domingo, 5 de mayo de 2013

El artista infame. Segunda parte

(viene de aquí)
Necesitamos un  nombre para  nuestro  sospechoso y desacreditado artista, pero lo cierto es que no tenemos que inventarlo.
No,  porque como ya habrán supuesto ustedes,  este personaje existió realmente.
Se llamaba Thomas Griffiths Wainewright, nació en Londres en 1794  y aunque fue en verdad pintor, retratista y escritor,  la posteridad lo conoce como Wainewright el envenenador.

El misterio que rodea a Wainewright es notable, no solo por los delitos que se le atribuyen, sino porque muchos datos de su biografía son desconocidos, contradictorios o confusos, como la fecha de su muerte, que según unas fuentes es 1847,  según otras, 1852.
Lo que sí parece cierto es que las aseguradoras se negaron a pagarle los seguros contratados por su cuñada Helen, al sospechar que había sido asesinada por él.
La justicia no encontró pruebas sólidas de asesinato, aunque sí de fraude, por la enrevesada forma y circunstancia en que se suscribieron los seguros.

Pero Wainewright, tras la muerte de Helen, había huido a Francia -con lo que estaba fuera del alcance de la justicia británica-,  donde permaneció durante varios años.
Mientras tanto, se iban extendiendo los rumores sobre sus crímenes y el descrédito de su persona.

Por cierto, Oscar Wilde,  en su ensayo Pluma, lápiz y veneno: estudio en verde (Pen, Pencil and Poison, a Study in Green, 1889), señala que en Francia Wainewright cometió otro asesinato, envenenando a un amigo al  que también habría convencido  para que se hiciera un seguro de vida…

Mientras se encontraba en Francia,  el Banco de Inglaterra descubrió aquel primer fraude cometido por Wainewright años atrás, cuando falsificó firmas y documentos legales para cobrar la herencia de su padre.
Se ordenó por ello su detención, aunque mientras permaneciera fuera del país estaría a salvo...
Sin embargo, sorprendentemente y con temeraria osadía, Wainewright volvió a Londres, y aunque vivía oculto y sin salir de la vivienda que ocupaba, se cuenta que fue casualmente descubierto por un policía que lo vio una noche asomado a la ventana.

Fue entonces detenido por el fraude al Banco de Inglaterra  y encarcelado en espera del juicio.

Como hecho curioso, cabe referir aquí que un día un escritor que visitaba la prisión vio a Wainewright y lo reconoció, e inspirado por su figura escribió un lúgubre relato, cargado de emoción y tristeza.
Este relato es Atrapado (Hunted Down, 1859) y su autor,  Charles Dickens.

Por fin Wainewright fue juzgado y declarado culpable. Y como entonces la falsificación de documentos legales era delito capital, la sentencia fue severa: deportación a Hobart Town, Tasmania, de por vida.

Hobart Town, Tasmania
Durante su exilio Thomas G. Wainewright, el hombre de letras, el elegante artista, hubo de realizar trabajos forzados  y sufrió las duras condiciones de vida de los convictos. Fue así debilitándose y enfermando, aunque encontró en la pintura alivio y consuelo para su penosa situación.
Realizó numerosos retratos, incluyendo el suyo propio, revelando nuevamente aquel espíritu artístico y aquel talento que en su juventud  le valió el reconocimiento de los grandes.
Wainewright, tal vez  asesino, sin duda estafador, murió en el hospital de prisioneros de Tasmania al cabo de unos ocho años  y cuando se le acababa de conceder la libertad condicional que había anhelado.
Como ya se ha dicho, nunca se demostró de manera fehaciente que cometiera los asesinatos que se le atribuyen, por lo que hoy día algunos consideran injusta e injustificada su funesta reputación de “asesino en serie”, de envenenador despiadado.

Sin embargo, parece que sus contemporáneos, incluidos los que lo habían admirado,  no tenían dudas. Su reputación quedó destruida desde el principio y sus méritos artísticos fueron desdeñados y puestos en duda.

Sus obras y sus preciadas posesiones se vendieron, se dispersaron, se destruyeron... Casi todos sus escritos, sus documentos, su correspondencia e incluso el diario que al parecer escribía, y al que se refiere Oscar Wilde en su ensayo, se perdieron.

Me pregunto cuánto habrá de cierto y cuánto de leyenda en la información que de Wainewright tenemos, pero sin duda esta información está llena de vacíos (valga la expresión), de suposiciones, de datos confusos.

Quién sabe qué secretos contendrían esos documentos suyos perdidos para siempre; qué verdades revelarían y cuántas dudas resolverían.
Quién sabe qué nos dirían de esta genuina figura romántica en la que se mezclan la luz y la tiniebla,  la criatura sensible y el  monstruo, y que a mí más me parece un personaje de ficción gótica que un hombre real.
Quizá por eso me inspira más compasión que rechazo.
Autorretrato con la inscripción
"Cabeza de convicto, con rasgos de maldad y venganza.”

12 comentarios:

Sara dijo...

Fascinante relato. Lo que me ha puesto a cavilar es que sus obras, antaño admiradas, fueran desdeñadas y puestas en duda. En primer lugar, un artista no es un Papa ni un Rey ni un servidor público y, por lo tanto, no ha de exigírsele más ética que a un ciudadano cualquiera; es decir, no tiene por qué ser ejemplar. En segundo lugar, parece que se lo acusa a través de indicios y nunca de pruebas. Y por último, aunque realmente hubiera sido un desalmado, su obra hubiera debido seguir intacta ante los ojos de una sociedad que "mezcla el tocino con la velocidad".

