-Bien, bien, aquí está mi Edmundo Dantés, demacrado y desesperado. Dígame, capitán, ¿ha conseguido leer mucho más?
-No me haga esto, general, se lo suplico. Fusíleme, o deme latigazos, pero no me desvele la historia.
-Vaya, eso significa que sigue en sus trece. No está dispuesto a darme la información que necesito, ¿eh?
-No señor, no voy a traicionar a los míos.
-¿Por dónde va, capitán? ¿Por qué parte de la historia?
El capitán, temiendo que el general le contase algo que aún no había leído, contestó:
-El joven Alberto ha sido secuestrado por los bandidos.
-Ah, sí, una aventura fascinante. Deme el libro, por favor.
El capitán lo entregó con desgana y miedo.
El general abrió el libro por la página marcada con una cinta negra.
-Vaya, vaya, me parece que me miente usted, capitán. Ese pasaje de los bandidos ha quedado ya muy atrás. Pero me gusta su intento, porque nada hay más aburrido que enfrentarse a un contrincante de inteligencia inferior.
Y esté tranquilo, no voy a contarle el final, de momento. Esto me parece más divertido y fructífero de lo que pensé en principio, porque creo que prolongando la tortura un poco más, acabará usted cediendo a mi demanda y todos saldremos ganando: yo tendré la información y usted podrá seguir leyendo tranquilamente el libro sin que nadie lo importune.
Y tras unos momentos de pausa, añadió el general:
-Colijo que la tortura será más efectiva si tiene usted miedo cada día. Así que cada día le contaré un detallito que le fastidiará la lectura de las siguientes páginas.
Veamos... según la marca del libro, acaba usted de leer que el sirviente del conde había presenciado a escondidas el misterioso caso que tuvo lugar en la casa de Auteuil. Bien, todavía faltan muchas páginas para que se desvele quién era la dama implicada en el asunto.
Veamos... según la marca del libro, acaba usted de leer que el sirviente del conde había presenciado a escondidas el misterioso caso que tuvo lugar en la casa de Auteuil. Bien, todavía faltan muchas páginas para que se desvele quién era la dama implicada en el asunto.
-No, no, piedad... –dijo el capitán con voz temblorosa. Pero el general prosiguió:
-Le voy a robar el placer de descubrirlo por usted mismo en el momento adecuado. Verá, después de este pasaje que acaba usted de leer hay una sorpresa tras otra, y la emoción de la lectura es suprema, pero, en vista de su tozudez, no tengo otra opción...
Y entonces el general, en un acto de perversidad inusitada, pronunció el nombre del personaje clave en el misterio de Auteuil.
-¡No!, exclamó el capitán, que aun con las manos en los oídos pudo escucharlo.
-Ya ve que no amenazo en vano, capitán.
El capitán intentó pasar otra vez la noche leyendo. Pero a medida que pasaba las hojas y la vela se iba consumiendo, se consumía también su esperanza de terminar el libro antes de la mañana. El cansancio de sus sentidos y el agotamiento nervioso le impedían mantener los ojos abiertos.
¿Qué podría hacer? ¿Cómo escapar de la tortura? ¡Oh, desesperación!
¿Qué podría hacer? ¿Cómo escapar de la tortura? ¡Oh, desesperación!
-Buenos días, capitán. Otra noche de lectura, ¿no es así?
-Así es.
-Así es.
-Bien, bien ¿y hasta dónde ha llegado?
-Danglars y Montecristo intercambian información sobre Fernando Mondego.
-Ah, o sea que la intriga es absoluta.
-Desde luego.
-¿Y qué decisión ha tomado, capitán? ¿Qué hay de nuestro acuerdo?
-Acuerdo, ninguno. No voy a traicionar a mi ejército.
-Muy bien -dijo el general, exasperado por la contumacia del capitán-. Pues prepárese para oír ahora mismo el final de la novela y todos los detalles que llevan a él.
Al oír esto, el capitán se llevó las manos a los oídos con frenesí, moviendo la cabeza y caminando de un lado a otro de la celda, mientras exclamaba ‘¡No, no!’.
El carcelero le ató las manos a la espalda.
