jueves, 25 de mayo de 2023

Las experiencias de leer

En la entrada anterior hablábamos sobre lo que nos aporta emocionalmente la lectura de libros, y, como siempre, ustedes, amables lectores, dejaron comentarios muy sugerentes, con puntos de vista diversos y referidos a muchos aspectos diferentes de la cuestión. 

El caso es que con esas ideas rondando por la cabeza me acordé de un libro que leí hace algún tiempo, La experiencia de leer, de C. S. Lewis,  que me dejó también muchas ideas interesantes sobre las que meditar. Y he pensado que quizá estaría bien compartir con ustedes algunas de esas ideas, por si les resultan de interés.

Por ejemplo, el autor se pregunta, o nos pregunta, de qué sirve interesarse y entusiasmarse por historias que no han sucedido, o por sentimientos que, en muchos casos, no nos gustaría experimentar en la realidad. Qué utilidad tiene imaginar cosas que nunca existirán. En resumidas cuentas, a qué se debe que la lectura de ficción nos interese y nos atraiga tanto. Y la razón, según plantea Lewis, es (como ya sospechábamos nosotros) que con la lectura perseguimos una ampliación de nuestro ser, nada menos; que buscamos ser más de lo que somos, ver el mundo como lo ven otras personas, imaginar lo que imaginan otros y sentir lo que sienten otros.

Es decir, con la lectura buscamos salir de nosotros mismos y entrar en otras mentes, y así convertirnos temporalmente en esas otras personas. Es, por lo tanto, una forma de trascendernos a nosotros mismos.

Claro que esto sólo lo consigue la buena literatura. Sólo la buena literatura nos permite acceder a experiencias distintas de la nuestra. Pero ¿qué es la buena literatura? ¿Qué es un buen libro? Según Lewis, un buen libro es aquel que resiste una buena lectura, o sea, una lectura exigente. Por lo tanto un buen libro es, en cuanto a la escritura, aquél que está libre de defectos de forma: de ideas y frases tópicas, de lugares comunes, de descripciones farragosas, de situaciones inverosímiles,  personajes incoherentes, etc. Y en cuanto al contenido, es bueno el libro que tiene interés para quien busca algo más que emociones superficiales o historias entretenidas.

Respecto a esto, también distingue Lewis dos clases de lectores: aquellos a quienes no les importa que el libro esté mal escrito, que tenga una técnica defectuosa, o cuyo contenido sea trivial, ya que sólo leen para distraerse con aventuras o misterios. Estos lectores no profundizan en los libros porque en realidad la lectura no forma parte importante de sus vidas, sino que es sólo un entretenimiento. La otra clase la forman los que Lewis considera buenos lectores, que son  los que no admiten los defectos antes mencionados. Son lectores que tienen sensibilidad literaria, y a los que les gusta hablar sobre libros y reflexionar sobre lo que leen, y que buscan con la lectura enriquecer su mundo mental.

Esas son las dos clases de lectores que distingue el autor, pero yo creo que hay una tercera, que tiene parte de ambas. Son aquellos lectores que tienen sensibilidad, que le exigen a un libro algo más que una mera historia para entretenerse y que buscan también ampliar su visión de las cosas, pero que, por una razón u otra, no suelen compartir sus impresiones con otras personas, no suelen hablar de libros aunque mediten sobre ellos.

O quizá se podrían establecer muchas otras clases de lectores, porque la lectura, ya sea superficial o profunda, según la inclinación, el gusto y los deseos de cada cual,  es una experiencia personal e íntima, diferente para cada uno, y tal vez la actividad más individual, la que más nos hace estar con nosotros mismos, aunque al mismo tiempo nos lleva más allá de nosotros. Lo cual me parece una fascinante paradoja, por cierto.

 

 

Parque de Málaga

 

 

sábado, 6 de mayo de 2023

Días de libro y rosas

Esta entrada se publicó originalmente en Juguetes del viento el 23 de abril de 2018.

Una vez conocí a una persona que, según me dijo, nunca había leído un libro.

No era la primera vez que oía a alguien decir eso, claro, pero en esta ocasión me llamó más la atención, quizá porque entonces yo ya era consciente de la importancia que la lectura tenía para mí.