Un abrazo

loquemeahorro dijo...

¡Menuda historia! Ahora me quedo con la terrible duda de su realmente fue un asesino o no.

En todo caso, me parece que ese amigo que se hizo el seguro de vida a su nombre era realmente un temerario.

Manuela Mangas Enrique dijo...

Qué interesante, Ángeles. Te felicito por lo bien que nos lo cuentas.

Abrazos.

Juan M de los Santos dijo...

Resolución magistral del relato, revelando interesante (y completa) información. Nos dejas con la duda, como siempre ocurre ante tan controvertidos personajes. Todos debemos estar agradecidos de que compartas con nosotros tu saber y erudición. Hasta el propio Wainewright deberá estarlo, pues has colaborado a hacerlo un poco más famoso.

Ángeles dijo...

Ya ves, Sara, por eso se dice que es muy fácil ensuciar el nombre de una persona y casi imposible limpiarlo después.
El juicio popular puede ser mucho más duro que el de los jueces; y las sentencias mucho más duraderas.
Y en cuanto a sus obras, quizás es que igual que tendemos a pensar que un gran artista no puede ser mala persona, pensamos que una mala persona no puede tener ningún mérito artístico.

Gracias.


Claro, , loque, la duda que nos queda es terrible.
En cuanto al amigo francés, como entonces no había telediarios, pues los rumores y las sospechas no habían llegado a Francia. Pero de todas formas, Wainewright debía de tener un poder de persuasión tremendo, ¿no te parece?


Muchas gracias, Manuela, eres muy amable y me alegro mucho de que te haya gustado.

Abrazos.


Muchas gracias, Juann.
La agradecida soy yo, porque recibo mucho a cambio de lo poquillo que comparto.

MJ dijo...

¡Qué buen relato, Ángeles! No solo el personaje está entre el romanticismo y la novela negra, es que tu relato también. Muy bien. Nos dejas intrigados.

Me da pena pensar en cuántos documentos se habrán perdido que nos impiden conocer a grandes artistas, grandes personas o detalles de acontecimientos a lo largo de los siglos.

Y es muy cierto, como dice Sara, que una obra de arte debe admirarse por si misma y no caer en desgracia porque lo haga su autor... pero la historia está llena de casos así, de obras que hemos perdido por la "poca ejemplaridad" del artista, o porque, simplemente, la siguiente época ha sido totalmente contraria a sus pensamientos políticos, morales o religiosos. No tenemos ya memoria de personajes increíblemente famosos en su tiempo.

Metalsaurio dijo...

Cuando leí la primera parte, me vino a la cebeza Oscar Wilde...inmediatamente lo descarté, jaja!

De este singular artista no sabía nada.

Curioso personaje.

Un saludo.

Ángeles dijo...

Muchas gracias, MJ, me alegro de que te haya resultado interesante. Y gracias por tus reflexiones. Qué poco objetivos somos al juzgar las obras y a las personas, y cuánto influyen otros condicionamientos ajenos a la creación.

Gracias, Metalsaurio. Efectivamente Oscar Wilde no era nuestro personaje, pero mira, algo tenía que ver en el asunto :-)

Saludos.

JuanRa Diablo dijo...

Eyy, que me quedé con un misterio sin resolver.

Y una vez saciada la curiosidad, qué decirte, que me ha resultado apasionante, y que al mirar ese rostro "con rasgos de maldad y venganza" me ha venido a la mente el desquite de Edmond Dantés en El Conde de Montecristo, por ese encarcelamiento injusto.

Imposible, o mejor dicho, muy improbable que sepamos algún día la verdad de todo, pero ahí radica precisamente el atractivo de la historia, el que vaya revestida de misterios y vacíos.

Intuyo que esta biografía la has descubierto gracias a tu amor por Dickens, ¿me equivoco?

Saludos (ya me queda menos para ponerme al día, jeje)

Ángeles dijo...

Es verdad, JuanRa, qué atractivo resulta un buen misterio, un misterio de los de antes, ya sabes ;-)

Y no, no te equivocas en absoluto: a Wainewright lo conocí a través del cuento de Dickens, que es muy peculiar. Me resultó tan interesante el personaje en el que se basó, que no tuve más remedio que indagar un poco.
Y luego, compartirlo con vosotros era la consecuencia lógica, claro.

Saluditos.

Anónimo dijo...

Pues si tenía esa idea de sí mismo para incluír en su autorretrato esa descripción...Y cuando el río suena agua lleva...la verdad, preferiría no habérmelo cruzado.
En aquellos tiempos había seriedad, mujer, falsificabas unos documentos y desterraban a una isla-prisión. Eso tenía sus ventaja, viendo a lo que se ha llegado hoy día. (Sí, ya sé que entonces la Justicia tampoco era igual para todos)
carlos

Ángeles dijo...

A veces, Carlos, una persona puede llegar a creer que lo que dicen y repiten los demás es cierto, aunque sea en contra de uno mismo.
Quizá Wainewright estuviera reconociendo su culpa, quizá solo estuviera resignado: si dicen todos que soy tan malo, se me debe de notar en la cara...