sido propio
de él, estaba dentro de lo posible. Pero no, el libro no estaba en el estudio.
Pensó entonces que quizá lo llevó hasta el comedor cuando entró del jardín para
almorzar. O, tal vez, supuso con temor, se había quedado en el jardín. Talbot se
estremeció ante la posibilidad de haber dejado a la intemperie, encima del
banco, debajo del manzano, su ejemplar de Las metamorfosis de Ovidio. Su
precioso ejemplar de tapas azules, letras doradas y filigrana floral. Su
valiosa edición de 1775, impresa en Londres por Paddington-Collier.
Presa de un nerviosismo impropio de un hombre de mundo
como él, se sintió incapaz de correr al jardín para rescatar el libro lo antes
posible, si es que en verdad estaba allí. Porque la posibilidad de encontrar el libro marcado
por el impacto de una manzana, por muy newtoniana que pudiera resultar la
imagen, lo llenaba de terror. E imaginar la delicada encuadernación manchada
con los innobles desechos de algún pájaro, lo paralizaba de espanto.
Pudo sin embargo reaccionar lo suficiente como para
tirar del cordón que hacía sonar una campanilla en la cocina, y al poco
apareció Casilda, la asustadiza y tarda doncella que, aunque hacendosa y limpia
como nadie, no era precisamente una persona adecuada para la resolución de
problemas de ingenio.
–Casilda, dígame –empezó Talbot con fingida paciencia–,
¿ha visto usted por casualidad un libro de tapas azules en el comedor?
–No, señor, yo no
he visto ningún libro.
–¿Está segura, Casilda? Es posible que yo lo haya
dejado olvidado encima de la mesa durante el almuerzo.
–Si hay un libro en la mesa, yo me doy cuenta, señor.
Porque en la mesa no se ponen libros.
–Claro, claro, Casilda, así debe ser. Pero, ya le
digo, es posible que yo, no usted ni nadie del servicio, yo, me lo haya dejado
allí olvidado.
–¿Y dice usted que es un libro azul?
–Eso es, un libro azul y con letras doradas.
Talbot respiró hondo, como hacía siempre que hablaba
con Casilda, y aceptando que la despistada muchacha no se equivocara, le dijo:
–Bien, Casilda, muchas gracias, y hágame el favor de
decirle al jardinero que venga.
–¿A Pedro, señor?
–Sí, a Pedro, el jardinero. Gracias.
Después de hablar con el jardinero, que había estado
revisando los injertos del manzano hasta ese momento y no había visto tampoco ningún libro,
Talbot se sintió aliviado, pero mucho más perplejo que antes por la misteriosa
desaparición.
20 comentarios:
Me he tenído que leer ambos para ponerme al día :P Un misterio, lo del libro XD Aunque me habría hecho mucha gracia que se encontrase entre las raices del manzano, ojo. Y muy grande también la limpieza y orden del cuadro XD ¿Cómo se te ocurren estas cosas tan chulas? ^^
Espera, Holden, ya veremos qué pasa en la segunda parte.
Y la respuesta a tu amable pregunta es: No sé :D
Gracias!
Ahora nos dejas con la intriga del libro... Esperando estoy ya la resolución del misterio, porque un hombre tan meticuloso y de costumbres no puede haberse olvidado el libro por ahí... ¿tendrá patitas el libro?
Es divertido romperle la rutina a quienes repiten el mismo día durante 60 años y dicen que han vivido.
Aunque algunas de las rutinas del Sr, Talbot me gustan.
Y cambiar de libro modifica ligeramente una jornada de otra.
Dado que es una historia en capítulos ten piedad de tus fieles seguidores y no nos tengas en ascuas mucho tiempo (y ya se que "mucho tiempo" es un concepto que dedicado al hecho de actualizar no significa lo mismo para ti y para mi).
Tengo una planta que me dejó el anterior inquilino de mi casa que me ha sobrevivido 15 años a pesar de mis ausencias por mis múltiples viajes. Está mas alta que yo (yo=1,90) y promete nuevas hojas. Entiendo que se preocupe del manzano...pero resisten a nuestro pesar.