-Así no tendrá más remedio que escuchar –dijo el general. Y añadió-: Amordácelo también, carcelero, para que no grite.
Y entonces el general empezó a contar todos los detalles de la historia de Edmundo Dantés, el astuto héroe conocido como el Conde de Montecristo. Y reveló los motivos de cada personaje, y las consecuencias de cada acto; y las intrigas, los engaños, las dobles intenciones y las trampas a las que el conde hubo de enfrentarse, con su ingenio y su paciencia como arma más poderosa.
Y llegó al final, a la resolución de todas las tramas y todos los enigmas, para privar así al capitán de una de las mayores satisfacciones que un alma cultivada puede disfrutar: la de comprobar que un hombre, con tan sencillos instrumentos como el papel y la pluma, puede crear un mundo y llenarlo de vida, y hacer que habitemos en él y nos sintamos felizmente atrapados y sin deseos de escapar.
Cuando terminó su relato, el general se puso en pie, ordenó desatar al prisionero y dijo con desdén:
-Aquí seguirá usted encerrado, capitán, con la única compañía de un libro que ya no guarda misterio ni interés para usted.
Y se marchó a batallar.
Hasta ese momento, el capitán había permanecido maniatado y amordazado, sentado en una silla, con la cabeza baja, abatido, la oscura melena cayéndole sobre la cara.
Cuando el carcelero lo desató y lo dejó solo, se levantó, cogió el libro del suelo y se tumbó en el camastro.
Abrió el libro por donde marcaba la cinta negra y empezó a leer. Pero antes, se llevó de nuevo las manos a los oídos, y, con cierta dificultad, se quitó los tapones que la noche anterior había fabricado con la cera de la vela.
18 comentarios:
¡Absolutamente genial! La espera ha merecido la pena, y el final está, de pleno, en consonancia con mis expectativas. Buenísimo el cuento, Ángeles, mi más sincera enhorabuena. ¡Ah! Y muchas gracias por no habernos tenido aguardando el desenlace demasiado tiempo.
Sara.
Quizás, si no hubiera podido evitar oír el desenlace, me hubiera inventado otro.
A veces, para dormirme, me cuento historias y, sorprendentemente, al igual que pasa con los sueños o cuando se escribe una novela, resulta que el desenlace es imprevisto o has de inventártelo. Así que lo de contarse a uno mismo historias que se desconocen no es una broma ni un chiste.
Saludos, Ángeles, y gracias por tu relato.
Sara, muchísimas gracias por tu amabilísimo comentario. Me abrumas, de verdad, y me llega al alma.
Soros, las gracias a ti, por la lectura y por tu interesante reflexión.
«...un hombre, con tan sencillos instrumentos como el papel y la pluma, puede crear un mundo y llenarlo de vida...»
Y luego, ay, viene el cine y despedaza la magia. Ahora cuando oigo mencionar al Conde de Montecristo, se me aparece Gerard Depardieu... En fin...
Pero me parece muy interesante eso de que los «spoilers» (¿Cómo lo traducirías? ¿Los destripacuentos?) pueden ser una forma de tortura: Cuando se estrenó «Psicosis» de Alfred Hitchcock, la campaña de promoción mostraba una foto del director llevándose el índice a los labios, y una frase como «No revele el desenlace» o algo similar.
Con «Vertigo» no hubo tanta suerte: Los distribuidores la subtitularon «De entre los muertos». Si hubieran aplicado la misma estrategia con «Psicosis», hubieran añadido «El psicópata Norman Bates se disfraza de su difunta madre para apuñalar a Janet Leigh en la ducha». Pamatarlos.
Gracias por comentario y tus aportaciones, entangled.
Yo traduzco 'spoiler' como 'aguafiestas', aunque 'destripacuentos' suena más contundente; y si le echas un vistazo a las últimas entradas de este modesto blog, sobre los títulos de las películas, verás que estamos completamente de acuerdo al respecto.
Por cierto, la versión cinematográfica de Montecristo protagonizada por Jim Cavizel me parece mucho mejor y más emocionante que la de Depardieu, que es pesada y desacertada como ella sola.
Qué bueno y qué bien escrito, realmente me ha gustado mucho, y es un homenaje precioso a El Conde de Montecristo.
