viernes, 22 de junio de 2012

Desmadre rococó


Recientemente he pasado unos días en París, ciudad que me ha resultado fascinante, asombrosa y extraordinaria.

Algunas personas que conocen mi debilidad por Londres me han preguntado cuál de las dos ciudades me gusta más.
La respuesta, que en principio puede parecer complicada, es sencilla en realidad: me parecen tan diferentes que no hay competencia entre ellas. Cada una encandila por su propia peculiaridad.

Y si tuviera que decir en qué se diferencian, seguramente la clave estaría en la grandiosidad.

París es una ciudad enorme llena de cosas enormes, por su tamaño o por alguna otra razón: edificios, puentes, estatuas, avenidas… todo es tremendo, exagerado.
Parece que los parisinos dijeran, como el castizo, “que no nos falte de na”: el Arco de Triunfo, el más grande del mundo. El Louvre, el museo más grande del mundo. Notre Dame, la catedral más famosa del mundo. Los Campos Elíseos, la zona comercial más cara del mundo… y así todo. Lo más.

En cambio, Londres, que es grandiosa también, pero en otro sentido, me resulta a mí más recoleta, más acogedora.
Es magnífica,  pero no es exagerada. Me parece hecha a la medida del hombre, mientras que París parece hecha a la medida de los titanes.

Efectivamente, la fastuosidad de París no está solo en el tamaño de sus construcciones. También está en la profusión de ornamentos, en la abundancia de elementos decorativos, en la exhuberancia escultórica, en los dorados y en el sinfín de detalles que cubren las fachadas y las cúpulas. Como si no quisieran dejar un hueco sin esculpir ni un espacio sin adornar.

Esto fascina, impresiona y sobrecoge. Y claro, también satura nuestros sentidos y nos deja agotados.
El intento de asimilar tanta belleza, tanto esplendor, requiere un esfuerzo y nos desborda.

Londres, como digo, es, en este aspecto, más serena, más comedida, más discreta.
No faltan allí monumentos majestuosos ni edificios que maravillan, pero no se ve ese jolgorio ornamental, ese raudal de brillos, esa plétora de intrincados encajes y florituras en la piedra.

Parece que el descontrol decorativo es cosa más napoleónica, más centroeuropea que anglosajona.

Sí,  esta es, según mi percepción, la principal diferencia entre París y Londres .
Pero en lo que sí son iguales ambas ciudades es en el amor que sus respectivos habitantes les profesan; en el respeto que sienten por lo suyo, por su historia, por su legado; en el orgullo que sienten por ser de allí.

Y sobre todo-sobre todo, son iguales en las ganas que dejan en el visitante de volver, de conocerlas mejor, de  disfrutar otra vez del embeleso que nos contagian y de volver a sentirnos tan bien como nos sentimos allí.




miércoles, 13 de junio de 2012

Premios Gamba 2012. Donde el zapping me lleve


Últimamente mis ocupaciones personales me dejan poco tiempo para ver la tele y leer la prensa. Esto repercute de forma positiva en mi salud, claro, pero de forma negativa en el número de entradas que dedicamos aquí a los medios de comunicación, esos que tan buenos momentos de befa, mofa y asombro nos han proporcionado.

Aun así, aun siendo pocas las ocasiones de tropezar con equivocaciones, pifias, resbalones y patinazos, lo cierto es que basta con asomarse de vez en cuando a los medios para encontrar errores que cualquier maestro señalaría con boli rojo.

Los fallos que encontramos en los medios de comunicación son, ya lo sabemos, variopintos y diversos: palabras mal empleadas, oraciones mal construidas, párrafos inconexos, preposiciones innecesarias o inadecuadas, ambigüedades, incongruencias, expresiones vulgares… es decir, todos los errores que se pueden cometer se cometen.

La mayoría de las veces las frases tontas se producen, me parece a mí, por simple ignorancia, por desconocimiento de los usos más elementales del idioma. Pero otras veces se pueden achacar a la falta de cuidado, a esa bella tradición de hacer las cosas a lo tío Diego, a la buena de Dios, como salgan, total, qué más da.

Supongo que eso es lo que le pasó a quien redactó el texto de un reportaje de Antena 3 sobre un niño desaparecido. Se nos dice que la madre recibió una llamada y que escuchó una voz que decía “Mamá, por favor, ayúdame”.
Y añade la voz del reportaje: “Tres palabras que escuchó la madre del niño por teléfono”.

Nunca se me han dado bien las matemáticas, desde luego, pero es que yo cuento cuatro palabras.
A no ser que “porfavor” sea una sola.

Otra de recuentos: en un telediario hablaban de un detenido por la policía, y resultó que el presunto asesino tenía en la casa “un fusil, una metralleta y varias armas”.
Lo cual es como decir que había un perro, un gato y varios animales. Me parece.

Y hablando de presuntos: en un programa de La Sexta oí que se referían a Iñaki Urdangarín como “el presunto yerno del rey” y “el presunto duque de Palma”.

De este señor se supone que ha cometido un delito monetario, que ya es bastante, pero ahora además también se supone que es yerno del rey y duque de Palma.
Inaudito.

Otro día el zapping me llevó hasta un concurso de preguntas y respuestas. Esto me pareció suficientemente interesante como para quedarme un ratito viéndolo, y no hizo falta más que eso, un ratito, para que me saltara a las orejas un nuevo candidato a los Premio Gamba. Y fue ello que la presentadora, asombrada ante las explicaciones de un concursante, dijo que era ella la que parecía “una concursanta”.
También podría haber dicho participanta, por supuesto.

Las páginas de internet también proporcionan ejemplos de patinazos gramaticales, como es bien sabido. Pero lo más grave es que esos resbalones nos los encontremos precisamente en páginas dedicadas a la gramática. Es el colmo de la incongruencia, ¿verdad? Pues en este parrafito podemos apreciar no uno sino dos tropiezos: la palabra conjugación sin tilde, y la expresión asimismo separada en dos. Así mismo vale.

Ahora viene una pequeña colección de frases redactadas con un cierto nivel de incompetencia:

-En un telediario hablan de un pueblo que está dividido por la vía del tren, y dice el reportero: “Los habitantes de A Porriño están, literalmente, partidos por la mitad”.
Pero salían imágenes y la verdad es que todo el mundo estaba entero. No sé…

-En Antena 3 informan sobre la huelga del 29 de marzo, y un reportero dicharachero, que se encuentra en una calle donde se han producido altercados, dice que algunas personas “están esperando a que capee el temporal”.

Me figuro yo que estarían “esperando a que amaine el temporal”. O, en todo caso, estarían “capeando el temporal”.

Bueno, por lo menos la palabra ‘temporal’ estaba bien.
Por cierto, esto es un buen ejemplo de ese fenómeno léxico-semántico que los lingüistas denominan “potaje mental”.

-En la edición online de un prestigioso diario, leo un artículo sobre la nueva y completa traducción del clásico de Defoe. En el artículo se lee que la novela ‘Robinson Crusoe’ circulaba “en una quincena de secuelas”.

Quincenas las hay de días, de meses y también de notas musicales, según he aprendido recientemente en el diccionario. Pero de secuelas no. Por lo menos según el diccionario.

-En un documental de TV2 sobre Eduardo VIII y su amada Wallis Simpson, se dice que él le regalaba a ella “joyas de decenas de miles de euros”.

Sí, sí, euros. En los años 30. Y en Inglaterra.

En fin, como se ve, basta con dejarse llevar por el zapping o el googling para dar un repullo lingüístico detrás de otro.

¿Qué nuevos casos de impericia gramatical nos aguardarán? Pronto lo veremos…

image photo : Television set