¿Sabes a quién me recuerda el señor Talbot? Pues a Lord Henry, el increíble amigo de Dorian Gray, porque, aunque él no era para nada previsible, sí era, en cambio, "un hombre de mundo", como Talbot, y, como Talbot, gustaba de rodearse de cosas bellas e intelectualmente estimulantes. La atmósfera que has logrado en este cuento se parece mucho a las que Wilde crea en El retrato de Dorian Gray.
Espero (yo también) que pronto nos regales la segunda entrega; no quisiera estar mucho tiempo mordiéndome las uñas...
Besitos.
Gracias, MJ, no tendremos que esperar mucho; en cuanto el señor Talbot termine unas cosillas que tiene entre manos, sabremos el final de la historia.
No, jeje, el libro no tiene patitas. Si fuera así, sería uno de los maravillosos libros del señor Lessmore :)
Así es, Guille, algo tan sencillo como cambiar de libro cambia la rutina, hasta el punto de convertir un día cualquiera en un día especial. Cada vive a su manera y es feliz a su manera. Y lo que importa no es la manera en sí, sino que sea la elegida por cada uno.
En cuanto a las plantas, también tienes razón: resisten a pesar de nosotros. Muchas veces incluso resisten gracias a que no les hacemos mucho caso.
Y ya verás como esta vez “no mucho tiempo” va a significar lo mismo para ti que para mí :)
Gracias!
Sara, tu generosa comparación con Mr. Wilde me abruma y me sonroja, sobre todo teniendo en cuenta que este cuentecillo no pretende ser más que un pequeño divertimento (para mí y espero que para vosotros también).
Pero, por supuesto, te lo agradezco muchísimo.
Besitos.
Imagino la desazón de ese hombre metódico al que se le empiezan a descolocar las cosas...¿un libro con patas? ¿olvidos de memoria? ¿alguien le juega malas pasadas?
Interesante relato Ángeles, deseando que continúes.
Saluditos
Antes de nada: me ha encantado el caso del cuadro que la buena de Casilda entró a limpiar. Eso es diligencia, y lo demás son cuentos.
Lo malo es que ahora ya me quedo con la mosca detrás de la oreja: ¿será esta desaparición otro nuevo acto diligente de la simpar Casilda? Pues que tenga cuidado, que a su señor puede darle un patatús con lo serio y circunspecto que es...
Ah, y muy británico todo. Tan decadente como encantador.
El jardinero no se piensa chivar de cómo sigue la historia . Entre otras cosas, porque él mismo ignora cuál será su destino en esta intriga….
Eso no se hace. Dejarnos así, mordiéndonos las uñas, hasta que llegue la continuación.
Muy interesante, estare atento a la segunda parte.
Saludos
¡Vaya! nos encontramos aquí con una nueva saga literaria: Los misterios en la Casa Talbot, (no los de la firma automovilística, claro). Como este cuento tenga la calidad y la sorpresa del otro, va a resultar un fenómeno literario.
Me encanta la vida del señor Talbot...yo también quiero llevar una así.
PEro ¿sabes una cosa? he penetrado en su personalidad y he descubierto mucho de su autora, de ti misma: ordenado, le gusta la plácida rutina, le entusiasman la pintura y los libros antiguos y hermosos...¡también la jardinería! MEnos mal que tú no tienes sirvientas así de despistadas.
carlos
Gracias, Conxita. Sí, el bueno del señor Talbot está desconcertado, pero no tiene problemas de memoria, no :)
Espero que te guste la segunda parte.
Muchas gracias, Paseante, por lo que respecta a los dos cuentos.
Me encantan los adjetivos “británico”, “decadente” y “encantador”, y los tres juntos aquí me suenan de maravilla.
Ojalá te guste la resolución.
Hola, jardinero. Ya mismo veremos cómo sigue la cosa.
Gracias!
Macondo, la verdad es que me encanta que os mordais las uñas. Pero sólo en sentido figurado, ¿eh?
Gracias por el interés.
Gracias, Chaly Vera, y bienvenido.
