¿Se imaginan ustedes que existiera un libro escrito en un
idioma que nadie entendiera? ¿Y que estuviera además lleno de dibujos y gráficos que nadie supiese
interpretar?
¿No sería intrigante un libro así, de factura medieval, de
cuidada caligrafía y vivo colorido, que hubiera llegado hasta nosotros sin
título, sin fecha y sin nombre de autor?
Pues lo cierto es que tal libro
existe, y que no son estos los únicos hechos
interesantes relacionados con él.

El joven se llamaba Wilfrid
Voynich.
Ahora nos vamos a Italia. Allí,
en la ciudad de Frascati, había un antiguo edificio llamado Villa Mondragone, que pertenecía a la Biblioteca del Vaticano y que los religiosos jesuitas habían convertido en escuela privada. A principios del siglo XX, necesitados de dinero, los religiosos decidieron vender parte de los fondos de su biblioteca. Ante tal reclamo para bibliófilos no es de extrañar que Voynich viajara hasta allí y acabara comprando una buena cantidad de manuscritos.
Entre ellos estaba el libro
indescifrable, que desde poco después sería conocido como Manuscrito
Voynich.
Esto ocurrió en 1912 y desde
entonces hasta hoy el manuscrito Voynich ha seguido siendo un verdadero misterio sin
resolver.
Muchos expertos, incluido el
propio Voynich, trataron de descifrar el contenido de sus páginas, y tan
imposible resultaba que algunos decidieron que el libro era una falsificación,
que el idioma en el que estaba escrito era una lengua inventada y que en
realidad no había nada que descifrar porque no significaba nada.

Sin embargo, investigaciones
posteriores permitieron datar con certeza el manuscrito en el siglo XV. Y también se averiguó que el lenguaje en el que está escrito tiene rasgos en común
con las lenguas naturales. Es decir, no era un lenguaje inventado, sino un
idioma real codificado.
Esto llevó a pensar que el libro
pudiese ser un tratado de alquimia, pues los alquimistas, considerados herejes,
publicaban sus estudios e investigaciones en textos cifrados. Pero teorías
sobre el contenido y el idioma del libro hay otras muchas, como la que afirma
que se trata de una obra de juventud de Leonardo da Vinci; la que propone que se trata de un
manual de higiene escrito en alemán medieval y en espejo, es decir, con la
caligrafía invertida; la que asegura que es un texto escrito en un idioma
secreto y que Jesús entregó a Judas; o mi favorita, según la cual el manuscrito
Voynich es un libro llegado del futuro, escrito en hebreo cifrado y que trata
sobre tecnología alienígena.
A pesar de todos los intentos, serios o disparatados, por descifrar el enigma, Voynich murió en 1930 sin saber cuál era el mensaje de su libro.
El siguiente propietario del
manuscrito fue un coleccionista americano, Hans Peter Kraus, que lo compró a
los herederos de Voynich en 1961, y que en 1969 lo donó a la Biblioteca
Beinecke de la Universidad de Yale, donde se conserva en la actualidad.
Y de actualidad vuelve a estar el manuscrito Voynich en
2014.
El pasado mes de febrero se anunció que Stephen Bax, lingüista
de la universidad de Bedfordshire y experto en manuscritos medievales, ha conseguido penetrar en el misterio del
libro y dar con la clave para desentrañarlo, utilizando minuciosas técnicas de análisis
lingüístico.
Así ha logrado decodificar nueve palabras,
correspondientes a nombres de estrellas y plantas como
tauro, centaurea, algodón o eléboro.
Según el catedrático, estas palabras, que pueden ser el
punto de partida para descifrar el texto completo, llevan a pensar que el
manuscrito Voynich es probablemente un tratado sobre la naturaleza y que está
escrito en alguna lengua oriental.
Qué emocionante tiene que ser descubrir el misterio de un
libro cuyas páginas han permanecido en silencio durante 600 años.
Qué emocionante debió de ser para Wilfrid Voynich intuir
la importancia del manuscrito que le había comprado a los frailes italianos.
Y qué emocionante es imaginar a alguien, perdido en el
tiempo, escribiendo esas páginas, llenándolas con palabras secretas y
dibujando, a la pobre luz de una vela, enigmáticas figuras. Alguien queriendo
dejar testimonio de sus ideas; queriendo preservar, con enorme esfuerzo
y dedicación, lo que sabía de su mundo que es también el nuestro.