Imaginemos un personaje en cuya vida se mezclen el
arte y el misterio; el ingenio y la sospecha; el lujo y la deshonra.
Un
personaje con una identidad y una biografía tan sugestivas que susciten nuestro interés y asombro.
Imaginémoslo atractivo, elegante, culto; un dandi, quizá
con un cierto toque a lo Lord Byron, y dotado de un notable talento artístico.
Y supongamos que vivió en Londres entre los siglos
XVIII y XIX, es decir, en el apogeo del Romanticismo.

Para
configurar más claramente a este auténtico héroe romántico, añadiremos que tenía una salud algo delicada, un
carácter hipocondríaco y que sirvió como
soldado durante un breve tiempo.
Imaginemos también que este devoto del lujo y la exquisitez
se gana la vida escribiendo artículos y críticas de arte, utilizando diversos
seudónimos a cual más estrambótico; que también escribe ensayos y poesía y que
cuenta con la amistad y la admiración de
personalidades como Charles Lamb, Thomas De Quincey, William Blake…
Supongamos ahora que sus ganancias no son suficientes para permitirle
disfrutar de esa vida que le gusta, mundana, sofisticada y cara, y que para
aumentar sus ingresos decide cometer un
fraude; en concreto, falsificar firmas y documentos legales con el fin de
cobrar la mitad de su herencia paterna antes de lo estipulado en el testamento.
Este
paso será el primero de nuestro hombre hacia el abismo: la estafa da resultado,
por lo que al cabo de un tiempo, cuando el dinero vuelve a escasear, no duda en
repetirla para hacerse con el resto de la herencia.
Y vuelve
a darle resultado, pero con la vida de dispendio que lleva, la herencia se acaba
pronto.
Digamos que entonces recurre a un prestamista. Tiene
el aval de sus obras de arte -las mismas en las que tanto dinero invierte-, y además algún
día será heredero de la mansión de su tío George, así que no tiene problemas para conseguir el
préstamo.
Pero
el tío George es todavía joven y parece tener buena salud… Sin embargo, muere repentinamente y en
dolorosa agonía. Como si lo hubieran envenenado con estricnina.
Nuestro
personaje hereda la mansión y algo de dinero,
pero sobre él ya cae la sombra de la sospecha. Sombra que será cada vez
más oscura, pues a la muerte de su tío sigue la de su suegra, en circunstancias
similares y poco después de haber hecho testamento a favor de su hija Eliza, la esposa
del sospechoso.
Y
puestos a imaginar, imaginemos por fin que su
cuñada, que tiene veinte años y a la que ha convencido para que contrate varios
seguros de vida, sufre poco después una muerte similar a las anteriores.
Tenemos
pues un personaje singular, brillante, enigmático, veleidoso, que despierta
primero la admiración y después la sospecha y el recelo de sus contemporáneos.
Un hombre con una vida que parece diseñada ex profeso para atraer nuestra atención y nuestra
curiosidad.
Ya
solo nos falta darle un nombre…
(Continúa aquí )