Yo pensé que al final se lo seguía leyendo, porque hay obras que aunque conozcas su final, puedes releer una y otra vez.
Muchas gracias, loque, eres muy amable. Me encanta que lo veas como un homenaje, porque es eso precisamente.
Y desde luego, es una de esas obras que puedes leer y releer sin que pierda emoción. Pero que te lo estropee un borde a mala idea es una faena, ¿no?
¿Qué ha pasado con el comentario que dejé hace dos días? ¿Lo han borrado? ¿No lo han llegado a publicar? ¿He sido censurada?... No, no creo porque era clasificado para todos los públicos.
Decía que me ha encantado el cuento, que estoy de acuerdo con todo lo que han comentado más arriba y que yo también creía que había escuchado el final, pero aún así, iba a seguir leyéndolo. De todas formas, la idea de los tapones de cera me ha parecido muy bueno.
¡Estupendo!
MJ
MJ, algún general enemigo ha debido interceptar tu mensaje antes de que llegara a nuestros cuarteles.
Menos mal que lo hemos recuperado. Muchas gracias.
Muy bueno!!! Ya estaba alucubrando yo mi propio final para aligerar la pena del pobre hombre, jaja, cuando me sales con lo de los tapones de cera...¡menos mal!
Te sigo...bello diseño, se parece a ti, digo yo.
AD
Gracias, Adela. Me alegra mucho que te guste el cuento y el nuevo diseño.
Bueno, sí, el nuevo diseño y yo nos parecemos en algo: en los pájaros en la cabeza ;-)
¡Muy bueno! Cómo recuerdo cuánto disfruté yo con esa novela. Desde luego habría sido un crimen que alguien me desvelara algo entonces.
Lo mejor es que la astucia del capitán es propia del mismísimo Dantés.
Un saludo
Muchas gracias, JuanRa. Me alegra que compartamos el amor por la historia de Montecristo.
Y que compares a mi modesto capitán con el mismísimo Dantés me abruma. ¡Y me encanta! ¡Gracias!
Pues me alegro de no haber leído la novela ni haber visto ni película ni serie porque este magnífico texto tuyo me han despertado las ganas de volver a aquellas grandes novelas de aventuras del XIX. (Ahora que lo pienso si ayer hablábamos de que los ingleses eran los reyes del terror, parece que los franceses como Dumas, Verne y ¿alguien más? lo eran de la aventura)
Bueno, pues aunque sea tan sádico, no ha dejado de caerme bien el general. Me ha gustado su exquisitez, su educación y su afición a los libros. Ya me habría gustado encontrarme con militares así en la mili.
carlos
Y yo me alegro, Carlos, de que este relatillo te haya dado ganas de volver a los clásicos. Es un "efecto secundario" muy deseable y alentador.
En cuanto al general, la verdad es que a mí también me cae bien; es un borde, pero tan refinado que se le puede perdonar ese defectillo, ¿no te parece? :-)
Gracias.
¡Hola, hola! ¿Qué haces? Hala, que llevamos días sin hablar. A ver si publicas otra entrada.
Bueno, que me he acordado de ti porque esta mañana he leído un artículo en el suplemento El Semanal que aquí sale con el Heraldo de Aragón, que trataba sobre cómo la vida de Alejandro Dumas padre, que fue un general napoleónico, que era mulato y que se comportó toda su vida como un héroe, había inspirado muchas novelas de su hijo. Precisamente estuvo preso en Nápoles y este pasaje de su vida se refleja en El Conde de Montecristo. Asímismo, también explica como la caballerosidad y un duelo triple que protagonizó un día, sirvieron de modelo a Los Tres Mosqueteros.
Todo esto lo sabrás pero no me resistía a escribirte con esta excusa.
¡Saludos!
carlos
Hola, Carlos, ¿cómo va eso?, je,je.
Gracias por lo que me cuentas sobre Dumas. Lo de la inspiración para Los tres mosqueteros no lo sabía, así que gracias de nuevo, es muy interesante.
Si te apetece leer otra cosilla, aquí también salió Monsieur Dumas a relucir:
http://juguetesdelviento.blogspot.com.es/2012/04/sospechas-sospechosas-primera-parte.html
Saludos.
Publicar un comentario