Espero que te guste la segunda parte.
Muchas gracias, Carlos :)
Es verdad, Talbot y yo coincidimos en gustos, pero te aseguro que la coincidencia no ha sido intencionada; de hecho, no lo había pensado hasta que lo has dicho tú. Aunque a mí sí me gustaría que un misterio misterioso de este tipo me rompiese la rutina temporalmente.
Y la verdad es que algo de Casilda también tengo: me encantaría entrar en el cuadro de Spiers y ponerme a limpiar y ordenar; y sobre todo a curiosear, claro.
A ver si te gusta el desenlace.
Hay una explicación que sería realmente un remake de aventuras anteriores de Mr. Talbot: Casilda, como persona ordenada, devolvió el libro al cuadro de Spiers, que era donde siempre había estado, y de donde lo sacó accidentalmente al hacer limpieza. Talbot creyó que era uno más de sus libros, pues ser metódico no se contradice con ser despistado.
Pero me gusta más mi explicación, más realista: En la zona donde había quedado el libro, sobre el aparador, se ha producido una fluctuación cuántica que ha transportado el libro en el tiempo hasta el presente. Está ahí, camuflado entre tus libros, esperando a que te des cuenta. Ve a comprobarlo.
Saludos.
*entangled*, tu primera explicación, la del "remake" me gusta mucho y está muy bien argumentada.
Pero la segunda, la "realista", me guta más aún me encanta, sobre todo por eso, por realista, pero también por ingeniosa.
Voy a mirar entre mis libros y ya te diré ;)
Un saludo, y gracias.
Bien. Me alegra que hayas comenzado un relato. Procuraré seguirlo. Tu forma de escribir me recuerda alguno de los libros que traduces. Y eso no creo que sea malo.
Saludos.
Gracias, Soros.
Lo que dices puede ser, para un traductor, algo bueno o algo menos bueno. Tener un estilo parecido al de quienes saben es bueno; impregnar del estilo propio una traducción no es bueno.
En mi caso quizá lo que ocurre es que algunos de los libros que traduzco coinciden con mis gustos personales, con algunos de los tipos de literatura que me gusta leer y que juego a escribir.
En cambio, el que tengo entre manos ahora, y el anterior, son totalmente diferentes de mi “estilo” y totalmente diferentes entre sí.
Saludos
Me ha llamado especialmente la atención lo bello y pulcro que aparece el texto, describiendo la vida preciosista del acomodado señor Talbot (casi escribo señor Holden, ¿en qué estaré pensando?)
Yo sospecho de ese manzano de los injertos, fíjate. Ni idea de cómo va a concluir, pero que el manzano tiene algo que ver me parece incontestapple.
Esperando el desenlace de la historia, quedo de Ud su atento y seguro servidor.
Ya es miércoles y el señor Talbot sigue sin resolver el problema.
¿te gusta torturar a tus lectores?
que sepas que es lo único que no incluyo en mis relaciones, el dolor.
Descúbrenos de una vez el misterio del libro azul.
He intentado contactar con Casilda pero na había manera, creo que anda dando de comer a una estatua de Giacometti.
Gracias, JuanRa.
A lo mejor la pulcritud que aprecias en el texto se debe a la mano de Casilda, que ya sabes que se afana en dejarlo todo limpito y bien colocado; y además tiene el don de pasar de una esfera de la realidad a otra como si nada.
Muy pronto sabremos si tu sospecha tiene algo que ver con todo este asunto o no. De momento, eso de incontestapple me parece un hallazgo insuperapple ;)
Noo, Guille, a mí tampoco me gusta el dolor de ninguna clase, y ni se me ocurriría hacer sufrir lo más mínimo a mis queridísimos lectores.
Pero ten en cuenta que un misterio de este calibre no se resuelve de la noche a la mañana, que Talbot está en una subasta y que Casilda, como ya sabes y has expresado con tanta gracia, está muy atareada con sus labores :D
Aun así, me complace adelantarte que a ser posible mañana, pasado como muy tarde, quedará desvelado el asunto.
Muchas gracias por tu interés.
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