La cuestión es que en ese momento pensé que esa persona “no sabía lo que se perdía”, como se suele decir,  porque yo estaba segura de que así era, de que no leer libros era privarse de muchas posibilidades: de aprender, de descubrir, de divertirse, de meditar, de sentir consuelo y compañía… Como dice Eugene Field en Los amores de un bibliómano:

Risa para mis momentos más alegres, distracción para mis preocupaciones, 
consuelo para mis pesares, charla ociosa para mis momentos de mayor pereza, 
lágrimas para mis penas, consejo para mis dudas, y seguridad contra mis miedos. 
Todo esto me dan mis libros…


Sin embargo, más adelante cambié de opinión. No es que ya no creyera en las bondades de los libros, sino que empecé a pensar que me equivocaba, que quienes no leían libros no se perdían nada, que seguramente esas personas encontrarían de otra forma el deleite y el solaz que otros encontramos en la lectura. Y siguiendo este pensamiento me dije que los amantes del deporte, por ejemplo, podrían pensar igualmente que yo “no sabía lo que me perdía” por no tener afición a ellos. Es decir, que cada uno disfruta a su manera y encuentra satisfacción en cosas diferentes.

Pero un tiempo después cambié de opinión nuevamente, y volví a pensar que no leer quizá sí suponga, no perder, pero sí dejar de ganar algo. Porque me parecía que otras aficiones –el deporte, la ópera, el ajedrez, la pintura, los puzzles…– implicaban una inclinación determinada y específica que como es lógico no todo el mundo siente, mientras que la lectura, me parecía a mí, era algo general, inherente al ser humano y hasta necesario.

No sé si esto tiene alguna lógica o algún fundamento científico, pero mi sensación es que sí. Porque lo cierto es que desde que nacemos nos gusta que nos cuenten cosas, nos gustan los cuentos, las historias, y sabemos que el cerebro las recibe con agrado y saca provecho de ellas. También nos gustan las películas, los chistes, las anécdotas, las canciones… que no son sino formas de contar historias. Es decir, que la esencia de la literatura -la narración de historias- es, en efecto, inherente al ser humano, un acto natural.

En los tiempos de las cavernas nuestros ancestros se reunían
alrededor del fuego por la noche. Los lobos aullaban en la oscuridad,
más allá del resplandor del fuego. Y una persona empezaba a hablar.
Y contaba una historia, para que la oscuridad no nos diese tanto miedo.

                                                            (El editor de libros. “Genius”, Michael Grandaje, 2016)
  
De manera que quizá el gusto por la lectura, por las narraciones, sea algo con lo que nacemos pero que con el tiempo muchas personas van perdiendo, como ocurre con la inocencia, el deseo de aprender o las ganas de jugar. Y en otras personas, por el contrario, no sólo se mantiene ese gusto sino que va haciéndose más completo y cabal.

Creo que no se puede dudar que la lectura de libros también nos da, aparte del regocijo personal, una visión más amplia del mundo, nuevos puntos de vista, aspectos que desconocemos de la realidad, ideas que nunca habíamos tenido y circunstancias en las que nunca habíamos pensado; y todo esto, creo yo, desemboca en un conocimiento mayor del ser humano –incluidos nosotros mismos– y una mayor capacidad de comprensión de nuestros semejantes.

Y también creo que todo esto influye en nuestro bienestar. Se dice que cuanto más conscientes seamos de todo, de la realidad en su más amplio sentido, más pesimistas nos volveremos. Y puede que sea verdad, pero creo que el conocimiento, en todo su sentido también, nos abastece  de nuevos recursos mentales y emocionales para manejar mejor esa conciencia de la realidad.

Sin duda hay personas felices e infelices, lúcidas y no tan lúcidas tanto entre quienes leen como entre quienes no leen. Pero aunque me demostrasen que leer libros no sirve para todo eso que yo creo, y que el bienestar personal no tiene nada que ver con la lectura, yo me alegro de ser lectora. Entre otras cosas, porque gracias a eso puedo compartir muchas meditaciones con ustedes.